Según la mitología, la diosa Pele, en un ataque de celos e ira, transformó al hombre que amaba en un nudoso árbol perenne llamado ohia. Esa es la trágica historia del hermoso árbol que, en sus muchas formas, constituye la mayor parte de la bóveda boscosa de Hawái. (También crece como un arbusto o planta epífita, es decir, como un árbol que crece en otros árboles). Sería difícil imaginar a este archipiélago sin los ohia, pero a algunas personas les preocupa que ese día pueda llegar.
Pocas personas se preocuparon cuando los ohia comenzaron a morir por una plaga en 2010. Sin embargo, en años recientes, la “muerte rápida de los ohia”, como se conoce a la enfermedad, se ha diseminado en más de 135,000 acres de la Gran Isla y saltó a la isla cercana de Kauai. Científicos y funcionarios públicos han emprendido ahora un esfuerzo desesperado para detener la enfermedad y salvar la cúpula boscosa, junto con la enorme variedad de flora y fauna que dependen de ella.
No será fácil. El culpable es un enemigo formidable: dos especies de hongos desconocidos hasta ahora, que aparentemente llegaron a la isla mediante unas esporas de origen misterioso. Lisa Keith, patóloga forestal del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, identificó los hongos en 2014. “En ese entonces, eran misteriosos”, dice, “y lo siguen siendo”.
No hay un tratamiento a la vista. En su lugar, los funcionarios se centran en la contención. Los hongos matan al árbol desde dentro al obstruir sus conductos de agua, haciendo que las hojas se marchiten y liberando nuevas esporas. Para cuando los árboles lucen enfermos, ya es demasiado tarde. En agosto pasado, en lo que podría considerarse un acto desesperado, el Parque Nacional Volcánico de Hawái se asoció con grupos privados y laboratorios federales de investigación para ofrecer un premio de 70,000 dólares a quien pudiera desarrollar herramientas de detección temprana.
Greg Asner podría ser uno de los punteros para obtener el premio. Ecologista del Instituto Carnegie para la Ciencia, construyó un dispositivo que puede detectar a los árboles infectados antes de que muestren síntomas. Este científico utiliza un rayo láser desde un avión para delinear a los árboles sobre los cuales pasa, así como un espectrógrafo para medir el color preciso de la luz que se refleja en las hojas. Resulta que la presencia de los hongos modifica ligeramente el color de las hojas en una forma que puede ser detectada por el dispositivo de Asner.
En meses recientes, su equipo y varios directores del bosque han aislado árboles individuales a partir de los datos de Asner para determinar cuáles de ellos presentan la marca química que indica la liberación inminente de esporas. Después, se ordena su tala antes de que infecten a los árboles vecinos. El método es costoso (Asner solo obtiene fondos para realizar un vuelo al año), y sería útil obtener actualizaciones más frecuentes.
Si la estrategia de contención fracasa, los científicos consideran la posibilidad de propagar variedades de ohia que son inherentemente resistentes a las infecciones. Asimismo, un consorcio del gobierno y grupos sin fines de lucro está construyendo un banco de semillas, en caso de que se requieran para una reforestación.
Este es solo el inicio de una batalla que, probablemente, durará muchos años, afirma Asner. Pero él está decidido a seguir luchando. “Uno obtiene motivación”, dice, “cuando ve que su bosque nativo está muriendo”.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek