En un triunfo sobre Estados Unidos, el líder sirio, desde hace mucho un paria político, ahora reclama un lugar en la escena mundial.
HACE DIEZ AÑOS parecía ser el principio del fin para el presidente sirio, Bashar al Assad. Las represiones brutales de su gobierno contra las protestas pacíficas de 2011 dieron paso a una insurgencia apoyada por enemigos externos, Estados Unidos entre ellos.
Las atrocidades se acumularon, incluido el uso de armas químicas en contra de civiles, asesinatos en masa y tortura, en el transcurso de los diez años de guerra civil que se siguieron. Los cálculos sugieren que más de 600,000 personas han muerto y millones han sido desplazados, haciendo de la guerra civil siria uno de los conflictos más mortales y perturbadores del siglo XXI.
Uno por uno, los países rompieron sus lazos con Assad y su gobierno, incluido Estados Unidos, que impuso sanciones económicas en 2011 y cerró su embajada de forma definitiva en 2012. Incluso la Liga Árabe, una organización influyente de naciones similares en la región, proscribió a Assad en el otoño de 2011 con la esperanza de darle la bienvenida a la creciente oposición armada a su gobierno, una estrategia que había usado con los disidentes en Libia, donde el líder eterno, Muamar al Gadafi, fue asesinado por rebeldes apoyados por la OTAN mientras los gobiernos extranjeros y las Naciones Unidas se preparaban para tomar acciones en Siria también.
En pocas palabras, Assad se convirtió en un paria internacional.
Pero ahora es el ocaso de 2021, y el presidente sirio no solo ha sobrevivido, sino que parece listo para hacer un regreso asombroso en la escena mundial. Una década después de que sus acciones ayudaron a empezar la guerra civil, Assad se mantiene fuerte en un país en gran medida roto que tiene pocas opciones de liderazgo. Y con la ayuda de sus eternos aliados de Irán y Rusia, ha logrado recuperar mucho de Siria de las manos de los rebeldes y yihadistas que trataron de derrocarlo.
Ahora, al reconocer la realidad, muchos de los países que lo relegaron hace diez años han empezado a recibirlo de vuelta, a pesar de la oposición actual estadounidense a su gobierno. Señales reveladoras: apenas el mes pasado, Jordania reabrió su frontera con Siria, y se espera ampliamente que la Liga Árabe readmita su membresía en el corto plazo.
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“Assad se quedará en el poder”, le dice a Newsweek Robert Ford, exembajador y último enviado de Estados Unidos ante Siria. “No hay manera de imaginar que la oposición siria, ahora a través de la fuerza de las armas, vaya a ser capaz de convencerlo de marcharse. No hay una alternativa viable”.
Para Ford, quien presenció los eventos que llevaron a la guerra civil de primera mano, esquivando a las multitudes enfurecidas en Damasco en el otoño de 2011 y las bombas conectadas con Al Qaeda que estremecieron a la ciudad capital al invierno siguiente, es un resultado difícil de ver.
“Siria es un país destrozado económicamente, también está destrozado socialmente”, dice. “La mitad del país ha sido desplazada [y] más de una cuarta parte de la población ha huido del país. Las cosas no van a mejorar para el sirio común dentro de Siria, y no van a mejorar para los refugiados sirios. Es simplemente trágico”.
Dado lo poco probable de un cambio en la dirigencia, el énfasis ahora se cambiará a cómo otros países traten a Damasco, dice Mona Yacoubian, exanalista del Departamento de Estado que hoy funge como alta asesora sobre Siria en el Instituto de la Paz de Estados Unidos.
“Dado el apoyo incondicional de Rusia e Irán, Assad posiblemente conserve su poder por lo menos a mediano plazo”, le comenta Yacoubian a Newsweek. “Muchos países en la región ya entendieron esto, y empezamos a ver más acciones importantes para acomodarse a esta realidad”.
Conforme continúa la reconciliación entre Siria y otras naciones árabes, lo que aún no está en claro es qué forma cobrarán estas acciones y, crucialmente, cómo responderá Estados Unidos, hechos que posiblemente afecten el equilibrio de poder en la región y más allá.
REGRESAR DEL DESTIERRO Y DE VUELTA EN EL REDIL
¿Qué motiva a los países que desdeñaron a Bashar al Assad a tratar de normalizar las relaciones, dado que las condiciones que lo llevaron a ser aislado no han cambiado básicamente?
Los expertos dicen que el deseo de estabilidad regional parece ser más fuerte que las preocupaciones sobre el liderazgo de Assad o las acusaciones de abusos masivos a los derechos humanos que lo han acompañado.
“Conforme la región batalla con la crisis y el caos, cada vez más intensos retos económicos, la pandemia del covid-19 y el amplio sufrimiento humanitario, los gobiernos en la región están más interesados en reducir la intensidad de los conflictos y en abordar estos retos persistentes y desestabilizadores”, explica Yacoubian.
Entre los ejemplos que ella cita sobre el cambio en el sentir regional para con Assad está la mejora reciente en las relaciones entre Siria y Jordania, un socio importante de Estados Unidos en Oriente Medio. Además de reabrir la frontera en septiembre, el rey Abdalá II simbólicamente recibió una llamada de Assad en octubre, la primera de tales comunicaciones entre los dos líderes en una década.
También digno de mención: la decisión reciente de la administración de Biden de retirar algunas de las sanciones más duras contra Assad cifradas en la Ley Caesar, una ley de 2019 que restringe a las compañías extranjeras el participar en actividades comerciales que apoyen a Damasco. Los cambios permitieron la entrega de gas egipcio y combustible jordano a un Líbano ávido de energía a través de Siria.
Otras señales de disminución en las tensiones en la región: los Emiratos Árabes Unidos y Baréin ya reabrieron sus embajadas en Damasco, y la Interpol este mes readmitió a Siria en el órgano legal mundial por primera vez desde que proscribió al país en 2012.
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Los motivos de traer a Siria de vuelta al redil entre varios estados árabes fueron dilucidados en un informe previo este año por David Schenker, quien fungió como asistente del secretario del Departamento de Estado para Asuntos del Oriente Cercano hasta enero, y ahora es un alto miembro del Instituto Washington para Política del Oriente Cercano.
“Una gama de motivos provincianos parecen haber motivado esta acogida”, escribió Schenker en su informe, el cual compartió con Newsweek. “Para los Emiratos Árabes Unidos, reintegrar a Assad y reconstruir a Siria tiene la promesa de acabar con el despliegue de Turquía en Idlib, donde el adversario de los Emiratos tiene tropas estacionadas para prevenir flujos adicionales de refugiados. Jordania parece estar motivada principalmente por un deseo de ayudar a su economía, repatriar a los refugiados, restablecer un comercio consistente y restaurar el transporte por tierra a través de Siria con rumbo a Turquía y Europa. En este aspecto, las restricciones de la Ley Caesar de Washington siguen irritando a Amán”.
Preocupaciones regionales más grandes también han influido en naciones como Egipto e Israel, las cuales esperan limitar el afianzamiento de otra potencia no árabe: Irán.
“Más ampliamente, los funcionarios egipcios al parecen suscriben la idea dudosa de que el reingreso de Siria en la liga acentuaría gradualmente su ‘arabismo’ y, por ende, alejaría a Damasco del Irán persa”, escribió Schenker en el informe. “Otros estados regionales posiblemente compartan opiniones similares; incluso algunas figuras israelíes de seguridad nacional improbablemente consideren que Rusia podría limitar la intrusión iraní en una Siria posterior a la guerra con Assad”.
Sin embargo, todos estos hechos van en contra de la postura oficial de Estados Unidos sobre Assad y Siria. Los lazos diplomáticos entre Washington y Damasco permanecen rotos, y sus embajadas respectivas cerradas, sin un rumbo claro a la reconciliación.
Aun así, por lo menos de manera no oficial, parece haber cambios por venir. “La administración de Biden ha dicho que no normalizará las relaciones con Assad, pero ya no parece estar disuadiendo a sus socios árabes de que no lo hagan”, le dice Schenker a Newsweek.
“Las sanciones de la Ley Caesar, de aplicarse, podrían evitar que los estados árabes reanuden sus relaciones ‘normales’, incluido el comercio, con la Siria de Assad. Pero los compromisos cada vez más altos están minando el aislamiento del régimen de Assad y lo que queda de la política de la era de Trump para presionar al régimen” e implementar una resolución de 2015 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que pedía un cese al fuego y un acuerdo político para ponerle fin a la guerra civil de Siria en curso.
“Hasta ahora, esta política ha evitado que el régimen de Assad logre una victoria total”, comenta Schenker. “Conforme los estados árabes sigan acogiendo de vuelta a Assad, se hará cada vez más difícil sostener las sanciones”.
Mientras tanto, Siria continúa teniendo una presencia diplomática en Estados Unidos en la forma de la misión permanente del país ante las Naciones Unidas en la Ciudad de Nueva York. Aliaa Ali, quien funge como tercera secretaria de la misión, le expresa a Newsweek que su gobierno espera que la decisión reciente de la administración de Biden de permitir envíos de energéticos a Líbano “se reflejará positivamente en el pueblo sirio, y será un trampolín para que los Estados Unidos de América anulen sus políticas erróneas y sus enfoques en la región”.
Ali describe estos hechos como un triunfo para Siria y una derrota para Estados Unidos: “No habrían sucedido sin la victoria del Estado sirio, el fracaso de las administraciones estadounidenses de lograr sus metas y la comprensión entre la mayoría de los países regionales e internacionales de que no se pueden obtener resultados con respecto a las políticas o trazar rutas estratégicas en la región a menos de que se coordinen con Damasco”.
Pero la presencia de tropas extranjeras no sancionadas en el territorio sirio sigue siendo un escollo con Damasco: alrededor de 900 soldados estadounidenses permanecen en el país, incluso después de que la administración de Biden hiciera una salida militar de Afganistán y declarara su meta de terminar con las “guerras eternas”.
Bouthaina Shaaban, una de las altas asesoras de Assad, le comenta a Newsweek: “No podemos hablar de una victoria final siria a menos de que toda la tierra siria sea liberada, ya que todavía tenemos partes de nuestro país ocupadas por fuerzas estadounidenses y turcas”.
LA PERSPECTIVA SIRIA
El ejercicio de Shaaban en el gobierno sirio se remonta a los días del padre de Assad, Hafez al Assad, quien asumió la presidencia en 1971, comenzando un medio siglo de gobierno dinástico que continúa al día de hoy. Las relaciones con Occidente fueron en su mayoría tensas con el mayor de los Assad, un adepto tradicional de la ideología baathista, que mezcla el socialismo con el nacionalismo árabe. Su hijo, Bashar, era un aspirante a oftalmólogo que estudiaba en el Reino Unido cuando la muerte de su hermano mayor lo convirtió en el heredero. Al principio anunció una era nueva, más cosmopolita en su fachada, cuando asumió la presidencia tras la muerte de su padre, en 2000.
No obstante, las relaciones entre Estados Unidos y Siria se crisparon durante la primera década del siglo XXI, y finalmente colapsaron con el inicio de la guerra civil en 2011. En cuanto a los lazos entre Estados Unidos y Siria hoy día, Shaaban le dice a Newsweek que “no podemos hablar de alguna intención nueva hasta que veamos a Estados Unidos retirar sus tropas de Siria”.
Pero la experta sí ve un valor en otras naciones que construyen puentes con Siria, y sostiene que muchos países han apoyado al gobierno sirio en el transcurso del conflicto. Cree que estas acciones son consistentes con un deterioro mundial del poder e influencia de Estados Unidos.
“La falta de confianza y la falta de credibilidad de las políticas estadounidenses durante diferentes administraciones en las últimas décadas, aparte de su violación continua de la ley internacional y de las agencias internacionales, y sus acciones para crear conflictos en muchos países, todo esto llevó al deterioro de la posición y el papel de Estados Unidos en el mundo”, expresa Shaaban. “No solo países que tienen puntos de vista diferentes con Estados Unidos, sino incluso aliados de Estados Unidos que han empezado a perder la confianza en las políticas estadounidenses”.
La experta describe el conflicto sirio hasta ahora como una victoria sobre Occidente y lo que trató de demostrarle al mundo.
“El primer mensaje que ha demostrado la guerra en Siria es que toda la propaganda occidental sobre esta guerra no tenía fundamentos”, dice Shaaban. “Los medios de comunicación occidentales retrataron lo que sucedía en Siria como una revuelta contra el presidente de Siria y la guerra como una guerra civil. Un baldazo de realidad demuestra que ningún presidente puede permanecer en el poder si su pueblo está en su contra, sobre todo cuando el terrorismo fue apoyado y financiado por muchísimos países en el mundo”.
El mensaje de Shaaban resuena en Siria más allá de los pasillos de gobierno, y sus ramificaciones son generales. Un observador sirio que ha experimentado en persona y seguido de cerca los eventos de la guerra le dice a Newsweek que la unión de enemigos de Estados Unidos en Siria significa que países como Rusia, Irán y China podrían buscar el bloquear las acciones de Estados Unidos también en otras partes.
“El mensaje es claro: Estados Unidos puede ser derrotado, o por lo menos detenido, como en Siria hoy”, comenta el observador, quien pidió permanecer anónimo dada la situación sensible de seguridad del país. “A partir de ahora, los enemigos de Estados Unidos no permitirán que lo sucedido en Irak y Libia suceda de nuevo. Estados Unidos no es más débil, militar o económicamente, pero sus enemigos se están fortaleciendo al igual que su voluntad de trabajar juntos”.
Este observador reconoce que la revuelta contra Assad fue iniciada por los sirios, pero añade que la campaña para salvarlo también tiene raíces locales. “Puedes ganar una guerra contra cualquier régimen en el mundo, pero nunca puedes ganar la guerra contra la gente”, comenta el observador. “Fue el pueblo sirio quien se levantó en contra de Assad, pero fue también el pueblo sirio quien lo defendió”.
AMENAZAS EXISTENCIALES
Los sirios en ambos bandos de la guerra civil no trabajaron solos. Al igual que voluntarios de una multitud de países se unieron a la rebelión contra el gobierno sirio en el transcurso del conflicto, combatientes extranjeros también intervinieron en su nombre.
Entre quienes se movilizaron con el apoyo de Irán para apoyar a Assad en Siria en 2013 estaba el Movimiento Hezbolá al Nujaba del vecino Irak, parte de un autoproclamado “Eje de Resistencia”, principalmente de musulmanes chiitas, que se opone a las acciones de Washington y sus socios en la región. Nasr al Shammary, subsecretario general y portavoz del grupo, describe en detalle imágenes de decapitaciones y destripamientos llevados a cabo por Al Qaeda que pronto se renombraría como el grupo miliciano Estado Islámico (ISIS), y dice que la decisión de intervenir se basó en esas atrocidades, las cuales fueron acompañadas de amenazas a los musulmanes chiitas de la región, una minoría en Siria.
“Puedes imaginarte lo que sucedería si estos grupos terroristas asumieran el control de Siria. ¡Dios no lo permita!”, comenta Shammary a Newsweek.
Gran parte del mundo por entonces estaba enfocado en otras imágenes horripilantes, como las bombas de barril lanzadas por aeronaves del gobierno sobre ciudades sirias e informes de tortura sistemática y asesinato de miles de enemigos de Assad en prisiones secretas por todo el país.
También continuaron las acusaciones de crímenes de guerra cometidos por el gobierno sirio que implicaban tales armas prohibidas, incluido el uso de gas enervante para matar a 1,400 ciudadanos en Guta, un suburbio de Damasco, en 2013. Dicho todo esto, el conflicto ha convertido a Siria en el líder mundial de creación de refugiados y solicitantes de asilo, pues más de 6.6 millones han huido del país, e incluso más han sido desplazados internamente, según cifras compartidas por la ONU.
Y conforme se intensificaba la lucha, jets sirios y sus aliados rusos en el aire fueron acusados de bombardear hospitales, escuelas e incluso instituciones religiosas, asegurándose de que nada era sagrado en un combate tan impío. Los informes crecientes propiciaron investigaciones internacionales en nombre de las potencias que todavía esperaban ver a Assad destronado.
Se presentó la oportunidad para un ultimátum entre una nación desesperada por una victoria, pero también cansada de la guerra. Después de financiar calladamente una insurgencia, Estados Unidos elaboró planes potenciales para ponerle orden a Assad.
Como todo el mundo sabe, el presidente Barack Obama impuso una “línea roja” al uso de armas químicas, lo cual significaba que su uso cruzaría un umbral interno que suscitaría una respuesta militar estadounidense. Obama incluso buscó la aprobación del Congreso para una intervención estadounidense. Sin embargo, el presidente reculó en medio de un acuerdo internacional de desarmar las reservas sirias de armas químicas.
Pero persistían los informes de abusos, al igual que la impiedad de ISIS y otros grupos de línea dura que abrumaban y consumían las filas del “moderado” Ejército Libre de Siria. Washington llegó a la conclusión de que la oposición siria estaba condenada a la autodestrucción. El Pentágono vio un nuevo protagonista en la infatigable comunidad kurda de Siria, la cual siempre había buscado más autonomía por parte del gobierno de Assad, de orientación árabe, pero ahora, como otras minorías, enfrentaba una amenaza genocida de parte de los yihadistas.
MÁS ALLÁ DEL SIGLO ESTADOUNIDENSE
Nasr al Shammary cree que hay dos causas de lo que ve como el deterioro del poder y la influencia de Estados Unidos. La primera, dice, es interna: “Estados Unidos hoy día ya no es lo que solía ser, y la razón principal son las políticas estadounidenses intransigentes que ignoran completamente la voluntad de los pueblos, su herencia cultural y su tejido social, la desconfianza por los pueblos de la región, el abandono continuo de sus aliados y la desconsideración total por los intereses de los países de la región ante los intereses estadounidenses”.
Además, argumenta, los competidores de Estados Unidos se han vuelto más capaces y adaptables. “La segunda razón es la capacidad y fuerza crecientes de los competidores de Estados Unidos en el mundo —como Rusia, China e Irán— y la confianza de sus aliados en ellos y las posiciones de algunos de los países mencionados que apoyan y son leales a sus aliados sin que haya suposiciones o interferencia en los valores de los pueblos o su tejido social”.
Y más o menos al mismo tiempo que Estados Unidos cambió de bando para apoyar a las Fuerzas Democráticas de Siria, apoyadas por los kurdos, en octubre de 2015 los cielos de Siria se estremecieron con el rugido de los jets de la Fuerza Aérea rusa.
“Assad era visto como un dictador por algunos, un monstruo, pero era aliado de Rusia”, comenta a Newsweek Evgeny Buzhinskiy, un teniente general retirado de las fuerzas armadas rusas y que ahora es presidente de la junta directiva del Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia. “Cuando Rusia intervino en el año 2015, Assad estaba a punto del colapso. Rusia lo salvó”.
El asediado Ejército Árabe sirio, asolado por las muertes y deserciones, se vio revitalizado por una gran potencia amiga que cambió la situación en los cielos y el campo de batalla. Y Rusia, que había trabajado con China desde 2011 para asegurarse de que Assad no sufriera el mismo destino que Muamar al Gadafi mediante vetar una acción internacional en Siria, ahora se coordinaba estrechamente con Teherán y sus aliados para sostener en el poder a un amigo mutuo.
“Hubo una división del trabajo”, dice Buzhinskiy. “Rusia actúa desde el cielo, bombardeando y llevando a cabo ataques con misiles, e Irán actúa desde el suelo, en cooperación con las Fuerzas Armadas sirias, simultáneamente”.
Buzhinskiy confirma que el enfoque de Moscú resultó ser una especie de “modelo” para la intervención exitosa de Rusia y sus socios. Esta coreografía mortal no solo mantuvo a flote a las fuerzas de Assad, sino que, como lo reconoce Farhad Shami, director de operaciones mediáticas de las Fuerzas Democráticas de Siria, mantuvo a raya las deserciones del asediado Ejército Árabe sirio.
“El apoyo directo de Rusia e Irán fue crucial para la supervivencia de Assad en el poder”, expresa Shami a Newsweek. “Assad se benefició grandemente del apoyo ruso para deshacerse de sus oponentes y reducir el control de ellos sobre regiones de Siria. Y lo más importante, redujo las posibilidades de deserción para muchos que se quejaban de él, ya fuesen políticos o soldados que ahora todavía están dentro de las instituciones del sistema”.
Pero advierte que Assad “no ha sobrevivido de una vez por todas la caída y enfrenta muchos peligros si no logra un grado suficiente de apertura ante la sociedad y cambia su comportamiento y mentalidad”.
PERDER GUERRAS, ELEGIR BATALLAS
El apoyo de Estados Unidos a las Fuerzas Democráticas de Siria continúa, aunque está limitada a derrotar a los remanentes de ISIS. Conforme Rusia redobló su presencia en toda Siria, el ala política de las Fuerzas Democráticas de Siria, el Consejo Democrático Sirio, también abrió una línea de comunicación con Moscú con la esperanza de que Estados Unidos y Rusia pudieran trabajar juntos para asegurar un acuerdo entre ellos y Damasco.
“Estamos muy interesados en conversaciones directas con Assad, con el gobierno sirio”, dijo Elham Ahmad, copresidente del Consejo Democrático Sirio, en una reunión pequeña de periodistas en Washington en octubre. “Les pedimos a nuestros socios que tengan un papel positivo en ayudarnos a encontrar una solución entre nosotros y el gobierno sirio”.
No obstante, el progreso ha sido lento, y una falta de resultados ha llevado a que algunos duden a veces, incluso entre la fuerza asociada con Estados Unidos.
“De vez en cuando, cuando no vemos algún cambio físico o real, tratamos de recalcular nuestras ideas”, comenta Ahmad, y expresa su esperanza de que esta visita a la capital estadounidense pudiera producir “algo diferente” a las experiencias anteriores.
En cuanto a Ford, el exembajador, renunció al Departamento de Estado en 2014, frustrado por lo que vio como un enfoque lento y mal informado sobre la guerra en Siria. Hoy discute frecuentemente lo que salió mal para Estados Unidos, pero al final enfatiza que el gobierno de Washington nunca estuvo en una posición primordial para cambiar el curso del conflicto en Siria.
“Algo seguro es que nuestra credibilidad se vio afectada”, expresa Ford. “Pero pienso que tus lectores en verdad necesitan entender que los estadounidenses no controlaban el curso de los eventos en Siria. No gastamos los recursos para cambiar el curso de los eventos allí, e incluso si hubiéramos aumentado enormemente la cantidad de recursos, no estoy seguro de que hubiéramos obtenido lo que queríamos”.
Robert Ford reconoce las limitaciones del involucramiento de Estados Unidos en Siria, sobre la cual comenta que está muchísimo más cerca de la esfera de influencia de Teherán y Moscú que de la de Washington.
“Los estadounidenses se involucraron en algo que era mucho más grande que lo que Estados Unidos buscaba en Oriente Medio, y en un sentido terminamos siendo solo un actor entre tantos”, añade. “Y cuando eres un actor entre tantos, un solo actor no lo controla, Irán no lo controla, Rusia no lo controla, incluso el mismísimo Assad no lo controla, los turcos tampoco. En verdad es una interacción compleja”.
Y a veces, agrega, es mejor que Estados Unidos de plano se mantenga fuera del juego, sobre todo en países donde los rivales tienen más intereses, influencia y voluntad para aplicar ambas.
Ford concluye: “Los estadounidenses en verdad necesitan elegir sus batallas con cuidado”. N
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek