
Lamberto Nicanor Grajales Richardson, alias el Roxy, es un hijo de familia acomodada, vive en una de las zonas más opulentas de la Ciudad de México y es muy amigo del Ruby, miembro de una familia de clase media cuyos padres, profesionistas ambos, son los típicos que quieren dar lo mejor a sus hijos. No obstante, lo que el Ruby aprende al ver a sus compañeros de escuela —varios son hijos de políticos— es que para tener dinero quizás estudiar no sea el mejor camino, y poco a poco se enamora de la idea de ser ladrón.
El Roxy, por su parte, también desea ser ladrón, y esa voluntad de ambos de ser delincuentes y gozar la adrenalina de meterse en problemas detona Los años sabandijas, la novela más reciente del escritor mexicano Xavier Velasco, la cual se desarrolla en la escandalosa década de 1980, caracterizada por las devaluaciones del peso, la música extraordinaria, la cocaína, los videojuegos, el walkman, el terremoto y, desde luego, la delincuencia.
“Esta es una novela en donde todos los personajes se la pasan saltándose trancas de principio a fin, muy de los años 80”, manifiesta Velasco, en entrevista con Newsweek en Español, a propósito de su nueva obra, publicada por la editorial Planeta. “Habla de una época en donde, al menos mis personajes, todos, se tuercen en cuanto aparece el dinero. Hay muchos que dicen tener la moral muy elevada, incluso convicciones religiosas muy firmes, pero apenas llega el dinero y a bailar el perro”.
Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
—¿Crees, Xavier, que esa fue una constante a lo largo de la década?
—Fue una década ambiciosa en la cual se enseñoreó la que se volvió una droga de status, la cocaína. Esta tenía y tiene la particularidad de hacer a la gente a tal grado ambiciosa y prepotente, que son capaces de gobernar el mundo. Entonces, con toda esa megalomanía en la cabeza y esa música llena de reverbs, en México se da una gran oportunidad para que esto florezca, llega MTV, por ejemplo, o el disco compacto, y de un día para otro nuestro pueblo tiene una ventana muy grande hacia el mundo y, como es natural, nos volvemos locos.
—¿Cuál es la razón para escribir una novela no a la década, sino desde la década misma?
—Exactamente, desde la década misma. Mira, yo nunca había escrito un libro sobre el tiempo, e imagínate que me pongo un límite… La gente tiende a pensar que la libertad total lleva a la creatividad total o, por lo menos, a la creatividad, y no es cierto. Cuando tienes libertad total y puedes escribir de cualquier cosa en el ancho mundo, lo que te invade es una terrible angustia porque no tienes claros cuáles son los límites de lo que vas a contar. En este caso los límites fueron un acicate especial, decir tengo de 1980 hasta 1989 para contar lo que les pasa a estos personajes, repartir lo que vaya a sucederles en ese tiempo y entenderlo de acuerdo también a los parámetros históricos, pues va a haber un terremoto al que no pueden ser indiferentes, cuantimenos a las devaluaciones del peso, a la caída de la bolsa, a las crisis.
—Aquí cabe dejar muy claro que no es una novela histórica…
—Yo no cuento en la novela cómo fue la crisis de la bolsa del 87 ni cómo fueron las devaluaciones de López Portillo en el 82, lo que cuento es qué le pasó a la señora fayuquera que tenía que sacar dólares para traer ropa y venderla en los tianguis. Vamos, cómo incidieron esos hechos históricos en el día a día de los personajes, porque mis raterillos no eran una pandilla de la calle, sus familias son de clase media y tienen ciertas apuraciones, entran en la bolsa y pierden una casa o un coche. Es un estímulo muy interesante contar tu historia sometiéndote a lo que va pasando en el tiempo.
Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
—¿Cómo hacer para no revolver algo de los años 90 con lo de los 80?
—Fue complicado y a veces muy decepcionante. De pronto ya tenía el evento y la canción, pero no, esa es de dos años después, ¡maldita sea! Trabajé muy de cerca con una lista de canciones, ahora con esto del streaming de la música, el Spotify y el Apple Music, puedo hacer unas listas muy precisas y rodear mis escenarios de música de manera que yo estoy viviendo en ese lugar y en esa circunstancia. Y hubo cosas muy difíciles de encontrar, como de cuándo son las campañas publicitarias, los anuncios, los jingles, que a veces pongo por ahí, pues necesito saber que me coinciden, no quiero que un lector me venga a decir, y seguramente me va a pasar, pero quiero que me pase lo menos posible: te equivocaste, mira, en este mes pasó esto y en este pasó lo otro, ¡ah!
—¿Cómo crees que será el golpe de nostalgia? ¿Cómo reaccionarán los lectores que hoy tienen 40 o 50 años?
—Pues espero que se ubiquen. En realidad, no pienso necesariamente en la gente que lo vivió conmigo, he tratado de hacer una historia que esté fuera y dentro de esa época. Pienso, por ejemplo, en American Graffiti, de [Francis Ford] Coppola, que es una película sobre los años 50. Quise hacer un poco una novela de época, pero me interesa especialmente la gente que no lo vivió porque hay mucha tergiversación de esto; los años 80 se han hecho como un cliché y me encantaría llevar de paseo al que no lo vivió porque me llama mucho la atención la posibilidad de tomar al lector, tenga la edad que tenga, y ubicarlo con 20 años en 1980, pero sin el barniz amable o preventivo que le pondría un papá.
—¿El punto final de Los años sabandijas te dejó satisfecho?
—Me gusta que me dio la oportunidad no de probar la nostalgia, odio la nostalgia, yo no quiero sentirla, yo quiero viajar al lugar, renunciar a mi tiempo e irme a esa época. Lo que más me gustó de escribir Los años sabandijas es eso, la posibilidad de salir de donde estoy e irme para allá. Fue increíblemente triste cuando ya había acabado la novela y empecé a escuchar mis listas, era música del pasado y ya no la necesitaba, ya no tenía qué robarles, eso fue lo que no me gustó, no me gustó terminarla. Cuando la terminé, después de tantos problemas en los que uno siempre se mete para hacer esto, ya que los acabo de resolver digo: no me quería ir de ahí, no me quería salir de la fiesta. Odié salirme de la fiesta.
Foto: Especial.