EXPLORAR las posibilidades de la palabra, nos lleva, incluso, a rebelarnos contra ella. El idioma, instrumento práctico de nuestra comunicación cotidiana, con sus reglas y rigores, tiene sus límites para expresar diversas realidades, más aún, si estas nacen del espíritu, incluso, de algo más primitivo: las emociones.
La lengua no resiste estos límites y se tensa, su cordura y congruencia práctica se tambalea, el mundo que resguarda entre sus vocablos y estructura se rompen: surge la metáfora, la sinestesia, el ritmo, melodías nunca sospechadas, aliteraciones consonánticas; las categorías gramaticales varían sus funciones, por ejemplo, los sustantivos se verbalizan, los verbos se sustantivan; las preposiciones se diluyen.
He leído desde hace algunos años la obra de José Miguel Lecumberri y en ella observamos estas tensiones y rupturas de la lengua que, en otra ocasión, bien podríamos analizar con mayor detalle y estudio. He recorrido una diversidad temática dentro de su obra, la cual nos acerca al mundo del cine, Delirio Videns, por ejemplo. No ha negado tampoco la ternura y la ha explorado a través del amor paternal, encontramos la sorpresa de la risa de una hija, como lo observamos, en su libro Amaia.
También se ha acercado al rock, y en Monsieur Morrison nos ha introducido, a través del vocalista de The Doors, al tránsito de la muerte como un camino de iniciación, como una ceremonia que celebra la disolución o la transformación del Rey Lagarto.
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He recorrido, dentro de su obra, una diversidad de géneros que transitan de la poesía al ensayo; del ensayo a la narrativa, de la narrativa a los aforismos y muchas veces, sin mostrarnos un límite preciso entre ellos, como sucede en Las rojas raíces del insomnio y El matemático negro.
Pero hoy nos encontramos nuevamente con su palabra y en este día de otoño celebraremos su libro de aforismos La cuna de Judas, libro editado por Cisne Negro dentro de la colección Lectores de Alto Riesgo.
La cuna de Judas reúne aforismos escritos por Lecumberri desde el año 2005 hasta 2020, divididos en 11 secciones. Al abrir el libro nos encontramos con una variación de las palabras de Ovidio, pero no el de La metamorfosis, ni de El arte de amar, ni Los remedios de amor, sino el Ovidio exiliado, expulsado, repudiado, melancólico, el de Las Pónticas, aquellas cartas escritas en la lejana ciudad de Tomos, hoy Constaza, en las costas de Rumania.
Así leemos “La gota perfora la piedra, no por su fuerza, sino poco a poco cayendo”. Las palabras de un exiliado ya nos anuncian que nos acercamos a un texto donde nos encontraremos con muchos temas nada complacientes, exiliados socialmente. Ya no hagamos la interpretación tradicional de los beneficios de la constancia, pues no concordaría con el texto del que hablamos hoy, sino preguntarnos si esa gota no es acaso la de los deseos, los temores, los insomnios, las vicisitudes de la existencia que caen constantemente para perforar al ser, la piedra del ser, ya para destruirlo o liberarlo.
También hay que detenernos en el título: La cuna de Judas. Estos aforismos se han mecido y desarrollado en la “cuna” de este personaje despreciado, repudiado; traidor y suicida. Quiero acudir en este punto al conocido cuento de Jorge Luis Borges “Tres versiones de Judas”. En él encontramos unas heréticas perspectivas de este personaje tan odiado dentro del mundo judeocristiano, del cual, inevitablemente, compartimos una parte. Borges, a través de su personaje Nils Runeberg nos habla desde otra perspectiva de Judas. ¿Y si Judas se asumió como instrumento consciente con sus actos para mostrar el camino a Jesús y cumpliere así con su sacrificio redentor? ¿Si Judas se ha rebajado a la traición, así como la divinidad se ha rebajado a la encarnación a través de Jesús, no sería un reflejo de este último? ¿Si Judas es en realidad el verdadero redentor?
Recordemos las palabras de Borges: “Dios totalmente se hizo hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue Judas”.
Pues Judas realmente ha cargado los pecados más terribles para la moral judeocristiana, como la traición y el suicidio. De ahí que la lectura de este libro de Lecumberri precisamente nos acerque a temas incómodos, los temas humanamente infames, los temas de los abismos. Perdernos en ellos también es un camino para reconocernos. Así, por ejemplo, nos escribe Lecumberri:
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“Es una falta de delicadeza no suicidarse, sobre todo cuando el mundo se ha esforzado tanto en darnos razones para destruirnos”.
En este ejemplo encontramos, sí, al suicida de Judas, y también la ironía de la existencia, perforando gota a gota la piedra del ser, de la que hablamos anteriormente.
La lectura de La cuna de Judas también me hizo recordar a Marco Aurelio y sus Meditaciones. Marco Aurelio ironizó, meditó, cuestionó no solo su mundo, sino a sí mismo. El romano escribió un diario de pensamientos. En él lo efímero de lo existente es constante como lo es en esta obra de Lecumberri, donde ni la poesía se salva: “La poesía es lo efímero de la plenitud”, nos dice el autor. Pero en José Miguel no encontramos el consuelo de una razón casi universal que da sentido a las desolaciones particulares, sino, por el contrario, como nos lo expresa, la vida carece de sentido y se diluye en la melancolía, los arrebatos, las inquietudes, las ironías y los sarcasmos de donde obtenemos nuestros fragmentos para reconstruirlos.
La presencia de Lucifer, que no es exclusiva solo de este libro, se mantiene. Pero, al igual que Judas, es un reflejo redentor de los abismos y que ya hemos encontrado quizá desde John Milton y su Paraíso perdido, donde el ángel caído expresa con dignidad en algunos de los versos: “Vale más reinar en el infierno, que servir en el cielo”; un Lucifer que claramente encontramos en las famosas “Letanías a Satán”, de Charles Baudelaire, el piadoso y compresivo del dolor, el que mágicamente ablanda “la osamenta del borracho caído al pie de los caballos”.
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El Lucifer que indudablemente encontramos en el discurso con que prácticamente cierra Antole France su Rebelión de los ángeles, y quien, como buen anarquista, dice: “La guerra engendra guerras, y el triunfo conduce a la derrota. El Dios vencido se convertiría en Satán, y Satán se convertiría en Dios. ¡Que los destinos me libren de semejante fortuna!”.
Por supuesto, también del Lucifer del “Himno a Satán”, de nuestro querido Leopoldo María Panero: “Tú que eres tan solo / una herida en la pared / y un rasguño en la frente / que induce suavemente a la muerte: / tú ayudas a los débiles / mejor que los cristianos / tú vienes de las estrellas / y odias esta tierra / donde moribundos descalzos / se dan la mano día tras día / buscando entre la mierda / la razón de su vida”.
La cuna de Judas es un texto que no pocas veces nos incomoda, como los lectores lo irán descubriendo, incluso, probablemente los moleste, pero, al fin y al cabo, como el autor nos recuerda: “No se puede sacralizar lo que no ha sido profanado”. N
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Alejandro Martínez Lira es poeta, periodista y licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.