LA POBREZA relacionada con el periodo menstrual comprende la falta de acceso a los artículos de primera necesidad para la menstruación (productos de higiene, desde luego, pero también agua limpia, saneamiento y educación sobre biología y reproducción), pero también incluye mucho más que esto. Sin acceso a estos artículos de primera necesidad, las personas que menstrúan en todo el mundo son marginadas y se ven impedidas periódicamente de participar en actividades escolares, laborales y de otros tipos.
Dado que en todo el mundo puede haber hasta 800 millones de personas menstruando en un momento determinado, es indispensable eliminar las barreras para obtener productos menstruales accesibles. En su nuevo libro Period. End of Sentence (juego de palabras que podría traducirse como “Punto. Fin de la oración”, o como “Periodo. Fin de la sentencia”, Scribner, mayo), Anita Diamant aborda las causas de la desigualdad menstrual, por qué es un problema, qué países y organizaciones están tomando la delantera para erradicarlo y qué más se puede hacer. Con un prólogo de la documentalista galardonada con el Óscar Melissa Berton, el libro contribuye a aclarar temas que con mucha frecuencia han sido estigmatizados.
En este extracto, Diamant analiza el denominado “impuesto al tampón” y las leyes para hacer que los productos para la menstruación sean más fáciles de obtener por aquellas personas que los necesitan.
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La pobreza menstrual tiene muchos rostros. Es domingo por la noche. Ya has pagado todas tus cuentas, pero solo quedan 50 dólares que deben durar hasta el viernes. El presupuesto es ajustado, pero basta para cubrir los pasajes del autobús, comprar la leche y los ingredientes para preparar chile o sopa. Por fortuna, los pequeños toman el desayuno y el almuerzo en la escuela. Entonces tu hija mayor se acerca con una caja de tampones vacía.
Es lunes por la mañana y tú estás en la cama pensando en el día que te espera: el examen de matemáticas, la prueba para el equipo de atletismo. Podría embutir un fajo de papel higiénico en mi ropa interior, lo que significaría estar preocupada todo el día: ¿Va a gotear? ¿Va a caerse? La última vez que le pedí una toalla sanitaria, la enfermera de la escuela se puso como loca, y en realidad no quiero pedirles a mis amigas… otra vez. Nada de pruebas de atletismo para mí. Quizá pueda arreglármelas durante todo el examen de matemáticas. O quizá simplemente debería quedarme en casa.
Los productos menstruales son caros. De acuerdo con un cálculo, las personas que menstrúan gastan 17,000 dólares durante toda su vida, una cifra que incluye toallas sanitarias, tampones, protectores para la ropa interior, medicamentos para el dolor y prendas íntimas, pero dicha cifra no toma en cuenta los precios más altos que se pagan en los vecindarios pobres, donde las personas no tienen un fácil acceso a supermercados o farmacias. La pobreza menstrual existe en todos los países, en todos los estados, en todos los códigos postales. La pobreza menstrual no es igual para todos: puede significar una caja de tampones vacía o carecer de un lugar donde poner a secar tus toallas de tela; puede significar que no haya agua limpia para lavarte las manos, ni sanitarios donde atenderte en privado ni formas de desechar lo que has usado.
La pobreza menstrual significa ahorrar de centavo en centavo para comprar algo tan básico como el papel higiénico, y puede obligarte a faltar a la escuela o al trabajo, lo cual puede hacerte perder tu empleo si lo haces con demasiada frecuencia. La pobreza menstrual puede significar reprobar en matemáticas o ser castigado, o quizá plantearte que simplemente deberías dejar la escuela.
Es una carga, una duda, una molesta preocupación que te hace sentir fuera de control, sin esperanza, o como una mala madre.
La pobreza menstrual se complica por “el impuesto al tampón”, un término un tanto engañoso, ya que no existe un impuesto especial a los tampones, a las toallas sanitarias o a otros productos para la menstruación. Es un término general que abarca distintos tipos de gravámenes: impuestos sobre las ventas estatales y de las ciudades, impuestos al valor agregado e incluso impuestos de lujo. Sin importar quién reciba el dinero, el impuesto lo pagan únicamente las personas que menstrúan.
En Estados Unidos, los impuestos sobre las ventas de la mayoría de los estados van de cuatro a siete por ciento, aunque en 2020, las tasas de impuestos combinadas en Alabama, Arkansas, Luisiana, Tennessee y Washington aumentaron hasta cerca de 9 por ciento. La adición de 90 centavos a una caja de tampones de 10 dólares marca una importante diferencia si tu presupuesto de alimentación ya se encuentra al límite.
Algunos empleadores ofrecen a sus trabajadores la opción de reservar una porción de su salario en una Cuenta de Ahorros de Salud o en una Cuenta de Gastos Flexibles. Ese dinero, que no es gravado como un ingreso, se puede usar para gastos médicos y artículos de venta sin receta médica, como antiácidos, bloqueadores solares y métodos de control natal, incluidos los preservativos. Pero no para productos para la menstruación.
Así que si tienes una de las cuentas mencionadas y necesitas tampones, los pagas con dinero que fue gravado como un ingreso, además de pagar el impuesto sobre ventas. Se requirió la emergencia del covid-19 para que el Congreso enmendara las reglas para incluir los tampones, las toallas sanitarias, los protectores de ropa interior y las copas menstruales en la categoría de las deducciones antes de impuestos.
Las personas que dependen de los programas de ayuda federal no pueden usar sus beneficios para comprar productos para la menstruación, que al igual que el papel higiénico y los pañales, son los productos más solicitados y menos donados en los refugios y bancos de alimentos.
Jennifer Weiss-Wolf, autora de Periods Gone Public (Períodos que se han vuelto públicos) y cofundadora de la organización de defensa Period Equity (Equidad en el Periodo), afirma que los impuestos a los productos para la menstruación constituyen un tipo de discriminación basada en el género, además de ser inconstitucionales e ilegales.
Como abogada, Weiss-Wolf encabeza el esfuerzo para eliminar los impuestos a los productos para la menstruación en los 50 estados de la Unión Americana. Ella rechaza el argumento de que al eliminar los impuestos a los productos para la menstruación se abrirían grandes hoyos en los presupuestos estatales, y pregunta por qué los ingresos deben provenir únicamente de las personas que menstrúan cuando existen cientos de exenciones a productos de género neutro y totalmente prescindibles: en Luisiana, las cuentas para el festival de Mardi Gras no pagan impuestos sobre ventas, Texas no grava las barras de caramelo, y en varios estados, todos los bocadillos están completamente exentos.
Sin embargo, las cosas van mejorando. En 2015, únicamente diez estados exentaron los productos para la menstruación, y cinco de ellos nunca tuvieron un impuesto sobre ventas. Para 2020, 20 estados ya habían abolido el impuesto al tampón, y actualmente hay esfuerzos para hacer lo mismo en los otros 30 estados. En algunas ciudades (Denver, Chicago y Washington, D. C.) se han eliminado los impuestos locales a los productos para la menstruación.
En todo el mundo existen campañas para acabar con los impuestos sobre los productos para la menstruación, gracias a la presión del público, la atención de los medios de comunicación y la creciente presencia de mujeres en cargos públicos de todos los niveles. Kenia fue el primer país en abolir dichos impuestos en 2004. Australia, Canadá, Colombia, india, Irlanda, Malasia, malta, Ruanda y Escocia han seguido su ejemplo.
Como escribe Weiss-Wolf en Periods Gone Public, “para tener una sociedad totalmente igualitaria debemos tener leyes y políticas que tomen en cuenta la realidad de que la mitad de la población menstrúa. Los productos para la menstruación deben estar exentos de impuestos, deben ser accesibles y estar disponibles para todos, además de ser seguros para nuestro cuerpo y para el planeta”.
También hay campañas en marcha para hacer que los productos para la menstruación estén disponibles en forma tan amplia y libre como el papel higiénico. En respuesta a la inevitable pregunta sobre el costo, Nancy Kramer, fundadora de la Fundación Free the Tampons (Liberen a los tampones), señala: “Quienquiera que pague por el papel higiénico paga por las toallas sanitarias”.
Kramer defiende la “igualdad en el sanitario” e intervino para lograr que la Ciudad de Nueva York proporcionara gratuitamente productos para la menstruación a los estudiantes de las escuelas públicas del sexto al doceavo grado. Dos años después, el estado de Nueva York extendió ese mandato a todos sus distritos escolares.
Los productos gratuitos relacionados con el periodo menstrual comienzan a aparecer en los baños públicos, con avistamientos en hoteles, restaurantes, museos, espacios de trabajo colectivo, tiendas minoristas y oficinas corporativas. Los estudiantes universitarios de todos los continentes los exigen en todos los baños de los campus, y han tenido éxito en la mayoría de los casos.
Escocia es uno de los líderes mundiales en cuanto a la accesibilidad. En 2018, tras una campaña de años en las bases, comenzó a exigir a todas las escuelas, colegios y universidades que proporcionaran toallas sanitarias y tampones de manera gratuita. Y en 2020, el parlamento escocés aprobó unánimemente la Ley de Productos para la Menstruación, que asignó fondos para que las localidades los proporcionen a cualquier persona que los necesite en cualquier parte del país.
Los esfuerzos para hacer que los productos para la menstruación sean accesibles son la parte más visible de un objetivo mucho más ambicioso y radical: desestigmatizar la menstruación misma. Melissa Berton, fundadora de The Pad Project (El proyecto de la toalla sanitaria), señala: “Nuestro objetivo es crear conciencia sobre cómo el estigma menstrual y la falta de artículos relacionados con la menstruación inhibe a las mujeres y a las chicas de participar como ciudadanas iguales”.
Hablar de la menstruación es hablar de poder. Cada historia sobre otro grupo de niñas exploradoras que recolectan toallas sanitarias y tampones para el banco de alimentos local asesta otro golpe al estigma menstrual. Aún tenemos un largo camino por delante para eliminar la aprehensión, el asco y la ignorancia relacionados con una función humana esencial. Como se lee en una camiseta: “Todo lo que puedas hacer, lo puedo hacer yo sangrando”. En otras palabras, el silencio y la vergüenza están sobre aviso. N
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Extracto de Period. End of Sentence (Periodo. Fin de la sentencia, Scribner), de Anita Diamant, con prólogo de Melissa Berton, © 2021 or Anita Diamant y Melissa Berton. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.