El alto costo de la vida, los bajos salarios y las tendencias políticas arrojan a jóvenes de Israel fuera de su nación; buscan una nueva vida en otros países, especialmente en Estados Unidos.
EN ABRIL, mientras su familia, que habita en el centro de Israel, se preparaba para celebrar el Día de la Independencia, Rachel Ohal se preparaba para lo que, en sus palabras, es “el sueño de todo israelí”. La mañana siguiente, luego de despertar en su casa de Los Ángeles, se dirigió en su automóvil a la ceremonia tras la que se convirtió en ciudadana estadounidense. Ella es una de casi un millón de israelíes que residen en Estados Unidos. Y si Israel —el país habitado por 8.8 millones de personas— no cambia el rumbo, muchos más podrían unírsele.
En mayo, Israel celebrará su aniversario número 70, con la apertura de la embajada estadounidense en Jerusalén. Sin embargo, esta nación hace frente a una crisis existencial que nada tiene que ver con las armas nucleares iraníes ni con las protestas de los palestinos. Impulsados por el alto costo de la vida, los bajos salarios y las tendencias políticas y demográficas, los israelíes abandonan su país en grandes cantidades, tratando de construir una nueva vida en otros países, principalmente Estados Unidos. Muchos de estos jóvenes israelíes se están mudando a las grandes ciudades y, sin embargo, incluso en estos lugares a menudo costosos, ven más oportunidades para avanzar.
Los datos disponibles que reportan los analistas son muy reveladores. Entre 2006 y 2016, más de 87,000 israelíes adquirieron la ciudadanía estadounidense o se convirtieron en residentes permanentes legales, de acuerdo con los datos más recientes del Departamento de Seguridad Interior de Estados Unidos. Esto representa un aumento con respecto a los 66,000 residentes que hubo entre 1995 y 2005. Esas cifras toman en cuenta únicamente a aquellas personas que optaron por la vía legal (los analistas indican que muchos israelíes llegan con visas temporales de turistas, estudiantes o trabajadores para luego quedarse permanentemente). Y además de los israelíes que viven en la actualidad en Estados Unidos, según el Ministerio de Asimilación de los Inmigrantes, hay cientos de miles que se han mudado a Europa, Canadá y otros países.
La fuga de cerebros de ese país no es nada nuevo. Durante años, muchos de sus más talentosos estudiosos e investigadores se mudaron a Estados Unidos, donde los salarios son mucho más altos y existen más puestos de trabajo en las universidades más prestigiadas. En un informe realizado por Dan Ben-David, economista de la Universidad de Tel Aviv, se descubrió que el índice de emigración de investigadores israelíes era el más alto del mundo occidental. Sin embargo, recientemente el éxodo se ha expandido hasta incluir a jóvenes promedio, muchos de los cuales afirman que simplemente no hay futuro en Israel.
Aunque este atribulado país ha llegado a conocerse como “la nación de las nuevas empresas”, debido a que tiene más empresas recientes de tecnología per cápita que cualquier otro país, el israelí promedio tiene poca relación con esa próspera área. De acuerdo con datos del gobierno, 8 por ciento de los israelíes trabajan en las industrias de alta tecnología, en las que se pagan salarios de hasta siete veces más que el salario promedio nacional de 2,765 dólares al mes (antes de impuestos). Israel tiene uno de los más altos índices de pobreza y desigualdad salarial del mundo occidental. Además cuenta con uno de los más altos costos de vida. Tel Aviv ocupa el noveno lugar entre las ciudades más caras del mundo, superando a Nueva York y Los Ángeles —y hace apenas cinco años, se encontraba en el lugar número 34.
La situación es tan difícil que en una encuesta realizada en 2013 por el diario financiero Calcalist (que constituye el estudio más reciente realizado en Israel sobre el tema), se halló que 87 por ciento de los adultos, muchos de ellos que ya cuentan con hijos, dependen del apoyo financiero que reciben de sus padres.
JÓVENES QUE BUSCAN FUTURO
En la primavera de 2011, estas presiones económicas se reflejaron en las calles, cuando medio millón de jóvenes israelíes protestaron durante meses contra el alto costo de la vida, así como contra los decadentes sistemas de salud y de educación.
Desde entonces, los líderes de la nación han invertido cientos de millones de dólares en esfuerzos para hacer que sus ciudadanos con mayor educación vuelvan a casa. De acuerdo con expertos, dichos esfuerzos no han tenido éxito. En 2011, el gobierno israelí puso en marcha I-CORE, un programa con un valor de 360 millones de dólares para alentar a los talentos a volver a las universidades de su país. Los resultados fueron tan bajos, que el programa fue cancelado después de tres años. Barak Medina, rector de la Universidad Hebrea de Jerusalén, afirma que solo 20 por ciento de los israelíes que viajan al extranjero para realizar estudios doctorales vuelven a Israel, debido a los bajos salarios y al alto costo de la vida. Medina, cuya universidad formaba parte de I-CORE, señala que en algunos casos, los miembros del cuerpo docente universitario volvieron a Israel pero pronto regresaron a Estados Unidos. “Existe una gran diferencia entre lo que esperaban conseguir aquí y lo que lograron en realidad”, afirma.
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En 2013, el gobierno puso en marcha el “Programa de Captación de Mentes de Israel”, para identificar a los israelíes talentosos que vivían en el extranjero y atraerlos de vuelta, ayudándoles a buscar empleos, entre otras cosas. El programa fue cancelado hace nueve meses, cuenta Naomi Krieger Carmy, directora de la División de Desafíos Sociales de la Autoridad para la Innovación de Israel, que es el organismo gubernamental que supervisó el programa. No pudieron hacer que una cantidad suficiente de personas volviera al país. “Los esfuerzos del gobierno para tratar de hacer que los académicos vuelvan son una gota en el mar”, afirma Ben-David, economista israelí. “Tenemos que arreglar a todo el país”.
Linoy, una chica de 21 años, originaria de Jerusalén, está de acuerdo. (Al igual que otras personas entrevistadas para este reportaje, ella le pidió a Newsweek que no pusiera su apellido porque llegó a Estados Unidos con una visa de turista.) El año pasado, poco después de completar su servicio militar obligatorio, se mudó a Los Ángeles, esperando un mejor futuro. Tras llegar a Estados Unidos, se casó con un estadounidense y espera obtener su permiso de residente legal. Si vuelve a Israel, le preocupa terminar como su madre quien, a sus 47 años, aún alquila su apartamento y dedica todos sus ingresos únicamente a satisfacer sus necesidades más básicas. “Amo a Israel”, dice Linoy, “pero el gobierno nos ha llevado a un extremo donde no podemos construir una vida en nuestro país. Es triste que la generación más joven aún busque una forma de escapar”. A ella le gustaría criar a sus hijos ahí algún día, pero duda que ello pueda suceder.
Rachel Ohal y Amir, su esposo, se sienten de la misma manera. Hace cinco años, vivían en Israel, con sus dos hijos, y trabajaban a jornada completa (ella era cajera en un banco, mientras que él trabajaba en el área de atención a clientes de una empresa de telecomunicaciones). Juntos, obtenían un ingreso mensual de menos de 4,000 dólares después de impuestos. Apenas podían pagar sus facturas. En 2013 se mudaron a Los Ángeles y, en tres años, lograron construir una casa de cuatro habitaciones. Actualmente, Amir es propietario de su propia empresa contratista, algo que trató de hacer en su país. Ahí un puñado de familias poderosas dirige la industria, la cual, supuestamente, está relacionada con la mafia israelí. Ahora, Amir gana alrededor de 10 veces más que en Israel, y Rachel no tiene que trabajar. “En Israel, mis hijos no tenían a su madre”, afirma Rachel. “Aquí puedo estar con ellos todo el día”.
Aunque el éxito de los Ohal no es típico, su historia es representativa de las mayores oportunidades económicas que los israelíes encuentran en Estados Unidos.
Adam Milstein fundó el Consejo Israelí-Estadounidense en 2007 como un hogar para la comunidad israelí de Los Ángeles. Cuando salió de Israel en 1980, dice, la inmigración en Estados Unidos era diferente. “En ese entonces, nos sentábamos en nuestras maletas, esperando ir a casa. Los israelíes que vienen actualmente son jóvenes y mucho más talentosos, y no tienen ninguna prisa por regresar”.
LIBERALES VS. CONSERVADORES
Otra de las razones que muchos israelíes esgrimen para dejar su país es lo que consideran como un alejamiento de ese país de sus orígenes como una democracia secular judía.
Israel alberga a un creciente número de judíos religiosos, un cambio que se refleja en todos los aspectos de la sociedad israelí, desde la política hasta el sistema nacional de educación, en el que los estudios religiosos han absorbido una parte considerable de la jornada escolar. “Quiero que mi país siga siendo democrático y judío, no judío y luego democrático”, afirma Karmit, una mujer de 30 años que planea mudarse a Nueva York con su esposo el año próximo.
La creciente religiosidad de los israelíes ha hecho, en parte, que ese país se vuelva más conservador. Quienes emigran son usualmente más liberales. Aunque los judíos ultraortodoxos constituyen únicamente 12 por ciento de la población actual, se espera que esa cifra se cuadriplique para 2065, de acuerdo con la Oficina Central de Estadísticas de Israel.
El crecimiento de la población ultraortodoxa, en cuyas escuelas, que reciben fondos públicos, se enseña muy poco de matemáticas, ciencias naturales e inglés, prefiguran un problema aún mayor. “En Israel, la mitad de los niños recibe una educación del Tercer Mundo”, afirma Ben-David, mencionando datos recopilados por su organización, denominada Shoresh Institution.
Encima de todo, muchos de los ultraortodoxos, o Haredim, no pagan un impuesto sobre la renta porque no ganan lo suficiente; ellos viven en la pobreza, y dedican su vida al estudio religioso financiado por el Estado, por lo que dependen de la asistencia social. El resultado: Israel, afirma Ben-David, se ha dividido esencialmente en dos países. “Está el Israel de las nuevas empresas”, dice, “y este otro, que no recibe las herramientas para vivir en una economía moderna”.
Esa diferencia entre ambos, añade, crece rápidamente, y sin un fin cercano al conflicto con los palestinos, así como los continuos rumores de guerra con Irán y sus representantes en Líbano y Siria, Ben-David piensa que el statu quo es insostenible. “Una economía del Tercer Mundo”, dice, “no puede sustentar a un ejército del Primer Mundo. Y sin un ejército del Primer Mundo en el lugar más peligroso de la tierra, tendremos problemas existenciales. Necesitamos empezar a organizarnos. Creo que podemos hacerlo. Espero que lo hagamos”.
Los Ohal, que actualmente son ciudadanos estadounidenses, están de acuerdo. En palabras de Amir: “no necesito ser rico. [Pero] si realmente quieren que regresemos, entonces tienen que cambiar el sistema”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek