Como ver un oasis dentro de la escena de la música instrumental, un cuerpo de agua y frescura en medio de la árida repetición y manufacturación musical en la que vivimos, aparecen dos hermanos con algo distinto, con algo tan envolvente que parece una ilusión en medio de la estepa. Los Hermanos Rodríguez iniciaron este viaje onírico en 2017 con su primer álbum, llamado Ocho años. Ahora, tras cuatro discos, han enraizado el género del instrumental wéstern.
Nacidos en Suiza, pero de origen ecuatoriano, Alejandro y Stephan se reunieron en Zúrich para pasar tiempo como hermanos, aterrizando ideas y concretando un proyecto que fluyó de forma natural.
En entrevista con Newsweek en Español, los hermanos revelan que “cada una de sus canciones tiene el espíritu de dos hermanos”. Es notoria la familiaridad con la que cuentan sus historias, pues incluso para el oyente latino conlleva una nostalgia muy fuerte del bagaje cultural y sonoro de la región.
—¿Qué los llevó a tomar un sonido latino en lugar de algo europeo?
—Siempre tuvimos la influencia de la música latina. Viajábamos mucho a Ecuador para visitar a la familia. Nuestro abuelo nos enseñó los boleros, el pasillo y, especialmente, tuvimos a Julio Jaramillo, ese fue el que nos llegó hasta el alma. Por eso tocamos este tipo de música”.
Generando una atmósfera musical tan latinizada, los Hermanos Gutiérrez vienen desde las tierras ecuatorianas. Pero su sonido trasciende líneas fronterizas: en México se siente que son de México, así como probablemente en Perú sientan que son de Perú.
El dúo suizo cambió la forma de ver la música wéstern al alejar el concepto de los vaqueros estadounidenses y acercar el caserío caribeño, el desierto hispano y lo árboles de Rambután.
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“Latinoamérica es un mundo que para nosotros fue una segunda casa. Ir a Ecuador creaba mucha nostalgia, así como cariño, amor y música. Nos sentimos latinos, pero en la mitad no lo somos. Hay una magia y aprecio por la cultura latina, no solo es para Ecuador: es una letra de amor para la cultura latina”, comparten.
—Con ciertos aspectos cinematográficos, ¿ustedes creen que su música tiene imágenes?
—Nosotros siempre tocamos lo que sentimos, cada canción es un viaje, sea en el desierto o la costa. Nos encontramos en un constante viaje. Nos han dicho que nuestra música podría salir en una película de Quentin Tarantino, fue ahí cuando nos dimos cuenta de ese concepto. Pero no fue con una intención.
—Si hicieran música para el cine, ¿con qué director les gustaría trabajar?
—Hay varios, pero para mí creo que sería Alejandro González Iñárritu. Su trabajo con Gustavo Santaolalla nos inspiró. Va en esa dirección, con ese tipo de profundidad: cuentos de la vida.
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Como si peláramos una fruta, la música de los Hermanos Gutiérrez se presenta con una cáscara ligera de belleza y armonía de cuerdas. Pero cuando se asoma la pulpa podemos distinguir la crudeza emocional de sus emociones: melancolía, tristeza, esperanza, amor y otros sentimientos que se derraman como el jugo después de darle la primera mordida.
Su último álbum, Hijos del sol, es un viaje a través del territorio mexicano. Enamorados del país, viajaron desde la Ciudad de México hasta Oaxaca, Hermosillo y el desierto de Sonora. “Nos llenamos de inspiración y nos encerramos en el sótano con todos esos sentimientos, de ahí salió el álbum. Nos tardamos tres semanas, las cuales fueron como un viaje de prisa por el desierto. Es un disco dedicado a México”, concretan.
“Creemos que en la vida todos tenemos una descendencia y cada uno de nosotros encuentra algo, independientemente de dónde somos. Nosotros encontramos a México y México nos encontró a nosotros. Como a nuestro país, sin tener la nacionalidad, le tenemos un cariño enorme. Cada vez que llegamos a la Ciudad de México nos sentimos en casa. Es un fenómeno muy particular”.
Con un sonido atemporal, los Hermanos Gutiérrez pudieron haber figurado hace 70 años o ahora mismo. Su música desprende las cadenas de temporalidad lineal y transporta al alma hacia lugares donde el cuerpo ya no puede estar. N