En días pasados, después de una pausa de cinco años, los líderes de los tres países de América del Norte volvieron a reunirse, siendo Estados Unidos el anfitrión de este encuentro.
Desde 1994, cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), las reuniones entre distintos representantes de los tres países se habían llevado a cabo de manera periódica. Sin embargo, no fue sino hasta el año 2005 en que se estableció de manera oficial la llamada Cumbre de Líderes de América del Norte.
En sus orígenes, esta se llamó Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte, no obstante, esta pausa del último lustro dejó en claro que las prioridades de los gobiernos en turno, particularmente en la Casa Blanca, habían cambiado, al punto de que durante la administración de Donald Trump este encuentro trilateral no se celebró y, además, se dio por terminado el TLCAN, acuerdo que por un algún tiempo se consideró un tratado histórico.
Si bien buena parte de la prensa, particularmente mexicana y algunos medios de Canadá y Estados Unidos, han publicado notas en exceso optimistas en las que se ha señalado que este encuentro entre el presidente de Estados Unidos, Joe Biden; su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, ha sido un día histórico, memorable, lleno de entendimiento, en el que se conjuntaron esfuerzos para la construcción de una Norteamérica fuerte, unida y con valores compartidos, es importante ir más allá de la parte oficial, protocolaria y de buenas intenciones que generalmente suelen caracterizar a estas reuniones multilaterales, ya sean globales o de alcance regional, y reconocer que las prioridades, metas y visones de estos tres países y sus respectivos gobiernos no son equiparables.
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Muchos fueron los temas presentes en la agenda de este encuentro. Se habló de la importancia de la cooperación trilateral, así como asuntos de economía, cambio climático, cooperación en materia de salud particularmente en torno a la pandemia, y destacaron temas de integración económica y, evidentemente, la migración no podía faltar en los diálogos.
Más allá de las intenciones y aspiraciones conjuntas expresadas en la Cumbre, México deberá revisar y alinear con sus vecinos del norte las condiciones de sectores clave como el energético, medioambiental y laboral.
Por más que los embajadores acreditados de y en los tres países destaquen la trascendencia de la cumbre, o que el mismo canciller mexicano la califique de extraordinaria y colmada de coincidencias, resulta demasiado prematuro echar las campanas al vuelo, ya que lo más significativo de esta será la manera en que las buenas intenciones logren traducirse en acciones concretas, en la implementación de programas con alto impacto y, entre otras, en presupuestos asignados que den resultados tangibles y no se queden en acuerdos y declaratorias.
Los ejes fundamentales en tornos a los que se comprometieron a trabajar de manera conjunta fueron: poner fin a la pandemia del covid-19 y avanzar en la promoción de una salud global, fomentar la competitividad y crear condiciones para un crecimiento equitativo, además de trabajar en temas de migración, desarrollo y una América del Norte segura.
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Los compromisos quedaron establecidos, no así una hoja de ruta que de mayor certidumbre respecto a acciones concretas.
Esta novena cumbre puede ser el detonador de una nueva etapa no solo de acercamiento diplomático, sino de planes y proyectos conjuntos que atiendan los temas urgentes de la región. Sin embargo, para ello debe reconocerse, como punto de partida, la profunda asimetría existente entre estas tres economías.
En tanto que Canadá y Estados Unidos son países industrializados integrantes del G7, México aún se encuentra lejos de esta condición. Por otra parte, el proyecto de la 4Tde la administración de Andrés Manuel López poco converge con los valores políticos de Canadá y Estados Unidos. Entre estos tres países, si bien hay coincidencias de forma, han de atenderse las diferencias de fondo si es que se quiere avanzar de manera real en la construcción de una América del Norte próspera, segura e incluyente.
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Más allá de las intenciones y aspiraciones conjuntas expresadas en la Cumbre, México deberá revisar y alinear con sus vecinos del norte las condiciones de sectores clave como el energético, medioambiental y laboral, además de establecer una estrategia efectiva para reducir las profundas disparidades y combatir otros retos como la corrupción, pobreza, falta de Estado de derecho y demás flagelos que atentan contra la seguridad no solo de México, sino regional, como el narcotráfico y el crimen organizado.
Estos rubros sin lugar a dudas deberán atenderse de manera urgente si es que se quiere avanzar en una integración económica efectiva, y afrontar de manera conjunta, además de estos asuntos, la migración que en fechas recientes ha adquirido dimensiones alarmantes y que se ha complejizado con problemáticas como la de los niños migrantes no acompañados, las caravanas de miles de centroamericanos que se suman a las ya numerosas corrientes de migrantes mexicanos y a las que en fechas recientes se han sumado los haitianos como una nueva variable.
De todo esto poco se habló en esta cumbre y, sin lugar a dudas, son asuntos que apremian su atención. N
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Luz Araceli González Uresti es profesora investigadora de Relaciones Internacionales de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tec de Monterrey. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.