Los pastores nómadas de Mongolia y su profunda relación con el espíritu de la tierra ofrecen un fugaz vistazo a una libertad sin paralelo.
Fotografías: Frédéric Lagrange
Quedan pocos lugares en la Tierra donde sea posible viajar mil kilómetros sin toparse con un McDonald’s. Uno de esos sitios es Mongolia, un país cuyo tamaño es el doble del de Texas, en el que los pastores nómadas siguen viviendo como lo han hecho durante siglos. “No hay cercas, no hay fronteras”, señala Frédéric Lagrange, un fotógrafo francés que dedicó 17 años a narrar los movimientos estacionales de los pastores mongoles de reses y renos. “Es posible caminar de un extremo a otro del país sin que nada te detenga. Es la libertad absoluta”.
La excepción es Ulaanbaatar, la capital de Mongolia, que es actualmente la ciudad capital más contaminada del mundo, donde vive aproximadamente 45 por ciento de los tres millones de habitantes de ese país. Mongolia recuperó su autonomía en 1990, realizó la transición para convertirse en una nación democrática después de casi 70 años de gobierno soviético, y el capitalismo ha explotado en la ciudad. En esta es posible encontrar centros comerciales, cafés internet y embotellamientos de tránsito.
Los mongoles transitan en forma fluida entre ambos mundos, manteniendo su profundo apego a un pasado que se remonta hasta Genghis Khan, el guerrero del siglo XIII que fundó el mayor imperio contiguo que el mundo ha conocido jamás. Al igual que Khan, “son un pueblo bravo”, afirma Lagrange, cuyo libro, Mongolia, se publicará en este mes de noviembre (Damiani).
Y, sin embargo, dondequiera que Lagrange iba, encontraba calidez y hospitalidad. “En cada ger, o yurta (vivienda) mongola, siempre hay una cama y un plato adicional”, dice. Para los habitantes, es una manera de conocer personas y obtener noticias del otro lado del país. Es casi obligatorio alojar y ayudar a otras personas”. Las largas noches, empapadas en vodka, transcurren contando historias y cantando canciones, muchas de las cuales honran las glorias de Khan.
A pesar de ser una zona muy agreste, Lagrange ha llegado a amar el paisaje mongol; las onduladas y rocosas colinas y las planicies que se extienden hasta donde alcanza la vista. Ese tranquilo panorama produce “un estado de meditación”, que él no ha encontrado en ningún otro lugar. “Hace que toda emoción, que todo momento, sean mucho más poderosos”.
Mongolia, el libro de Frédéric Lagrange, está ya a la venta y puede adquirirse en FredericLagrange-Mongolia.com
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek