
Estaba en Londres en la primera mitad del año 2010, colaborando en una oficina anexa a la Embajada de México en el Reino Unido: era yo el mejor pasante saca-copias de aquel lado del Atlántico. Al llegar por la mañana a la oficina, encontré la charla más animada de lo habitual. “¿Vieron lo que hizo la Reina?” preguntó alguna persona. “¡Claro! Está en todas las noticias”, dijo otra, y la conversación continuó sobre esa línea.
2010 es un año prehistórico: aún no andábamos a todas partes con smartphones, así que no tuve reparo en admitir que yo no tenía la menor idea sobre lo que había hecho la Reina. Resulta que en el Parlamento (ese edificio gótico bajo el Big Ben), los políticos de izquierda y derecha no se ponían de acuerdo sobre algún tema presupuestario. Eso sería un tema de cualquier día: el problema era que llevaban arrastrándolo durante meses, complicando la vida económica y política del Reino Unido.
La gran noticia que dominaba la charla era que, justamente el día anterior, la Reina Isabel había pagado una visita “sorpresa” al parlamento y, palabras más, palabras menos, les había recitado a los legisladores (tanto lores como comunes) la siguiente retahíla: “No sé si van a votar a favor o en contra. Lo que sé es que van a votar hoy”. Ese mismo día por la tarde lograron un acuerdo.
La impresión que causó en mí esa anécdota ha sido perenne. El liderazgo de la Reina nos dejó algunas ideas de las que bien vale la pena tomar nota. Estos son las cinco posibles dimensiones de la autoridad.
Si eres tú un líder en tu industria o tu entorno ¿Cuál de estas dimensiones de la autoridad practicas? Y al elegir y calificar nuestros líderes políticos, ¿Cuántas de ellas les exigimos? Un buen líder posee y practica alguna o algunas de estas dimensiones. Un gran líder solidifica las cinco, y nunca pierde noción de su importante labor, que siempre se destila en un solo verbo de traza constante: servir.