Mi esencia se abrió entera para dar paso a aquella cabeza, corazón, riñón, dedo índice, que yo había engendrado en casi 42 semanas. Habían sido 24 horas donde me desvanecí en un mar donde cada contracción parecía acercarme a la muerte, mientras la resaca me daba un breve respiro para ayudarme a perpetuar la vida.
Recuerdo la sangre, la luz, el tiempo congelado en un inmutable silencio hospitalario, y de pronto dolor: me quemaba viva. Justo en ese instante, a las 5:51 h, donde la vida parecía abandonarme, nació él, y yo mamá en posparto.
Los meses siguientes desvariaría entre un amor profundo de fuerte mamífero que materna y un constante sentimiento de extraterrestre vulnerable, con sabias hormonas trabajando, en un mundo machista que niega el derecho al cuerpo femenino de existir en posparto.
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En conversaciones silenciosas con cabezas bajas he entendido que una de las muchas experiencias compartidas que tenemos las mujeres en posparto es la violencia machista.
Abandonos, gritos, engaños, mentiras, distanciamiento, críticas, celos. Junto al embarazo, el posparto es uno de los momentos de más vulnerabilidad de la vida de una mujer. Y justo ahí parece común identificar situaciones de violencia machista en nuestras parejas por primera vez, o verlas acentuarse.
ENFRENTARSE AL MACHISMO EN EL POSPARTO
Leí muchos libros para prepararme para el parto, pero ninguno me alistó para la lucha que aún mantengo por existir en posparto. Sobre las madres embarazadas hay un consenso de que se les debe cuidar casi como seres celestiales que son intocables porque llevan al bebé dentro, lo que no quiere decir que esto se cumpla y se nos valore.
Luego de que servimos al propósito de dar vida en el parto, parece que nuestros cuerpos pierden aún más valor a los ojos de la sociedad y el consenso nos pone nuevamente al servicio del mundo. Perder peso, atender al esposo, mantenerlo enamorado, trabajar, estar siempre lindas, no llorar porque la leche se pone mala, ser perfectas.
Hay pocos espacios genuinamente femeninos, pero el embarazo, el parto y el posparto son naturalmente espacios donde las necesidades de las madres deben ser priorizadas, cuidándonos a nosotras y reconociendo nuestra experiencia única. Una madre cuidada puede cuidar mejor a un bebé saludable.
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Al parir, mi ser más fuerte hasta la fecha se entregó a mi hijo sin miedo. Mi cuerpo trató por meses de dar sentido al dolor del parto. Mi mente navegó entre estrellas y truenos. Mis lágrimas y sonrisas marcaron mis días. Y las energías masculinas demandaron libertad y atención.
El posparto no es una enfermedad, pero requiere cuidado, paciencia, empatía para sanar tal como durante una enfermedad. En el estudio “Disparidad de género en la tasa de abandono de pareja en pacientes con enfermedades médicas graves”, los autores documentaron cómo las mujeres experimentamos seis veces más probabilidad de abandonos luego de un diagnóstico grave, comparado con los hombres.
¿LOS HOMBRES SON DEMASIADO EMOCIONALES PARA SER PADRES?
El mismo estudio sugiere como explicación de esta disparidad el que los hombres están menos preparados para asumir roles de cuidadores y manejar el peso de mantener el hogar. El posparto requiere que los hombres asuman esos roles y que estén al servicio de las madres y sus crías por un tiempo, siendo parte de un sistema empático donde el sueño y el cansancio agotará a todos. ¿O acaso son los hombres demasiado emocionales para ser padres?
Cuando hablo de maternidad, la frase más común parece ser “la llegada de un bebé es difícil para los hombres”. Y sí lo es: es un cambio profundo para toda entidad familiar que requiere amor y empatía.
Me cuesta entender cómo criamos mujeres que están “preparadas para ser madres” y no criamos hombres valientes y empáticos preparados para cuidar en el posparto. Vivimos juntos la maternidad, pero somos las madres quienes llevamos el peso físico y psicológico de un embarazo, parto, cambios hormonales, sanación física y sobrevivimos al parto.
A pocos meses de dar a luz me preguntaron, casi como burla, hasta cuándo durará mi posparto. En un mundo machista debe ser invisible porque hasta nuestra maternidad está regida por el silencio, la idealización y las necesidades masculinas. N
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Belén Estrella Fiallo es periodista dedicada a temas de política internacional y cultura. Magister en medios y política por la Universidad de Ámsterdam, ha desarrollado su carrera a lo largo de seis países y tres continentes. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.