La estrategia de Donald Trump de congregar a los estadounidenses de raza blanca plantea importantes desafíos tanto al partido demócrata como al republicano, rumbo a a los comicios presidenciales del próximo año.
“HOY comenzamos a construir un enorme y hermoso muro”. Era mediados de febrero, y el presidente estadounidense Donald Trump se pavoneaba en su primer mitin MAGA (Make America Great Again) de 2019. No había ningún nuevo muro, por supuesto, y todos los habitantes de la ciudad fronteriza de El Paso, Texas, podían notarlo. Pero en medio del mar de gorras rojas del County Coliseum, la frase fue recibida con un rugido de aprobación. Lo importante era que el presidente había superado a los liberales, manteniéndose impertérrito tras varias semanas de haber provocado, y concluido, el cierre de gobierno más prolongado en la historia de Estados Unidos.
Antes de que Trump llegara a la ciudad, el alguacil de El Paso decía a cualquier persona que quisiera oírlo que El Paso “era una ciudad segura mucho antes de que se construyera cualquier muro”. De igual forma, el alcalde republicano Dee Margo desmintió las afirmaciones de Trump en su discurso sobre el Estado de la Unión, donde dijo que El Paso estaba asolado por el crimen hasta que colocó la barrera. Medios informativos como Associated Press publicaron estadísticas: el índice de asesinatos en El Paso era de menos de la mitad que el promedio nacional en 2005, un año antes de que se construyera el muro fronterizo con México, y casi una década antes, El Paso había sido clasificada como una de las tres ciudades principales más seguras.
Pero la multitud había acudido a escuchar la versión de Trump. “¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Matanzas! ¡Asesinatos!”, gritaba el mandatario, antes de referirse a los líderes de El Paso. “Son unos embusteros cuando dicen que esto no ha marcado una gran diferencia”, dijo Trump a la multitud. “Gracias a un poderoso muro, El Paso, Texas, es ahora una de las ciudades más seguras de Estados Unidos”.
El muro nunca ha sido más que un truco publicitario de Trump. Y mientras el mandatario se encamina hacia la segunda mitad de su período en el poder, el público estadounidense comienza a apartarse de él. Los estados fronterizos están divididos con respecto a este tema. El cierre del gobierno hizo caer estrepitosamente los índices de aprobación de Trump y presionó a su atribulado partido en el Congreso casi al punto de quiebre. Aun así, Trump cedió solo cuando un importante aeropuerto internacional cerró sus terminales y los sindicatos y aerolíneas de la Administración Federal de Aviación advirtieron que había riesgos de seguridad inminentes. Y cuando presionó con su declaración de emergencia nacional para financiar su barrera de concreto o de postes de acero, menos de 40 por ciento de los estadounidenses lo apoyaron, de acuerdo con varias encuestas.
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RETÓRICA NOCIVA
Como todas las cosas relacionadas con Trump, hay cierto método en la locura: el muro no tiene que ver tanto con las políticas y la seguridad, sino con la política en general y el simbolismo. Utilizado por sus asesores de campaña como un recurso retórico para mantener enfocado a Trump, famoso por no seguir el guión, el tema del muro provocó ovaciones y éxtasis entre el público conservador: “¡Construyan el muro!” Por supuesto, habría otros planes: impedir la entrada a los musulmanes, deportar a los “bad hombres” y restaurar “la ley y el orden”. Pero nada superaba al muro, el cual sirvió no solo como una singular promesa de campaña de la autodenominada por Trump “guerra contra la inmigración ilegal”, sino también como la encarnación física de la política de identidad que definió a su campaña desde el inicio.
Al declarar que los inmigrantes mexicanos eran “violadores” el primer día de su campaña, el entonces candidato promovió una cosmovisión de “nosotros-contra-ustedes”, y encontró una vena política que otros políticos no se habían atrevido a aprovechar, o que lo habían hecho con extrema cautela: la identidad blanca. Trump se ganó a millones de estadounidenses cuyas actitudes podrían resumirse con las palabras de uno de sus partidarios después de la elección: “Él dijo cosas que las personas pensaban, pero no decían”, declaró a USA Today Eileen Grossman, de Rhode Island.
Lo que “no decían”, por supuesto, tenía que ver principalmente con la raza. Y Trump ha hecho bastante en los últimos dos años, desde defender a “la gente muy buena” que asistió a una marcha de supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia, hasta menospreciar a varios países, calificándolos de “cagaderos” y declarar una emergencia nacional debido a una “invasión” de migrantes que podrían “infestar a nuestro país”.
El presidente número 45 ha cambiado la forma en que Estados Unidos habla sobre la raza, con profundas consecuencias para el público (los crímenes de odio mostraron una pronunciada alza durante su primer año en el gobierno) y para ambos partidos políticos. Republicanos y demócratas utilizan la identidad blanca como un elemento organizador de la política estadounidense. Trump ha dejado claras sus intenciones. “No necesito hacer esto”, dijo, mientras declaraba una emergencia nacional en relación con el muro. “La única razón por la que estamos aquí hablando de esto es la elección”.
La estrategia de Trump de congregar a los estadounidenses de raza blanca plantea importantes desafíos a ambos partidos. Para los republicanos, esto genera antipatía por parte de un electorado cada vez más diverso. El número de evangélicos y votantes de raza blanca sin educación universitaria, que constituyen la columna vertebral de ese partido, es cada vez menor, mientras que la cantidad de afroestadounidenses y personas de origen latino va en aumento. La victoria de Trump en 2016 fue muy estrecha, ya que perdió el voto popular. Y las derrotas de ese partido en la elección intermedia indican que su estrategia de mensajes raciales abiertos se ha ganado la animadversión de las personas de raza blanca que cuentan con educación universitaria y que habitan en los suburbios. De acuerdo con el estratega republicano John Feehery, Trump ahora necesita convencerlos de que “no es el racista que los medios y los demócratas dicen que es”.
Los demócratas, sin embargo, enfrentan un problema aún más difícil que los republicanos. Ese partido se ha definido como una oposición a Trump y a su simplista programa de gobierno, pero al hacerlo, promueve una visión igualmente enraizada en la raza y la identidad. Sus líderes se han organizado alrededor de distintas partes clave de su base: mujeres, afroestadounidenses, personas de la comunidad LGBTQ, y en los asuntos que han evitado que esos grupos participen plenamente en la sociedad estadounidense, como las restricciones al aborto, el racismo en el sistema de justicia penal y la prohibición para las personas transgénero de incorporarse al ejército. De todas las identidades, la raza es la más amplia y la más visceral, el legado de la esclavitud trasmitido durante décadas a través de la culpabilidad de los blancos y el dolor de los negros. Cuando salió a la luz una foto del anuario de la facultad de medicina del gobernador demócrata de Virginia Ralph Northam, en la que aparece una persona con el rostro pintado de negro y otra vestida como un miembro del Ku Klux Klan, los líderes del partido le pidieron su renuncia (él se rehusó, pero prometió dedicar el resto de su mandato a trabajar por la igualdad racial). Varios de los aspirantes a la candidatura presidencial, entre ellos las senadoras Kamala Harris y Elizabeth Warren, apoyaron recientemente alguna forma de reparación para los afroestadounidenses, una propuesta controvertida a la que los aspirantes presidenciales demócratas se opusieron hace apenas tres años, en la campaña de 2016.
“Los estadounidenses deben seguir concienzudamente una política con conciencia de identidad”, escribió recientemente en Foreign Affairs la naciente estrella política Stacey Abrams. “Al aceptar la identidad y sus espinosos e incómodos contornos, los estadounidenses tendrán mayores probabilidades de crecer como una unidad”.
Sin embargo, existe una identidad que los demócratas no aceptan: la blanca. Y la victoria en 2020 podría producirse directamente en los estados en los que dicha identidad podría desempeñar una función decisiva.
Se dice que, en 1964, cuando el presidente Lyndon Johnson firmó la Ley de Derechos Civiles, se dirigió a un asesor clave con un aire de resignación política y se lamentó diciendo, “Hemos perdido al Sur por toda una generación”. Johnson tuvo razón, aunque su análisis fue demasiado limitado. De hecho, ese año, se convirtió en el último demócrata en obtener el voto de las personas de raza blanca en todo el país. Desde entonces, con el reordenamiento de los principales partidos políticos logrado por esa importante legislación, la raza se ha convertido cada vez más en una herramienta, en un indicador de la persuasión política.
Para aprovecharse de los resentimientos raciales y captar a los votantes de raza blanca, los republicanos lanzaron mensajes codificados, algunas veces de manera estridente, y otras en forma más suave. Richard Nixon declaró una “guerra contra el crimen”. Ronald Reagan persiguió a las mujeres que, supuestamente, obtenían beneficios de la Seguridad Social de manera fraudulenta, a las que calificó, despectivamente, de “reinas del estado de bienestar”. George H.W. Bush conjuró el espectro del prisionero afroestadounidense Willie Horton, que violó a una mujer de raza blanca mientras estaba de permiso. A su vez, los demócratas trataron de instaurar una serie de medidas, entre ellas, leyes para impartir sentencias más severas, para demostrar que eran duros contra el crimen y competir por el voto de las personas de raza blanca. Hillary Clinton, en un comentario que muchas personas criticaron por su matiz racial, habló de “superdepredadores” y de la necesidad de “someterlos”.
Pero Trump es único en cuanto a la escala y la profundidad de su alusión a la identidad blanca, y a su campaña sostenida y con una gran carga racial de “hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”, la cual no tiene parangón en la historia política moderna.
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PREJUICIOS RACIALES
Antes de la elección de 2016, pocas personas se dieron cuenta de la cantidad de público que había para ese mensaje. De acuerdo con Ashley Jardina, especialista en ciencias políticas de la Universidad de Duke y dedicada al estudio de las personas de raza blanca y la política estadounidense, al menos 40 por ciento de las personas caucásicas admiten tener cierto grado de “identidad blanca”, un término ambiguo que existe dentro de un espectro. Los racistas que apoyan a los grupos de odio como el Ku Klux Klan son una pequeña minoría de estos llamados identificadores blancos, y forman cerca de 10 por ciento. El resto, afirma, usualmente están más impulsados por las fuerzas políticas y económicas. Además de la identidad blanca, el hilo común entre los identificadores blancos es un sentido de agravio.
“Cuando pensamos en los prejuicios raciales, pensamos en la antipatía hacia las personas de color, en una sensación general de animadversión”, dice Jardina. “Existe un subconjunto de personas en Estados Unidos que piensan que su raza blanca es importante para ellos y sienten que la composición demográfica del país está cambiando y que los privilegios y ventajas que poseen están siendo atacados. Esto no es lo mismo que decir ‘Simplemente, no me gusta la gente negra’”. La experta reconoce que existe una relación, “pero no es lo mismo, aunque las consecuencias de ambas actitudes en ocasiones puedan ser las mismas”.
Eddie Glaude, catedrático de religión de la Universidad de Princeton que escribe sobre temas raciales y política, se muestra menos generoso; considera a cualquier nivel de identidad blanca como racismo con otro nombre. “La identidad blanca es la creencia de que, debido al color de la piel de una persona, esta debe tener mayores beneficios que otras”, dice. “La sociedad se organiza alrededor de la creencia de que los blancos importan más que otros, y la identidad blanca entra en crisis cuando parece que esto ya no es así”.
Afirma que la identidad blanca es falaz debido a que no se deriva del tipo de discriminación histórica que han sufrido las mujeres, los gays y las personas de color. En otras palabras, los blancos siempre han dominado a la nación en el ámbito económico y político, y lo siguen haciendo, por lo que el hecho de proclamar su propia identidad blanca equivale a celebrar una condición supremacista.
Aunque el tema no llamó suficientemente la atención hasta que Trump fue electo, la población de identificadores blancos se ha mantenido relativamente estable durante los últimos nueve años, de acuerdo con datos de los Estudios sobre la Elección Nacional de Estados Unidos y otras fuentes analizadas por Jardina. (Esta especialista afirma que no hay suficientes datos nacionales sobre el tema antes de esa fecha). Sin embargo, dos importantes sucesos se combinaron para avivar ese sentimiento de pérdida de poder: la elección del primer presidente de raza negra en 2008, seguida por los muy difundidos resultados del censo de 2010, según los cuales, Estados Unidos se encontraba en un punto de inflexión demográfica. Cerca de la mitad de las personas nacidas en Estados Unidos pertenecían a alguna minoría, dijeron los analistas, lo cual ponía al país en vías de dividirse en “mayoría-minoría” en la década de 2040.
Aunque algunos expertos no están de acuerdo con ese pronóstico, y afirman que en el censo se contaron a algunas personas mestizas como no blancas aunque ellas podrían considerarse a sí mismas como blancas, la narrativa fue aprovechada por los medios conservadores, particularmente, por Fox News, que la grabó repetidamente en la imaginación pública. “Censo muestra que los bebés de raza blanca ahora son minoría”, se leía en el encabezado de un sitio web. Las búsquedas de los términos “privilegio blanco” y “genocidio blanco” en Google comenzaron a crecer en 2012, y actualmente muestran “un alza sin precedentes”, de acuerdo con Eric Kauffmann, catedrático de políticas del Colegio Birkbeck, en la Universidad de Londres, que publicó recientemente White Shift: Populism, Immigration and the Future of White Majorities (Cambio blanco: Populismo, inmigración y el futuro de las mayorías blancas).
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DIVISIONISMO POLÍTICO
Además de la percepción de la amenaza que plantea una creciente población minoritaria, las personas de raza blanca que no tienen educación universitaria enfrentaron un problema muy real: la muerte. Las personas que no tenían más que un diploma de secundaria estaban muriendo a un ritmo 30 por ciento mayor que los afroestadounidenses, muchos de ellos por “desesperación”, como escribieron en 2015 los catedráticos de Princeton Anne Case y Angus Deaton, economista galardonado con el Premio Nobel, es decir, fueron muertes atribuibles a las drogas, al alcohol y al suicidio.
La casa subyacente de los índices de mortalidad era la ruina económica. Durante los últimos 30 años, los salarios se han estancado y el sector de fabricación que impulsó al Medio Oeste de Estados Unidos ha sido destrozado: cerca de la cuarta parte de los estadounidenses trabajaban en empleos de fabricación en 1980; para 2016, apenas 8.5 por ciento lo hacía. Si esos empleos han sido “reemplazados”, lo han sido por empleos de servicios con bajos salarios. Mientras tanto, dos tercios del país carece del mejor boleto para salir de esa economía: un grado universitario.
El impacto de todo esto en la identificación partidista fue sorprendente: en 2007, los blancos se encontraban divididos, y 44 por ciento de ellos se autodenominaban demócratas, mientras que 44 por ciento se identificaban como republicanos, de acuerdo con el Pew Research Center. Pero para 2016, la diferencia se había ampliado 15 puntos, por lo que 54 por ciento se identificaban como republicanos.
Trump, con su promesa de “hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande” activó al equivalente político de una célula dormida. Dos tercios de las personas de raza blanca sin educación universitaria apoyaron al candidato republicano, el mayor margen en una elección presidencial desde1980, aunque sin el apoyo de los republicanos blancos y adinerados, es probable que no hubiera ganado la elección. No es de sorprender que los datos muestren una sólida correlación entre la “identidad blanca” y el apoyo al candidato que portaba la gorra roja de MAGA (Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande, por sus siglas en inglés). En un estudio reciente realizado entre personas de raza blanca que votaron por Barack Obama pero que después cambiaron de opinión para apoyar a Trump se encontraron altos niveles de hostilidad racial y xenofobia; los investigadores afirman que el hecho de que los demócratas se centraran durante el ínterin en los inmigrantes indocumentados y en la violencia policiaca contra los afroestadounidenses tuvo el efecto de “cambiar las percepciones del lugar al que las personas de raza blanca sienten que pertenecen”.
“Actualmente, la identidad blanca ya no es invisible. A eso se debe que hablemos acerca de ella en formas en que no lo hicimos durante mucho tiempo en la historia estadounidense”, afirma Jardina. “Pensemos en el mundo que existía entre el movimiento a favor de los derechos civiles y la elección de Obama, y en la forma en la que hablábamos sobre la raza. No hablábamos sobre las personas de raza blanca, porque su predominio y sus privilegios eran seguros”.
Envalentonados por el éxito de Trump, los candidatos republicanos ampliaron los límites de la emisión de mensajes raciales y étnicos durante la elección intermedia. Ejemplos: en Indiana, Mike Braun, candidato republicano al Senado, apodó al candidato demócrata “México Joe” Donnelly y ganó. En Tennessee, la republicana Marsha Blackburn ganó tras afirmar que su oponente “atraía a inmigrantes ilegales” al estado. En la contienda por la gubernatura de Florida, el candidato republicano Ron DeSantis imploró a los votantes que “no metieran mano negra” en la elección al elegir a Andrew Gillum, quien habría sido el primer mandatario estatal de raza negra en ese estado.
La propia campaña de Trump cerró la elección con un punto antiinmigración considerado tan racista que hasta Fox News lo suprimió. “¿Saben ustedes qué soy? Soy un nacionalista, ¿sí? Soy un nacionalista”, dijo el presidente a una enardecida multitud en un mitin realizado en Texas. “¡Nacionalista! ¡Usen esa palabra! ¡Usen esa palabra!” Trump no usó (o dejó fuera) la palabra blanco.
Sin embargo, los demócratas contraatacaron. El partido nominó a un número récord de 180 mujeres candidatas en la elección primaria de la Cámara, y a 136 personas de color. Por primera vez, los varones de raza blanca eran una minoría en el grupo de candidatos demócratas. Los temas principales de su campaña fueron la atención a la salud, la educación y el empleo, así como la resistencia a Trump, y no tanto la inmigración, aun cuando los republicanos alimentaron el temor de la “caravana”. El resultado: los republicanos perdieron 40 escaños y su mayoría en la Cámara. Cerca de la mitad de esos distritos habían votado a favor de Trump por encima de Clinton en 2016. De manera notable, ocho de ellos se localizaban en el Medio Oeste industrial, el denominado muro azul que favoreció a los republicanos dos años antes. Quizás lo más importante haya sido que los demócratas triunfaron en las contiendas estatales para elegir gobernador en Michigan y Wisconsin, así como el Senado en Ohio, en parte al reducir a la mitad la ventaja de los republicanos entre los varones de raza blanca sin educación universitaria.
Trump calificó a los resultados de la elección intermedia como “un tremendo éxito”. De cualquier forma, los republicanos sintieron claramente el golpe. En enero, cuando el representante Steve King incendió su carrera al preguntar cómo fue que términos como “nacionalista blanco” y “supremacista blanco” se habían “vuelto ofensivos”, los líderes republicanos condenaron rápidamente sus comentarios. Su acción fue notable, dado que habían pasado por alto durante más de una década el gran número de declaraciones racistas y asociaciones dudosas del congresista; apenas el año pasado, apoyó a un candidato canadiense relacionado con el movimiento neonazi.
La autoridad moral recayó en el senador Tim Scott de Carolina del Sur, el único miembro de raza negra del partido republicano en el Senado. “Algunas personas de nuestro partido se preguntan por qué los republicanos son acusados constantemente de racismo”, escribió en The Washington Post. “Se debe a nuestro silencio cuando se dicen cosas como esta”.”
Entonces, la diversidad gana, ¿verdad? No vayamos tan rápido.
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SE BUSCA CANDIDAT@
A pesar de todo lo que se dijo sobre la derrota de los demócratas, no hubo ningún mensaje claro para para la elección intermedia. En efecto, la nueva Cámara es históricamente femenina y diversa. Pero en ocho distritos obreros de raza blanca de la Cámara en Minnesota, Pennsylvania y Michigan, donde los demócratas les arrebataron escaños a los republicanos, todos los ganadores fueron de raza blanca. Haley Stevens, que trabajó en el gobierno de Obama para rescatar a la industria automotriz y encontrar empleos para los trabajadores despedidos, les quitó a los republicanos el onceavo distrito del Congreso en Michigan después de medio siglo. Pero pronto se distanció de sus colegas progresistas en febrero, cuando se le cuestionó sobre lo que un votante consideraba como antisemitismo por parte de sus compañeros de primer año de escuela, que estaban a favor de Palestina.
El onceavo distrito de Michigan y los otros siete distritos del Medio Oeste que arrebataron a los republicanos son precisamente el tipo de lugares que los demócratas querrán quitarle a Trump en 2020. Pero ahora, los demócratas deben decidir si deben descartar a los identificadores blancos que captaron el mensaje racial de Trump, o si tratarán de ganarse a algunos de ellos, como lo hizo Obama. Quienes piensan que los demócratas no los necesitan, tienen en cuenta a las poblaciones rápidamente cambiantes de estados como Arizona, Georgia y Texas. Otros ven un problema aritmético básico: a pesar de lo mucho que está cambiando el país, los votantes obreros de raza blanca seguirán siendo casi la mitad del electorado en 2020. Y se concentran en los estados del Medio Oeste, considerados muy importantes para el éxito demócrata desde hace mucho tempo.
Todo esto ha llevado a los demócratas a hablar, principalmente en susurros, acerca de la raza y de a quién deben nominar de entre un conjunto de posibles candidatos derivados de una elección primaria atestada y diversa. “Pienso que lo mejor es que sea un varón de raza blanca”, señaló Michael Avenatti, el fugaz aspirante a la Casa Blanca y belicoso abogado de la actriz del cine para adultos Stormy Daniels el año pasado, en una entrevista con la revista Time. “Y no lo digo porque quiero que sea un varón de raza blanca. Lo digo debido a las realidades de la situación. Si los demócratas nominan a alguien que no sea un varón de raza blanca al inicio de la lista de candidatos, perderán esa elección. Apuesto lo que sea”.
¿Por qué? “Es distinto cuando es un varón de raza blanca quien presenta los argumentos. Éstos llevan más peso”, dijo. “¿Deberían tener más peso? Absolutamente no. ¿Pero lo tienen? Así es”.
Avenatti se retiró de la contienda tras una acusación de violencia doméstica (él lo negó y no fue acusado por los fiscales), pero el senador Bernie Sanders tocó un tema similar tras la elección intermedia, diciendo que los votantes de Florida y Georgia estaban cada vez más preocupados con los candidatos demócratas de raza negra para la gubernatura en medio de los ataques raciales proferidos por sus opositores republicanos. “Hay muchos tipos blancos ahí afuera que no son necesariamente racistas y que se sienten incómodos por primera vez en su vida sobre si deberían votar o no por un afroestadounidense”, declaró a The Daily Beast.
Otros se mostraron menos directos. “En este momento, no veo a nadie… al hombre que pueda derrotar a Trump o a la mujer que pueda derrotar a Trump”, declaró a The Sunday Times el cantor de la clase trabajadora blanca Bruce Springsteen. “Se requiere a alguien que pueda hablar parte del mismo lenguaje [de Trump]… Y los demócratas no tienen a ningún candidato presidencial evidente y efectivo”.
Cuando los partidarios del ex vicepresidente Joe Biden indican que él es el único posible contendiente capaz de atravesar el muro blanco de Trump, en realidad piensan lo mismo. Y aunque Biden no lo ha anunciado, su círculo íntimo filtro en enero la noticia de que Biden pensaba que no había visto “al candidato que claramente pueda hacer lo que debe hacerse para ganar”.
Esta evaluación, desde luego, es nueva para el conjunto de candidatos más diverso que el partido haya visto jamás. “Es bastante insultante para las personas de raza blanca”, declaró a Vanity Fair la senadora Kamala Harris de California. “Las personas parecen tener la necesidad de encajar a otras personas en esos discretos y pulcros compartimientos de su cerebro. Esto subestima la inteligencia del pueblo estadounidense. Es realmente un error suponer, con base en el género o la raza de una persona, que solo le importan ciertos temas, excluyendo otros”.
Los demócratas señalan que Obama ganó dos períodos en la Casa Blanca con la ayuda de las personas de raza blanca de la zona industrial del Medio Oeste. Por otra parte, Mitt Romney, el oponente republicano de la contienda de 2012 no emprendió una campaña basada en cuestiones raciales; ambos candidatos discutieron en gran medida sobre la economía. Con Trump, la raza siempre está al frente y al centro, ya que él apela al sentimiento de identidad blanca de los votantes, así como a su indignación y a su resentimiento. Asimismo, dirige el tema de la inmigración a las personas de raza blanca más pobres como un tema divisivo relacionado con la clase social.
“Los políticos y donantes más ricos presionan a favor de las fronteras abiertas mientras viven su vida detrás de muros, puertas y guardias”, dijo Trump en su discurso sobre el Estado de la Unión. “Mientras tanto, los estadounidenses de la clase trabajadora pagan el precio de la inmigración ilegal masiva: menos trabajos, menores salarios, escuelas saturadas, hospitales tan atestados que es imposible entrar, más crímenes y una red de seguridad social agotada”.
Esos argumentos hacen eco en votantes como Eric Ash, el pastor demócrata transformado en republicano de la Iglesia Luterana Evangélica Monte de los Olivos de Beaver Falls, Pennsylvania, que forma parte de un distrito del Congreso indeciso. Al igual que muchas de las personas que viven en las decadentes ciudades acereras del este de Pittsburgh, él votó por Obama en 2008. Más tarde, cambió su registro y votó por Trump en 2016, principalmente, dice, debido a sus preocupaciones sobre el aborto legal. Ese apoyo ayudó a darle al magnate de los bienes raíces el tipo de márgenes desiguales y de dos dígitos que le hicieron ganar Pennsylvania (Romney ganó en Beaver County en 2012, pero solo por 6.5 puntos).
“Yo diría que apoyo el muro fronterizo, pero con reservas”, declaró Ash a Newsweek. “Comprendo por qué las personas en dificultades desean venir aquí, como lo hicieron mis ancestros hace 100 años. Pero si otorgamos la ciudadanía a personas que no respetan la ley, esto recompensa a quienes violan la ley y penaliza a aquellas personas que [siguen] la ley al pie de la letra”.
Ash dice no percibir una sensación de solidaridad con otras personas de raza blanca, pero conoce a personas de su comunidad que sí lo hacen, y esa afinidad influirá en su decisión de voto en 2020. “Para ellos, el candidato probablemente tendrá que ser un varón de raza blanca”, afirma Paul, otro votante de Beaver County que pidió no mencionar su apellido para que pudiera hablar libremente. “Ellos asocian a los varones de raza blanca con la prosperidad que teníamos en el pasado”. Este director corporativo votó en 2016 por Gary Johnson, el candidato del Partido Libertario, y afirma que no toma en cuenta la raza, pero piensa que su comunidad sí lo hace. “Tristemente, muchas personas piensan que ´hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande’ significa que Papá se va a trabajar y Mamá se queda en casa cocinando, y creo que queda implícito que se trata de una familia de raza blanca”.
EL MENSAJE IMPORTA
¿Acaso los demócratas necesitan a esos votantes? De nueva cuenta, la respuesta es complicada. El estratega político Matt Morrison, director ejecutivo de Working America, la rama de organización comunitaria de la Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO, por sus siglas en inglés) ha dedicado gran parte de la última década a tratar de averiguarlo, supervisando entrevistas con 800,000 estadounidenses de raza blanca y clase trabajadora. Al igual que Ashley Jardina en sus estudios de los identificadores blancos, Morrison divide a los partidarios de Trump en dos categorías amplias: los “resentidos sociales” o verdaderos racistas, con cuyos puntos de vista hay poco que hacer. Por otro lado, están los que denomina “entre desinteresados y desligados” de raza blanca, que podrían responder o no a los mensajes con tinte racial, pero que ciertamente se sienten atraídos por las ideas económicas de Trump. Afirma que el segundo grupo debería ser el objetivo principal de los demócratas. “Si no se llega a esta población, será blanco fácil de los mensajes de resentimiento racial”, afirma Morrison.
Y el mensaje demócrata es tan importante, si no es que más, que el propio mensajero, añade Morrison, que menciona el hecho de que en noviembre se eligió en Michigan a una mujer gobernadora, Gretchen Whitmer, con la mayor proporción y el mayor número total de votos de cualquier candidato demócrata a la gubernatura de ese estado en la última década. El eslogan de campaña de Whitmer, “Arreglen los malditos caminos”, fue el tipo de mensaje informal que, de acuerdo con los estrategas, puede superar a los mensajes con tintes raciales.
“No podemos permitir que se nos perciba como personas que tratan de imponer a otras los valores de la costa, valores urbanizados o valores distintos”, dice Morrison. “Pero nada en nuestra experiencia nos dice que no puedes ir con un votante blanco de clase obrera y hablarle sobre el movimiento Black Lives Matter y de cómo GM obtuvo una gigantesca rebaja fiscal por cerrar la cadena de suministro de la industria de fabricación en Ohio. Simplemente necesitamos políticos que puedan alojar ambos pensamientos en su cabeza”.
Algunas personas señalan a Sherrod Brown de Ohio, un posible contendiente demócrata a la Presidencia que ganó un tercer período en el Senado el año pasado, en medio de una oleada republicana en su Estado. “Los demócratas no tienen que decidir si nos oponemos al racismo o si luchamos por un programa económico que resulte atractivo para todos los trabajadores. Tenemos que hacer ambas cosas”, declaró Brown a Newsweek. “Y tenemos que nominar a un candidato con sólidos antecedentes de lucha a favor de los trabajadores de todas las razas”.
Este enfoque, que consiste en abordar temas de justicia social a través de la óptica de la economía, es el que tomó Obama en 2008, cuando manifestó su oposición a las indemnizaciones para los afroestadounidenses. En su momento, declaró a la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés) que, aunque le preocupaba el legado de la esclavitud y las leyes de Jim Crow, también le preocupaba que tales pagos pudieran utilizarse como “una excusa” para que el gobierno dejara de aplicar las leyes contra la discriminación en el trabajo, la vivienda y la educación. “Me interesa mucho más… cómo hacer que todos los niños vayan a la escuela”, dijo Obama. “Cómo asegurarnos de que todos tengan un empleo. Cómo asegurarnos de que todos los adultos mayores puedan jubilarse con dignidad y respeto”.
En 2016, Clinton y Sanders mantuvieron posturas similares. Pero desde entonces, el partido se ha desplazado a la izquierda, y algunos de los principales contendientes para 2020 están revisando las indemnizaciones y otras propuestas relacionadas con la raza, entre ellas, las ayudas de vivienda, la atención infantil universal y las cuentas de ahorros financiadas por el gobierno para los niños de bajos ingresos. “Debemos decir honestamente que la gente de este país no comienza desde el mismo lugar ni tiene acceso a las mismas oportunidades”, dijo Harris en el programa de radio The Breakfast Club. “Hablo en serio cuando digo que debemos asumir un enfoque que cambiaría las políticas y las estructuras y que realice inversiones reales en las comunidades de personas de raza negra”.
Los demócratas, señala Glaude de Princeton, tratan de implementar acertadamente políticas de justicia y equidad racial. “Por el hecho de ser quien soy, estoy sujeto a un tipo particular de daños y perjuicios”, dice, “y tengo que organizarme alrededor de la forma en que los demás me preciben, como una forma de responder a la manera específica en que soy atacado”.
Esto podría alentar a la base progresista, y hay un ala en el partido que piensa que los demócratas pueden ganar la presidencia sin los blancos agraviados. Steve Phillips, fundador de Democracy in Color, es uno de los estrategas y líderes de opinión que afirman que una coalición de jóvenes estadounidenses, personas de color y gente progresista de raza blanca puede ir por sí sola. “Lo que el señor Obama demostró dos veces”, escribió en un artículo de opinión de The New York Times después de la elección intermedia, “es que esto funciona en suficientes lugares como para llegar a la Casa Blanca”.
Los demócratas de la actualidad hablan sobre el botín político que representa el llamado Cinturón del Sol, el área que se extiende del sureste al suroeste de Estados Unidos, una zona que cambia rápidamente, pero los críticos señalan que esta estrategia es arriesgada; Obama perdió dos veces en Arizona y Georgia y ganó en Carolina del Norte solo una vez, en 2008. Clinton perdió en los tres estados en 2016.
Mientras tanto, los republicanos siempre están ansiosos de utilizar la llamada política de identidad de la izquierda en contra de esta última. Al igual que el tema de los sanitarios de género neutro, no hay ninguna duda de que el asunto de las indemnizaciones enardecerá no solo a los conservadores, sino también a los identificadores blancos, que ya se sienten resentidos por la pérdida de poder que perciben. En 2014, en una encuesta de YouGov se encontró que la mitad de los estadounidenses de raza blanca pensaban que la esclavitud “no constituía un factor en absoluto” en el hecho de que las personas de raza negra tuvieran un patrimonio promedio menor; solo 6 por ciento apoyaba los pagos en efectivo a los descendientes de esclavos.
“Quiero que hablen del racismo todos los días”, declaró Steve Bannon, antiguo estratega de Trump, a The American Prospect, refiriéndose a los demócratas, en 2017. “Si la izquierda se centra en la raza y la identidad, y nosotros abordamos el nacionalismo económico, podremos aplastar a los demócratas”.
Por supuesto, ambas opciones no son mutuamente excluyentes. Trump también utiliza los temas de la raza y a la identidad en un país que, debido en parte a que él asumió el rol de canalizador de la ira de los varones de raza blanca, parece más dividido precisamente por esos temas. De acuerdo con una nueva encuesta realizada por el Instituto de Investigación sobre la Religión Pública y The Atlantic, los miembros de ambos partidos políticos ven a la diversidad desde puntos de vista muy distintos.
Se pidió a los encuestados que se colocaran en una escala que medía su apoyo a la diversidad racial y étnica en Estados Unidos. Los porcentajes más bajos de estadounidenses de ambos partidos estuvieron de acuerdo con la frase “Preferiría que Estados Unidos fuera una nación compuesta principalmente por personas cuyos ancestros sean originarios de Europa Occidental”. Sin embargo, mientras que 65 por ciento de los demócratas estuvieron de acuerdo con la frase “Preferiría que Estados Unidos fuera una nación compuesta por personas de todo el mundo”, solo 29 por ciento de los republicanos pensaron lo mismo. En cambio, cerca de 56 por ciento de los republicanos se colocaron entre ambas opciones. Las personas de raza blanca fueron el grupo con menores probabilidades de desear la diversidad, y solo 44 por ciento de ellos preferiría que Estados Unidos estuviera compuesto de “personas de todo el mundo”. Otro 42 por ciento decía querer algo intermedio.
Mientras ambos partidos se preparan para la campaña de 2020, el resultado de la elección revelará cuál de estas cosmovisiones es la más estadounidense.