Para las mujeres nunca ha sido fácil alcanzar las estrellas, y la carrera de Luciana Tenorio no ha sido la excepción. Su formación, sus raíces y su género han jugado en su contra más de una vez, pero esto solo ha incrementado su motivación por encontrar la forma de brillar en el ámbito que le apasiona: el desarrollo de estructuras que nos permitan vivir en otros planetas.
De origen peruano, el interés de Luciana por la arquitectura comenzó desde su niñez. “Me llamaban la atención detalles como la ubicación de las puertas y ventanas, y pensaba en quién las ponía ahí y porque… hasta que pensé en estudiar arquitectura’”, recuerda. El salto, desde entonces, ha sido cuántico, pues hoy trabaja en Tokio en las oficinas de Kengo Kuma, uno de los arquitectos más prestigiosos del mundo, y colabora con la Agencia Espacial Japonesa JAXA, desarrollando hábitats en Marte y en la Luna.
El Massachusetts Institute of Technology (MIT) la reconoció como una de las innovadoras que están cambiando el mundo, y la BBC la nombró una de las seis latinoamericanas que están revolucionando la ciencia y la medicina. Y todo comenzó con una curiosidad insaciable por ampliar sus conocimientos y una búsqueda incesante de respuestas.
UNA VENTANA LLENA DE POSIBILIDADES
Luciana inició sus estudios de arquitectura en el Perú, y para su cuarto año se encontraba en la Universidad Politécnica de Madrid. Fue entonces cuando el terremoto y el tsunami de Fukushima del 2011 causaron uno de los accidentes nucleares más graves de la historia. El debate en las aulas giró del diseño de casas y departamentos hacia el potencial de su disciplina para enfrentar desastres naturales y mejorar la calidad de vida de las personas. Comenzaron a surgir términos como “tecnologías emergentes” y conversaciones sobre la innovación interdisciplinaria, abriendo su mente a nuevas perspectivas.
Al graduarse Luciana volvió al su país para hacer una pasantía, y fue entonces cuando leyó una noticia que definiría el resto de su carrera: La Universidad Católica de Lima, en coordinación con The Mars Society, había enviado a un par de estudiantes de ingeniería al desierto de Utah para participar en entrenamientos que, mediante la simulación de las condiciones de vida en Marte, prepararían a los astronautas para futuras expediciones. “Pensé ¡wow!, ¿quién diseña estas bases? ¿Quién las construye? ¿Cómo viven ahí?” relata.
Su perfil no era idóneo, pues solían reclutar doctores, biólogos, ingenieros, y científicos, pero aún así apostó por presentar sus ideas para uno de los espacios claves del proyecto: El invernadero marciano. “Me respondieron que no habían recibido nunca una propuesta de arquitectura, pero aprobé para irme a la base de investigación MDRS, y ese fue mi primer acercamiento a los astronautas”.
ESTACIONES ESPACIALES GENERAN AFECCIONES A LA SALUD MENTAL
Al iniciar sus prácticas como astronauta análoga se dio cuenta que el espacio era mucho menos glamoroso de lo que parecía. “Te das cuenta de que es una vida muy dura”, asegura. “Hay muchas limitantes, por ejemplo se pierde la noción del tiempo y con ello el ritmo del cuerpo en cuanto al día y la noche. La comida es deshidratada y no esperaba que fuera tan mala, eso me impactó. Todo empieza muy bien, pero después de unos meses hay una curva hacia abajo, en la que las cosas se ponen difíciles y los astronautas se quieren ir. Así que pensé en cómo mejorar la calidad de vida de estas personas que pasan tantos meses en el espacio, y esa fue mi ventana para entrar en este mundo, pues desde mi punto de vista de arquitecta se me abrieron oportunidades en áreas de diseño que jamás hubiera considerado”, afirma.
Con esta nueva perspectiva creó un módulo que, además de albergar plantas, sería habitable por humanos. “El diseño anterior tenia ventanas muy pequeñas y altas que limitaban la entrada de la luz, y que no permitían que los astronautas vieran lo que había afuera,” comenta. Una ventana al exterior significó un enorme cambio positivo, pues Luciana comprendió que las estaciones espaciales, aún siendo obras maestras de ingeniería, generaban depresión, ansiedad, y una serie de afectaciones en la salud mental de los tripulantes.
Su propuesta no solo resolvió estos retos, pues también abordó uno de los principales problemas para sobrevivir en Marte: la exposición directa a la luz ultravioleta. A través de la investigación de estructuras paramétricas desarrolló una cubierta aislante capaz de retener el 99,7% de estos rayos.
INGENIERIA, ARQUITECTA… ¿POR QUÉ NO AMBAS?
Luciana regresó a Perú con más interrogantes que respuestas, y percibía una confusión de los demás respecto a su vocación: “Cuando estaba en la base me llamaron de un periódico para publicar mi historia. Fue la primera vez que me entrevistaron, y me emocioné mucho. Pero cuando se publicó decía ‘ingeniera’, y mis padres dijeron ‘pero tu no eres ingeniera’. Me llamó mucho la atención, y pensé ‘¿pero por qué no puedo serlo?’”
La siguiente etapa de su historia comenzó mientras tomaba un curso en Londres. Uno de sus profesores administraba un laboratorio en la Universidad de Tokio, y sus relatos del ambiente internacional de la institución, en donde colaboraban científicos de todo el mundo, la inspiraron a realizar una estancia corta ese mismo año. “Fui con tan pocas expectativas, y me encantó”, reconoce.
OPORTUNIDAD CON KENGO KUMA
Encontró afinidad con los elementos del diseño y la cultura japonesa, en donde los espacios son muy limitados. “En los setentas, por la sobrepoblación, nació una arquitectura minimalista que parecía del espacio. Fue un boom, y queda mucho de eso en Tokyo, como si estuviera estancado en el pasado”, describe. “Esa fue una de las razones que me hicieron pensar ‘Japón tiene respuestas para el confort humano en el espacio’”.
En el 2017 inició su maestría de arquitectura en la Universidad de Tokio, y fue entonces cuando Kengo Kuma, uno de los arquitectos más icónicos de este siglo, identificó su talento y le ofreció una posición. “Desde el comienzo fui clara en que quería tener un asesor en ingeniería estructural, porque mi tesis era sobre diseño en el espacio”, explica. Kuma aceptó esta condición, pero el proceso fue todo menos sencillo, pues la naturaleza única de los conocimientos, intereses y aptitudes de Luciana eran difíciles de definir. “Cada vez surgían más preguntas que no podía solucionar, o conversaciones que no podía tener con los ingenieros, porque no conocía los términos a pesar de lo que leía o investigaba”, admite.
ABRIR ESPACIOS EN EL SIGLO XXI
Finalmente en el 2019 ingresó al doctorado en Ingeniería Aeroespacial, haciendo realidad el sueño que surgió cuando erróneamente la identificaron como ingeniera en esa primera entrevista. Pero aún con el apoyo y la recomendación de su mentor Kuma-San enfrentó resistencia. “Tuve muchos problemas para encontrar un laboratorio que me aceptara, pues todos los equipos estaban formados por hombres japoneses y mayores, ingenieros aeroespaciales con años de experiencia trabajando en satélites o en la base espacial internacional”, explica. “Me decían ‘tú qué haces aquí, si tu eres arquitecta’, y les costó mucho aceptarme y tomarme en serio”.
Luciana se cuestionó a sí misma, pero la realidad es que estaba rompiendo barreras en un país y en un sector poco acostumbrado, a pesar de su modernidad, a mujeres dispuestas a determinar su destino. “El departamento de ingeniería aeroespacial no tenía baño de mujeres”, confiesa con tono de incredulidad. “Me parecía una locura. Me llevó a la época de los sesenta de la película ‘Hidden Figures’, en la que estas ingenieras de la NASA tenían que ir a otro edificio para usar el baño”, exclama haciendo referencia al drama biográfico de 2016.
“Japón tiene la mira en el futuro y en el espacio, pero aún cuando te abren las puertas para trabajar con ellos, siempre hay retos”, reflexiona. Gracias a historias como la de Luciana el departamento de ingeniería de la Universidad de Tokio ahora tiene un baño de mujeres; y un gran ejemplo de lo que pueden lograr en este campo.
ACERCÁNDOSE A MARTE
Ese mismo año Luciana viajó a Nueva York para colaborar durante tres meses en el proyecto Marsha, la respuesta de la empresa AI Space Factory a un concurso convocado por la NASA para construir hábitats en Marte impresos en 3D. Los concursantes enfrentaron retos como el transporte de las impresoras al planeta rojo y complicadas adaptaciones a las diferencias atmosféricas entre la Tierra y Marte. Marsha propuso módulos separados para trabajar, descansar, socializar y hacer ejercicio, pues el equipo compartía la convicción de Luciana de que estas estructuras debían procurar la salud mental de la tripulación, un aspecto clave en la visión a largo plazo de la vida en el espacio.
Marsha ganó el primer lugar y entusiasmada por esta experiencia Luciana pensó en aplicar para una posición en la NASA. Sin embargo el movimiento anti-inmigración impulsado por el entonces nuevo presidente la hizo reconsiderar su futuro, pues solo podría ser contratada después de obtener la ciudadanía americana. Lejos de detenerla, esto la motivó aún mas: sin importar como ni cuando, ella dejaría su huella en otros planetas.
Hoy en día Luciana Tenorio continúa formando parte del equipo de Kengo Kuma, y además, ahora con un doctorado en Ingeniería Espacial, colabora con la agencia de exploración espacial japonesa en proyectos que rayan en lo inimaginable como una base espacial inspirada por el origami, el arte japonés de doblar papel. “A lo que se quiere llegar es que todo el mundo pueda ir al espacio, que todo el mundo pueda participar en este sueño y que no haya límites”, comparte sin darse cuenta de las barreras que ella misma ha derribado con su trayectoria estelar.
Es posible que Marte termine siendo solo un escalón en su camino hacia las estrellas. N