El 27 de enero se conmemora el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, un día en el que el mundo recuerda el genocidio de seis millones de judíos y más de cinco millones de polacos, rusos, miembros de la comunidad LGBTQ+, romaníes y otras personas que los nazis consideraban infrahumanos y asesinaron como política de Estado.
Aunque elevaron el antisemitismo a su forma más sofisticada, los nazis no lo inventaron. El antisemitismo existe desde hace más de 1,600 años, cuando la Iglesia católica y, más tarde, sus descendientes cristianos, acusaron falsamente a los judíos de matar a Jesucristo y prácticamente declararon que debían ser borrados de la faz de la tierra.
Durante siglos, esta postura teológica se convirtió en el mantra de los sacerdotes desde el púlpito en toda Europa, con la posible excepción de la España árabe, donde cristianos, musulmanes y judíos coexistieron en paz y armonía durante 700 años, hasta que los reyes católicos derrotaron a los moros en 1492 y expulsaron a los judíos de España, dispersándolos por el norte de África y Turquía.
En 1440, Johannes Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles. Se trataba de un producto revolucionario que sacó la edición del ámbito exclusivo de la Iglesia e hizo que cualquier persona con una imprenta pudiera crear y distribuir textos e imprimir las verdades o mentiras que deseara.
Sencillamente, la diferencia radicaba en que antes de la invención de la imprenta, mientras crecía el resentimiento contra los judíos, los hechos aislados en ciudades de todo el Sacro Imperio Romano Germánico seguían siendo eso: hechos aislados.
IMAGEN ÚNICA Y HOMOGENEIZADA DE LOS JUDÍOS
La profesora Amy O’Callaghan, del Oberlin College, escribió en 2008 que “la imprenta desempeñó un papel clave en los dos procesos principales que condujeron a un frente unificado contra los judíos en la Alemania medieval. En primer lugar, tomó las ideas de una región y las transmitió lejos de su lugar de origen, muchas veces incluso más allá de las fronteras del Imperio.
“De este modo, surgió una imagen única y homogeneizada de los judíos y su conspiración para acabar con el cristianismo, ya que cada lugar respondía a los matices de la información y las ideas a las que estaba recién expuesto. Esto, a su vez, permitió a las distintas ciudades del Sacro Imperio Romano Germánico actuar a partir de esta nueva representación unificada del pueblo judío, utilizando los supuestos crímenes de los judíos en un sitio como prueba tanto para enjuiciamientos como para persecuciones en otro.
“Fue esta combinación letal la que condujo a las expulsiones masivas que barrieron Europa Central en el medio siglo que precedió a la Reforma”.
Este fue el primer ejemplo de comunicación de masas, y el crecimiento y expansión del antisemitismo fue exponencial. Cuando los nazis llegaron al poder, el antisemitismo estaba arraigado en las mentes de decenas de millones de personas de todo el mundo. Los nazis solo tuvieron que legitimarlo como política de Estado y normalizar la posibilidad de la eliminación de los judíos de la faz de la tierra, y millones se unieron a su causa.
LA IGLESIA CATÓLICA, CÓMPLICE
En muchos países europeos, las poblaciones locales participaron activamente en la detención, deportación y asesinato de seis millones de judíos y otros cinco millones de personas.
Un informe del Departamento de Estado de Estados Unidos de 1947 afirmaba que la Iglesia católica bajo el mandato del papa Pío XII se negó a pronunciarse contra los nazis. Y una vez finalizada la guerra, la Iglesia ayudó a muchos nazis a escapar al mundo árabe y a América Latina, donde fueron recibidos como héroes.
Aunque la Segunda Guerra Mundial y los juicios de Núremberg sacaron a la luz la terrible realidad del Holocausto, el antisemitismo no desapareció. Más bien, se sumergió en el inconsciente de muchos mientras los occidentales luchaban por prosperar en un mundo democrático liberal, mientras que, en la URSS y sus satélites, el antisemitismo se convirtió en una política oficial de Estado. De hecho, hoy en día mucha gente niega el Holocausto y se contenta con argumentar que es otro ejemplo del control judío sobre los medios de comunicación.
El complejo mundo actual ha llevado a muchos a buscar un chivo expiatorio para las penurias políticas y económicas que nos afectan a todos. Una vez más, el judío se ha convertido en el objetivo en torno al cual se aglutinan el odio y la sospecha, y las redes sociales de hoy en día reúnen a los que odian a los judíos de todo el mundo en comunidades digitales cuyo alcance es amplio y profundo, y cuya filosofía es parte integrante de las políticas de odio y división propugnadas por los partidos políticos de extrema derecha e izquierda.
LUCHAR CONTRA ESTA ENFERMEDAD
Una cosa es que digamos “nunca más” y pasemos a otros asuntos. Otra es que cada uno de nosotros luche cada día contra esta enfermedad en todas partes. Debemos exigir que nuestros sistemas educativos se centren en la unidad de la humanidad, por un lado, y en los beneficios de la diversidad, por otro, en la creatividad de todos para contribuir globalmente a acabar con esta lacra, y en el respeto fundamental que cada uno debe tener por el otro.
Ha llegado el momento del “nunca más”, y a cada uno nos corresponde exigir y garantizar que nuestros dirigentes políticos y educadores lo persigan con celo. Depende de todos exigir una legislación que garantice que las redes sociales rechacen la política del odio y la división, que nuestros hijos reciban una educación adecuada y que aquellos que quieren dividirnos mediante el odio y los prejuicios se vean privados de plataformas que les permitan llegar fácilmente a audiencias globales.
Depende de todos nosotros. Comprometámonos con estos objetivos ahora, 90 años después de que los nazis llegaran al poder y crearan lo que Hannah Arendt denominó la “banalidad del mal”. N
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Eduardo del Buey es diplomático, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones internacionales. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.