Hija de griegos, Ana María Cecilia Sofía Kalogeropoulou nació el 2 de diciembre de 1923 en Nueva York, Estados unidos, en una época en la que los círculos culturales aún resentían la muerte de Enrico Caruso —en agosto de 1921—, el tenor italiano reconocido como el más famoso del mundo en la historia de la ópera, y para muchos el mejor.
Con el tiempo, María Callas andaría el mismo camino que Caruso y llegaría a ser considerada la cantante de ópera más eminente del siglo XX.
Apodada la Divina, hay quienes consideran que Callas tuvo en la soprano lírica Claudia Muzio —conocida como la Divina Claudia— a su principal antecesora, además de que en su corta carrera revivió el bel canto, ejecución operística con la cual se busca la perfecta producción del legato a lo largo de todo el registro vocal, como también el desarrollo de elementos virtuosísticos como la coloratura, el trino, la brillantez de los agudos y sobreagudos y el manejo perfecto de la respiración.
Los padres de María fueron Evangelia Dimitriadis y George Kalogeropoulo —quien cambió su apellido por el de Callas—, un matrimonio griego que se estableció en Nueva York y que se separó a mediados de la de década de 1930. La ruptura de la relación de sus progenitores la obligó a irse a vivir a Grecia, y en el Conservatorio Nacional de Atenas estudió, entre otros, con la soprano María Trivella y Elvira de Hidalgo, quien la adiestró en el bel canto.
Con apenas 15 años de edad, en 1938 debutó, aún como aficionada, como Santuzza en el melodrama operístico Cavalleria rusticana. De esta época de su vida se han desprendido varias experiencias que a la postre generarían un sinfín de conclusiones. Por ejemplo, la misma Callas en alguna entrevista habló de la gran influencia, a veces positiva, a veces negativa, que sobre ella ejercía su madre, de quien admiraba su fortaleza y agradecía el apoyo que le brindaba. Empero, por otra parte su progenitora la desdeñaba por su obesidad y poca belleza física.
El regreso a Estados Unidos de la operista se dio en medio de los desmanes de la Segunda Guerra Mundial. Un par de años antes, en 1942, había debutado como profesional con la opereta Boccaccio en el Teatro Lírico Nacional de Atenas. El mismo año obtuvo el considerado primer éxito con Tosca, en la Ópera de Atenas. Y decidió reencontrarse con su padre en Nueva York, en 1944, cuando las fuerzas ocupantes perdieron el control de Grecia y las tropas inglesas arribaron al puerto de El Pireo.
Ya en Estados Unidos se dedicó arduamente al mejoramiento de su voz. En Nueva York conoció a Giovanni Zenatello, un tenor italiano que la contrató para cantar La Gioconda, de Ponchielli, en la Arena de Verona, en Italia, de la cual era director. En Verona conoció a su primer marido, Giovanni Battista Meneghini, 30 años mayor que ella y acaudalado industrial de la construcción.
En la nación europea, después de exitosas presentaciones en Venecia, sobre todo a partir de su papel como Elvira en la ópera I puritani, de Vincenzo Bellini, María se convirtió en una celebridad e incluso comenzó a ser llamada “la voz de Italia”. No obstante, aún le faltaba presentarse en La Scala de Milán, considerado el teatro más importante del país. La oportunidad le llegó en 1950 con un papel en la Aida, de Giuseppe Verdi. Después de una primera desastrosa presentación, que combinó la frialdad del público con la cólera de la operista, en la segunda el exigente auditorio de La Scala de Milán la ovacionó, la apodó la Divina, y aquella quedaría como una de sus presentaciones más aclamadas y recordadas.
Ese mismo, 1950, María Callas se presentó en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México. En ese escenario nació el famoso “agudo de México” cuando, al final del segundo acto de Aida, intercaló un célebre mi bemol. En el importante Palacio de la capital mexicana también cantó con Giuseppe di Stefano, con quien a partir de entonces formó una de las parejas más famosas en la historia de la ópera.
Un año después pisó uno de los escenarios más importantes del mundo, el Metropolitan Opera House, como Norma, de Vincenzo Bellini. Además su arte comenzó a llegar a las capitales de la ópera de todo el planeta, como Chicago, Berlín, Viena, Filadelfia, Washington, Dallas, Colonia y Edimburgo.
María Callas se separó de Giovanni Meneghini en 1959 para iniciar una relación con el magnate naviero griego Aristóteles Onassis, un idilio amoroso muy difundido y escandalizado en su momento que la llevó a cambiar los escenarios por la vida social. Y a su regreso al mundo de la ópera comenzó a mostrar los primeros síntomas de que su voz empezaba a decaer.
El idilio amoroso con Onassis terminó en 1968, cuando él se casó con Jacqueline Kennedy, viuda del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy, asesinado en Dallas en 1963. Callas nunca pudo superar este trance, incluso en 1970 fue hospitalizada por una sobredosis de barbitúricos.
Pocos años después impartiría sus célebres clases magistrales en la Juilliard School de Nueva York, que a la postre inspirarían el drama teatral Master Class del dramaturgo Terence McNally.
Al poco tiempo se trasladó a Francia, y en París vivió sola hasta sus últimos días. El 11 de noviembre de 1974 cantó en público por última vez en Sapporo, Japón, con apenas vestigios de su proverbial voz.
El 16 de septiembre de 1977 la legendaria Divina amaneció con un dolor punzante en el costado izquierdo y se desmayó. Murió antes de que el médico pudiera atenderla. Su funeral se realizó cuatro días después y su cuerpo fue incinerado en el cementerio parisino de Père Lachaise. Oficialmente, su muerte se debió a una crisis cardiaca, pero nunca se descartó que se suicidara por una sobredosis de tranquilizantes. Finalmente, sus cenizas fueron esparcidas en el Mar Egeo.
María Callas falleció físicamente a los 53 años de edad, pero su herencia musical aún perdura. El testimonio de su genialidad artística están plasmadas en las extraordinarias grabaciones de sus recitales y óperas. Alrededor del mundo, en estos días recibe homenajes de todo tipo que rememoran su aniversario luctuoso, además de que ya se preparan otros más para el año 2013, cuando se cumplan 90 años de su nacimiento. Un privilegio reservado exclusivamente para los grandes, en este caso, para quien fue capaz de cantar 47 personajes y realizar más de 600 actuaciones.