Llevaba más de una década sobrio cuando regresé a México, había pasado gran parte de los últimos años viajando y trabajando en Australia, después de un matrimonio accidentado sentí que era momento de poner tierra de por medio, volver a casa y por decirlo de alguna manera, de tocar base y reconectar con mi familia.
Lo que no esperaba al regresar era reencontrarme también con viejos demonios, aunque siendo psicólogo y conociendo la teoría me sentía más protegido de aquello, resulta que, al final del día poco importa lo mucho o poco que uno haya leído o crea que sabe al respecto, de cualquier manera todos estamos expuestos. Por mucho tiempo creí que mis problemas se debían a la falta de fuerza de voluntad y la dependencia a algunas sustancias y comportamientos, después de varios años comprendí que era más un síntoma del fondo que la causa en sí misma.
Llevaba ya un par de meses en México cuando mi hermano organizó una reunión con sus compañeras de la universidad y esa noche conocí a Marina, no sé cómo o por qué sentí de inmediato la capacidad de poder contarle cualquier cosa y saber que mis secretos, hasta los más oscuros estarían seguros entre sus manos, no me equivoqué. Ella ya sabía de mi pero pensó que seguía casado así que tardé meses en entender de dónde provenía su resistencia y en poder explicarle todo aquello. Después agradecí ese tiempo, durante semanas intercambiábamos títulos de libros, novelas y series, le compartí historias por teléfono y hasta le enviaba canciones que me transportaban a otro tiempo, quizá con la esperanza de llevarla conmigo entre los recuerdos a repasar ese tiempo, de alguna manera, a revivirlo con ella. Por fin después de casi un año comenzamos a salir.
Tuvimos la valentía de vernos desnudos y sin prejuicios, le hablé de mi pasado y en lugar de marcharse me abrazo más fuerte, mi sobriedad no le significaba tema de conversación o burla, me entendía y yo la admiraba como a nadie, porque si bien, mucho ha cambiado entre nosotros, creo con firmeza que de eso se trata el amor, al menos el amor de pareja, de admiración mutua.
Unos meses después falleció su mamá y Marina se comenzó a difuminar, comenzó a tener ataques de pánico y mucha ansiedad, la acompañé y juntos aprendimos a identificarlos, a regresar al momento presente mediante la respiración y a salir poco a poco de ellos, con paciencia, acompañamiento profesional y confianza, después de esa terrible etapa comenzó lo que podía llamarse la cúspide de nuestra relación, todo iba muy bien , de hecho iba todo tan bien que comencé a asustarme y a pensar sin descanso que no era posible aquella estabilidad y sensación de calma, pensaba de forma catastrófica que lo peor estaba por venir, que aquello no era normal ni mucho menos duradero , que debía escapar antes de que la bola de nieve nos aplastará a los dos, lo que no pensé conscientemente es que aquella bola de nieve gigante que se acercaba silenciosa pero constante, haciéndose más grande cada vez era alimentada por mí, era yo.
Me contactaron de Australia con una oferta de trabajo muy atractiva en la empresa donde estuve años atrás, lo comenté con Marina teniendo la esperanza, o mejor dicho la falta expectativa de que ella iba a decidir por mí, que estaba en sus manos nuestro futuro, pedirme que me quedara y rechazara ese crecimiento profesional o decirme que me fuera y terminar conmigo. Ningún escenario que realmente me trajera calma, ahí comenzó mi auto boicot (hoy lo tengo claro, en el momento no, era culpa de Marina). Tardé tres meses en regresar corriendo a buscarla, pero esos meses fueron suficiente para mi primer recaída, parecía que fabricaba pretextos de donde apalancar aquellas malas decisiones, una parte de mí, la racional, lo sabía , pero no podía/ quería buscar ayuda, comencé a bajar de peso, despertaba y me enfrentaba con un desconocido frente al espejo y entonces consumía hasta perder la conciencia, encerrado en ese ‘loop’ estuve varios días hasta que me echaron del departamento y acabé en una comisaría, fue cuando en un momento de ‘suerte’ y algo de sobriedad que me comuniqué con mi hermano, quien me ayudó a regresar a México, quizá es a esta serie de eventos desafortunados a los que les debo la vida porque al volver era obvio que no estaba en un lugar sano ni física, ni mentalmente.
Por suerte volví a Marina, quién si bien no pudo salvarme de mi mismo –nadie puede hacerlo, mucho menos cuando no quería aceptar que necesitaba ayuda- estuvo conmigo en el proceso de buscar un acompañamiento profesional, no me dejó solo y a pesar, de que ya no éramos ni la sombra de la pareja que fuimos siempre supo cómo sostenerme entre sus manos sin romperme aún y cuando yo la dejaba resbalarse entre las mías.
Fue una época muy oscura.