EL 27 DE JULIO de 1981, hace más de 40 años, mi familia se vio cambiada para siempre. Muchas personas ya conocen la historia. Ese día, mi esposa Revé y mi hijo de seis años, Adam, compraban en una tienda departamental de Sears en Hollywood, Florida. Poco después del mediodía, mi esposa dejó que Adam viera a otros niños jugar en una consola de videojuegos, un lugar aparentemente seguro. Pero pocos minutos después, luego de que ella regresó de estar a tres pasillos de distancia, Adam no estaba en ninguna parte.
Luego nos enteramos de que un guardia de seguridad de 17 años, que trabajaba a medio tiempo, asumió incorrectamente que Adam era parte de una discusión que ocurrió entre los niños que jugaban el videojuego. El guardia los dividió en grupos y les ordenó que salieran de la tienda por dos puertas diferentes. Adam había desaparecido, y nuestras vidas nunca volvieron a ser las mismas.
En los caóticos días siguientes nunca perdí la esperanza de que Adam sería hallado a salvo y traído de vuelta a casa. Incluso pusimos una recompensa de 100,000 dólares para llamar la atención sobre el caso tanto como fuera posible, y yo tenía fe en el sistema.
Pero la policía local afirmaba que Adam, un niño de seis años, debió alejarse caminando por su cuenta, y prácticamente sin ayuda de las autoridades tuve que hacer mucho del trabajo preliminar yo mismo. Traté de llevar el caso a los medios de comunicación y, 16 días después de su desaparición, la foto de Adam finalmente apareció en la televisión nacional. Ese mismo día, parte del cuerpo de Adam fue hallado en un canal del drenaje a unos 193 kilómetros de distancia de nuestra casa. Nunca se recuperó el resto de su cuerpo. Como la policía se negó a soltar los restos de Adam, Revé y yo le hicimos un funeral con un ataúd vacío.
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En las semanas y meses posteriores a la muerte de Adam yo estaba inconsolable. Pero luego algo cambió. Caí en cuenta de que para que la muerte insensata y totalmente devastadora de Adam tuviera aunque fuese una pizca de sentido o propósito yo necesitaba actuar. Fue entonces que mi esposa fundó el Centro de Recursos Infantiles Adam Walsh. Juntos emprendimos la labor de evitar que otras familias tuvieran que padecer la misma impensable tragedia.
Esos primeros años fueron duros, pero perseveramos, y un año después de la muerte de Adam, la Ley de Niños Perdidos fue firmada y aprobada en 1982, seguida pronto por la Ley de Asistencia a Niños Perdidos en 1984. La primera era una legislación sencilla, apenas una página, pero era increíblemente poderosa. Exigía que el FBI pusiera a cualquier niño perdido en lo que ahora es el Centro Nacional de Información Criminal (NCIC), exactamente lo que yo le rogué a las autoridades que hicieran cuando Adam desapareció. No había una base de datos nacional de niños fallecidos no identificados hasta que nosotros tomamos acciones.
Con estas victorias se sintió como si la agonía por la muerte de Adam, y la furia devoradora y la frustración que me envolvió desde entonces, finalmente empezaran a sentirse menos crudas. Pero yo no había terminado, para nada.
Decir que tuve problemas con la manera en que la policía manejó el caso de Adam sería quedarse muy corto. Pero sabía que, para ayudar a otros niños como Adam, y sus familias necesitaba crear un movimiento que ayudara a las autoridades.
LA TELEVISIÓN, LA ÚNICA MANERA DE CAPTURAR A LOS MONSTRUOS
Así que decidí dejar de lado mis frustraciones con el ritmo de la justicia e hice lo más que pude para hacerla expedita para otros. He dado testimonio en todo estado del país para apoyar las legislaciones que protegen a todos los niños y frente al Congreso alrededor de cien veces. Todavía lo hago.
Aun cuando hacía campaña por la justicia, sabía que la verdadera manera de capturar a los criminales violentos, como el monstruo que se llevó a mi hijo, era abrirnos camino a las pantallas de televisión en las salas de estar de toda la nación. Caí en cuenta de que, si todos en Estados Unidos hubieran podido ver la cara de Adam en los días siguientes a su desaparición, tal vez lo habríamos podido hallar vivo. ¿Y qué tal si millones de personas en todo el mundo podían ver las caras de los criminales que se necesitaba retirar de nuestras calles?
Pero mi labor para que esto sucediera, y presentar America’s Most Wanted (Los más buscados de Estados Unidos), tampoco fue fácil. Me contactaron sobre el programa, pero yo tenía mis condiciones para participar: yo quería administrar la línea de atención y contratar a personas reales para ella, no policías. Me negué a mostrar las caras de cualquier víctima infantil en televisión. No habría salacidad, y yo quería escoger los casos y trabajar directamente con los jefes de policía y el FBI. Yo les pasaría las pistas a los policías. De hecho, yo seleccioné el primer caso que cubrimos en AMW: David James Roberts. Este asesino de niños estaba en la lista de los Más Buscados del FBI. Nadie tenía una idea de dónde estaba. Después de que el programa transmitió su caso, el 7 de febrero de 1988, fue atrapado a los pocos días.
El programa fue un éxito y atrajo millones de espectadores. Le dije a la gente que podía permanecer totalmente anónima cuando llamara con una pista. Y era verdad. Con una llamada telefónica, la gente finalmente podía colaborar para hacer del mundo un lugar más seguro. Por más de 25 años, el programa ayudó con o aseguró la captura de 1,186 fugitivos, y en mi trabajo en televisión desde entonces me he involucrado en la captura de otros cientos.
Ver lo que podíamos lograr con la ayuda del público me dio mucha alegría, pero la cantidad de gente horrenda y los casos trágicos de niños perdidos continuaban sin fin. Había que ponerle turbo al trabajo, así que creamos eslóganes y listas, como “Los 12 malditos”. Esta era una lista de los criminales más peligrosos que estábamos rastreando; la intención era mantener el interés del público incluso después de que apagara su televisor.
Pero, más que cualquier otra cosa, este trabajo me permitió conectarme con y ayudar a familias de todo el país quienes, como yo, habían sufrido la peor tragedia imaginable y después de terminar en el otro lado solo querían una cosa: justicia.
Varios casos han llamado mi atención, pero nunca olvidaré dos muy especiales que involucraban a niñas perdidas. La primera fue Jaycee Dugard, quien fue robada por un secuestrador y violador demente que la tuvo cautiva por 18 largos y agónicos años antes de que finalmente se le pudiera recuperar. Luego fue el de Elizabeth Smart, la muchacha de 14 años que fue arrebatada de la Ciudad de Salt Lake. Yo estaba en Utah con su familia el día en que ella regresó a casa. Yo tenía los ojos llenos de lágrimas cuando ella atravesó la puerta y dijo: “Lo siento mucho por Adam; usted no lo pudo encontrar, pero me encontró a mí”.
LA VIDA DE MI HIJO NO FUE EN VANO
Mi corazón siempre estará con las víctimas y las familias que me confían sus historias. Pero ninguna de esas familias habría tenido justicia sin los miembros tenaces y trabajadores del servicio de Jefes de Policía de Estados Unidos y del FBI. Hemos trabajado hombro con hombro al paso de los años; son personas asombrosas, y tengo con ellos una gran deuda de gratitud por todo su trabajo duro.
Veintisiete largos años después de la muerte de Adam, finalmente recibí la justicia que había buscado cuando su asesino fue identificado oficialmente en 2008. Un hombre valiente llamado Chad Wagner se convirtió en el jefe de policía de Hollywood, Florida, y arriesgó su propia carrera para hacer públicos los archivos del caso de Adam. El jefe Wagner, junto con la labor de un tenaz detective retirado y llamado Joe Matthews y del fiscal de distrito retirado Kelly Hancock, fue capaz de resolver el caso. Por años, yo supe en el fondo de mi corazón que Ottis Toole era el responsable, así que me trajo algo de paz que se hiciera justicia. Pero el hecho de que se retrasara tanto me volvió a llenar del deseo de ayudar a otras familias.
A veces me pregunto por qué elegí, año tras año, vivir y trabajar de manera tan cercana a la tragedia después de vivir la mía en los reflectores. La gente me pregunta todo el tiempo: “¿No está agotado?” “¿Estos casos no le recuerdan constantemente su propio dolor?”
Entonces recuerdo a mi padre, mi héroe. Él era hijo de inmigrantes irlandeses y se presentó como voluntario para pelear por su país después de que Pearl Harbor fuera atacado en 1941. Él ganó 15 medallas, incluido un Corazón Púrpura. Cuando ese hombre valiente agonizaba por el cáncer, metí a escondidas a Adam —quien apenas era un bebé por entonces— en el hospital para que él lo viera. Le pregunté a mi padre qué consejo podía darme como papá nuevo. Nunca olvidaré lo que me dijo: “El mal prevalece cuando los hombres buenos no hacen nada”.
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He vivido mi vida de acuerdo con ese lema. Y así, cuando Adam me fue arrebatado, quise asegurarme de que su vida no fuera en vano. Porque es Adam, y todas las otras víctimas, quienes más importan.
Todos los días, gracias a mi trabajo, mantengo vivo el recuerdo de Adam. En mi lucha por la justicia, cuando rastreo a un criminal o cabildeo en Washington o incluso solo dejo que una familia se desahogue conmigo sobre el caso de su niño o niña, siento a Adam conmigo. Él vive en la paz que les damos a las familias que lidian con lo inimaginable.
Y vaya un legado que él ha dejado. Es un legado por el cual estoy orgulloso de luchar todos los días. N
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John Walsh es un reconocido luchador contra el crimen, defensor de víctimas y conductor del programa America’s Most Wanted, que ayudó a capturar a más de 1,200 fugitivos y traer de vuelta a casa a decenas de niños y niñas perdidas. Para seguir buscando justicia para su hijo Adam, asesinado en 1981, Walsh actualmente presenta In Pursuit with John Walsh (Persecución con John Walsh) en Investigation Discovery con su hijo Callahan, cuyo trabajo cotidiano es en el Centro Nacional de Niños Perdidos y Explotados (NCMEC). A la fecha, el programa ha ayudado a llevar a 26 fugitivos ante la justicia y recuperar a ocho niños perdidos. Todas las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.