Todas las novelas están llenas de cuentos. Pero no basta con que una novela esté llena de cuentos para que sea buena, ni siquiera para que sea una novela. Cuando notamos al primer vistazo que una novela está llena de cuentos es que hay algo en sus partes que no encaja. Célebres megalitos como los dólmenes o menhires del Magreb no son sino montones de piedras apiladas, pero difícilmente se nos ocurra reparar en el detalle ante la admiración que nos causa su trascendencia en tanto fruto del ingenio humano que ha remontado milenios como cuerpo indiviso. Entonces, de igual modo que se logró con las piedras del megalito, lo primordial quizá a la hora de introducir cuentos en las novelas es que prevalezca el flujo interior en función de la estructura como una sola pieza.
Así ha venido sucediendo desde Don Quijote de la Mancha para acá, por lo menos. Digamos que son novelas-megalitos, rango dentro del cual ubicaría yo todas las escritas por Félix Luis Viera, y muy puntualmente Un mariachi viejo, que acaba de ser publicada en Miami por Neo Club Ediciones.
Ciertamente, esta nueva obra de Viera constituye una lección sobre el uso óptimo de las técnicas narrativas. No en balde resulta capaz de atrapar al lector desde la primera hasta la última página. En síntesis, se trata de una historia de amor. Pero no es solo una bella historia de amor entre un hombre y dos mujeres. Ante todo, es la historia de un hombre que ama a las mujeres, a todas, sean más o menos importantes en su vida, se llamen Cinthya o Erika o Maria Falconi, o sean la gorda del metro, o las de otros frecuentes encuentros casuales…
UN HOMENAJE A LOS RECUERDOS DE AMOR
Yo diría que es un enardecido homenaje a la mujer mexicana. También, en gran medida, rinde agasajo a la capital de México y a la prolongada estancia del autor en esa ciudad, especialmente a sus recuerdos sobre los amores que allí disfrutara. No en balde, las descripciones de diferentes mujeres con las que el protagonista se relaciona configuran un banquete de gracia, poesía y destreza profesional.
Y como no podría ser menos, el erotismo vuelve a ser una constante de lujo, pero con ese procedimiento personalísimo de tratar lo erótico, a la manera muy de Viera, que en su caso no solo marca un estilo, sino incluso lo define.
Porque existe sin duda un estilo Viera dentro de la narrativa cubana contemporánea, sobresaliente por auténtico y distintivo. O al menos así lo aprecio yo. Es esa forma de narrar donde la prosa va siempre precedida por un riguroso sentido de la precisión, de agilidad y de concentrada intensidad poética. Con un lenguaje que a mí me parece modélico por su ritmo, su fraseo sobrio, sereno, limpio, despojado de artificios y sin el más leve asomo de grandilocuencia. Así como por la maestría con que omite lo obvio, sin descuidar las esencias, o por la efectividad con que hace un uso renovado del anticlímax…
VIERA, CREADOR DE ATMÓSFERAS CON MUY POCAS PALABRAS
En fin, es un estilo singular por donde quiera que lo tomes. Creador de atmósferas con muy pocas palabras. De sugestivas y exactas alusiones, capaces de meter de un tirón al lector en el universo que describen. Un universo que, por lo demás, se muestra como la vida misma, perteneciente a un tipo de realismo que es particularmente disfrutable, porque no se limita a recrear la simple realidad, sino a sintetizar lo real, a resumirlo, a golpe de percepción e inspiración poética y añadiendo además los sentimientos y la vena crítica y humorística del escritor.
Tales virtudes, entre otras, resaltan juntas en Un mariachi viejo, que recrea una historia de retrospecciones con carácter poético, donde la acción está dada, en principio, por la dinámica con que circulan los recuerdos, la nostalgia por lo vivido… Contada en un tono sumamente ameno, donde el poeta está siempre presente a través de la narración en primera persona. Ello determina, según creo yo, lo fácil y agradable que resulta leer la novela.
UNA NOVELA QUE SE VA SOLA
En verdad, se va sola, con sus capítulos breves, descripciones ágiles, sucintas reflexiones… Supongo que el autor haya tomado nota en la misma época y lugar donde sitúa el escenario porque es notable la cantidad de detalles que recrea sobre Ciudad de México y el modo tan fresco en que parece recordarlos. Los circunloquios son usuales, pero siempre atinados, con la extensión precisa y muy orgánica tanto al entrar como al salir. “El negror de sus ojos fulgura como un halo de luz que entra en diagonal. (Esto suele ocurrir en las novelas; pero también en la vida real…)”.
Tales salidas inesperadas de la ficción, en clave irónica, para regresar enseguida, me parecen certeras, pertinentes. Igual es envidiable la forma en que son utilizados los tiempos narrativos para introducir variaciones en el ritmo de la narración. En el caso de la muchacha que da a luz en el metro, es óptimo el juego con las digresiones, idas y vueltas a la escena y a los tiempos de la acción.
Luego, están esas entradas chispeantes, graciosas, por ejemplo, cuando Maria Falconi le explica al protagonista las razones por las que no podría ser su varón; o mediante el juego que se establece entre la desfloración de Érika y el proverbial bolero “La vida es un sueño”. Es, en fin, otra novela-megalito de Viera. Y no creo que por ser la última, de momento, quede a la zaga en la lista de sus imprescindibles joyas narrativas. N
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José Hugo Fernández es un escritor y periodista nacido en Cuba. Es autor de más de 30 libros entre ficción, crítica y ensayo.