La guerra tal vez ha terminado, pero los refugiados a causa de los talibanes tienen un escabroso camino por delante.
LOS ÚLTIMOS soldados estadounidenses han dejado Afganistán. Las cámaras de los noticieros se enfocan en otros asuntos alrededor del mundo. Pero para los aproximadamente 38 millones de afganos que permanecen, y los alrededor de 130,000 que consiguieron salir, la guerra está lejos de haber terminado.
Omaid Sharifi es presidente de ArtLords, un movimiento artístico comunitario ubicado en Afganistán. Fue evacuado con su familia a Abu Dabi, donde ha pasado el último mes en un campamento de refugiados, esperando que lo reubiquen en Estados Unidos.
“De la vida que he vivido por 34 años —dice—, solo pude llevarme una camiseta, un par de pantalones y mi laptop. Perdí todo lo demás en este caos”.
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Desgraciadamente, el caso de Sharifi está lejos de ser único. “Los refugiados son personas que fueron obligadas a desplazarse de sus hogares y han tenido que huir de la violencia y la persecución a gran escala, a menudo con nada, ninguna de sus posesiones”, explica Chris Boian, alto oficial de comunicaciones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
A mediados de mes más de 11,000 afganos han sido contactados por agencias de reubicación y sus filiales para unirse a comunidades de todo el país, según un portavoz del Departamento de Estado, y recibirán servicios iniciales de reubicación a través del Programa de Ubicación y Asistencia a Afganos (APA).
“Anticipamos que hasta 65,000 afganos serán asistidos para llegar a bases militares estadounidenses este otoño, incluidos muchos que ya han llegado”, dice el Departamento de Estado. “Hasta 30,000 afganos adicionales en los próximos 12 meses también podrían ser reubicados y reasentados en Estados Unidos”.
Mientras estos individuos, actualmente albergados en bases militares estadounidenses en todo el país, esperarán muchas semanas antes de asentarse en ciudades de Estados Unidos, para aquellos en el exterior las expectativas siguen siendo más inciertas.
Sharifi estaba en Kabul cuando los talibanes tomaron la capital. “Era el 15 de agosto. Estábamos en el centro de la ciudad de Kabul”, comenta. “Alrededor del mediodía, vimos a mucha gente entrar en pánico y correr por todas partes, y ese fue el momento en que preguntamos qué estaba sucediendo. Nos dijeron que los talibanes estaban en la ciudad”.
Después de buscar por una semana una manera de evacuar, recibió ayuda de la embajada de Catar. “En medio de la noche, alrededor de las 3:00 horas, nos metieron en un autobús, y había un auto de los talibanes y un auto de Catar escoltándonos al aeropuerto”. Cuando su familia abordó el avión no les dijeron adónde iban. Cuando llegaron finalmente a Abu Dabi, Sharifi tuvo una sensación de alivio.
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Mientras otros afganos esperan saber las siguientes etapas de su travesía, muchos sienten que han dejado el infierno del gobierno de los talibanes solo para entrar en el limbo de una burocracia estadounidense abrumada. “Ya pasaron varias semanas”, expresa Sharifi. “Llegamos aquí con la promesa de que los estadounidenses iban a hacerse cargo de nosotros. Espero que vayan a cumplir esta promesa. Esperamos llegar a Estados Unidos y reubicarnos”.
Sharifi y su familia se cuentan entre los muy pocos refugiados afortunados; no solo aquellos de Afganistán, sino de todo el mundo. “Es importante que la gente entienda que la mayoría de los refugiados en el mundo nunca es reubicada en ninguna parte”, dice Boian. “Menos de la mitad del 1 por ciento de los refugiados alrededor del mundo es reubicada en algún otro país. Es una solución que está disponible solo para una fracción muy diminuta de refugiados”.
Conforme han aumentado los casos de revueltas políticas y civiles en la última década, millones tienen que vivir con miedo y bajo la amenaza de la violencia o persecución mientras esperan que se les conceda el asilo. “La cantidad creciente de refugiados es un efecto trágico de la aparente incapacidad o falta de voluntad de los gobiernos y de la humanidad para elegir la paz sobre el conflicto”, comenta Boian.
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El problema es exacerbado por un proceso de asilo que por lo general es largo y arduo. Por ejemplo, durante la administración de Trump se hicieron cientos de cambios pequeños a la política estadounidense de asilo y su reubicación de refugiados. Se alteraron las definiciones de “asilo” para excluir protecciones específicas y las admisiones de refugiados fueron recortadas a un mínimo histórico. Estados Unidos se comprometió a reubicar solo 15,000 refugiados en 2021, por debajo de los 80,000 en 2010.
“El proceso típico para recibir refugiados es que la embajada de Estados Unidos o las Naciones Unidas identificaran a personas que necesitan ser reubicadas”, explica Beth Broadway, presidenta Interfaith Works del Centro de Nueva York. “Serán consideradas como personas que no pueden regresar a su país y son elegibles para ser reubicadas en otro lugar, y en este momento se empieza a procesar su caso”.
Muchas naciones occidentales limitan la cantidad de refugiados que pueden aceptar cada año. En Estados Unidos este número aumentó recientemente a 62,500, que es considerablemente menos per cápita que los límites establecidos por los aliados de Estados Unidos. Además de los tiempos prolongados del proceso y las cuotas duras, otras barreras incluyen los costos altos, acceso poco confiable al transporte, prueba insuficiente de identidad y falta de habilidades lingüísticas.
“Todo se hace en inglés”, comenta Robyn Barnard, alta asesora legal para la protección de refugiados de Human Rights First. “La gran mayoría de los solicitantes de asilo no habla inglés como su idioma nativo, por lo que ello puede ser en verdad complicado”. Y eso es solo para la solicitud básica.
“También tienes que dar muchas evidencias para demostrar tu caso”, dice Barnard. “Y si piensas en las condiciones en que algunas personas huyen… por ejemplo, a los refugiados afganos que están siendo evacuados se les dijo que llegaran al aeropuerto y solo se les permitió una pieza pequeña de equipaje de mano”. En tales condiciones caóticas, documentos cruciales de identificación a menudo son olvidados, perdidos, confiscados, robados o destruidos.
También están en vigor muchos obstáculos legales, incluida la negación de acceso a una asesoría legal. “No hay garantía de asesoría legal para alguien que ha pasado por este proceso para solicitar asilo”, expresa Barnard. “Algunos sistemas legales garantizan que te pueden nombrar un asesor si no puedes contratar uno por ti mismo, lo cual no existe en la ley de inmigración o refugiados”.
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Las mujeres están especialmente en desventaja en sus intentos de solicitar asilo en Estados Unidos. “La definición de refugiado no incluye el sexo como un motivo protegido por la Protección de Refugiados”, dice Barnard. “Lo que eso significa es que las mujeres, niñas y demás que huyen de la violencia o persecución basada en el sexo tienen que demostrar su caso de refugiadas mediante presentarle a la fiscalía uno de los otros motivos de refugiada protegida”.
Obstáculos como este limitan o evitan que muchas personas que las necesitan reciban las protecciones totales que les garantiza la Convención de Refugiados de 1951 del ACNUR y su Protocolo de 1967. Sin estas protecciones, millones de personas tendrán que permanecer donde están y seguir viviendo con el miedo persistente a la persecución o la muerte.
Incluso para los refugiados que logran tener algún tipo de condición protegida, el camino por delante es desalentador. “Hay tres escenarios”, explica Boian, de la ONU. “El primero es regresar a tu propio país cuando sea seguro; el segundo es integrarte a la sociedad donde hallaste la seguridad, y el tercero es la reubicación”. La espera puede durar décadas.
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“El tiempo promedio para ser refugiados ahora se acerca a los 20 años a nivel mundial”, comenta Boian. “Así, no es algo que siempre pueda suceder en una cuestión de semanas o incluso de meses”.
Cuando Sharifi finalmente llegue a Estados Unidos, al igual que quienes llegaron antes que él, recibirá un pago único de 1,250 dólares para comenzar su vida en ese país. A partir de ahí, él y su familia serán los únicos responsables de hallar techo, comida y una fuente estable de ingresos.
“Es aterrador llegar a un país nuevo, al venir de un historial de trauma después de perderlo todo”, comenta Amarra Ghani, fundadora de Welcome Home Charlotte. “Llegar a un país con nada, donde no hablas el idioma y realmente no conoces a alguien es espeluznante”.
Inspirada por la herencia pakistaní de sus fundadores, la organización sin fines de lucro atiende principalmente a familias de Afganistán, Siria y Birmania. Comenzó como una operación que trabajaba desde un garaje en Charlotte, Carolina del Norte, creada para tratar de ayudar a las familias de refugiados a ajustarse a la vida en una ciudad nueva en un país nuevo. La organización, basada en voluntariado ahora opera un banco de alimentos, da clases del idioma inglés y da otros servicios de apoyo.
Ghani enfatiza que su organización no es sectaria. “No somos una organización musulmana —dice—, pero todas nuestras familias de refugiados son musulmanas”. Ghani comenta que su fe religiosa inspira su trabajo. “Siendo una persona que entiende la historia, que conoce la historia y tiene mucho amor por el Profeta puedo ver que nuestro propio Profeta era un refugiado”, expresa.
Como su nombre lo indica, Interfaith Works (trabajos entre religiones) también es una organización basada en la fe, aunque la conforman miembros de múltiples religiones. “Recurrimos a una base grande de diferentes tradiciones religiosas”, explica Broadway. “Ya sea uns mezquita musulmana o un templo judío, ya sea católico, protestante o budista, todos están juntos en una mesa redonda de líderes religiosos, para conocerse unos a otros y trabajar juntos en asuntos humanitarios”.
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La organización actualmente se coordina con funcionarios estatales y federales para reubicar a 248 refugiados afganos en el centro de Nueva York. Es un proceso complejo que conlleva reunirse con las familias en el aeropuerto, darles vivienda y comida, asignarles un administrador de caso, ayudarles a solicitar beneficios públicos y seguir presentes como un recurso para que las familias hagan preguntas.
La tarea se complica aún más por los refugiados recientes de Afganistán que no han comenzado el proceso formal de asilo. “El mayor reto es hallarles el apoyo que por lo general se da a los refugiados”, comenta Broadway a Newsweek. “La gente que llega de Afganistán no tendrá esos beneficios. Y es imposible hacer eso para una cantidad grande de personas sin el apoyo del gobierno federal en nuestro país”.
El papel de la comunidad local es crucial en el proceso de reubicación, según Boian, de la ONU. “El apoyo para la integración en sus comunidades nuevas es extremadamente crucial”, resalta. “La reubicación funciona mejor, a la larga, cuando la gente que ha sido reubicada tiene ese tipo de apoyo desde el principio, solo para ayudarles a sostenerse solos y aprender cómo se hacen las cosas”.
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Ghani, de Welcome Home Charlotte, comenta que los ciudadanos de los países que enfrentan una afluencia de refugiados necesitan entender las causas de la migración en aras de que el proceso funcione. “Si los países occidentales han infiltrado un país, y a causa de su infiltración se han creado refugiados, entonces no puedes decirles que no son bienvenidos en el mismo país que los infiltró”, dice. “Si no queremos refugiados, dejemos de crear refugiados”.
Sharifi experimentó esa realidad de primera mano. “Cometimos nuestra buena dosis de errores, pero la comunidad internacional también cometió su buena dosis de errores en Afganistán”, expresa. “Hay muchas culpas que endilgar. Asumo mi parte de la culpa, y espero que la comunidad mundial haga lo mismo”.
A pesar de la adversidad, Sharifi sigue totalmente comprometido con su país y su gente. “Me siento desesperanzado. Estoy exhausto. Mi corazón se ha roto mil veces”, dice a Newsweek. “Pero al mismo tiempo no voy a rendirme. Trato de asegurarme de que usemos nuestra voz y nos convirtamos en la voz de los 38 millones de afganos silenciados por los talibanes”. N
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek