Trump le ha pedido a Kushner, esposo de Ivanka, que maneje todo, desde el muro hasta la Franja Occidental. ¿Cómo ha sido eso posible?
¿POR QUÉ alguien de 37 años de edad, sin experiencia diplomática, asumiría el trabajo de hacer la paz en Oriente Medio? “Mi suegro me pidió hacerlo”, responde Jared Kushner.
No importa que Henry Kissinger, James Baker y Bill Clinton, entre otros, hayan fracasado en resolver el conflicto entre israelíes y palestinos. El presidente Donald Trump le dijo a Kushner que lo hiciera, y eso fue lo que este se propuso hacer. Habló con expertos y negociadores de administraciones anteriores. Uno era Aaron David Miller, alto miembro del Fondo Carnegie para la Paz Internacional. Cuando Kushner le dijo lo que tramaba, un Miller perplejo habló por los yernos de todas partes: “¡Guau, me gustaría que mi suegro me tuviera tanta fe como el tuyo la tiene en ti!”.
Cuando se escriba la historia de la tumultuosa época de Donald Trump en la Casa Blanca —y eso podría ser más temprano que tarde—, mostrará una cosa segura: su asesor más influyente, con mucho, fue Jared Kushner. Ahora de 39 años, Kushner ha sido un jefe de gabinete de facto que ha influido en el nombramiento y el despido de altos asesores de la Casa Blanca; un arquitecto importante de la política exterior de Trump, incluida la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte; se convirtió en un miembro clave del equipo de trabajo contra el coronavirus; la fuerza principal detrás de iniciativas como la reforma a la justicia penal, y ahora, cada vez más, un asesor crucial en una campaña de reelección en apuros.
De hecho, es el pariente presidencial más influyente —dejando de lado a las primeras damas— desde que Robert F. Kennedy fungió como procurador general de su hermano, el presidente John F. Kennedy.
Kushner difiere mucho más de Trump que el intenso RFK de su hermano mayor, más conocido por su reserva tranquila. Trump y Kushner de muchas maneras son una pareja dispareja. Él es reservado, amable y disciplinado (características que nadie asocia con Trump). Trump es exageradamente vanidoso. Kushner está tranquilamente seguro de sí mismo. Hace su tarea. Solicita puntos de vista diferentes, incluido el de los demócratas. Y aun cuando le han hecho críticas, y esto los frustra a él y sus amigos, no lo demuestra en público ni parece sentir piedad por sí mismo en privado.
La analogía con RFK no es una exageración. Al igual que con Bobby Kennedy, Kushner ha sido retratado por gran parte de la prensa como un rico que se cree con derechos y que carece de la experiencia apropiada para el trabajo que le han dado. Llegó a donde está ahora solo a causa del nepotismo. O como lo dice su amigo Adam Boehler, a quien Kushner trajo para trabajar en la respuesta al coronavirus en marzo: “El mito del yerno que no se lo ha ganado”.
Es cierto que Kushner no tenía experiencia de gobierno o diplomática antes de llegar a Washington (aunque sí dirigió la gran compañía de bienes raíces de su familia). “Él y su esposa [Ivanka] no están calificados para los puestos sensibles que tienen en la nómina de la Casa Blanca”, escribió un disgustado lector de The Washington Post después de que un columnista se atrevió a decir algo agradable de Kushner en prensa. La opinión de que su poder e influencia en la Casa Blanca es el producto del nepotismo es certera, hasta cierto punto. RFK recibió precisamente los mismos ataques hace casi seis décadas.
Las críticas, insiste Kushner, no le molestan. Su papel como “alto asesor del presidente” —su título oficial en la Casa Blanca— es, a su ver, directo: “Soy un jugador polivalente”, dice Kushner a Newsweek. “Puedo darle [a Trump] un punto de vista sobre la severidad de un problema dado, puede darle algunos diagnósticos y una receta”.
En asuntos tan diferentes como Oriente Medio y la reforma a la justicia penal, su enfoque fue similar: preguntarles a los expertos, estudiar las acciones previas, y luego hacer algo diferente. “Lo que me guio fue: no quería hacer lo que fracasó en el pasado”, dice. Esa disposición a hacer estallar las cosas es una técnica que comparte con Trump. “El presidente es muy bueno en eliminar el status quo”.
No obstante, al contrario de su suegro, Kushner parece más un pragmático que un animal político, orgulloso de ser alguien que simplemente hace las cosas. “Mira el muro”, apunta. “Esto no es lo que vine a hacer. Pero [John] Kelly y [Kirstjen] Nielsen fallaron. Y para finales de este año tendremos 322 kilómetros construidos de los 725… Siento que he sido capaz de asumir retos, siento que conozco Washington mejor, y he sido efectivo… Tengo la capacidad de construir relaciones y tener diálogos confiables, y el presidente sabe que no se filtrarán”. Añade Anthony Scaramucci, quien fungió brevemente como director de comunicaciones de la Casa Blanca: “Eso es lo más importante para el presidente: la lealtad”.
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Sin embargo, si la devoción filial fuera todo lo que importa, Eric Trump sería alto asesor. Entonces, es correcto asumir que Kushner le da algo más al trabajo. ¿Qué ha logrado él, después de más de tres años? ¿Ha saltado de un asunto importante a otro, metiéndose en cosas que en realidad no entiende? ¿Por qué asumió estos asuntos específicos? Y a final de cuentas, ¿qué piensa del hecho de que, a pesar de todos sus esfuerzos, el presidente Trump podría perder una elección que hace seis meses su equipo estaba sumamente confiado de ganar?
Newsweek entrevistó dos veces a Kushner, con lujo de detalle —por teléfono, a causa de la pandemia—, así como a decenas de personas dentro y fuera de la Casa Blanca, para examinar cómo ha manejado los encargos más importantes y de alto perfil que ha asumido. Lo que hallamos no siempre cuadra con la caricatura del fracasado que se cree con derechos. Ha habido fracasos, esto es seguro. Pero también ha habido algunos éxitos, y acciones que caben en un punto medio. Y durante todos ellos ha sido leal. He aquí unos cuantos proyectos notables en los que ha trabajado, y cómo ven él y otros los resultados.
LA PANDEMIA
Kushner esperaba —en realidad, creía— que para ahora la nación hubiera superado lo peor de la pandemia del COVID-19, “que para julio de nuevo estaríamos bien como país”, como lo dijo en una entrevista a mediados de junio. Eso no ha sucedido: incluso cuando el virus ha disminuido en todas partes, desde Asia Oriental hasta Europa Occidental, los casos han aumentado en Estados Unidos. A finales de junio y principios de julio, Kushner se involucró más en la campaña reelectoral, sobre todo después del mitin del presidente con poco público en Tulsa, Oklahoma, el 20 de junio. Deliberó más frecuentemente con el administrador de campaña, Brad Parscale, lo cual para él no fue una buena señal: en medio de números peores en las encuestas, Parscale fue degradado y remplazado el 15 de julio. Kushner, dicen sus asistentes, también ha tratado de hacer que el presidente se enfoque de manera más consistente en la campaña. Pero, conforme aumenta el número de contagiados con el virus, ha sido llamado de vuelta y recibido llamadas telefónicas frecuentes de gobernadores que, en muchos casos, ahora necesitan más equipo de protección individual y personal médico.
La crisis del coronavirus resaltó tanto la dependencia del presidente en su yerno como el modus operandi de Kushner. A principios de marzo quedó en claro que el virus, al cual Trump le restó importancia durante semanas, se estaba propagando. Se había arraigado con mayor amplitud en las costas este y oeste de lo que había entendido la administración. Kushner se reunió en la Oficina Oval con Trump y otros asesores para discutir exhaustivamente una decisión sobre cerrar los viajes desde Europa. Cuando la reunión terminó, Trump le pidió a Kushner que esperara. “Él entonces me pidió que dejara todo lo que estaba haciendo y trabajara con el vicepresidente Pence en el equipo de trabajo para el coronavirus”, explica Kushner.
La condición de Kushner como un familiar a menudo irritaba a funcionarios de la administración. Pero los celos comunes cedieron un poco, según múltiples fuentes, dada la magnitud de la crisis. Comenta Kushner: “Era muy grande la brecha entre lo que necesitábamos hacer y lo que estábamos haciendo… Lo atribuyo al hecho de que [el brote del virus] no tenía precedente. Fue como si estuviéramos de pie en la playa viendo un tsunami aproximarse. Hubo días muy, muy oscuros y sobrecogedores. No siempre sentí necesariamente que estaríamos a la altura del reto”.
Con la aprobación de Pence, se enfocó en tres áreas claves: abastecimiento de equipo de protección individual, producción de ventiladores y pruebas, todos estos problemas enormes que mostraron cuán poco preparado estaba Estados Unidos para la crisis. Reclutó a su amigo Boehler, exejecutivo de atención médica a quien Trump había puesto a cargo del Centro para la Innovación de Medicare y Medicaid en 2018. A su vez, Boehler le pidió a Brad Smith, un empresario de atención médica y ejecutivo del gigante de los seguros Anthem, que se uniera. Estos trajeron a varios ejecutivos de Wall Street y capital privado para trabajar en los tres problemas claves.
Los críticos cuestionaron por qué un puñado de tipos relativamente jóvenes en atención médica y finanzas —en otras palabras, la selección juvenil— estaba súbitamente en medio de cosas que la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) manejaría normalmente. Pero los reportes de prensa sobre el caos general provocado por este fueron desproporcionados, insiste la gente de Kushner. Dicen que las historias de cables cruzados entre las agencias fueron exagerados, y que la gente que trajeron tenía habilidades y contactos en la industria —el “gran tarjetero rotativo”, como dice Kushner— para ayudar en una crisis.
Mira las pruebas. Kushner, Boehler y Smith reunieron a compañías del sector privado como Walmart y CVS para que participaran en establecer atención en los autos de los ciudadanos. “En realidad, nunca tuve un problema al trabajar con el equipo de Jared”, dice el almirante Brett Giroir, secretario adjunto del Departamento de Salud y Servicios Humanos y médico que estuvo a cargo de decidir dónde deberían ir y montarse los sitios.
Aun así, cuando Trump anunció el plan en el Rose Garden el 13 de marzo, fue ridiculizado ampliamente. El anuncio fue prematuro, eso es seguro. Las compañías no estaban en absoluto listas. Pero Boehler dice que ahora hay más de 3,000 sitios de pruebas atendidos en auto, y en general las pruebas ahora exceden las 600,000 por día, en comparación con menos de 15,000 por día a mediados de marzo. La administración todavía insiste en que un millón de pruebas por día estarán disponibles en el otoño, pero aumentan las filas para pruebas en puntos álgidos conforme se incrementa la demanda. La administración tampoco anticipó las demoras al procesar los resultados de las pruebas y que ahora obstaculizan las acciones para hacer un rastreo efectivo de contactos.
El grupo de Kushner enfrentó las mismas críticas en su búsqueda de equipo de protección individual: que trajo cómplices que no estaban a la altura de la labor. Eso es erróneo, insiste Boehler, y añade que el equipo de Kushner tuvo un papel importante en hallar suministros. “Hay miles y miles de ofertas que llegan a precios de locura de comerciantes desconocidos en China”, comenta Boehler. “No sabes qué es real y qué no lo es. La gente que consigue acuerdos para compañías de inversión, como la gente que trajimos, revisa las ofertas y las alista”. Ve los resultados netos, añade: “Conseguimos el equipo de protección individual, y no fuimos defraudados”.
Kushner fue efectivo al negociar. Por ejemplo, se involucró en una disputa entre el gobierno de China y la multinacional estadounidense 3M, la cual fabricaba cubrebocas en una fábrica de Shanghái a un ritmo de 50 millones al mes. El gobierno de Shanghái había expropiado la fábrica. Estados Unidos necesitaba cubrebocas, la burocracia creciente de salud estaba mal preparada para descifrar cómo resolver eso con rapidez, y los lazos entre Estados Unidos y China se deterioraban con rapidez. Kushner llamó a Cui Tiankai, el embajador de China ante Washington, y le dijo: “Este es un momento en el que mucha gente está diciendo muchas cosas. Si no podemos obtener cubrebocas de la planta de 3M en Shanghái, esto no le vendrá bien [al público estadounidense]”. Doce horas después, a decir de Kushner, su equipo tenía un acuerdo con 3M.
Mientras tanto, Kushner trabajó de cerca con la Dra. Deborah Birx, del equipo de trabajo de la Casa Blanca para el COVID-19, para evitar una crisis de ventiladores, dice la propia Birx.
Algunos gobernadores estatales, en particular Andrew Cuomo, de Nueva York, temían que no hubiera máquinas suficientes para evitar fatalidades masivas. La Casa Blanca compartía la preocupación. Un alto funcionario dice que un cálculo interno mostró que Estados Unidos podría necesitar 130,000 ventiladores nuevos para el 1 de mayo. Para entonces, la Reserva Estratégica Nacional de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades tenía entre 12,000 y 13,000 ventiladores. Kushner ayudó a persuadir a Trump para que aplicase la Ley de Producción de Defensa en abril para empezar más producción. Su equipo trabajó con las seis compañías involucradas en la fabricación, y Kushner estuvo al teléfono con los gobernadores.
“Tratamos de disciplinarlos a la fuerza”, explica. “¿Cuántos [ventiladores] tiene? ¿Cuál es su índice de utilización? Algunos gobernadores fueron muy competentes, otros literalmente no sabían cuántos tenían”.
Kushner comenta que tuvo una buena relación de trabajo con Cuomo, y rápidamente llegó a compartir la opinión del gobernador de que no se necesitaba abastecer de ventiladores a todo el país de manera simultánea. Necesitaban ir a los puntos álgidos, como Nueva York, y luego enviarlos a otra parte cuando la necesidad se disipaba. Esa llegó a ser la estrategia de la Casa Blanca, y Cuomo elogió a Kushner por ello. Es justo decir que el yerno de Trump tuvo un papel en evitar lo que pudo ser una crisis de ventiladores.
A principios del verano, después de meses de trabajo frenético, el equipo de Kushner pensó que lo peor ya había pasado. Pero conforme los casos del COVID-19 aumentan en estados como Texas, Florida, Arizona y California, han surgido puntos con escasez de equipo de protección individual, según la Asociación Médica Americana. En Fort Worth, Texas, Kathryn Mandal, una médica en Continuum Pediatrics, dice que su consultorio apenas fue capaz de ordenar una caja de guantes protectores por primera vez en un mes, y pagaron cinco veces más de lo que solían pagar antes del COVID-19. El equipo de Kushner y el Departamento de Salud y Servicios Humanos dicen que las cadenas de abastecimiento de equipo de protección individual deberían ser capaces de soportar los aumentos actuales de casos. Pero quedó en claro que las reaperturas económicas prematuras —instadas por Trump, quien minimizó la importancia de usar cubrebocas mientras insistía en que “tenemos que abrir de nuevo al país”— contribuyeron al aumento, lo que minó las acciones de Kushner.
El resurgimiento ahora podría causar estragos en sus planes veraniegos. En vez de enfocarse en los tropiezos de la campaña reelectoral de su suegro, de nuevo está en el negocio del abastecimiento médico.
PRISIONES
La reforma a la justicia penal no es un asunto asociado con los republicanos. Pero pocos en Washington se sorprendieron cuando Jared Kushner lo asumió a principios de 2018. Después de todo, los murmullos sobre la política de Kushner y su esposa, Ivanka Trump, han sido consistentes: “Ya sabes, en realidad son liberales de Nueva York”. Aun cuando la pareja había donado a candidatos demócratas en el pasado, Kushner rebate estas caracterizaciones. Más bien, este es un asunto que lo apasiona por razones personales. La aprobación de la Ley del Primer Paso, como se conoció a la legislación reformista, es el éxito más claro de Kushner a la fecha.
En 2004, el padre de Kushner, Charles, fue sentenciado por violaciones a la ley electoral federal, evasión fiscal y manipulación de testigos. Charles Kushner obtuvo un acuerdo con Chris Christie, el entonces fiscal federal de Nueva Jersey, y fue enviado a una prisión federal en Montgomery, Alabama (purgó 14 meses antes de ser enviado a un hogar de transición). Mientras visitaba a su padre en la prisión, dice Kushner, “conocí a mucha gente buena que no había tenido las mismas oportunidades que yo tuve, que mi padre tuvo. Eso en verdad me impactó. Era algo que yo conocía intelectualmente, pero conocer gente que eran buenas personas y solo habían cometido un error, eso tocó la fibra sensible. La gente necesita una segunda oportunidad”.
Su primera tarea era convencer a Trump. Kushner dice que le explicó las cifras al presidente, mostrándole, por ejemplo, que, sin programas de capacitación y educación en prisión, los índices de reincidencia son más altos. “¿Qué va a hacer esta gente cuando salga?”, pregunta Kushner. “Van a cometer crímenes”. También le mostró a su suegro cómo mucha gente —en especial hombres jóvenes afroestadounidenses— estaba en la cárcel a causa de delitos menores de drogas. Trump le dio su aprobación para impulsar la legislación.
Kushner empezó a trabajar con un grupo bipartidista tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. Por supuesto, hubo escépticos, como Tom Cotton, senador republicano por Arkansas. “Ellos pensaban que solo estábamos sacando de la prisión a asesinos y violadores. No era cierto”, dice Kushner. Nunca tuvo el apoyo de Cotton —el senador pensaba que la propuesta de ley haría parecer a Trump como suave con el crimen—, pero Kushner sí se ganó un aliado clave: Van Jones, exfuncionario de la administración de Obama y comentarista de CNN, quien inició #cut50, la cual fue presentada como una organización bipartidista destinada a buscar la reforma a la justicia penal.
En 2018, Kushner invitó a Jones y Jessica Jackson, cofundadora de la organización, a la Casa Blanca. “Yo era muy escéptica”, comenta Jackson. Pero cuando oyó a Kushner hablar de su padre, empatizó con él: cuando ella tenía 22 años, su entonces esposo fue sentenciado por un cargo de drogas. “Lo lanzaron a una jaula por tres años y medio”, revela. Al oír a Kushner, Jackson se convenció de que “él estaba en esto por las razones correctas”. Ella y Jones aceptaron trabajar con él, “aunque teníamos dudas de que lo lograría, incluso si su corazón hacía lo correcto”.
El apoyo de Jones y Jackson les mostró a los demócratas que Kushner podría estar hablando en serio. Jackson reconoce que ella y Jones tuvieron algunos problemas. “La gente nos llamaba y decía: ¿cómo pudieron hacer esto, cómo pueden hacer algo que podría darle una victoria a Trump?”
Kushner se dispuso a trabajar su flanco derecho. Dice que llamó a “[Sean] Hannity y Laura [Ingraham, ambos de Fox News] y [al locutor de radio] Mark Levin” para promover la propuesta de ley. Otro escéptico conservador, el locutor de radio de entrevistas Hugh Hewitt, recibió tres llamadas telefónicas para revisar los detalles. Al final, Kushner logró que un escéptico inicial, Mitch McConnell, líder de la mayoría en el Senado, programara una votación. A instancias de Kushner, Trump cabildeó a McConnell él mismo. “Jared fue persistente, trabajó duro en el asunto, y me persuadió de los méritos de la propuesta”, comenta McConnell a Newsweek.
El 18 de diciembre de 2018, el Senado aprobó la Ley del Primer Paso, por 87 a 12; la Cámara de Representantes hizo lo mismo y Trump la firmó. La ley puso en libertad a miles de prisioneros en cárceles federales —incluidos quienes delinquieron por primera vez—, reubicó a otros miles en prisiones más cercanas a sus familias, se deshizo de la norma de “tres ocasiones”, que obligaba una cadena perpetua para una tercera sentencia y aumentó el financiamiento para la educación en prisión.
“Después de su aprobación, me reuní con Matthew Charles, uno de los primeros tipos que salieron de prisión bajo la ley”, dice Kushner. “Oír su historia cuando pasó a mi oficina fue como tomarse un café expreso”.
Jackson comenta: “Todo lo que [Kushner] dijo que haría, lo hizo. Van y yo en cierto modo meneamos la cabeza por eso”.
Según dicen, Trump hablaba en serio sobre tratar de ampliar su proporción del voto negro de 8 por ciento en 2016 a 13 por ciento o más en 2020. Su campaña creía, antes del COVID-19, que el índice récord de bajo desempleo entre los estadounidenses negros (5.5 por ciento en diciembre), además del aumento al salario, más la ley de reforma a la justicia penal, le daría un argumento a su favor.
Ahora, por supuesto, esa esperanza se ha perdido en gran medida. La honda recesión provocada por la pandemia ha devuelto al desempleo entre los negros a 16.7 por ciento, y el homicidio de George Floyd y otros afroestadounidenses por la policía ha suscitado una ira generalizada y agitación social. Los gritos de batalla de la ley y el orden de Trump y su apoyo a los símbolos confederados no han ayudado.
Al preguntarle si pensaba todavía que su suegro aún podía aumentar su proporción del voto afroestadounidense, Kushner dice: “Tal vez. Tal vez no”.
PACIFICACIÓN
Tener éxito en un Washington extremadamente dividido es muy difícil, y luego está Oriente Medio. Kushner dice que sus acciones para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos se hicieron en buena fe, que no fue un plan diseñado para destacar la intransigencia palestina para que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, desde hace mucho un amigo de la familia Kushner, pudiera hacer lo que quisiera en la Franja Occidental.
“Entiendo que la gente va a criticar”, comenta. Pero “está bien asumir retos difíciles. Yo preferiría pasar tiempo en cosas más difíciles”.
Kushner abordó la tarea con su mezcla característica de seriedad y confianza en sí mismo. Estudió acuerdos previos y se reunió con expertos en Oriente Medio y exnegociadores: Miller, del Fondo Carnegie; Clifford May, presidente de la Fundación para la Defensa de las Democracias, y varios más. Todos lo describen como respetuoso en lo personal, pero desdeñoso de acciones previas para resolver el conflicto. “Muchos de los otrora negociadores de la paz me dijeron que la meta es dar esperanza, no es en realidad llegar a un acuerdo”, explica Kushner. “Yo dije que la meta es llegar a un acuerdo y terminar el asunto”. Él no quería seguir los pasos de las negociaciones pasadas solo para fracasar de nuevo (Robert Satloff, director ejecutivo del Instituto Washington para la Política en Oriente Próximo, replicó: “¡Oh, así que quieres fracasar de una manera totalmente diferente!”. Kushner, añadió, se rio).
Kushner también insistió en que no iba a guiarse por “la historia del conflicto, y la historia del proceso de paz; esas son trampas”. A lo cual Miller responde: “Pero la historia es el conflicto”.
Kushner sí tenía algo a su favor. Cualquiera en el gobierno israelí o la Autoridad Palestina sabía que cuando hablaban con Kushner, estaban hablando con Trump. “Lo mismo sucedió con Baker, cuando fue el secretario de Estado con Bush 41”, dice Miller, quien trabajó con Baker. “No había diferencia”.
El problema de Kushner fue el plan en sí. Si avanzó una solución de dos estados. Pero requería que los palestinos renunciaran a controlar la salida y entrada hacia el nuevo estado propuesto, y le permitía a Israel supervisar su seguridad interna. “En otras palabras, le quita las funciones más básicas de una nación-Estado”, dice Satloff. Kushner le añadió a eso incentivos económicos para la Autoridad Palestina que disminuían con el tiempo. Para Satloff, esto era los antecedentes de Kushner en bienes raíces asomándose. “Era como un arrendador tratando de persuadir a un inquilino de que se salga de un edificio porque él quiere montar condominios: le das 25 centavos de cada dólar ahora si acepta el trato, pero si se espera dos semanas, solo obtiene 10 centavos”.
El acuerdo murió casi tan pronto como fue develado, pero Kushner no tiene remordimientos. “¿Hace a Israel más seguro? Sí. ¿Lleva a que los palestinos tengan una mejor vida? Sí”, señala. Culpa a los palestinos de que el plan no fructificara. “Ellos dicen que quieren comprometerse, pero nunca están dispuestos a participar en las discusiones técnicas que van a llevar a algún lado”. Comenta que mucho del resto del mundo árabe está harto de la Autoridad Palestina. “Ellos la ven como un lastre sin límites”, agrega.
Junto con otros en Washington, Miller cree que las consideraciones políticas en casa —“el deseo de Trump de ser el presidente más a favor de Israel de la historia”— dieron forma al plan. Él ya había cumplido una promesa de campaña de mudar la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén. Un acuerdo disparejo que favorecía a Israel solidificaría su apoyo entre los cristianos evangélicos y judíos conservadores. Kushner niega que la política conformó la acción de paz, pero concede que el plan “fue muy popular entre la base del presidente”.
EL PRÍNCIPE
Kushner no se equivoca al sugerir que mucho en Oriente Medio está desesperados con los líderes palestinos. La administración de Trump, incluido Kushner, ha motivado a los Estados del golfo Pérsico para que se acerquen más a Israel. Kushner se ha involucrado en la reorientación de la política estadounidense lejos de Irán y de vuelta hacia sus aliados tradicionales, siendo el más importante Arabia Saudita. Esto no fue creación suya, como sí lo fue la reforma a la justicia penal. Otros miembros claves de la administración —H. R. McMaster, entonces asesor de seguridad nacional, y el secretario de Defensa, James Mattis— apoyaron ampliamente la política, e igual lo han hecho sus sucesores. Pero Kushner fue importante, sobre todo por su relación con Mohammed bin Salman, también conocido como MBS, el controvertido príncipe heredero y gobernante de facto de la Casa de Saúd. Y cuando esa relación resultó ser problemática, Kushner apoyó al príncipe saudí.
Riad estaba de plácemes con la promesa de campaña de Trump de desechar el acuerdo nuclear de Obama con Irán e instó a una reunión temprana después de la toma de posesión.
Kushner nunca se había reunido con el príncipe heredero, pero los dos empezaron a comunicarse; la visita de Trump en mayo de 2017 fue su primer viaje al extranjero como presidente. Durante sus reuniones, MBS le dijo a Kushner lo que el yerno luego le transmitiría al presidente: “Él tenía metas muy ambiciosas”, explica Kushner. “Quería modernizar a su sociedad. Pero dijo que necesitaba espacio y tiempo. ‘Déjame hacer esto a mi tiempo’”. El círculo de Trump vio el viaje de 2017 a Arabia Saudita como un triunfo, cuya euforia fue captada en una foto de Kushner chocando manos con McMaster en la pista aérea de Riad.
Pero en octubre del año siguiente, Jamal Khashoggi, un columnista de The Washington Post y un crítico franco de la monarquía saudí, fue asesinado y desmembrado en la embajada del país en Estambul. Fue un asesinato de alto perfil, y brutal; la CIA dijo a la Casa Blanca su creencia de que MBS lo había aprobado, y la administración recibió duras críticas por el homicidio. Pero Kushner y otros asesores, incluidos Bolton y el secretario de Estado, Mike Pompeo, instaron a Trump a mantenerse firme en vez de alejar a Riad cuando estaban por suspender el acuerdo con Irán.
Kushner todavía defiende a MBS, y su propia decisión de apoyar al príncipe. Dice que MBS purgó algunos de los imanes (líderes religiosos) más radicales en las mezquitas y apaciguó la tristemente célebre policía religiosa. El nuevo experto en política exterior suena como un “realista” endurecido al hablar de MBS y los saudíes. Si el equipo de Trump tenía que soportar algunas molestias en su búsqueda de metas más amplias con los saudíes, que así sea. “Ha habido un par de pasos en falso —explica—, pero han sido un aliado muy bueno”.
La relación cercana de Kushner con MBS resultó ser útil previamente este año. Moscú y Riad estaban en medio de una ruinosa guerra de precios del petróleo, causando estragos en el sector energético estadounidense. La demanda se desplomaba a causa del coma económico inducido por el COVID-19. Pero los dos productores extranjeros más grandes, los saudíes y los rusos, no reducían la producción con el fin de aumentar los precios. Más bien, aumentaban el flujo. Kushner llamó a MBS varias veces pidiendo que los saudíes pararan. Él y Dan Brouilette, secretario de Energía, también cabildearon a Moscú. Finalmente, las dos superpotencias aceptaron una tregua. Los críticos dicen que la administración debió presionar a los saudíes antes y más duro. Kushner rechaza la crítica. “A fin de cuentas, lo logramos”, comenta. “Eso es lo que importa”.
POLÍTICA PRESIDENCIAL
La campaña podría ser la tarea final del yerno leal. Joe Biden se ha mantenido en la delantera, los casos del COVID-19 se han disparado, y los republicanos de todo el país están cada vez más nerviosos por la contienda.
Si Kushner está nervioso, no lo muestra en público. Pero la degradación a mediados de julio del exadministrador de campaña Parscale en favor de Bill Stepien, exdirector político de la Casa Blanca y subordinado de Parscale, fue un golpe de realidad. Parscale había sido un aliado de Kushner, pero la gente dentro de la campaña dice que su destino se selló por la óptica horrible del mitin en Tulsa. No está claro si Kushner trató de disuadir a Trump de degradarlo.
En fecha tan reciente como mediados de junio, Kushner elogiaba al equipo de campaña que ayudó a construir. Había traído de vuelta a Jason Miller y Brian Jack, dos veteranos de la campaña de 2016 (Miller se enfoca en la estrategia de campaña, mientras que Jack dirige la oficina de la Casa Blanca de asuntos políticos). Kushner presume que la campaña tiene 60 millones de dólares, una gestión de datos de vanguardia, la cual Parscale, quien dirigió la estrategia digital e informática en la campaña de 2016, seguirá supervisando. “Enviamos mensajes de texto que harán más atractivo a Trump ante los votantes, y menos a Biden. Tenemos un gran fondo de reserva, nuestra operación está en orden. Tenemos una eternidad”. Kushner recientemente aprobó un anuncio nuevo y duro que vincula a Biden con el aumento del crimen en ciudades como Seattle, Minneapolis y Nueva York después del homicidio de George Floyd.
Las encuestas públicas que muestran al presidente muy por detrás son “pura mierda”, opina Kushner. “No soy un estratega político, pero sé cuál es el mensaje: él tal vez no sea el políticamente correcto, pero hace las cosas”. El hecho de que Trump no ha presentado una visión para un segundo periodo tampoco desconcierta a su yerno. “La parte de la estrategia importa más en los últimos 90 días”, comenta.
Para los republicanos ansiosos, la valoración de Jared Kushner suena ajena a una realidad cada vez más desalentadora. La “eternidad” está escurriéndose, conforme los números de Trump en las encuestas caen por la economía y el virus parece estar matándolo políticamente. Si Kushner tiene dudas, no las comparte con un reportero. Pero no está claro cómo podría ayudar él a superar la percepción cada vez más dura de que el manejo de Trump de la pandemia ha sido un desastre.
Diligente y discreto, Jared Kushner ha hecho cualquier cosa que su suegro le ha pedido. La cuestión es: ¿qué ha ganado con esto? Kushner quiere que reelijan a su suegro, y espera que su labor ayude. Pero ni Kushner ni alguien más alrededor del presidente puede deshacer el daño de la respuesta temprana y caótica al virus, la cual ayudó a producir un verano con aumento de casos y cierres económicos renovados, una combinación política letal. Él tampoco controla la cuenta de Trump en Twitter, la cual sigue siendo una fuente de heridas autoinfligidas. A la Casa Banca, Kushner incluido, le encantó el discurso de Trump el 3 de julio en el monte Rushmore y los temas patrióticos que abordó. Pero Trump luego pisoteó todo el mensaje al tuitear una crítica a la NASCAR por prohibir las banderas confederadas, y a Bubba Wallace, el piloto afroestadounidense de quien Trump dijo que había sido parte de un “engaño” con respecto a la horca hallada en el garaje de su equipo. Fue tan falto de tacto como cualquier cosa que Trump ha dicho siendo presidente y en un momento en el que millones de estadounidenses le hacen frente a la injusticia racial.
Es una suerte que a Kushner le gusten los retos grandes. Hacer que reelijan a Donald Trump tal vez no sea tan difícil como lograr la paz en Oriente Medio. Pero se acerca.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek