Escena 1: Amanecer, un refugio de caza privado en Sudáfrica.
Diez tipos de Long Island, Nueva York, armados y equipados costosamente, se dirigen a la espesura para cazar al rey de las bestias. A lo largo de nueve días, diez leones criados en cautiverio serán transportados a una reservación privada bajo sedación, donde los liberarán para dar tumbos por un hábitat que nunca han visto.
Los cazadores viajan en jeeps hasta el lugar; luego, trepan árboles y apuntan a los animales desorientados con armas automáticas de gran potencia. Las balas que vuelan por doquier, y los aterrorizados leones –aún dopados y acostumbrados a recibir comida de manos humanas desde su nacimiento- son presa del pánico. Se refugian contra las vallas o intentan meterse en madrigueras de facóqueros, pero no tienen escapatoria. Muy pronto, cada uno de esos estadounidenses blancos regresará a su país con una cabeza de león como trofeo. Y las lesiones más graves que habrán sufrido serán asoleadas y resacas.
Escena 2: Noche de luna, exteriores del Parque Nacional Kruger, la reservación pública de animales de caza más grande de Sudáfrica.
Dos hombres negros se mueven a hurtadillas entre la alta hierba siguiendo el rastro de un rinoceronte. Uno dispara; la enorme bestia cae y el compañero del tirador corta el cuerno rápidamente. El dúo se aleja a toda carrera, dejando atrás un rinoceronte grotescamente mutilado, aunque posiblemente vivo. Ese cuerno les reportará suficiente para comprar un auto y un televisor, y también servirá para que sus hijos vayan a la secundaria. Siguen corriendo, abriéndose paso entre la maleza, donde hipopótamos y elefantes a menudo matan a los humanos y donde leones y leopardos merodean entre las rocas. Su objetivo: saltar una de las grandes cercas que demarcan las tierras privadas y públicas antes de que soldados mercenarios blancos, dotados con gafas de visión nocturna, puedan cazarlos y matarlos.
3,000 DÓLARES EL MEDIO KILO
Los anuncios empiezan a aparecer varios kilómetros antes de llegar al parque Kruger: “Los cazadores ilegales serán cazados”. Otro letrero previene a los cazadores furtivos analfabetas con la imagen de un rinoceronte vivo sin su cuerno: “Zona descornada” (algunos propietarios de reservaciones cortan los cuernos para desalentar la cacería ilegal).
Los Cinco Grandes, los animales emblemáticos de África, codiciados por los cazadores de trofeos, incluyen al león, el rinoceronte, el elefante, el búfalo de El Cabo y el leopardo. Sin embargo, el rinoceronte, en peligro de extinción, se ha convertido en un símbolo poderoso de la espantosa desigualdad que impera entre blancos y negros en la Sudáfrica posapartheid.
El linaje del rinoceronte se remonta a un pariente gigantesco que merodeara los exuberantes pastizales africanos hace 30 millones de años. “Es un milagro que aún exista este idiota prehistórico”, escribió T. Murray Smith, expresidente de la Asociación de Cazadores Profesionales de África Oriental. Durante miles de años, millones de descendientes de aquella bestia primigenia rondaron los pastizales de Asia y África, pero hoy quedan menos de 20,000 individuos en estado salvaje. Sudáfrica es hogar de 79 por ciento de los rinocerontes del planeta, y la mitad de ellos vive en el parque Kruger. Las poblaciones de rinoceronte del parque, y en todo el mundo, se desplomaron desde que explotó la demanda asiática de cuernos, hace unos 10 años, cuando un general vietnamita declaró que el polvo del cuerno lo había curado del cáncer. El cuerno de rinoceronte se vende en 3,000 dólares el medio kilogramo, razón por la que los cazadores furtivos se convierten en reyes de aldeas que carecen de agua corriente o electricidad.
El apartheid sudafricano terminó en la década de 1990, mas los líderes negros –desde Nelson Mandela hasta el actual presidente, Jacob Zuma- no han podido acabar con el apartheid económico. Los blancos son dueños de más de 80 por ciento de las tierras sudafricanas, y la lentitud del cambio ha permitido que líderes políticos radicales como Julius Malema –quien clama por el reclamo de las tierras negras- conquisten muchos seguidores, y aterroricen a la minoría blanca que posee las tierras. Malema ha hecho carrera atizando la rabia, al extremo de que, en 2012, el partido gobernante, el Congreso Nacional Africano, lo expulsó de sus filas por interpretar, en público, una canción africana proscrita que incluye la frase “Dubula iBuni” (“Maten a los boer”).
Los colonizadores blancos crearon el parque Kruger en 1898, declarándolo terra nullius (tierra vacía) e ignorando la propiedad indígena, los derechos de caza, así como los cementerios ancestrales. En breve, las viejas tradiciones animistas tribales se volvieron obsoletas en los barrios urbanos marginales y en las aldeas comunales, donde los únicos animales que encuentran los negros sudafricanos son perros sarnosos. Durante el apartheid, algunos aldeanos locales aún podían cazar en tierras aledañas a Kruger que no habían sido reclamadas, pero en 1993, el año que puso fin al apartheid, el gobierno sudafricano instituyó la Ley contra el Robo de Presas, decretando que cualquiera que fijara linderos en las tierras que albergaran animales salvajes sería el propietario de hecho, así como de los animales que estuvieran en ellas. De la noche a la mañana, aparecieron largas filas de cercas electrificadas demarcando cientos de kilómetros de territorios de animales salvajes, recién privatizados. Y generaciones de hombres y niños negros de las zonas rurales quedaron aislados de un rito de paso tradicional: la caza de un animal salvaje. Tribus cuyos antepasados habrían matado un búfalo de El Cabo al morir su jefe, a fin de sepultarlo con la piel del animal, hoy no pueden costear las licencias de caza que los cazadores de trofeos compran por decenas o hasta cientos de miles de dólares. Y muchos ni siquiera pueden permitirse los 5 dólares de la tarifa para ingreso diario por adulto en el parque Kruger.
Hoy día, la extinción amenaza a muchas especies de caza, y la demanda de turistas y cazadores ricos para acceder a ellas va en aumento. Esto significa que cada animal salvaje puede representar hasta un millón de dólares para un terrateniente blanco, y los huéspedes de los alojamientos para cazadores pagan grandes sumas no solo para ver un par de jirafas y elefantes, sino todos los animales. Esto se traduce en que los refugios de caza necesitan tener más animales cerca de la propiedad, de modo que los terratenientes distribuyen comida para atraer grandes felinos y herbívoros a una distancia suficiente para observarlos, y contratan ejércitos de mercenarios para proteger a los animales.
Sin embargo, dichos mercenarios, en su mayoría blancos, están cazando a los cazadores ilegales, casi todos negros. Es así como los animales más jurásicos que deambulan hoy por la Tierra terminaron envueltos en una guerra de razas cada vez más sangrienta.
CAZADORES: Viajan en jeeps hasta el lugar; luego, trepan árboles y apuntan a los animales desorientados con armas automáticas de gran potencia. FOTO: JAMES OATWAY/SUNDAY TIMES/GALLO/GETTY
MUERTE AL AMANECER, O EN EL CREPÚSCULO
En la década de 1930, sentado bajo un árbol durante un safari africano de tres meses, Ernest Hemingway hizo esta anotación para sus memorias “Verdes colinas de África”: “Siempre esperaba morir por una u otra cosa y, la verdad, ya no me importaba”.
Los animales emblemáticos africanos siempre han inspirado temor y valor a hombres blancos como Papa Hemingway. Pasar la noche cerca de ellos en la espesura, escuchar sus gritos, rugidos y gruñidos, estar lo bastante cerca para olerlos, o verlos cara a cara al amanecer o al atardecer es una emoción primordial imposible de experimentar en las ciudades o en tierras de cultivo.
Un breve encuentro con la naturaleza “roja de diente y garra” es, posiblemente, el mayor de privilegio blanco que comercializa África. Turistas y cazadores de trofeos pagan 80 mil millones de dólares anuales para fotografiar –y, por una prima, para matar- a las grandes bestias de África. Los hijos del presidente de Estados Unidos, Donald Trump Jr. y Eric Trump, son ávidos cazadores de trofeos que han publicado en línea sus autocomplacientes selfis con cadáveres de los Cinco Grandes. Sin embargo, la caza de trofeos moderna –leones criados en jaulas, y estadounidenses ricos que les disparan desde vehículos en movimiento- apenas se parece a los safaris que cautivaron a Hemingway. En la actualidad, el mayor peligro es una indigestión después de visitar demasiadas veces las atiborradas mesas del bufet en un exclusivo refugio de cazadores.
Pero mientras jirafas, cebras, elefantes, leones, babuinos y facóqueros acechan, trepan y trotan por la meseta africana, lo que turistas y cazadores rara vez encuentran en un safari es un negro sudafricano. Estos individuos trabajan en los hoteles, aunque a veces algún “rastreador” negro se instala en el asiento elevado sujeto al techo del camión de safari para rastrear a la vieja usanza, como se hacía antes que aparecieran los GPS, los drones y los animales con collares de radio. Los rastreadores negros nativos, quienes aprendieron sus destrezas de generaciones anteriores, se han vuelto tan raros como el rinoceronte. Y la mayoría de los sudafricanos negros no ha topado con un animal salvaje en varias generaciones.
Los cazadores furtivos que rastrean rinocerontes a pie se parecen mucho más a Hemingway y Teddy Roosevelt que los regordetes cazadores de trofeos estadounidenses de nuestros tiempos. Los sudafricanos negros trepan por los cercados de los parques o cruzan sus puertas en los vehículos de sus cómplices. Y armados con rifles CZ de fabricación checa, pasan varios días durmiendo en escampado, enfrentando el calor, arbustos espinosos, mortíferas serpientes, leones y hasta elefantes enfurecidos. Cuando encuentran un rinoceronte, disparan y cortan el cuerno, dejando al animal muerto en la maleza (o tal vez no). Los buitres que vuelan en círculo sobre un rinoceronte muerto son la primera alerta de la naturaleza para los guardabosques y los mercenarios, de modo que, para tener tiempo de escapar, los cazadores furtivos han envenenado gran cantidad de buitres en el parque Kruger.
Si un cazador ilegal logra cruzar la cerca más cercana con su trofeo, podrá sustentar a una familia numerosa durante una generación. Pero si lo atrapan –como sucede con muchos- puede terminar en prisión o morir en el acto. Con todo, la recompensa es tan grande y la pobreza de Sudáfrica es tan profunda, que hay un suministro inagotable de jóvenes que se ofrecen para realizar este trabajo.
CAZA ARREGLADA: Los cazadores pagan hasta 100,000 dólares para cazar animales salvajes. Algunos, como este elefante, amenazan aldeas y cultivos. FOTO: BARCOFT MEDIA/GETTY
“MI 14ª GUERRA”
Para detener a los cazadores furtivos, los terratenientes sudafricanos y el parque Kruger han contratado batallones de mercenarios y han gastado millones para proporcionarles equipos de alta tecnología, aviones y drones. Esos hombres llegan de todas partes del mundo, y casi todos son blancos. Hace poco, VetPaw, organización que contrata y envía mercenarios al área de Kruger, comenzó a reclutar veteranos estadounidenses de las guerras de Irak y Afganistán para enviarlos a Sudáfrica y aprovechar su entrenamiento en una misión de la cual puedan sentirse orgullosos: proteger al rinoceronte.
Visité una “base de operaciones de avanzada”, donde el terreno de las inmediaciones estaba decorado con cráneos de búfalos y elefantes blanqueados por el sol. Los mercenarios usaban la cabaña como cuartel general y eran enviados en equipos que pasaban la noche en la espesura durante toda una semana. Armados con tecnología de combate moderna, los hombres rastrean, cazan y a veces, matan cazadores furtivos. Si bien la ley solo les permite abrir fuego en respuesta a un ataque, un mercenario me dijo: “Lo que pasa en la selva, se queda en la selva”.
Entre 2008 y 2016, los conservacionistas contaron 6,094 rinocerontes muertos ilegalmente, la gran mayoría en Sudáfrica. Mas nadie sabe cuántos hombres negros han muerto en la espesura tratando de cazar rinocerontes. Con todo, el año pasado, el presidente de Mozambique protestó porque que 500 hombres fueron abatidos dentro y en las inmediaciones del parque; aunque, según algunos, la cifra podría ascender a miles.
Un oficial del ejército sudafricano retirado –un hombre esbelto a quien llamaremos Oficial A, pues pidió permanecer anónimo- trabaja para un consorcio de terratenientes privados. “Esta es mi 14ª guerra”, informa. “Es como ir a la guerra en Angola”.
Cuando los mercenarios capturan cazadores furtivos, presuntamente deben conducirlos a la prisión local. Pero el Oficial A asegura que las autoridades locales no los detienen por mucho tiempo, y que las acusaciones en su contra no proceden: las salas de evidencias no son estériles y están repletas de armas no identificadas; nada está embolsado y marcado; no existe una cadena de evidencias. Hasta las huellas dactilares son inútiles porque los archivos de las estaciones de policía rurales son un caos. Aunque el Oficial A tuviera oportunidad de perseguir casos graves, está seguro de que la caza furtiva continuaría. “Son trabajos internos”, insiste. “Muchos sudafricanos buscan empleo en los parques para estar cerca de la caza furtiva. La espantosa realidad es que no puedes confiar en los guardabosques”.
El Oficial A reconoce que los cazadores furtivos están en estupenda forma física y añade que tendría mucho más éxito si las autoridades permitieran cazarlos con perros. “Si encontraras al tipo unas tres horas antes de que pueda llegar a pie hasta la puerta, lo atraparías. Pero esos hombres corren. Si tuviéramos perros, lo harían pedazos”.
El Oficial A opina que lo mejor que pueden hacer los conservacionistas para salvar al rinoceronte sería crear un fondo de defensa legal, para ayudarlo en la eventualidad de que lo arresten. “No me importa. Yo sería un caso de prueba”.
SUPERADOS EN ARMAS: Estos sospechosos de cazar ilegalmente fueron capturados en el Parque Nacional Kruger con un rifle de caza .375 adaptado con un silenciador. Muchos mercenarios contratados para rastrear cazadores furtivos están equipados con lo último en tecnología de combate. FOTO: JAMES OATWAY/SUNDAY TIMES/GALLO/GETTY
COMO MATAR LEONES EN UN BARRIL
Los cazadores de trofeos son, mayormente, estadounidenses blancos, aunque hay muchos europeos y rusos adinerados. Casi todos son hombres y, curiosamente, suelen tener títulos médicos. Estos individuos pagan de 30,000 a 100,000 dólares por el derecho de matar a uno de los Cinco Grandes (la asociación estadounidense, Safari Club International, subasta cazas de hasta 300,000 dólares en su convención anual de Las Vegas). Ese dinero ayuda a costear el intenso cabildeo de gobiernos y organizaciones internacionales para la conservación de la vida salvaje, los cuales están bajo presión para prohibir o restringir fuertemente las cacerías de trofeos.
En 2015, la cacería de trofeos hizo noticia cuando el dentista de Minnesota, Walter Palmer, mató al león Cecil, el macho más grande de una manada del Parque Nacional Hwange, en Zimbabue. El guía de Palmer atrajo al león fuera del territorio protegido valiéndose del cadáver de un elefante. Con su muerte, Cecil –que estaba equipado con un collar de rastreo colocado por investigadores- se convirtió en mártir y en icono cuando sus indignados seguidores de medios sociales exigieron que se proscribiera la caza de trofeos. En respuesta, el gobierno de Zimbabue acusó al guía local de Palmer (de raza blanca) de cazar sin un permiso, aunque retiró el cargo en 2016 (en cambio, no ha abandonado una acusación similar contra el terrateniente zimbabuense negro en cuya propiedad ocurrió la matanza). A resultas de lo anterior, el Servicio de Vida Silvestre de Estados Unidos decretó que los cazadores estadounidenses que regresen a casa con trofeos animales tendrán que demostrar que no provienen de áreas protegidas.
Excepto por eso, la muerte de Cecil nada cambió. En julio, otro cazador de trofeos estadounidense abatió otro león con collar fuera del mismo parque. El trofeo más reciente fue un hijo de Cecil llamado Xanda.
El menguante suministro de leones está impulsando una industria nueva y creciente en Sudáfrica: la caza de presas criadas para “cacerías en recintos cerrados”. Ya que los cazadores de trofeos están dispuestos a pagar una prima por una presa garantizada, la crianza de vida salvaje se ha convertido en un negocio tan importante en Sudáfrica que está desviando alimentos y recursos hídricos de la agricultura tradicional. Para producir leones extra-grandes, los criadores ahora cruzan leones con tigres para crear “ligres”. Y como los cazadores de trofeos codician la rareza, los criadores también producen leones blancos con ojos azules. Todos esos animales nacen y crecen con un solo propósito: que sus cabezas disecadas algún día decoren el estudio de algún château de Bruselas o una McMansion en Peoria.
TARIFAS DE REUBICACIÓN: Una estrategia para salvar a los rinocerontes, en peligro de extinción, consiste en transportarlos a parques donde está prohibida la caza. Pero esto tiene un costo prohibitivo y daña al turismo de Sudáfrica. FOTO: STEFAN HEUNIS/AFP/GETTY
A LA CAZA DE LOS CAZADORES ILEGALES
Los terratenientes blancos también están criando rinocerontes. Miles de ellos ahora se reproducen y viven en cautiverio, y a pesar de los esfuerzos de los conservacionistas para cambiar la ley, Sudáfrica permite comercializar el cuerno de rinoceronte en su territorio. Los rinocerontes pueden vivir sin el cuerno, y es por eso que algunos criadores no tienen premura por contener la demanda asiática que instiga la caza furtiva. Esa es otra desigualdad flagrante en la guerra del rinoceronte: los criadores blancos pueden vender cuernos, mientras que los negros son muertos a tiros por robarlos.
Según el conservacionista sudafricano Martin Bornman, gerente de la operación de ecoturismo African Conservation Experience, en esta guerra, hablar del cazador furtivo es como tratar de defender la violación infantil. Nadie quiere enterarse del asunto. “Con todo, existe una creciente percepción de que los blancos están saliendo impunes de estos asesinatos”, agrega.
Los aldeanos negros consideran que la caza furtiva es un derecho y una necesidad. Annette Hubschle, criminóloga e investigadora del Observatorio Ambiental de Ciudad del Cabo, califica la caza furtiva como una protesta contra la “exclusión sistemática” de los negros en las reservaciones de caza. Ha encontrado nativos en el parque que consideran a los cazadores furtivos como una especie de Robin Hood, aun cuando muchos son criminales conocidos que han cometido asesinatos, y delitos con armas y drogas. “Estamos usando el cuerno de rinoceronte para liberarnos”, le dijo un traficante de cuernos.
Mientras los aldeanos brindan su apoyo tácito a los cazadores furtivos, los mercenarios han intensificado su campaña brutal para expulsarlos. En una entrevista, el año pasado, un hombre de 23 años, llamado Sboniso Mhlongo, describió una enorme redada nocturna de hombres negros a orillas del parque Kruger. “Llovía. Yo estaba dormido. Era la 1 de la mañana y me sorprendí cuando llegó la gente y comenzaron a golpear la puerta y a romper ventanas”, dijo Mhlongo. “Esas personas entraron con un hombre blanco y me pidieron un arma. Entonces me encadenaron, sin explicación alguna. Me arrastraron fuera hasta un camión”.
El camión recogió más hombres en aldeas cercanas y a la larga, dijo Mhlongo, hicieron bajar a los negros del vehículo, uno a uno, para interrogarlos. Luego, “nos golpearon hasta dejarnos sin aire. Nos molieron a golpes. Y después nos dejaron en casa”.
Mhlongo dice que “estas personas” fueron a su casa tres veces, siempre de noche. En las otras dos ocasiones, se ocultó mientras saqueaban su hogar.
Los cazadores furtivos también atacan humanos. Se cree que una pandilla mató a un veterinario en presencia de su esposa y su bebé cerca del parque Kruger, en 2009. Hace poco, otro equipo de cazadores ilegales atacó un refugio para animales, donde mató y descornó a un rinoceronte, y violó a una voluntaria.
Pero para Bornman, la respuesta específica, privada, de estilo militar ante la guerra de los rinocerontes es “preparar una situación masiva, explosiva que, por supuesto, trascenderá los animales salvajes”.
CACERÍA HUMANA: Los guardabosques usan helicópteros para patrullar las grandes extensiones de terreno que intentan proteger. FOTO: JAMES OATWAY/SUNDAY TIMES/GALLO/GETTY
ENTIERRA AL CAZADOR FURTIVO
Los cabilderos de la cacería de trofeos insisten en que son verdaderos conservacionistas, porque su dinero sostiene hábitats –tierras privadas, no agrícolas- donde los animales que pretenden matar pueden deambular. Después que el rinoceronte blanco quedó casi extinto debido a la caza legal y furtiva, en las décadas de 1960 y 1970, las licencias de caza ayudaron a financiar un esfuerzo para incrementar sus poblaciones. No obstante, los conservacionistas de organizaciones no gubernamentales implicadas en la protección de la fauna global reconocen que permitir que los blancos pudientes maten presas emblemáticas, al tiempo que arrestan (y a veces, matan) negros pobres que hacen lo mismo, atiza las llamas políticas en Sudáfrica.
Algunos conservacionistas impulsan programas masivos de reubicación. A raíz de que los cazadores furtivos aniquilaron a los rinocerontes de Botsuana, grupos como el Fondo Mundial para la Naturaleza y otros conservacionistas con grandes recursos han trasladado rinocerontes sudafricanos a zonas de Botsuana escasamente pobladas, donde se piensa que estos animales pueden estar más seguros. Con todo, el costo es prohibitivo. Se requieren de decenas de miles de dólares para sedar con dardos a un animal y transportarlo en helicóptero hasta su destino. Y si bien esto beneficia al rinoceronte, las consecuencias son mortales para la economía turística sudafricana.
Los conservacionistas han experimentado con sociedades público-privadas para involucrar a las comunidades negras en el turismo de vida salvaje. Pero el apartheid ha dejado un legado de desconfianza racial tan profundo, que los esfuerzos de cooperación que han dado resultados en países como Kenia y Tanzania no arraigan en Sudáfrica, informa un representante de una de las mayores entidades mundiales de conservación (quien pidió permanecer anónimo).
Para los sudafricanos blancos, los rinocerontes y otros animales emblemáticos son “increíblemente emotivos”, dice Bornman. Son lo que hace especial a África. Mas eso no aplica a las comunidades negras. “Allí puedes ver los orígenes de la desconexión racial”, dice Bornman. “Y si asistes al funeral de un cazador furtivo, verás que es un hombre venerado, y no un motivo de vergüenza”.
El año pasado, el finado periodista sudafricano, Godknows Nare, hizo la crónica del funeral de un cazador furtivo. June Mabuse, hermano del difunto, se dirigió a los deudos y protestó porque su familia no recibió explicación alguna sobre cómo o por qué fue muerto a tiros, y por qué les prohibieron realizar los ritos mortuorios tradicionales cerca del sitio donde fue abatido.
“Expulsaron a nuestros abuelos y ahora, ni siquiera podemos entrar, porque es una reservación de caza”, lamentó Mabuse. “Nuestro gobierno y los países extranjeros deben abogar para que podamos entrar porque, por principio de cuentas, esos animales no son suyos. Son creación de Dios. Hoy nos matan como animales, y eso hace que me pregunte: ¿Cuál vida es más importante, la nuestra o la de los animales? Parece que ahora los animales son más valiosos que los humanos. Porque somos pobres. No hay trabajo, y la gente va allí para tratar de poner comida en sus mesas. Y los asesinan… Miles de personas han muerto en ese parque. Y en cambio, solo unos cientos de animales”.
Brian Jones administra un gran centro de rehabilitación de animales cerca del parque Kruger, donde ayuda a rehabilitar animales heridos para luego devolverlos a la naturaleza. Cristiano evangélico, Jones que cree que la humanidad ha llegado a los últimos días bíblicos, aborrece la caza furtiva de rinocerontes y el envenenamiento de los buitres para ocultar la labor de los cazadores furtivos. No obstante, también reconoce el componente racial de todo este asunto. Dice que los guardabosques se insultan entre sí, con los negros denominando “perros blancos” a sus homólogos caucásicos, mientras que los blancos llaman “kaffir” a los nativos, un término prohibido equiparable en obscenidad a la palabra con “nigger” de Estados Unidos.
“Los Cinco Grandes solo se encuentran aquí, y hemos matado a la mayoría”, prosigue Jones. “Ya no quedan animales así. Expulsamos a los negros. Mi personal africano ya no está involucrado con la vida salvaje. Son asesinados” –por mercenarios y animales salvajes en el espesura- “sin recibir una compensación. Sus hijos ni siquiera han visto animales. Esta es su perspectiva: ‘¿Me dices que prefieres un rinoceronte a un hombre negro?’”.
Para muchos cazadores blancos, turistas de safari y conservacionistas de todo el mundo, la respuesta es sí.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek