EL INCREMENTO y la magnitud de los atentados suicidas durante este 2021 han hecho que el mundo voltee a ver nuevamente a Oriente Medio y Próximo, y con ello, cuestionar hasta dónde el islam como religión tiene injerencia en esos actos violentos y mortales.
La semana pasada un gran cementerio de Kunduz, en el norte de Afganistán, acogió los funerales de las víctimas del atentado que el grupo Estado Islámico llevó a cabo contra una mezquita chiita de esa ciudad y que dejó al menos 60 fallecidos.
Un sepulturero informó a AFP que se habían cavado 62 tumbas tras el atentado, cuyo saldo final podría rozar el centenar de muertos.
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Ese viernes un terrorista suicida del grupo Estado Islámico (EI) detonó su chaleco explosivo en la mezquita Sayed Abad, atestada por la gran oración de ese día. Según el grupo yihadista, el atacante suicida era conocido como “Mohamed el uigur”, dando a entender que formaba parte de la minoría musulmana china, algunos de cuyos miembros se unieron al EI.
Ese ataque es considerado como el más mortífero desde que los últimos soldados estadounidenses y extranjeros abandonaron Afganistán, el 30 de agosto pasado.
EL TERRORISMO SUICIDA, EL MÁS DEVASTADOR DE NUESTROS DÍAS
Los atacantes suicidas han aceptado plenamente convertirse en bombas humanas, con ello perder su vida con tal de asesinar al mayor número de personas que pertenecen a determinado grupo o región en donde se encuentren sus adversarios.
“El terrorismo suicida se ha convertido en el más devastador de nuestros días cuando recurre a medios convencionales para generar destrucción e inocular miedo. Pero dispone de un potencial de letalidad mucho mayor en la medida en que venga pertrechado de armas no convencionales.
“Terrorismo suicida y armas de destrucción masiva constituyen una combinación asombrosamente letal, capaz de dejar en entredicho, de materializarse, el sentido del orden que es propio de las sociedades occidentales y la confianza en nuestras instituciones”, explica Fernando Reinares Nestares, politólogo experto en terrorismo y radicalización de la violencia.
Los actuales terroristas suicidas atesoran la idea de que “el mártir no sufrirá dolor mientras ejecute su acción y tras la muerte ascenderá de inmediato a un paraíso glorioso”, añade Reinares.
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La descripción del lugar al que llega se entiende dogmáticamente como atravesado por ríos de leche y vino, abundante en lagos de miel, “donde el mártir disfrutará de 72 vírgenes, verá el rostro de Alá y podrá reunirse con varias decenas de sus familiares” más amados.
Horas antes de morir, los atacantes suicidas dejan un mensaje, en el caso de Mohammed Atta, líder de los secuestradores del 11 de septiembre, está lleno de exhortaciones al martirio y no deja duda alguna sobre lo que esperaba en el más allá.
“El mismo convencimiento exhiben los terroristas suicidas, en su gran mayoría varones adolescentes o veinteañeros, que frecuentemente conmocionan las ciudades haciendo estallar los explosivos que llevan adosados a su cuerpo en autobuses o calles. Lejos del anonimato, graban en video testimonios proselitistas de fe antes de encaminarse a hacer efectiva su homicida autoinmolación”.
Aunque el suicidio está estrictamente prohibido por el islam y quienes lo llevan a cabo “no acceden a paraíso alguno”, la misma religión lo permite si se trata de una “situación de yihad”, es decir, en combate dentro de una guerra santa contra los enemigos de la comunidad de los creyentes, solo así se puede tener acceso privilegiado al paraíso.
UN “MANDATO DIVINO”
Entre los antecedentes remotos del terrorismo suicida, escribe Reinares, es posible aludir a la secta de los asesinos, cuyas actividades se prodigaron entre los siglos XII y XIII.
“Cuando el asesino abatía a su víctima, normalmente musulmanes sunníes y ocasionalmente cruzados, no hacía esfuerzo alguno por escapar ni esperaba rescate. Sobrevivir a una misión era entendido como una desgracia”.
Desde mediados del siglo XVIII hasta bien entrado el XX, la práctica de ataques suicidas fue adoptada como forma de resistencia anticolonial en el seno de distintas comunidades musulmanas asiáticas, indica.
Señala que “los miembros de estas comunidades, al igual que los de aquella secta, tenían al martirio por acto sacramental, aspiración loable a la vez que mandato divino, siempre según la interpretación extraída de ciertos textos religiosos y el parecer de algunas autoridades clericales”.
LOS MÉTODOS
En Oriente Medio, los atentados suicidas empezaron a adquirir especial notoriedad en 1983. Ese año, una serie de coches y camiones cargados de dinamita, conducidos por terroristas suicidas decididos a que los vehículos colisionaran frontalmente contra el blanco, produjeron 80 muertos en la embajada estadounidense de Beirut, 241 en el cuartel general de los marines norteamericanos que desarrollaban tareas de mantenimiento de la paz en la misma ciudad, 58 entre las tropas francesas destacadas allí mismo con idéntica misión, así como 88 en un edificio de las autoridades israelíes en Tiro, indica el experto Fernando Reinares Nestares.
“Estos y otros 27 episodios ocurrieron solo en el Líbano y hasta 1986. Aunque esos primeros incidentes fueron atribuidos a fundamentalistas chiies de Yihad Islámica y Hezbolá, más que probablemente estimulados y patrocinados por las autoridades iraníes, lo cierto es que tres cuartas partes del total de atentados suicidas perpetrados mediante aquel cruento procedimiento los llevaron a cabo militantes de grupos armados nacionalistas y seculares, probablemente instigados a ello por los servicios secretos sirios”.
Con el tiempo el uso de métodos y artefactos para cumplir las misiones fueron modificándose. Los medios de ataque suicida en los siglos XX y XXI incluyen un chaleco explosivo, también se usan explosivos escondidos dentro de los zapatos de los atacantes.
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Otro método es esconder los explosivos dentro del cuerpo, dependiendo de la magnitud de la misión también pueden usar un coche bomba, un bote con explosivos e incluso un submarino con explosivos (dirigido por humanos torpedo).
Las bicicletas con explosivos también son una vía para la autoinmolación, asimismo lo es un avión comercial secuestrado con combustible, tal como sucedió en los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos.
ADOCTRINADOS PARA EL TERROR
Los yihadistas han sido cuidadosos en la forma de ganarse a los adolescentes para su causa. “No solo los han tentado con las promesas de lograr la salvación y de llegar al paraíso, sino también con la posibilidad de satisfacer algunos deseos más terrenales.
La vida dentro del Estado Islámico puede ser dura y peligrosa, pero no carece de recompensas”, informa la BBC. Para Mutassim, un menor de 14 años, era la promesa de una esposa. “Él estaba deseoso de casarse. Cuando su familia se negó, el EI dio un paso al frente. Le permitieron vivir con sus hombres, le dieron responsabilidades, le enseñaron a conducir y le prometieron una esposa.
“El joven fue un recluta entusiasta. Dice que alrededor de 70 por ciento de los jóvenes que se unieron a la organización tenían problemas con su familia. ‘Los chicos chantajeaban a sus familias: o cumplían con sus exigencias o ellos se unirían a Estado Islámico'”.
El muchacho finalmente se desilusionó del Estado Islámico. “Los yihadistas a los que había admirado por ser valientes y poderosos no eran fieles a sus creencias”, aseguró a la BBC.
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El mismo medio indica que el Estado Islámico no solo centró su atención en conseguir nuevos reclutas para enviar al frente de batalla, se adentró en la sociedad, en las casas, en las aulas de clase y en las mentes de los niños más pequeños.
“Según revelan los libros usados en las escuelas, tan pronto cumplen cinco años, a los niños se les enseña un vocabulario de lucha y sangre. Se convierten en los cachorros del califato y se inicia el proceso de convertirlos en guerreros sagrados”.
La ideología sembrada en niños y adolescentes es la que lleva a que con el tiempo los ataques suicidas proliferen en aquellas regiones del mundo y que en algunas ocasiones se cometan en Europa o Estados Unidos, una acción que deja con seguridad más de un centenar de muertos en el lugar donde se perpetra.
El fin de semana pasado, los padres de un joven de 17 años, Milad Husain, asistieron al entierro de su ataúd, sin poder contener las lágrimas. Su tío, Zemarai Mubarak Zada, aseguró que su sobrino quería ser médico, como él.
“Era un joven tranquilo, hablaba poco”, narró su tío a AFP. “Quería ir a la universidad, casarse. Estamos destrozados”. Después de una oración, los sepultureros enterraron el féretro, ante la mirada atenta de sus familiares, afligidos. Una escena que se repitió decenas de veces el sábado en este cementerio con vistas a Kunduz. N