La explotación agrícola de Oleksandre Ryabinin ya ha cosechado casi la mitad de su producción de girasol, pero el agricultor reconoce que no ha vendido “ni un solo kilo de granos” porque tiene grandes dificultades para exportarlos a causa de la guerra entre Ucrania y Rusia.
Ucrania es uno de los principales productores mundiales de granos y aceites de girasol, pero la invasión rusa de su territorio convirtió su exportación en un rompecabezas logístico.
Aún resulta más difícil después de que Rusia suspendiera en julio el acuerdo de exportación de cereales ucranianos, pactado en el verano de 2022 bajo el amparo de la ONU y Turquía. Ryabinin, de 52 años, reconoce que “no ha vendido ni un solo kilo de granos de girasol”.
“La gente tiene miedo. Las embarcaciones no vienen porque (el ejército ruso) bombardea los puertos. Y nadie quiere asumir ese riesgo”, explica Ryabinin.
Este campesino, cuyos terrenos se encuentran en el sudeste de las regiones de Dnipropetrovsk y Jersón (sur de Ucrania), lamenta que la falta de demanda hace que los intermediarios bajen los precios. “De momento, no tiene ningún sentido vender”, afirma. “Vamos a esperar que los precios suban, que se abra un corredor” marítimo de exportación.
UCRANIA TEME POR LAS MONTAÑAS DE GRANOS DE GIRASOL Y TRIGO QUE SE ACUMULAN
Los campos de girasol cubren buena parte del territorio ucraniano y su cosecha empieza hacia el final del verano. Ryabinin confía que en diez días ya habrán terminado la cosecha en unos campos en que se suceden las máquinas segadoras.
Aquellos granos que están envueltos por una piel negra protectora pueden conservarse durante un año antes de que se acidifiquen. Sin embargo, este campesino teme por las montañas de granos de girasol y trigo que se le acumulan. De momento, únicamente logra vender la colza.
La guerra no solo dificulta las exportaciones agrícolas, sino que el año pasado no pudo cultivar en el 40 por ciento de su explotación por la cercanía del frente. En las paredes de metal del almacén de su explotación agrícola, aún se ven agujeros provocados por la metralla de un obús y en una pared de hormigón también se nota el rastro del impacto de una bomba de racimo.
Ryabinin recuerda que uno de sus empleados, de 26 años y padre de un hijo, murió debido al impacto de la metralla, mientras intentaba esconderse durante un bombardeo. Después de que los rusos abandonaran la ciudad de Jersón y la línea del frente se estableciera en el río Dniéper, la situación resulta más tranquila para este campesino.
A pesar de ello, tuvo que pasar buena parte del invierno no solo limpiando las malas hierbas, sino que también pidió a equipos especializados que limpiaran las minas. Y este verano, cuando pudo cosechar todas sus tierras, se enfrenta a un nuevo problema: “Tenemos nuestras cosechas, pero simplemente no podemos venderlas”. N