A Gina Haspel, sus colegas en la CIA la elogian por su discreción, pero precisamente esa característica afecta sus esperanzas de dirigir la agencia.
En el verano de 1969, el director de la CIA urgentemente buscó una reunión en la Casa Blanca. Richard Helms tenía la determinación de que el presidente Richard Nixon anulara una investigación del ejército sobre el homicidio de un boina verde informante en Vietnam. El caso amenazaba con exponer el programa de asesinatos de la CIA en ese país, así como los dispositivos asesinos más discretos de la agencia, incluidas drogas letales.
Nixon despreciaba al sofisticado Helms, y a la CIA en general, a la que consideraba parte de la gente de Georgetown a la moda que lo veía por encima del hombro. Pero después de dejar que Helms estuviera ansioso con respecto a su decisión por algunas semanas, Nixon obligó al ejército a abandonar el caso. Con el tiempo, Helms fue arruinado por los asuntos sucios de la CIA, aunque escapó de la ciudad con una embajada en Irán, dejando que su sucesor, William Colby, pagara los platos rotos en las audiencias ampliamente televisadas en 1971.
Gina Haspel, nominada por la administración de Trump para dirigir la CIA, hoy enfrenta circunstancias similares. Su participación en el programa de la CIA de “interrogatorios mejorados” a sospechosos de Al-Qaeda se habría mantenido oscura, si no hubiera sido por un intento de John Brennan, ex director de la CIA, de nombrarla jefa de operaciones en 2013, justo cuando el asunto de la tortura era investigado por el Comité de Inteligencia del Senado.
Revelaciones adicionales de sus papeles principales en administrar un sitio de torturas en Tailandia y llevar a cabo la orden de su jefe de destruir las videocintas de interrogatorios mancharon todavía más la reputación de Haspel como una administradora astuta. Pero aun cuando el programa tuvo muchos autores —la Casa Blanca de George W. Bush, su Departamento de Justicia y la CIA, supervisores congresistas—, ella es la única funcionaria que ha sido convocada para un ajuste de cuentas público.
“Siento mucha admiración por ella”, dice una de sus amistades, quien pidió el anonimato dado lo tirante del proceso de nominación. “Pienso que ella en verdad aprendió la lección” con respecto a cumplir órdenes dudosas. Haspel entiende, dice su amistad, que la tortura con agua y los asaltos a prisioneros fueron “moralmente reprensibles, aunque legales por entonces. Ella lo acepta y nunca va a seguir ese camino de nuevo”.
Esa no es la postura de la CIA. En el torrente de elogios que los periodistas y el Congreso han oído desde que se anunció la nominación de Haspel el 1 de febrero, la agencia de espionaje no se ha disculpado por Tailandia. Pero como dijo Michael Hayden, exdirector de la CIA, a Newsweek en marzo, su asentimiento fue “evidencia clara de que la agencia no pretendía repetir su pasado ni repudiarlo”.
Los principales demócratas en el Comité de Inteligencia del Senado, e incluso algunos republicanos, como Susan Collins de Maine, quieren oír a Haspel explicar, si no es que retractarse por completo, su pasado en público; ellos se quejan de que la CIA ha desclasificado solo materiales que la hacen ver bien. Pero “lo que ellos quieren hacer es pavonearse”, argumenta Steven Hall, alto oficial retirado de operaciones de la CIA. “Es engañoso e insincero decir: ‘No tenemos acceso a esa información’; cualquier miembro del comité de supervisión puede pedir el archivo personal de ella, y lo obtendrían, porque esa es una responsabilidad legítima de la supervisión. Solo no pueden usarlo en público, que es lo que en realidad quieren hacer”.
Lo que posiblemente oigan es lo que quienes respaldan a Haspel y la CIA ya han dicho: que ella seguía órdenes legales en su administración del programa contraterrorista de interrogatorios de la agencia. Pero eso no satisfará a los críticos. Ellos querrán que ella explique por qué le siguió la corriente a su jefe, Jose Rodriguez, y destruyó las videocintas de la tortura que ella supervisó en Tailandia.
Ali Soufan, el exagente de contraterrorismo del FBI quien desacreditó las afirmaciones de la CIA de que su tortura produjo información valiosa, dice que es “razonable” preguntarle a Haspel sobre dichas afirmaciones. “¿Ella respalda los intentos de desorientar al público en cuanto a la efectividad de las técnicas?”, preguntó él recientemente en un ensayo en Atlantic. “¿Ella apoya la justificación pública de Rodriguez, de que él protegía as vidas de sus agentes, o aquella privada, documentada en correos electrónicos desclasificados, de que las cintas los harían “ver terrible” a él y su grupo? Sobre todo, si el programa de tortura fue tan valioso y necesario, ¿por qué destruir las cintas en absoluto?”.
Haspel podría ver su nominación despedazada porque la CIA se niega a desclasificar más documentos relacionados con los interrogatorios. Ella posiblemente no viole el código de la agencia de espionaje sobre la ley del silencio en una sesión abierta, dicen quienes han trabajado con ella. En eso, ella se parece mucho a Helms, el último director de la CIA que provino del servicio clandestino, y conocido como “el hombre que guardó los secretos”, por el título de la biografía del periodista Thomas Powers.
“Ella es la mujer que guarda los secretos”, dice a Newsweek Daniel Hoffman, otro ex alto oficial de la CIA. “Ella es la persona más discreta con quien he trabajado”. Después de que ella se inscribió en 1985, prefirió el mundo clandestino sobre una vida más pública o un matrimonio, dicen sus colegas. Hall recuerda que le preguntó a Haspel cuáles eran sus planes de fin de semana después de una reunión. “Steve, por favor”, él recuerda que respondió ella, “sabes que no tengo vida fuera del trabajo”.
En las suites ejecutivas de Langley, continúa Hall, ella tenía una reputación de “discreción en asuntos personales riesgosos y operaciones delicadas. Gina es extraordinariamente discreta”. Y ello posiblemente incluya limitar lo que ella ha revelado a los senadores durante sus rondas previas a su audiencia en el Capitolio.
Pero Haspel ha insistido en hallar aliados, dice su amistad. “Gina se ha desvivido como directora adjunta, antes de que se diera su nominación, para crear un diálogo entre las mujeres en el Congreso y en la CIA, para hablar sobre lo que hizo en el pasado. Ya veremos en qué termina todo. Pero yo preferiría mucho más verla como directora que a John Bolton y otros quienes hicieron legal la tortura. Ellos nunca han sido responsabilizados, pero sí la mujer en la sala”.
Sean cuales sean las manchas de Haspel, muchos ex agentes de la CIA ven su nominación como un baluarte contra candidatos que ellos consideran mucho peores, como el senador republicano Tom Cotton de Arkansas, un fan de la tortura con agua de quien se rumoró que estaba en la lista para el puesto en otoño pasado. Y él podría estarlo de nuevo, si Trump, quien ha denigrado a al agencia, se cansa de Haspel, un símbolo de la clase tradicional en la CIA.
“Ella solo va a ser una apoderada” hasta el final del primer periodo de Trump, a lo más, predice un veterano de los servicios clandestinos de la agencia. “Si él decide que el Senado lo tienen seguro” los republicanos después de las elecciones de media legislatura, Trump “bien podría decidir mover allí a Tom Cotton”.
La sola posibilidad de ello podría asustar a los críticos de Haspel y hacer que voten por ella. Pero incluso si su nominación fracasa, no es probable que un panel del Senado con recelos por el historial de ella aprobaría a alguien de la índole de Cotton. Por supuesto, sobre todo esto planea el espectro del senador John McCain, enfermo de cáncer cerebral terminal en Arizona. Cuando Helms guardaba los secretos en el Capitolio, McCain era un prisionero de guerra en Vietnam del Norte, un destino del que Trump se burló burdamente durante su campaña. En marzo, McCain condenó la nominación de Haspel, diciendo que ella estuvo involucrada en “uno de los capítulos más oscuros de la historia estadounidense”.
La oposición de él podría avergonzar a otros republicanos y hacer que rechacen a Haspel. El senado entonces podría enviarla de vuelta a Langley para que retome su carrera en una especie de purgatorio y mundo de sombras, como directora en funciones de la CIA, hasta que el presidente —o más posiblemente su sucesor— piense en alguien mejor.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with NewsweekCITA: