Yo también. Yo también estoy cansada de responder a la pregunta «¿para cuándo lxs hijxs?» durante las reuniones familiares. Yo también me doy cuenta de la falta de empatía y del miedo con el que muchas parejas han tenido que vivir tratamientos de fertilidad. Yo también me pongo nerviosa ante la idea de congelar óvulos, porque conozco la respuesta social —llena de juicios y críticas— que recibimos quienes optamos por decidir sobre nuestro cuerpo.
Ojalá fuéramos inmunes a la infertilidad social, a esa incapacidad cultural para hablar libremente y sin prejuicios acerca de la fertilidad.
Curiosamente, la fertilidad siempre ha jugado un papel crucial para la humanidad. Las primeras culturas, por ejemplo, tenían dioses y diosas a quienes les pedían el regalo de la fertilidad. En el medievo, «fértil» era el calificativo de una buena mujer y tener descendencia era el deber de todo rey o noble.
En los años 1950, los mejores atributos físicos que podía tener una mujer eran los que se relacionaban con la fertilidad, e «infértil» era una propiedad impensable en un hombre. Actualmente, la fertilidad no ha perdido su valor y, sin embargo, la conversación no ha evolucionado.
En un mundo donde la fertilidad es central, parece inverosímil que sea tan difícil acceder a información sobre preservación y concepción, que la libertad para decidir qué hacer con ella esté restringida por juicios morales, que el acompañamiento durante procesos o decisiones que la involucran sea escaso o completamente nulo.
INFERTILIDAD SOCIAL
Eso es la infertilidad social: la incapacidad cultural de hablar sobre fertilidad en cualquiera de sus variantes. Es la inhabilidad de hablar de la menstruación y de la fisiología de las mujeres; de los beneficios y las dificultades de la lactancia; del parto y la cesárea desde el conocimiento y no desde el mandato; de las opciones que existen para resguardar la fertilidad; de la donación de óvulos y esperma como una alternativa para concebir; de las enfermedades de transmisión sexual y sus efectos en la salud reproductiva; pero, sobre todo, para mí, la infertilidad social es la incapacidad de hablar sobre las dificultades que atraviesan millones de personas en el mundo para hacer realidad sus deseos reproductivos.
Constantemente somos bombardeadxs con comentarios y preguntas insensibles, que no consideran que quizá no queremos hijxs, que quizá lxs queremos, pero no hemos podido tenerlxs o que quizás estamos viviendo un proceso de adopción.
En una sociedad que se ha construido alrededor de la reproducción y de la fertilidad, se deja a un lado a las mujeres y a los hombres que no quieren embarazarse, que atraviesan por desafíos reproductivos o que intentan adoptar, se silencian sus historias porque incumplen con el mandato cultural.
INTROSPECCIÓN Y VALORACIÓN
Tener hijxs o no es una decisión que requiere de mucha introspección y valoración. Intentar concebir es un viaje que puede llegar a ser solitario sin el apoyo de la gente que te rodea y con el juicio pendiente sobre las cabezas que lo viven. Tratar de adoptar en un país donde la burocracia reina sobre todo puede ser un tormento. No hablar del efecto que estas travesías tienen sobre las familias, la salud mental, la economía, el cuerpo, el matrimonio y otros elementos que también están en juego refuerza la infertilidad social que nos atraviesa a todxs: a las mujeres que son sujeto principal de la presión y a los hombres a los que se les niega la posibilidad de expresarse.
Romper con los tabúes que crea la infertilidad social es fundamental para mejorar la vida de todxs los seres humanos. Para que todxs podamos tener acceso a información sobre fertilidad y a educación sexual. Para que podamos conocer las opciones que existen, como el congelamiento de óvulos y de esperma, procedimientos de preservación que nos permiten concebir, aunque por el momento no sepamos si eso es lo que queremos. Para abrir el diálogo y acabar con la violencia obstétrica. Para luchar por derechos, como incapacidad laboral en tratamientos de fertilidad o durante el duelo por una pérdida gestacional. Para que las mujeres que atraviesan estas circunstancias se sientan menos solas y más acompañadas. Para que los hombres puedan visitar un médico sin sentir que su virilidad está en juego.
Hablar de fertilidad no nos hará menos valiosxs, nos hará más humanxs. N
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María Altschuler es directora y fundadora de la clínica Fertilidad Integral. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.