El antecedente del cubrebocas son las máscaras con forma de picos de pájaro utilizadas en la Edad Media, durante la pandemia de la peste negra. Entre el siglo XIV y el XV, la también conocida como “muerte negra” se extendió por Europa y acabó con la vida de 200 millones de personas.
Al creerse que la enfermedad estaba en el aire, el médico francés Charles de Lorme inventó un traje curioso, pero a su vez macabro, para los médicos que trataban a los enfermos.
Consistía en un sombrero de cuero de cabra, una túnica de tela gruesa y encerada, una máscara en forma de pájaro con lentes de vidrio, guantes, sombrero y zapatos de piel (se creía que este material protegía los pies de la enfermedad). El atuendo iba acompañado de un bastón para examinar a los pacientes desde una distancia prudente y sin tener que tocarlos.
El pico de la máscara medía aproximadamente 30 centímetros y tenía como finalidad aislar los malos olores mortales. Dentro de este se colocaba theriac, un compuesto elaborado con más de 50 hierbas (mirra, canela, miel, flores secas y especias).
El fuerte olor a pestilencia que dejaban los muertos y sus heridas provocadas por la ruptura de los bubones que aparecían en el cuerpo obligaba a fumigar el ambiente con resinas, inciensos y hasta ramos de flores.
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Una vez infectada la persona, empezaba a tener fiebre, dolores de cabeza, náuseas, escalofríos, debilidad y se inflamaban los ganglios porque las bacterias se trasladaban hasta un nódulo linfático. Después los infectados presentaban marcas oscuras en la piel.
La enfermedad era producida por un bacilo que se encuentra en las pulgas de las ratas. Cuando la pulga picaba a una persona, o se sufría una herida en la piel con materiales contaminados, surgía el contagio, pero también podía transmitirse de persona a persona por medio de gotas de saliva.
Hasta ahora, ese traje, también conocido como “el atuendo del doctor de la peste”, es popular en las celebraciones de carnaval en Venecia.
RUMBO A UN NUEVO CUBREBOCAS
En 1890, cuando en Occidente ya se tenía conciencia del uso de mascarillas para la protección contra enfermedades contagiosas, llegó a Hong Kong la “peste China”. Más tarde, alcanzó la región de Manchuria, hasta ese punto viajó el doctor Wu Lien-teh para atender la plaga neumónica que estaba aniquilando a la población.
El médico descartó el contagio por ratas y pulgas y señaló que era un contagio de persona a persona. Por lo que enrollo algodón entre varias capas de gasas, agregó una cuerda y ordenó que todo el personal médico usara esa mascarilla y también los enfermos.
Sin embargo, el doctor francés Gérald Mesny ignoró la orden y falleció infectado, días más tarde. Desde entonces su uso se convirtió en necesario.
Con la pandemia del coronavirus los cubrebocas se han vuelto a usar en todo el mundo. Los materiales son diversos y miles de estos se han confeccionado con distintos diseños y decoraciones llamativas.
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A inicios de junio pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó que los gobiernos alienten a la sociedad a usar mascarillas de tela donde haya “una transmisión generalizada y sea difícil el distanciamiento físico, como en el transporte público, en tiendas o en otros entornos confinados o abarrotados”.
Este es uno de los principales cambios de la nueva guía actualizada sobre el uso de mascarillas para el control de COVID-19, que la OMS ha publicado y se basa en la evolución de la evidencia y proporciona consejos actualizados sobre quién debe usar una mascarilla, cuándo debe usarse y de qué debe estar hecha.
También se advirtió que las mascarillas no reemplazan el distanciamiento físico, la higiene de manos y otras medidas de salud pública.