No hace mucho, la Dra. Julie Ober Allen comenzó a notar que su hijo adolescente se burlaba de ella debido a su edad. Muy molesta por la actitud del muchacho, la madre finalmente identificó el origen de aquellas bromas: ella misma. “Siempre estoy bromeando con la edad”, confiesa la mujer.
Fue entonces que se puso a analizar su propia conducta. Como experta en disparidades de salud en la Universidad de Oklahoma, Allen pasa mucho tiempo estudiando el tema de la discriminación. Pese a ello, había permitido que los prejuicios sobre el envejecimiento se convirtieran en una retahíla de chascarrillos y comentarios irónicos dirigidos contra ella misma.
Poco después, Allen se llevó otra sorpresa al concluir su estudio sobre los efectos del “edadismo cotidiano” en la salud (es decir, la discriminación por edad que las personas mayores experimentan todos los días).
Resulta que su investigación reveló que, si bien esos desaires, aparentemente inocuos, están muy generalizados, quienes los reciben muestran también una mayor propensión a desarrollar problemas de salud, como hipertensión arterial, diabetes, dolor crónico y depresión.
“Es un fenómeno acumulativo”, explica Allen. Debido a que los desaires y las indirectas son de lo más comunes y ocurren con mucha frecuencia, el efecto “se acumula”.
Publicado el 15 de junio de 2022 en JAMA Network Open, el estudio incluyó a 2,035 personas de entre 50 y 80 años, de las cuales, 93 por ciento había tropezado regularmente con mensajes degradantes sobre el envejecimiento.
MENSAJES OFENSIVOS Y NADA GRACIOSOS
Dichos mensajes suelen aparecer en gran variedad de formatos: desde las tarjetas de cumpleaños presuntamente inofensivas que ridiculizan la edad avanzada (“Sabes que estás poniéndote vieja cuando necesitas el doble del tiempo habitual para lucir medianamente bien”) y la publicidad de las cremas antiarrugas y el estiramiento facial, hasta los desconocidos que elevan la voz cuando hablan con una persona añosa.
No obstante, esos mensajes también emergen en las reflexiones que se hacen las personas mayores, como que la soledad y la fragilidad son parte inevitable del envejecimiento o cuando justifican un olvido como un “lapsus senil”. Y, por supuesto, también van incluidos en cumplidos ambiguos como “Luces genial para tu edad” o “No has envejecido ni un poquito”.
Esas conductas y observaciones reciben el nombre de “microagresiones”. Según un reciente análisis retrospectivo de 141 investigaciones con poblaciones de afroamericanos, mujeres e individuos LGBTQ+, las microagresiones tienen una estrecha relación con trastornos como depresión, ansiedad, insatisfacción laboral y baja autoestima.
Es verdad que los incidentes de edadismo más comunes están ampliamente documentados (como no calificar para un empleo o para un trasplante de órganos). Sin embargo, la investigación de Allen y sus colegas es la primera que confirma la ubicuidad de una forma de discriminación por edad que, aunque menos patente, es muy generalizada; en tanto que sus resultados confirman las repercusiones de salud negativas.
Esa forma perniciosa de edadismo estriba en los conceptos de que el envejecimiento es indeseable y poco atractivo, y de que las personas mayores son una carga. Opiniones que, a decir de Allen, se han normalizado al extremo de que la población general no reconoce que son problemáticos.
UN IMPACTO MACRO
“Tal vez los califiquemos de ‘micro’, pero el impacto es ‘macro’. Y mucha gente no se da cuenta de eso”, acusa el Dr. Derald Wing Sue, profesor de psicología y educación en Teachers College, Universidad de Columbia, quien no intervino en el estudio.
Aun cuando las microagresiones dirigidas contra la edad han recibido menos atención que las esgrimidas contra las minorías raciales, Sue asegura que todas obedecen a un mismo patrón. “Dado que los individuos añosos quedan marginalizados conforme envejecen, no es de sorprender que experimenten el impacto [de las microagresiones]”, explica el profesor.
Las microagresiones dañan por su naturaleza insidiosa pues, muchas veces, van incluidas en comentarios accidentales y hasta en observaciones que llevan la intención de agradar. Por ejemplo, el desconocido que ofrece ayuda a un adulto mayor para cruzar la calle, a pesar de que dicho adulto tiene la capacidad para cruzar por sí solo y ni siquiera ha pedido asistencia.
Aun así, es difícil dirigir la atención hacia los incidentes de edadismo, porque algunas personas consideran que la acusación es irracional o bien, porque son incapaces de reconocer que ha ocurrido algo problemático.
Eso le ocurrió a la cineasta jubilada Pat Jaffe quien, hace poco, acudió a consulta para hacerse un electrocardiograma de rutina. Sucedió que la cardióloga la llamó “jovencita” y, resentida por semejante condescendencia, Jaffe —con 97 años de edad— la espetó: “Le dije: ‘No soy una jovencita. Soy una anciana’”, recuerda la cineasta.
En vez de disculparse, la médica persistió en su actitud y preguntó: “¿Le importaría que la llame ‘cariño’?”. En ese instante, Jaffe se dio por vencida y descontó el incidente como una anécdota jocosa. “Fue evidente que no entendía por qué estaba tan estresada”, concluyó.
MAYOR RIESGO DE PROBLEMAS DE SALUD
Para su estudio, el equipo de Allen desarrolló un cuestionario de diez elementos que preguntaba a los participantes con qué frecuencia tenían sensaciones o pensamientos como: “Escucho, veo o leo cosas que sugieren que los adultos mayores y el envejecimiento son poco atractivos”; “Los problemas de salud son parte del envejecimiento”; y “Los demás piensan que no hago algo importante o valioso”.
Además de dicha encuesta, los voluntarios tuvieron que responder preguntas diseñadas para evaluar su salud en cuatro áreas: cómo calificaban su salud física en general; cómo calificaban su salud mental en general; cuántos padecimientos crónicos tenían; y si consideraban estar deprimidos.
Después de cuantificar las respuestas, los investigadores hallaron que quienes alcanzaron calificaciones más altas de edadismo cotidiano corrían un mayor riesgo de problemas de salud en los cuatro parámetros.
Un estudio como el de Allen no permite afirmar, de manera contundente, que el edadismo ocasiona problemas de salud.
Con todo, sus hallazgos concuerdan con las conclusiones de la Dra. Becca Levy, profesora de salud pública en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Yale. Pionera en la investigación de la discriminación de por edad, los trabajos de Levy apuntan a que las creencias debidas al edadismo tienen un impacto directo en el bienestar de las personas.
Un ejemplo: en un experimento, los voluntarios se vieron expuestos a mensajes subliminales sobre los estereotipos positivos y negativos del envejecimiento, para luego poner a prueba su desempeño en diversas tareas.
MICROAGRESIONES DEL EDADISMO
El equipo de Levy determinó que los estereotipos negativos elevaron la presión arterial y ocasionaron que los participantes fallaran en las pruebas de memoria, mientras que la asimilación de los mensajes positivos mejoró la fortaleza física, el equilibrio, la velocidad de marcha y la voluntad de vivir de los sujetos de estudio.
La mente y el cuerpo filtran los mensajes del edadismo de diversas maneras. Por ejemplo, Levy descubrió que los individuos que perciben el envejecimiento de manera positiva tienden a consumir alimentos más saludables y presentan niveles más bajos de cortisol, la hormona del estrés.
De lo anterior, Allen concluye que el bombardeo cotidiano de las microagresiones del edadismo ocasiona que aumenten la presión arterial y los niveles de cortisol. Eso, a su vez, agrava problemas como la enfermedad cardiaca y la diabetes.
“La discriminación por edad es fuente de estrés crónico. Y el estrés crónico puede contribuir al desarrollo de enfermedades crónicas”, asegura Allen.
Para los expertos, lo irónico es que la vejez supone muchos beneficios. Aun cuando el individuo tiende a desarrollar limitaciones físicas, su nivel emocional mejora en gran medida, pues es más feliz, más resiliente y tiene mayor capacidad para resolver problemas.
Asimismo, suele hacer una selección más cuidadosa de sus amistades, optando por personas confiables y satisfechas con sus vidas.
UNA OPORTUNIDAD DE CRECIMIENTO
“El envejecimiento conlleva cierto deterioro físico, pero también es una oportunidad de crecimiento”, asegura la Dra. Tracey Gendron, gerontóloga de la Universidad de la Mancomunidad de Virginia, quien no intervino en el estudio de Allen.
“Entiendo, perfectamente, que alguien se queje de dolor de rodillas o de espalda. Eso forma parte de la experiencia de la edad. No obstante, también es fundamental que el individuo reflexione en los aspectos personales que le gustan más hoy que hace 5, 10 o 20 años. ¿Cómo ha crecido? ¿Qué destrezas ha desarrollado?”, cuestiona Gendron.
En su opinión, el problema es que muchos estamos inmersos en un aprendizaje que nos predispone a temer el envejecimiento. “Se convierte en el aire que respiramos, en el agua en que nadamos”, afirma la autora de Ageism Unmasked, publicado en marzo.
Pese a ello, la buena noticia es que podemos florecer si ignoramos los clichés y aceptamos el envejecimiento. Gendron hace referencia a un estudio clásico del equipo de Levy, el cual halló que las personas de edad avanzada que perciben el envejecimiento positivamente logran aumentar su sobrevida hasta en 7.5 años.
Documentar el edadismo cotidiano nos ayuda a identificar los mensajes negativos, agrega Gendron, porque, “una vez que los ves, no puedes dejar de verlos”.
MANIFESTAR NUESTRA INCONFORMIDAD
Pero el siguiente paso, enfatiza, es manifestar nuestra inconformidad, pues así creamos conciencia en los demás. “Tenemos que aprender a decir: ‘Eso me incomoda’ o ‘¿A qué te refieres con eso?’. También es importante reformular opiniones: ‘Usaste la palabra viejo en tu comentario. Soy vieja y eso no tiene nada de malo’. Podemos hacer muchas cosas aparentemente insignificantes para modificar percepciones. Y, para eso, necesitamos valor y práctica”, concluye la gerontóloga.
Por su parte, Allen ha dejado de bromear sobre el envejecimiento y no cita sus dolencias físicas como indicios de su edad.
Más aun, no pierde la oportunidad de señalar ese tipo de comentarios cada vez que los oye. Incluso cuando provienen de personas que, supuestamente, tienen conciencia de otras formas de discriminación.
En un correo electrónico, la experta en discriminación por edad escribió: “Pasé el fin de semana en una conferencia académica, y mis colegas hicieron tantos comentarios edadistas que terminé por hartarme de señalárselos”. N
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Emily Laber-Warren es directora del departamento de reportajes sobre salud y ciencia en la Escuela de Periodismo de Posgrado, en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.