por Marie Giffard
Desde que estuvo “sepultada” bajo una montaña de cuerpos en la sala de conciertos parisina Bataclan, Laura Levêque tenía la “impresión de llevar sobre sus hombros el peso de 130 cadáveres”. Así que “¿por qué no inscribirlo en la piel?”
Al igual que ella, docenas de sobrevivientes de los atentados de París del 13 de noviembre de 2015 se tatuaron para “nunca olvidar” y “volver a aprender a vivir”.
“Estuve empapada en sangre y carne. Los muertos se filtraron en mí”, dijo a la AFP. Pero los tatuajes han ayudado a esta mujer de 32 años a “recuperar su cuerpo” y a “transformar el horror en algo hermoso”.
Ahora, tiene un enorme cuervo en el hombro, un eclipse, una serpiente que se muerde la cola, que simboliza el “ciclo de la vida”, y “flores que crecen en un campo de batalla”.
Tres meses después de la matanza a la que sobrevivió con apenas 19 años, Nahomy Beuchet exhibe en su brazo un dibujo del Bataclan, la fecha del ataque y las palabras “Peace, Love, Death Metal”.
Ese es el título de un álbum de Eagles of Death Metal, la banda californiana que tocaba en el Bataclan cuando entraron los atacantes que masacraron a 90 personas.
Para el joven de 21 años, para el que ahora el tiempo es “un poco abstracto”, el tatuaje es como “un ancla histórica”, explica.
‘Mi cicatriz’
“Es mi cicatriz”, dice Manon Hautecoeur sobre el león y el lema de París “Fluctuat nec mergitur” (“Batida por las olas pero no hundida”) que exhibe en su brazo.
“Cuando tus heridas son ‘solo’ psicológicas, tienes la impresión de no ser realmente una víctima porque no tienes lesiones físicas”, explica esta veinteañera que estaba cerca del restaurante Petit Cambodge, que también fue blanco de las balas de los terroristas.
David Fritz Goeppinger, que sobrevivió al Bataclan, siente lo mismo. “No tenía una herida. Necesitaba algo”, cuenta este joven de 25 años que lleva grabado en su brazo en números romanos la fecha de esa noche fatídica.
Alexandra, una superviviente que prefirió no dar su apellido, recibió un disparo en el codo en el bar Carillon, frente al Petit Cambodge. Después de que le extrajeran la bala insistió en tatuarse el emblema de París cerca de su cicatriz.
Estas mismas palabras están marcadas desde julio en el brazo de Rubén, que pasó seis meses hospitalizado. “Quería marcarlo pero sin que fuese un letrero que dijera ‘Estuve en el Bataclan'”.
“El tatuaje es una forma de cambiar de piel, de metamorfosearse”, explica David Le Breton, un sociólogo especializado en arte corporal. Permite a las personas “reapropiarse de la tragedia, honrar a los muertos y marcar el haber pasado cerca de la muerte”.
Un fénix apareció tras el 13-N en el brazo de Stéphanie Zarev, de 44 años, donde fue alcanzada por metralla. Una “necesidad de marcar la piel” que “le recuerda que a pesar del horror de esa noche, todavía hay cosas bellas por vivir”.
‘Iluminar mis heridas’
Sophie recibió dos balas en su pierna y ahora no puede mover el pie. Se cubrió el muslo con una enorme Catrina, una de las representaciones de la muerte más conocidas en México y que se han popularizado en todo el mundo. Y añadió un girasol en su pie.
“No quería sublimar mis heridas, quería iluminarlas”, sonríe esta morena de 33 años.
Maureen, que está trabajando en la creación de un álbum de fotos sobre tatuajes con el grupo de sobrevivientes de Life for Paris, se tomó un tiempo antes de decidirse a marcar su piel. Desde hace poco, lleva en su torso escrito “Sobrevivir: renacer, crecer y morir MÁS TARDE”.
Floriane Beaulieu nunca olvidará la suerte que tuvo de salir viva del Bataclan, razón por la cual escogió tatuarse un “trébol de cuatro hojas, una paloma y la palabra ‘esperanza’ escrita dentro de un signo de infinito”.
“Era viernes 13, eramos 13 amigos en la sala, y todos salimos vivos”, cuenta Ludmila Profit. Esta chica de 24 años tenía ya un trébol tatuado detrás de la oreja. Después del ataque, le añadió el número 13 y la palabra ‘Fuck’, para decir “a la mierda a los terroristas” y mostrar su “orgullo de poder vivir por aquellos que ya no están aquí”.
Aquellos que perdieron a familiares o amigos también han pasado por la aguja. Florence Ancellin se tatuó una zanahoria en el tobillo, el apodo de su hija Caroline, que tenía 24 años cuando murió en el Bataclan.
Los tres hijos de Maryline Le Guen, que tenían entre 15 y 29 años, estaban todos en el concierto. El mayor, Renaud, nunca regresó a casa. Un mes después, sin decir nada a nadie, se hizo tatuar su nombre, “para tenerlo siempre a mi lado”.