Los policías, recluidos en el complejo carcelario de Tora, una especie de fortaleza en El Cairo a la orilla del desierto, fueron acusados de ayudar a una “organización terrorista” al transmitir lo que las autoridades egipcias dijeron que eran reportes erróneos reflejando las simpatías de Catar por los ahora proscritos Hermanos Musulmanes. Después de un juicio prolongado, los tres recibieron sentencias de siete años en prisión. A Mohammed, quien había levantado un casquillo de bala vacío en una protesta como recuerdo, le dieron tres años adicionales por posesión de municiones.
El día de Año Nuevo, una corte egipcia de apelaciones concedió un nuevo juicio, una decisión que coincidió con unas acciones diplomáticas más amplias destinadas a una reconciliación entre El Cairo y Doha. Pero el nuevo juicio representa el único destello de luz hasta ahora en un, por lo demás lúgubre, catálogo de medidas draconianas de seguridad desde el derrocamiento de Morsi en julio de 2013. En los últimos 18 meses, la represión en Egipto ha sido más brutal que incluso en los períodos más desagradables del expresidente Hosni Mubarak. Bajo la dirección de Abdel Fatah Al-Sissi, exgeneral y elegido presidente en mayo pasado, las fuerzas de seguridad egipcias han disparado indiscriminadamente contra manifestantes en favor de la democracia, matando a más de 1400 personas, según cálculos de trabajadores de derechos humanos. En juicios apresurados, algunos duraron apenas ocho minutos, más de 1300 personas han sido condenadas a muerte o a cadena perpetua bajo cargos dudosos relacionados con el terrorismo. Miles más, incluidos periodistas locales, activistas seculares y partidarios de los Hermanos Musulmanes, han sido encarcelados indefinidamente por participar en protestas contra el gobierno, las cuales también han sido prohibidas.
La represión de Egipto contra el disentimiento político le ha presentado al presidente Barack Obama una decisión difícil. Por una parte, él está plenamente consciente de la importancia estratégica de Egipto para EE. UU., desde la cooperación con la inteligencia antiterrorista hasta mantener el tratado de paz israelí-egipcio, entre otras cosas. Razón por la cual Obama se ha negado a describir el derrocamiento de Morsi como un golpe de Estado, una acción que le exigiría legalmente a su administración el detener toda ayuda militar a Egipto hasta que el país reinstaure la democracia. Pero Obama también quiere ser visto como un defensor acérrimo de los derechos humanos y de la democracia, demandas clave de las protestas de la Primavera Árabe que desafiaron los gobiernos autocráticos en gran parte de Oriente Medio. Por ello, el atribulado presidente, el año pasado retuvo cientos de millones de dólares de ayuda militar a Egipto para marcar su preocupación por las violaciones a los derechos humanos.
Sin embargo, ahora las consideraciones estratégicas de Washington parecen haber vencido sus preocupaciones por los derechos humanos. La razón: en la próxima legislatura, la Cámara de Representantes y el Senado, controlados por los republicanos, estarán preocupados sobre todo por el aumento de combatientes del EI (Estado Islámico) a lo largo de la región, así como por el flujo enorme de ayuda a Egipto, proveniente de los estados petroleros del Golfo, que ha debilitado la influencia de EE. UU. en El Cairo. El mes pasado, para gran consternación de los defensores de la democracia, Obama firmó una legislación que le permite invocar preocupaciones de seguridad nacional para condonar todas las condiciones de derechos humanos adjuntas a los US$1500 millones de Washington en ayuda mayoritariamente militar a Egipto, como los requisitos de celebrar elecciones libres y justas y proteger los derechos de las minorías. Y aun cuando Obama habla periódicamente en contra del deplorable historial egipcio en derechos humanos, hay pocas dudas entre los funcionarios de su administración y el personal en Oriente Medio de que él usará esa condonación para mantener el flujo de ayuda a El Cairo.
“Podemos arengar a los egipcios todo lo que queramos con respecto a la democracia”, dice Steven A. Cook, un experto en Egipto para el Consejo de Relaciones Exteriores, a Newsweek. “Pero no nos lleva a ninguna parte.”
El nuevo enfoque con Egipto representa un viraje brusco en relación con el año pasado, cuando Patrick J. Leahy de Vermont, el presidente demócrata de voz áspera en el panel del Senado que distribuye la asistencia extranjera, impuso numerosas condiciones a la ayuda para Egipto, y notablemente le negó al presidente una condonación de seguridad nacional para pasarlas por alto. Los retrasos resultantes en las entregas de armas enfurecieron a los egipcios, quienes sintieron que Washington no comprendió del todo las amenazas que enfrenta Egipto por parte de los islamistas en casa y las potencias rivales en la región, como Irán.
Funcionarios egipcios señalan que además de la amenaza que representan los Hermanos Musulmanes, los insurgentes que pertenecen a Ansar Beit al-Maqdis —un grupo beligerante que recientemente le juró fidelidad al EI— han matado a cientos de miembros de las fuerzas de seguridad egipcias en la escabrosa península del Sinaí desde el derrocamiento de Morsi. En estos tiempos peligrosos, argumentan los funcionarios egipcios, Washington debería enfocarse menos en los derechos humanos y más bien considerar el largo historial de El Cairo como un aliado confiable que le ha dado a los buques de guerra estadounidenses un trato preferencial en el canal de Suez, ha cooperado estrechamente con la inteligencia estadounidense en contra de Al Qaeda y se unió a otros aliados de EE. UU. en Oriente Medio para refrenar la influencia creciente de Irak.
“La actitud egipcia hacia la administración de Obama es: ¿cuál es su problema? Por 30 años ustedes han tratado de impulsar un consenso en Oriente Medio. Bueno, he aquí el consenso: somos nosotros, los saudíes, los emiratíes, los kuwaitíes y sus amigos, los israelíes, y deberían escucharnos”, dijo Cook, parafraseando los comentarios que ha oído de funcionarios egipcios. “¿Por qué diablos nos molestan con los derechos humanos y los Hermanos Musulmanes? ¿Por qué nos dicen que tengamos conversaciones con los islamistas? Tenemos cosas más grandes que hacer, como darles una reverenda paliza, lidiar con el EI y contrarrestar a Irán.”
Es claro que ese argumento prevaleció en el Capitolio, donde una coalición de republicanos de línea dura con respecto a la defensa, partidarios bipartidistas de Israel y legisladores de mentalidad pueblerina cuyos distritos se benefician con las compras egipcias de armas, aceptó que era hora de escuchar a los egipcios. También, la captura que hicieron los republicanos del Senado en las elecciones a mitad de legislatura en noviembre le retiró a Leahy su cargo de principal apropiador de la ayuda extranjera en el Senado y se lo dio a Lindsey Graham, republicano de Carolina del Sur y un belicista franco que apoya a Al-Sissi.
La administración parece estar contenta con el giro que han tomado los eventos. “Acogemos la flexibilidad que el proyecto de ley da para hacer avanzar nuestra relación estratégica con Egipto y nuestros intereses de seguridad nacional”, dijo Jen Psaki, vocera del departamento de Estado.
Los defensores de los derechos humanos y la democracia están frustrados por el cambio de política, pero ven un destello de esperanza. Aun cuando el departamento de Estado y el Pentágono están complacidos porque el Congreso haya removido los obstáculos para reanudar la ayuda a Egipto, estos defensores dicen que Susan Rice, asesora de seguridad nacional de Obama, todavía impulsa los derechos humanos en las negociaciones de Washington con El Cairo. Poco antes de Navidad, según dijo la Casa Blanca, Obama telefoneó a Al-Sissi para hacerle saber su preocupación por los juicios masivos y las detenciones continuas de periodistas y activistas pacíficos.
Y en lo que parece ser una acción para ejercer algo de influencia sobre los egipcios, algunos funcionarios estadounidenses ahora insinúan que la administración podría reconsiderar un acuerdo preferencial, con décadas de existencia, bajo el cual más de US$1000 millones en ayuda anual de EE. UU. va a una cuenta bancaria egipcia en un pago único. La alternativa —pagos menores de ayuda extendidos en el curso de un año— le negaría a Egipto millones de dólares en intereses.
Tales intentos de ganar influencia sobre los egipcios no parecen estar funcionando. Si acaso, han avivado aún más las dudas egipcias con respecto a Washington y acercado a El Cairo más hacia Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait. Estas acaudaladas naciones del Golfo comparten las sospechas de Egipto sobre los Hermanos Musulmanes como una amenaza subversiva a sus gobiernos y le han dado a Al-Sissi alrededor de US$32 000 millones de ayuda sin condiciones pegadas. En contraste, el paquete de ayuda anual de US$1500 millones de Washington ahora parece irrisorio.
Los retrasos del año pasado en la ayuda militar de EE. UU. provocaron que El Cairo usara algo del dinero de los estados del Golfo para diversificar sus proveedores de armas y reducir su dependencia de EE. UU. Egipto y Rusia han firmado un acuerdo armamentista por US$3000 millones por dos docenas de jets cazas Mikoyan MiG-35 avanzados, entre otras cosas. El trato sigue acuerdos armamentistas previos con Rusia y Francia, firmados el año pasado, cada uno con valor superior a US$1000 millones.
Incluso con la probabilidad de que la ayuda militar de EE.UU. a Egipto ahora fluya sin condiciones, la relación todavía enfrenta algunos problemillas. Los funcionarios egipcios se resisten al consejo estadounidense de gastar su dinero de ayuda en equipo de contraterrorismo y seguridad fronteriza, prefiriendo comprar más artículos onerosos como aviones de guerra y vehículos blindados pesados que, ellos creen, aumentará el prestigio y la imagen de Egipto en la región.
Pero es poco probable que estos desacuerdos cambien la decisión de Washington de guardarse sus preocupaciones por los derechos humanos. Lo cual significa que los periodistas de Al-Jazeera encarcelados tendrán que contar con una reconciliación exitosa entre Egipto y Catar para ser liberados, en vez de con alguna presión mayor de Washington. Como dijo un estadounidense que trabaja con los militares egipcios, quien pidió no ser identificado: “No pienso que la administración tenga tantas agallas para en verdad presionar duro a El Cairo”.