Cerralvo, municipio localizado en el noroeste del estado de Nuevo León, al norte de la capital mexicana, hace 82 años vio nacer a uno de los hombres más ricos del país y de América Latina, don Roberto González Barrera.
El hombre que muchos años después sería reconocido como uno de los empresarios más importantes de México, comenzó su carrera en los negocios a los cinco años de edad, vendiendo huevos, pan, vegetales y otros productos alimenticios.
La situación no iba bien para México en la década de 1930. En 1935 el país sufrió una crisis doble: los difíciles años posteriores a la Gran Depresión en EE UU, con repercusiones internacionales, y el enfrentamiento entre Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas. A lo largo de ese año, hasta 50 por ciento de los trabajadores estuvo en huelga en diversos momentos.
La situación de la familia era tan precaria en aquella época, que don Roberto González Gutiérrez y Barbarita Barrera, padres del entonces niño Roberto, se vieron en la necesidad de emigrar a Estados Unidos, en el sur de Texas, para trabajar en la pizca de algodón, pero él se quedó en su pueblo natal bajo el cuidado de sus abuelos.
Según el mismo González Barrera narró en infinidad de ocasiones, en su natal Cerralvo interrumpió sus estudios, a los 11 años, debido a la falta de recursos económicos. Ello, en consecuencia, lo llevó a ganarse la vida lustrando zapatos, negocio que posteriormente acrecentó rentando cajones de bolero a sus primos y amigos.
Este oficio, el de bolero, combinado con el de mandadero, sentaría las bases de una carrera exitosa que en un futuro lo convertiría en un hombre muy poderoso e influyente en todo el planeta.
“No hay límites en cuanto a oportunidades”, solía manifestar. Además, se decía agradecido con las enseñazas que la pobreza le brindó y, al mismo tiempo, se vanagloriaba de haber forjado una exitosa carrera empresarial a pesar de no contar con estudios.
“Yo fui muy feliz, tuve una infancia muy feliz; no faltaba a la escuela, asistía a mis clases y aun así me daba tiempo de salir a la calle para ganarme mi dinero. Aunque fuimos muy pobres, yo siempre fui un niño feliz”, respondía cuando se le preguntaba por esta época de su vida.
Miembro de una familia numerosa, don Roberto González desde muy joven supo que solamente el trabajo constante y disciplinado sería el camino para salir de su situación precaria. Fue empleado durante dos años en la paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex), en una planta en Veracruz, donde estuvo a cargo del transporte explosivo. En ese estado, localizado en la costa del Golfo de México, también se asoció con una pequeña empresa dedicada a la plantación de coco, lo cual le generó buenos dividendos, pero volvió a su tierra natal luego de haber contraído paludismo, y joven aún, con el dinero reunido se asoció con su padre en una tienda de abarrotes y otros proyectos.
Según se sabe, los primeros negocios en los que incursionó fueron una planta de luz, con la que ayudó a electrificar el municipio que lo vio nacer, Cerralvo, y algunas poblaciones aledañas, además de una planta productora de hielo, un cine y su negocio de víveres.
En 1948, época en que México era gobernado por Miguel Alemán Valdés, el primer presidente civil desde la Revolución, González Barrera contaba con apenas 18 años de edad, pero logró convencer a su padre de juntos adquirir un molino de maíz, por el cual pagaron 75 000 pesos (45 años antes de que al peso le quitaran tres ceros), con el cual iniciaría una fructífera carrera en el negocio de este alimento, que comenzó como Maseca hasta convertirse en el poderoso Grupo Gruma.
Según se sabe, la historia del encuentro de don Roberto González con el maíz sucedió en un viaje que realizó a Reynosa, Tamaulipas, a donde acudió a vender algunos sobrantes de la tienda de víveres. En esa ciudad llamó su atención una máquina que conoció en el sitio donde descargaba su mercancía y en la cual se molía el nixtamal seco para producir harina.
De ese modo supo que con la harina que generaba el aparato se hacían tortillas, y entusiasmado por la magia del molino de maíz, llevó a su padre una prueba de la harina para convencerlo de que aquel podría ser un buen negocio. Los socios iniciaron así una larga carrera de esfuerzo e investigación dedicada a mejorar las características de aquel aparato y a mejorar la calidad de la harina que producía. Y es que no todo fue tan fácil como podría pensarse, pues, incluso, en sus inicios la planta productora de harina era vista con recelo por los habitantes de Cerralvo, quienes argumentaban que la masa no era auténtica porque no era molida en metate, que las tortillas salían negras y que no tenían buen sabor.
Lograr que este negocio prosperara significó para los Robertos deshacerse del resto de sus negocios, pues el molino de nixtamal requería de muchos recursos para funcionar, por ello debieron traspasar la planta de luz, la de leche, la de hielo y el cine, lo que no fue suficiente, y cuando ya no hubo que vender, el general Bonifacio Salinas Leal, militar y gobernador de Nuevo León, amigo de don Roberto padre, les prestó dinero y se asoció con ellos.
De este modo, ya resuelto el problema del financiamiento, la aplicación tecnológica implementada por González Gutiérrez comenzó a dar resultados positivos, mientras que, por su parte, González Barrera alcanzaba buenos rendimientos en su responsabilidad de comercializar el producto.
En la época en que el molino de nixtamal ya producía harina de calidad y alcanzaba buenos niveles de ventas y rendimientos, los socios se trasladaron a la capital de Nuevo León, Monterrey, y posteriormente a Acaponeta, Nayarit, donde se encargaron de dar a conocer el novedoso producto, de tienda en tienda, con una garantía casi irrechazable: si el producto no se vendía, el tendero no tendría que pagarlo.
Al inicio de la década de 1960, ya establecido en Nayarit, problemas de salud obligaron a González Gutiérrez a retirarse de la empresa. Por su parte, González Barrera, de entonces 30 años de edad, era ya director general. Su padre le vendió su parte, y lo mismo hizo el general Salinas antes de morir.
A partir de entonces la empresa alcanzó tal envergadura que, en 1970, pocos meses antes de que Luis Echeverría Álvarez tomara posesión como presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz consideró necesaria la nacionalización de Maseca. Y don Roberto González Barrera aceptó la oferta del gobierno federal por 400 millones de pesos.
El flamante secretario de Hacienda y Crédito Público de ese entonces, Antonio Ortiz Mena, consideraba incorrecta la nacionalización de industrias. Según palabras del mismo González, un día antes de que se firmara la venta el secretario platicó con él para convencerlo de que desistiera de su intención.
Ese mismo día también charló con su amigo el gobernador del Estado de México, Carlos Hank González, quien un año antes había dejado de ser titular de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), la empresa paraestatal que se dedicaba a acciones relacionadas con el sistema de abasto y seguridad alimentaria mexicana y de la que dependería Maseca. Y esa plática fue definitiva para que, finalmente, don Roberto González no vendiera su empresa.
Veintidós años después incursionó en la banca. En 1992 adquirió Banorte de la mano de otros inversionistas. Hoy en día, Banorte es el tercer banco más importante del país y el único de los grandes que permanece en manos mexicanas después de la crisis de 1995.
Con los años, esta institución bancaria ha crecido y se ha expandido debido a que se
ha integrado con otros bancos, como Banco del Centro, Banpaís e Ixe. Al igual que le sucedió con Maseca, en algún momento se sintió tentado a vender Banorte. En el año 2008 el grupo financiero Santander le ofreció comprárselo, y al igual que en 1970, sus influyentes conocidos lo convencieron de que no lo hiciera. Entre estos estaban Guillermo Ortiz Martínez, entonces gobernador del Banco de México; Felipe Calderón, presidente de México, y Agustín Carstens, en su momento secretario de Hacienda.
Al final de sus días, el imperio creado por don Roberto González ya era uno de los más ricos del mundo. la empresa Gruma, corporativo que en México fabrica Maseca, recibe cuantiosas utilidades que proceden de Estados Unidos y 100 países más. La marca fabrica y comercializa una de cada cuatro tortillas de las que se consumen en Centroamérica, Europa, Asia y Oceanía, donde también vende botanas y productos derivados del trigo. Por ello, el 25 de agosto pasado, cuando murió víctima de cáncer de páncreas, su fortuna ascendía a más de 2000 millones de dólares.
En Cerralvo, su tierra natal, la trascendencia de la familia González Barrera no es inadvertida. Un jardín de niños se llama Roberto M. González Gutiérrez y una escuela primaria se bautizó como Doña Barbarita Barrera de González. Y el cabildo de la localidad ya aprobó que una de sus calles lleve por nombre Roberto González Barrera.
A lo largo de las siguientes páginas leeremos testimonios personales de algunos de sus muchos amigos y familiares, gente a la que don Roberto González tocó el corazón y en quienes dejó grandes enseñanzas y lecciones de vida.
Fue su propio maestro, pero también aprendió de quienes le rodearon
Por el Lic. Miguel Alemán Velasco
Las grandes amistades a veces comienzan sin darse uno cuenta. Ese es el caso de la amistad que tuve con Roberto González Barrera. Durante los años que nos tratamos, él y yo encontramos cada vez más afinidades e intereses que nos unieron en el aprecio personal y familiar. Su vida es un ejemplo para muchos, dentro y fuera del país. Fue un hombre que al inicio de su vida sufrió serias limitaciones económicas y se labró su propio camino para dejar atrás los tiempos de privación y llegar a ser uno de los siete empresarios más importantes de México.
Tomó como su insignia la parte fundamental del alimento de los mexicanos, que es la tortilla, perfeccionó su proceso, abarató sus costos y amplió la producción y la distribución, al grado de que hoy sigue siendo un alimento que está presente en la mesa de todos los hogares mexicanos y que se consume en otros países.
Vale la pena señalar que durante muchos años el negocio de la tortilla tuvo precios controlados, su rentabilidad era baja y nadie tenía confianza en que podía llegar a ser un negocio importante.
En la vertiente bancaria, en el tiempo en que muchos mexicanos vendieron los bancos a instituciones extranjeras, Roberto González redobló los esfuerzos para asegurar que México tuviera al menos un banco de capital mexicano.
Después de adquirir, durante el proceso de privatización, el penúltimo banco del país, Banorte, Roberto González se dio a la tarea de transformarlo; en poco más de una década este banco ha llegado a ser el tercero más grande de México, superando así a bancos extranjeros, algunos provenientes de países cuya economía pone en riesgo la estabilidad del euro.
Antes de que el concepto de globalización estuviera de moda, él comprendió que la mejor forma de que México entrara en ella era compitiendo de manera audaz en los mercados internacionales, sin dejar de defender de modo valiente el mercado interno del país.
Roberto González fue su propio maestro, pero también aprendió de quienes le rodearon; supo allegarse del talento de profesionistas con valiosas experiencias en el sector público y privado, que comprometidos como él están dedicados al fortalecimiento de la economía mexicana.
Fue patriota con el corazón y con la cartera; comprendió que el crecimiento empresarial es la mejor forma de generar empleos y oportunidades para mejorar la economía de la población.
Su ingenio empresarial, su estilo gerencial, su estrategia de crecimiento y consolidación, así como su habilidad para el marketing y la identificación de nuevos mercados, serán casos de estudios obligados en los temas de liderazgo empresarial y competitividad.
En lo personal fue un amigo como pocos, cercano, afectuoso, hombre de palabra y de profundas convicciones a favor de México; compartimos la visión de una ideología ajena a los extremismos y con una profunda visión social.
Fue un hombre generoso; su generosidad creció al ritmo de sus empresas. Realizó actos altruistas con la más cuidadosa discreción y sentido humano. En todo momento estuvo dispuesto a ayudar a la población que conoció y a estar muy cerca de ella.
Fue una persona ávida de conocimientos, atenta a las fuentes de información financiera y económica de México y del mundo, siempre con los pies en la tierra.
Hombre de palabra y de firmes convicciones. Conté con él en las buenas y en las malas; compartimos momentos inolvidables en familia con su optimismo en todo momento a flor de piel. Ya había preparado su cumpleaños 82, al que estábamos invitados para acompañarlo el 1 de septiembre.
Su manera de ser, directa, su voz suave y sus decisiones firmes tenían siempre cuidadosamente evaluadas las probabilidades de éxito y los riesgos que tenía que superar. Esa forma afectuosa y firme se reflejaba completamente en su mirada, su sonrisa y en su apretón de manos.
Entre los muchos puntos de coincidencia que tuvimos, quizá el más importante fue que, ante las dificultades económicas de México, consideramos que más que retirar utilidades era el momento de invertir los ahorros.
Hoy vemos que la consistencia y la visión que tuvo don Roberto le dieron la razón.
Siempre es motivo de orgullo conocer hombres exitosos en los negocios, más aún cuando son como González Barrera, para quien el éxito estuvo fundado en una gran convicción de superación
y en un talento natural para conseguir la grandeza y comprometerse día con día para alcanzarla.
CEO de Interjet y presidente de laFundación Miguel Alemán Valdés
El ejemplo de don Roberto González Barrera
Por Carmen Patricia Armendáriz
¿Qué anima a un niño de escasos cinco años a construir un cajón para bolear zapatos y trabajar duro para multiplicarlo y rentárselos a sus amiguitos? Ciertamente, la pobreza y el deseo intenso de superarla (“la pobreza me hablaba de usted”, como solía decir), y su solidaridad familiar; pero, sobre todas las cosas, el espíritu empresarial innato en Roberto González Barrera.
Habiendo tenido la fortuna de conocerlo como amigo, quiero contribuir con mi testimonio de lo que fue su esencia, que finalmente es la flama de la energía y acciones de un hombre, y que pueda inspirarnos para contribuir a un mejor entorno para generaciones futuras.
Yo creo que la visión de don Roberto fue una de las virtudes más encarnadas en su ADN. Comprar un cajón para bolear y verlo multiplicado en perspectiva; comprar un pequeño molino de maíz y verle el potencial de magnificarlo en su cuadra, en su ciudad, en su país y en el mundo; comprar Banorte, en ese entonces el penúltimo banco del sistema en cuanto a tamaño, viéndolo desde el momento mismo de su compra como uno de los primeros de México… siempre en un contexto de 100 años hacia delante, viendo sus adquisiciones desde una perspectiva de grandeza y contribución. “Tus sueños deben de trascender tu vida para que tengan chiste”, decía con una traviesa sonrisa de reto a la vida.
Esto explica por qué tenía siempre prisa para lo emprendido. Había que multiplicar 24 horas con acciones para prolongar, en una sola vida, muchas más.
“El tiempo vale mucho dinero… son dos puntos de mercado lo que significa la fusión con Ixe, ¿cuánto tiempo nos va a tomar lograrlos por nosotros mismos? Hay qué ir por ellos”, me dijo cuando nos sintió escépticos en las negociaciones de fusión con este banco, que ha ratificado una vez más su visión por los buenos negocios.
El inmenso amor por su familia, amigos, comunidad y país fueron otra constante que lo acompañó toda su vida. Su sentido de aplicación y apalancamiento de todos los recursos a su entorno para hacerlo mejor le imprimían propósito a su diario actuar.
Ese amor por el país era el motor de su sentimiento de pertenencia comunitaria. En todo proyecto que le vi emprender tomaba en cuenta a todos los involucrados: los líderes del gobierno… ¿podía contar con ellos? ¿Cómo los iba a entusiasmar y comprometer con el proyecto?… En ese diálogo terminaba siendo amigo de muchos de ellos.
Como ejemplo de esto, mi experiencia personal es que cuando conocí a don Roberto yo era la supervisora de su banco, y en una visita de inspección a una sucursal pidió participar, ver qué era lo que importaba para nosotros en nuestra evaluación de la gestión del banco; y a partir de entonces me invitaba a platicar con él periódicamente para que yo le explicara “cómo veía el banco”, y para contarme sus planes de expansión, nuevos productos, nuevas ideas, más sueños…
Y ese involucramiento con su entorno se extendía al resto de su proyecto: las personas que estarían a cargo del proyecto ¿eran las mejores? ¿Cómo se manifestaban en sus familias? ¿Eran buenos padres, hijos, hermanos? ¿Tenían las más altas calificaciones académicas?… A los empleados ¿se les veía contentos? “¿Cómo están sus hijitos?”, era la pregunta obligada cuando los saludaba, y siempre fue generoso en su tiempo con ellos, escuchándolos, adivinando sus pesadumbres y necesidades, nunca dando consejos como solía ser su máxima, sino ayudándolos a resolver sus problemas.
Su visión de negocios estaba hecha de cuántos empleos vamos a crear, cuántas familias se van a favorecer. Su generosidad era el complemento de su éxito. Compartió con los necesitados una tajada mucho más grande que aquella con la que se quedaba para el capital de sus empresas, en la forma de hospitales, escuelas, vivienda: “Yo ya tengo mucho, más de lo que me esperaba, y la mayoría no tiene ni para comer”.
Don Roberto tenía una sed de información sin precedentes. Todas las mañanas, al llegar a su oficina, lo primero en que ocupaba una buena parte de su tiempo era saber cómo abrieron los mercados, cuántos muertos hubo ayer con la violencia, qué opinaba su economista global sobre las implicaciones económicas de algún conflicto mundial. Para cada tema que le interesaba tenía una fuente de información, la mejor, la más experta. Y cada tema de su interés siempre estaba adelantado al tiempo presente. La información más amplia posible sobre lo que sucedía en México y en el planeta la consideraba indispensable para pulir su visión, y para corregir su rumbo cotidiano. La información era, como él mismo decía, el radar de su barco.
La voluntad que envolvía sus sueños resultaba, por lo tanto, inquebrantable; le daba ese hálito de energía, empuje, tesón y, sobre todo, foco en lo que importaba saber y conocer, que suplía su falta de instrucción formal y le imprimía un pragmatismo sabio que lo hacía tomar las decisiones básicas para maximizar las probabilidades de éxito en sus empresas. Cuando trabajé con él hacíamos las famosas giras por las sucursales; “Tú vete a ver los números”, me decía. “Yo me voy a lo que importa”. Y le pedía al gerente de la sucursal llevarlo a ver las instalaciones. A menudo lo vi salir regañando al gerente: “Si con el desorden con que mantiene usted los baños y la cocina lleva usted mi sucursal y su casa, seguramente sus resultados en la sucursal son malos”. Y casi siempre solía tener la razón.
Su energía para el trabajo era testigo de su pasión por lo que hacía. No podíamos, por dedicados que fuéramos sus colaboradores, superarla. Siempre terminábamos exhaustos, incrédulos ante la bohemia que iniciaba como ritual obligado los viernes por la tarde, sabiendo que con ella llegaba el necesario asueto que le daba perspectiva y recompensa en lo que más contaba para él: su familia y sus amigos. El amor hacia sus amigos nos inspiró y aglutinó alrededor de su silencioso y formidable liderazgo.
Esta claridad en sus prioridades explica el desapego verdadero que tenía por sus logros materiales. Cuando le pregunté por qué no había escrito un libro de su vida que reseñara su éxito, me contestó: “Porque para escribir un libro me motivaría contar las cosas que verdaderamente han importado en mi vida, y esas no las voy a poder contar porque, si lo hiciera, a nadie le interesarían, y el libro sería un fracaso”.
Su inmensa fe en “mi Dios”, como él lo llamaba; su diario, solitario, diálogo con él para inspirarlo y comprometerlo al iniciar su día, decía que eran la quilla de sus 24 horas, siempre usando similitudes de su persona con los barcos. “Por la mañana le pido, por la noche le agradezco”.
Su filosofía de vida incluía el sentido con que la tomaba. Ninguna tragedia era definitiva y sí una oportunidad para mejorar dentro de la empatía y compasión con quienes la estaban sufriendo. Recientemente, ante el reporte diario que recibía de los muertos por la violencia, se dolía y evocaba a sus familias: “Hoy fueron 32, 32 familias que están sufriendo… 32 mexicanos que perdimos”. Sus situaciones personales adversas las enfrentaba con serenidad, autocompasión y hasta sentido del humor.
Don Roberto, ejemplo insigne de hombre y empresario, basta buscar en mis sentimientos de cariño y admiración para encontrarte. Basta buscarte en la obra que dejaste para saber también que ahí estás, inspirándonos con tu ejemplo. Basta buscarte en los corazones de tus familiares y amigos para saber que siempre estarás aquí.
Consejera independiente de Grupo Financiero Banorte
Un hombre excepcional
Por la Lic. Aurora Cervantes Martínez
Don Roberto fue uno de esos hombres excepcionales con los que se rompió el molde, único, irrepetible… De grandes contrastes, duro, con una disciplina férrea, de convicciones firmes, inamovibles, tanto que hasta podía confundirse con obstinación, aunque al final invariablemente demostraba que su instinto aunado a una gran ecuanimidad, sostenida siempre por su costumbre de no tomar una decisión sin dejar pasar un día para madurarla, hacía que difícilmente se equivocara, el tiempo así siempre lo demostró.
Sus jornadas nunca fueron menores de 15 horas, muchas de ellas invertidas en contribuir en algo a lo que fue su gran pasión: México.
Un profundo nacionalista amante de las tradiciones y consciente de las carencias de nuestro país. Muy cercano al dolor de “su México”, no había desastre natural o tragedia nacional en la que no se hiciera presente, siempre en una forma discreta y alejada de reflectores, contribuyendo para aliviar un poco el dolor de su gente. Un gran filántropo a quien el éxito y la riqueza nunca le hicieron olvidar su origen humilde, sino, por el contrario, desarrollaron su altruismo y conciencia social. Un hombre de trabajo, de esfuerzo, un visionario que siempre iba un paso adelante.
Claro en sus objetivos, no claudicaba hasta alcanzar sus metas. Un hombre de pasos determinados, prudente, cauto y cuidadoso, pero que nunca perdió la capacidad de soñar.
En momentos de adversidad nunca dejó de sorprenderme su ecuanimidad y control, no hubo crisis, por más grave que fuera, que lo hiciera tambalear ni dudar de sus decisiones. Una vez tomadas, difícilmente las cambiaba. Enfrentaba los problemas con una gran valentía y entereza, y más de una vez fue soporte y apoyo para “su gente” en momentos de desánimo. Se mantenía firme cuando a su derredor muchos se ofuscaban, y posiblemente algunas veces flaqueaba, pero su voluntad siempre decía adelante.
Don Roberto, mi jefe, tenía un altísimo concepto del honor, fue ejemplo de integridad y siempre honró su palabra y compromisos. Era una de las muchas razones por las que era reconocido.
Por otra parte, era un hombre capaz de conmoverse hasta el llanto con una canción, con un recuerdo. Tenía una sensibilidad que contrastaba con su fortaleza y su recia personalidad. Nunca conocí a alguien que disfrutara así de la vida, la saboreaba, la exprimía. Se emocionaba con las cosas más simples y comunes y sorprendía con su gran sencillez.
Amante de la música, era un enamorado de la vida. Gozaba con intensidad cada momento, no conocía el cansancio, no tenía descanso.
Recuerdo que muy frecuentemente los viernes, después de una semana extenuante, al acercarse la tarde me decía: “¿A dónde y a quiénes vamos a invitar a festejar?”. Alguna vez, después de una jornada particularmente difícil, le pregunté, desalentada: “Don Roberto, ¿y qué vamos a festejar?”. Y su respuesta fue: “La vida”.
Ese era don Roberto González Barrera; atrás del gran empresario, del hombre que sin duda cambió el rumbo de este país, había un ser humano que disfrutaba cada instante y cada momento como si fuera el último, con coraje, con emoción.
Era un espíritu libre, no conocía ataduras, tal vez por eso su inspiración era el mar, en donde —como él decía— tomaba sus grandes decisiones.
El Xilonen, su refugio, su remanso, en el que no solamente navegaba en la inmensidad del océano, sino donde acariciaba primero, y construía después, proyectos que concretaba con una tenacidad incansable.
Sus virtudes opacaban sus defectos, fue un hombre muy querido por sus amigos, respetado y admirado por sus competidores. Don Roberto dejó huella indeleble, marcó vidas, forjó personalidades. Fue un gran líder, nos obligó a sacar lo mejor de nosotros mismos. Nos enseñó que no existen límites y que los sueños se alcanzan. Su vida fue ejemplo de esfuerzo y disciplina.
Quienes tuvimos el privilegio de trabajar cerca de él nunca olvidaremos sus enseñanzas.
Gracias, don Roberto, por ser un maestro de vida.
Descanse en paz con la satisfacción del deber cumplido.
Directora ejecutiva jurídica de MetLife México, S. A.
Lo mejor de esta tierra
Por Ramón Alberto Garza
México no suele ser tierra fértil para que se den los hombres de negocios fuera de serie. No en las proporciones que deberían darse en una nación tan rica en talentos, tan vasta en recursos y tan amplia en mercados como lo somos.
Más aún cuando en la mayoría de los casos las grandes corporaciones —y muchas de las más conocidas fortunas— se forjaron al amparo de concesiones o privilegios personales otorgados al amparo del gobierno en turno.
Todavía hoy, en pleno siglo XXI, en nuestro país el know what suele ser superado por el know who. Importa más a quienes conoces, tus relaciones, que tu ingenio, tu creatividad o tus habilidades.
Por eso, frente a esta realidad, la figura de Roberto González Barrera crece y se enaltece. Porque es de los pocos mexicanos que puede presumir que su talento y su tecnología le permitieron hacerse de un mercado no solo en México, sino en el mundo entero.
Durante décadas el empresario neoleonés nadó contra la corriente de la ancestral costumbre del nixtamal. Y logró ir evangelizando, con paciencia y con tecnología propia, a un pueblo que se negaba a consumir la harina de maíz.
La visión estratégica y el patronazgo de Roberto González Barrera, combinados con el talento indiscutible del ingeniero Manuel Rubio Portilla, hicieron posible la tecnología para masificar la fabricación de tortillas.
Pocos mexicanos pueden presumir una patente propia, de clase mundial, como la que permitió, en la década de 1970, a Tecnomaíz lanzar la tortilladora automática, una máquina que hoy es capaz de fabricar hasta 1200 tortillas por minuto y que vino a revolucionar la industria alimenticia nacional.
Tan novedosa y eficiente resultó la tecnología creada por Gruma, que no tardaron en ensanchar sus mercados hacia Costa Rica y Estados Unidos primero, y al resto del mundo después.
Nadie pues le regaló a Roberto González Barrera lo que tiene. Así se diga que sus relaciones con sus compadres Raúl Salinas Lozano y Carlos Hank González le abrieron puertas insalvables y le otorgaron privilegios oficiales.
Nada de eso habría sido posible sin las capacidades tecnológicas que perfeccionaron la harina de maíz primero y que dieron pie a la invención de la tortilladora mecánica después. No fue una cuestión de concesión.
Esa visión de Roberto González Barrera fue la que creó una corporación Gruma con 21 000 empleados en todo el mundo y forjó una sociedad con más de 22 000 productores de maíz.
Una historia nada despreciable para un hombre nacido hace 82 años en Cerralvo, un pequeño poblado de Nuevo León y que apenas cursó la primaria porque se vio obligado a salir a vender lo que fuera, inclusive a lustrar calzado, para aportar sustento a la familia.
Jamás imaginaría ese aseador de zapatos que décadas más tarde se convertiría también en un próspero financiero, en el único sobreviviente de una estirpe de banqueros mexicanos en extinción.
Y es que cuando Roberto González Barrera se hizo de Banorte, en 1992, pocos imaginaron también la dimensión que su talento le daría a lo que en aquel momento era un modesto y bien administrado banco regional del norte de México.
Con mucha paciencia fue ampliando los servicios, abriendo sucursales y fusionando otros bancos e instituciones financieras.
En el 2002 se hizo de Bancrecer; en el 2006, del Inter National Bank of Texas, y en el 2010 da el salto final para adquirir Ixe Grupo Financiero.
Si en la privatización de 1992 se hubieran hecho apuestas sobre quienes de los grandes financieros serían los sobrevivientes más exitosos 20 años después, sin duda media docena de grandes personajes se habrían colocado antes del nombre de Roberto González Barrera.
Pero no solo los superó a todos. El empresario y banquero neoleonés fue el único sobreviviente de esa generación de financieros que por incompetencia o por ambición claudicaron y entregaron sus activos bancarios a grupos extranjeros.
Hoy el Grupo Financiero Banorte-Ixe es la tercera institución financiera en México, solo superada por la española BBVA-Bancomer y por la norteamericana Banamex.
La visión estratégica de Roberto González Barrera fue capaz no solo de colocar a su banco apenas detrás de BBVA y de Citi, sino de superar a viejos lobos internacionales como HSBC o Scotia Bank.
Nada de esto fue gratuito. De hecho, nadó a contracorriente de un empresariado y de una comunidad bancaria que veían en el neoleonés a un personaje poco sofisticado en su preparación académica, en exceso pragmático y demasiado involucrado en una materia a la que los empresarios y financieros suelen tenerle alergia: la política.
Porque si Gruma y Banorte eran sus amores, la política era la pasión de Roberto González Barrera. Quería saber, buscaba opinar, sabía influir.
Su despacho era a lo largo de la semana una pasarela de secretarios de Estado, gobernadores, dirigentes de partidos, personajes de los medios de comunicación e incluso prelados de la Iglesia.
Y el fin de semana, cuando permanecía en México, su casa se convertía en uno de los lugares favoritos en los que se reunían los que toman decisiones. Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa, por citar dos ejemplos, eran abonados constantes de esas tertulias.
Por supuesto que iban convocados por el poder que detentaba el empresario y banquero. Buscaban el consejo, su visión, su influencia y el apoyo económico que los sacara del apuro.
Pero por encima de todo, Roberto González Barrera siempre demostró un extraordinario don de gentes. Su amistad, para el que se la ganara, era de por vida. Incondicional.
Tanta era su pasión política que cuando el PRI se desplomó en el 2000 a un dramático tercer lugar en las preferencias electorales y nadie apostaba por su futuro, el empresario neoleonés fue el único que atravesó su chequera para financiar lo que entonces se consideraba perdido.
Cosas de la vida, Roberto González Barrera vivió lo suficiente para ver, 12 años más tarde, que su malogrado partido recuperaba su lugar en Los Pinos.
A pesar de ello, nadie puede decir que abonaba solo en su partido, porque a pesar de su cercanía con los priistas, también se adentró en los cenáculos de algunos personajes de la oposición. Marta y Vicente Fox pueden dar sobrado testimonio.
Una más de sus facetas, quizás la menos estudiada, la menos difundida, fue la de la filantropía. Becaba a niños y jóvenes, asumía el patronazgo de obras de beneficencia locales y nacionales. Algunas de manera institucional, como el ejemplar Patronato de Cerralvo, y muchas otras en lo personal, de manera silenciosa.
Y esa sensibilidad por los demás, ese involucramiento en compartir algo de lo mucho que se tiene, lo heredó a dos de sus hijos. A Bertha González Moreno y a Roberto González Alcalá.
Es cierto que la vida empresarial de Roberto González Barrera no siempre fue color de rosa. Como todos, enfrentó y confrontó los tiempos de fragilidad, de desencuentros con socios, de intrigas políticas y palaciegas, de malas decisiones que terminaron forjando su singular temple.
Pero su común denominador frente a las adversidades siempre fue el optimismo de su sonrisa.
Y quizás lo que mejor describa su mítica trayectoria como un indiscutible y respetado hombre del poder era su apelativo: don Roberto, a secas.
Sin necesidad de apellidos, con el valor que da el nombre de pila, “don Roberto” se convirtió en la voz influyente de un patrono, en el símbolo indiscutible de un padrino que escucha, que opera, que apoya.
Por eso cuando se conoció de su ya esperado deceso tras una larga enfermedad, las páginas de los diarios se inundaron como muy pocas veces de dolientes participaciones.
Era el hasta pronto a un mexicano de los que no se fabrican en molde, de los que tienen capacidad de soñar y de cristalizar. Uno de los pocos, muy pocos, que se ganaron a pulso el “don”. De lo mejor de esta tierra.
Ramón Alberto Garza es periodista y fundador de Reporte Índigo
Un privilegio…
El sábado 1 de septiembre, don Roberto González habría cumplido 82 años. Lo que sigue es una transcripción del discurso ofrecido por su hija, Bertha A. González, con motivo del natalicio de don Roberto en Cerralvo, Nuevo León.
Muy buenos días, amigos de este querido pueblo de Cerralvo. Bienvenido, señor gobernador.
A todos los invitados que hoy nos acompañan a celebrar el 82 aniversario de don Roberto González Barrera, mil gracias por estar con nosotros.
Como cada vez que don Roberto nos visita, hoy en Cerralvo estamos de fiesta; hoy, que empezamos esta hermosa tradición de celebrar el cumpleaños de don Roberto cada 1 de septiembre aquí, en Cerralvo.
La vida les da la oportunidad a muy pocos hombres y mujeres, de poder trascender y ser recordados por sus obras; todo lo que somos y hacemos en nuestro tiempo es solo la oportunidad de poder ir escribiendo nuestra leyenda personal.
Don Roberto escribió su historia partiendo de sus valores de esfuerzo, tenacidad y trabajo, valores que lo llevaron, de aquel molino con el que iniciara aquí mismo, en Cerralvo, a desarrollar una empresa con presencia en más de 100 países alrededor del mundo.
Gruma es sin duda su gran vocación.
Pero es aquí, en Cerralvo, en donde recordamos a mi papá no solo por ser un gran empresario.
Aquí, en su casa, no solo era el presidente de Gruma o Banorte.
Aquí, en su tierra, en donde dejó un legado de fortaleza y bondad con ese inmenso corazón tan lleno de amor. Aquí es donde celebramos a don Roberto.
Aquí mi papá vive en cada niño que puede ir a la escuela y que puede tener una beca, en cada maestro que siente y disfruta su vocación, en cada logro deportivo; mi papá vive en cada casa del país y del mundo entero en donde se disfruta una tortilla hecha con Maseca.
Mi papá vive en cada una de las plantas en las que en total laboran más de 21 000 personas en el mundo entero.
Mi papá vive en el banco más fuerte de México.
Pero, sobre todo, vive cada vez que se pronuncia su nombre.
Agradezco a mi papá la enorme familia que nos dejó, de más de 40 000 personas, en sus empresas y en su querido Cerralvo.
No cabe duda de que hoy don Roberto inicia su camino a la inmortalidad porque renació a su vida nueva, una vida llena de luz, paz y alegría en compañía de mis abuelitos, Guaguis y Tate.
Yo quiero agradecerles el haber querido tanto a mi papá, él los sigue y seguirá queriendo mucho.
Nuesto querido don Roberto siempre estará entre nosotros, con su alegría y su ejemplo y con el legado que nos deja a todos.
Hoy los invito a recordarlo como el hijo predilecto de Cerralvo que ahí nació y creció por todo el mundo.
Gracias por todo, papá.
Para mí y para mis hijos es un orgullo el haberte tenido como un padre ejemplar y amoroso, pero sobre todo, para nosotros es más un honor y un privilegio.
Bertha A. González es consejera propietaria de Gruma y consejera propietaria de Grupo Financiero Banorte
Mi muy querido don Roberto, mi héroe
Por Sylvia Hernández
Mi gran maestro, de quien aprendí grandes valores y que a través de hechos me mostró la grandeza de su vida, que fue excepcional.
Un hombre con un gran talento para los negocios basado en una disciplina inquebrantable y un carácter enérgico, pero combinado con una enorme sensibilidad y gran carisma para cautivar. Un hombre que me enseñó que la vida hay que vivirla y no transcurrirla.
Un hombre que en cada charla, en cada junta, en cada market tour recorriendo el mundo, me motivó para enfrentar mis propios retos de vida y me demostró con su ejemplo que con esfuerzo, compromiso y perseverancia nuestros sueños se transforman en realidad y es la única forma de trascender, y para ello hay que amar lo que se emprende.
Un hombre que también me mostró su grandeza como ser humano en momentos difíciles, con su apoyo incondicional y cariño, que nunca olvidaré.
Un hombre que creyó en mí siempre tanto como yo en él, y con quien tuve el gran privilegio de compartir su enorme pasión por el marketing, pasión que me permitió estar cerca de él y aprender de sus grandes talentos natos y sensibilidad, de su gran historia de vida y de nuestra querida Gruma.
Un gran hombre cuya privilegiada cercanía también ha sido el reto más grande en mi vida; nada sencillo cubrir las expectativas de un hombre de tan alta exigencia con metas y objetivos tan extraordinarios y con una capacidad excepcional de trabajo.
Mi querido don Roberto, cuánto lo voy a extrañar… Él ha sido mi mejor escuela, crecí a su lado personal y profesionalmente, y tenerlo como mi gran maestro es la mejor remuneración que he recibido en la vida; siempre me llenará de orgullo y emoción compartir al mundo que trabajé con un gran hombre y un gran ser humano como él.
Seguiré adelante con su filosofía acompañándome, filosofía de vida que siempre vivirá en mí, teniendo presente en cada paso lo que ha representado en mi vida y el gran ejemplo y motivación que me deja hasta el final al ver la fortaleza con la que enfrentó su último reto en la vida. Ojalá algún día pueda yo hacerlo como él, un hombre que supo vivir como pocos aprovechando hasta el último segundo de su existir.
Muchas gracias por todo lo que me apoyó siempre, muchas gracias por ser mi maestro, muchas gracias por ser mi héroe.
Directora corporativa de Mercadotecnia Global de Gruma
Constancia y ambición forjan destinos exitosos
Por Alfonso Navarrete Prida
La sentida muerte de Roberto González Barrera ha conmovido no solo a los mexicanos, sino al mundo empresarial internacional. Don Roberto fue y seguirá siendo un ejemplo de tenacidad, trabajo, esfuerzo, entusiasmo, temple y solidaridad. Un ejemplo de vida.
En la realidad, los acontecimientos trascendentes en la vida de las personas no suceden, por lo general, en forma fortuita; el caso de Roberto González Barrera no fue la excepción, su éxito personal y empresarial dependió de su esfuerzo personal, de su constancia, de su tenacidad. Él mismo expresó en una entrevista que era empresario desde los cinco años.
Hombre que ayudó a consolidar al México de hoy, Roberto González nació en Cerralvo, Nuevo León, el 1 de septiembre de 1930, en medio de carencias y grandes necesidades, en plena gran depresión, época muy difícil para la economía mundial y, desde luego, la de nuestro país; el movimiento armado en México había concluido, se iniciaba la época de la construcción de instituciones, pero la reconstrucción de la incipiente infraestructura, de la planta productiva, no sería fácil; la familia González sufría también los embates de la crisis. Don Roberto ha dicho que nació en la pobreza y sus primeros años fueron muy difíciles, su padre frecuentemente se ausentaba para trabajar en los Estados Unidos.
Desde pequeño ideó la manera de ganar algunos pesos para apoyar la sufrida economía familiar: “hacía mandados”, como él decía, a los vecinos, rentaba cajones de bolero, vendía diversos artículos; a temprana edad abandonó la escuela para trabajar, no concluyó la secundaria, a los 11 años lustraba zapatos. A pesar de ello, don Roberto solía recordar su niñez como una época feliz.
Al regreso de los Estados Unidos, su padre estableció una tienda de abarrotes en la que el pequeño Roberto González trabajó, obtenía un sueldo y ganancias comerciando con diversos productos. El trabajo fue siempre una pasión para este hombre que fundó exitosas empresas en México que se ampliaron a diversos países.
El mejor ejemplo que lo caracterizó como un hombre de gran temple lo relatan inmejorablemente los riesgos que tomó durante su vida, así lo hizo cuando decidió trabajar para una planta de exploración de Petróleos Mexicanos, en la que se desempeñó como conductor, se encargaba del transporte de explosivos, un trabajo que muy pocos aceptaban, pero que resultaba remunerador.
Hábil para detectar las oportunidades, conoció a un productor de aceite de coco con quien se asoció, pero una enfermedad obligó al empresario a liquidar la sociedad obteniendo una importante cantidad de dinero para esa época, con la que emprendió negocios con su padre.
El talento, visión y desprendimiento de Roberto González y su padre fue manifiesto al adquirir una planta de luz para electrificar el municipio; adquirieron también una planta de hielo.
La exitosa carrera empresarial de Roberto González toma un impulso insospechado en 1948, con la adquisición de una máquina que molía nixtamal para la producción de harina; de ahí nació una enorme industria que ha trascendido las fronteras nacionales, Maseca y todas las que conforman actualmente el Grupo Maseca (Gruma). Pocos podrían suponer, en la primera mitad del siglo XX, que un producto infaltable en la mesa de millones de mexicanos pudiera industrializarse, como en efecto se hizo.
Don Roberto y su padre se dedicaron a mejorar las características técnicas de aquella máquina rudimentaria y con ello revolucionaron el mercado de la harina de maíz y la tortilla.
La industrialización del alimento básico en la dieta de los mexicanos fue un gran aporte del empresario de Nuevo León; el éxito no fue fácil, se enfrentó a la resistencia de los consumidores, la carencia de crédito, la dificultad en la colocación y distribución del producto. Vender tienda por tienda se convirtió en la estrategia de mercado que en los inicios de la empresa funcionó.
Así, con tesón, con imaginación, con enorme esfuerzo, logró hacer de esta empresa una de las más productivas del país con presencia dominante en más de 100 naciones.
Para Roberto González Barrera no existieron escollos insuperables, no existieron para él los límites, sino la voluntad, la convicción, la confianza en sí mismo. Grupo Maseca es un consorcio global, produce alimentos que tienen como base el maíz, pero también maquinaria para la elaboración de insumos de este. Como resultado del éxito esta empresa no solo co