En México existen 26 bancos de semillas. Sin embargo, según aprecian los expertos, aún son pocos para la conservación de la enorme diversidad geográfica, climática y cultural que hay en el país.
EN EL EJIDO Unión Zapata, una comunidad cercana a San Pablo Villa de Mitla, en Oaxaca, la crisis medioambiental ha ocasionado bruscos cambios en el clima que retardan la temporada de lluvia y, con ello, el momento de cultivar. Para atender esta problemática, productores campesinos de la localidad inauguraron, en febrero pasado, el Banco Comunitario de Semillas, un proyecto que permite a la población preservar, conservar y rescatar semillas nativas que procuren la alimentación de la población y riqueza en la cosecha.
El Banco Comunitario de Semillas del ejido Unión Zapata es pequeño —apenas ocupa 30 metros cuadrados— y se encuentra en el palacio municipal de esta comunidad. Ello tras un consenso al que llegaron las autoridades comunitarias y productores para decidir dónde se guardarían las semillas. Se trata de un cuarto construido de adobe y lámina de asbesto. Tiene poca ventilación y es una habitación oscura que permite mantener en dormancia las semillas, es decir, que no se permita la activación de su germinación.
Este banco evita que las semillas “no se activen con la luz, que no se mojen, que no se contaminen con plagas, enfermedades ni con químicos”, explica el ingeniero Girmey López Martínez, quien colabora en el Proyecto Agrobiodiversidad Mexicana de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). “Es un espacio exclusivo para guardar la semilla donde se mantienen las condiciones de temperatura, humedad y luminosidad apropiadas para conservar en dormancia y con latencia las semillas, es decir, mantenerlas ahí dormiditas hasta antes de cultivarlas”.
Al ser un proyecto piloto, la comunidad no invierte demasiado en equipar el banco, por ello ha optado por usar indumentaria de metal, bolsas y frascos de vidrio para preservar las semillas.
“El banco comunitario siempre debe estar funcionando a través de la temperatura local. No ocupa ningún método de calefacción ni refrigeración, solo frascos grandes sellados, que es donde se almacenan las semillas”, cuenta en entrevista Jared Sánchez Jacobo, quien se encarga de difundir información acerca de este proyecto de la comunidad oaxaqueña.
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Tras su inauguración, el pasado mes de febrero, y de acuerdo con Sánchez Jacobo, el Banco Comunitario de Semillas cuenta con más de 350 kilos de semilla de diferentes tipos: frijol, calabaza, maíz, quelite y, sobre todo, diversas variantes de semillas de maíz.
Otra de las características que sobresale en el ejido Unión Zapata es que en este territorio se resguarda uno de los sitios más importantes para la ciencia agrícola, pues ahí se han encontrado vestigios de algunos de los cultivos más antiguos, como maguey, calabaza, maíces y parientes silvestres.
“Es un reservorio de evidencia arqueológica que nos permite definir la historia de la agricultura en Mesoamérica. Es uno de los más antiguos y está dentro de una cueva. La comunidad ve esta cueva como un monumento histórico y un patrimonio propio de la humanidad y de México”, cuenta Girmey López en entrevista con Newsweek México.
¿QUÉ ES UN BANCO DE SEMILLAS?
Un banco comunitario de semillas es un trabajo colectivo entre productores de una o varias comunidades. En estos se conservan los materiales locales nativos o mejorados para su sustento y uso. Los campesinos productores son quienes trabajan colectivamente en la conservación y el mejoramiento de las semillas a través de este sistema.
“Permiten [a los campesinos] tener independencia y soberanía alimentaria. Sacan las semillas de sus cosechas y funcionan bajo un sistema de intercambio local. No necesariamente con transacciones de dinero, sino con préstamos”, explica Flavio Aragón Cuevas, investigador en recursos genéticos del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales y Agropecuarias (Inifap).
Para que los productores accedan a las semillas solo deben solicitarlas a manera de préstamo, es decir, si el comité que conforma el banco comunitario presta a los miembros 10 kilos de estas, ellos tendrán que regresar el doble de lo que recibieron, es decir, tendrán que regresar 20 kilos de semillas en la próxima cosecha. “Es un trabajo colectivo”, señala.
De acuerdo con Aragón, en 2005 empezaron a formar los primeros bancos comunitarios en Oaxaca que obedecen, principalmente, a los problemas que se tienen en el campo debido a la crisis climática.
Por ello, resulta importante que los bancos comunitarios ayuden a prevenir las pérdidas por factores climáticos y sociales suministrando semillas de calidad y que den respuesta rápida en caso de desastre natural, explican expertos consultados por Newsweek México.
De acuerdo con el investigador Flavio Aragón, establecer un banco comunitario de semillas en una comunidad cuesta entre 80,000 y 100,000 pesos. Esto depende de la zona y el lugar en el que se construirá. Además, se debe tomar en cuenta el cultivo y cuántos de estos se van a conservar.
Cifras similares comparte Vicente Arriaga Martínez, director del Proyecto Agrobiodiversidad Mexicana de la Conabio, quien señala que equipar un banco comunitario cuesta de 20,000 a 70,000 pesos, dependiendo de los requerimientos de la comunidad, los materiales y los insumos.
Los bancos “son muy baratos y depende de lo que tenga la comunidad. Necesitan un cuarto aislado que no reciba mucho calor, que esté ventilado. Además, comprar anaqueles y recipientes que pueden ir desde botellas de PET o frascos de diferentes capacidades. Lo interesante de esto es que la gente le entre. La parte social es importante”, agrega el maestro en ciencias.
EN LA COSTA Y EN EL CENTRO DEL PAÍS
Desde pequeño, Emiliano Jiménez Martínez, un agricultor que radica en la comunidad de El Renacimiento, en el municipio de Villa de Tututepec, en la costa de Oaxaca, ha dedicado gran parte de su vida a trabajar en el campo junto a su padre.
“Me gusta el campo y crecí en él”, cuenta Emiliano en entrevista. “Antes había una infinidad de animalitos que hoy en día ya no hay, pero, a pesar de eso, uno come lo que siembra y eso es lo mejor. Uno siembra su maíz de los criollos y los elotes son muy dulces y sabrosos. Eso me ha gustado mucho, y más porque mi papá me enseñó a trabajar el campo sin herbicidas y hasta ahora lo sigo llevando a cabo”.
Hoy, Emiliano, de 52 años, se siente orgulloso de ser campesino y facilitador de la cultura orgánica. Siembra la milpa y sus diversidades, pero también forma parte de la organización ecologista Yutu Cuii, que en mixteco significa “árbol verde” y en español se conoce como Ecosta Yutu Cuii, una sociedad de solidaridad social que desde 1992 tiene la misión de investigar y promover el manejo racional y adecuado de los recursos naturales y humanos del municipio de Tututepec.
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En la costa, Emiliano y su comunidad establecieron un banco comunitario de semillas como respuesta a la pérdida de productos criollos que tenían para cultivar. Ahora, con apoyo del Inifap y Conabio, a través de este proyecto se encargan de conservar semillas y variedades de maíz como el veracruzano, el tehuacanero, el pastor, el olotillo y el conejo. También conservan varios tipos de frijol, calabaza, sandía, melón y otros que suman cerca de 50 variedades de semillas en el banco comunitario.
Tanto el ejido Unión Zapata como la comunidad de Tututepec son muestra de estos bancos comunitarios de semillas. Sin embargo, para establecerlos debe existir un estudio previo del lugar en donde se crearán, conocer los cultivos de las personas y el clima de la región.
El Mtro. en ciencias Vicente Arriaga, de Conabio, explica que es más factible establecer un banco de semillas en donde todavía se conserva la estructura colectiva —ya sea ejido o comunidad— y en donde la comunidad realmente colabore en conjunto y con sus propios estatutos.
Para que un banco perdure debe estar en armonía con las comunidades donde haya agrobiodiversidad, como sucede en casi todo el país. Es importante identificar las especies y los cultivos que son de interés para la población y, de esa manera, para cada una de las especies crear un protocolo de conservación para que sepan cómo seleccionar la semilla, cómo tratarla y cómo beneficiarla.
SEMILLAS LIBRES DE HUMEDAD
Reconocer el clima de la región y el cultivo permite a los agricultores conocer su producto antes de devolver las semillas que recibieron a préstamo. De acuerdo con los expertos consultados por este medio, antes de resguardar la semilla se examina, debe estar limpia y seca porque, si guarda humedad y no se conserva de manera hermética, le entra aire y los bichos comienzan a devorarla.
Arriaga Martínez, director del Proyecto Agrobiodiversidad Mexicana de la Conabio, explica que, en el caso de los lugares húmedos, lograr que la semilla pierda humedad será difícil por la saturación ambiental. “Hay que tener mucho cuidado con la hermeticidad de los recipientes que se usen”, advierte.
Entre los métodos para “bajar la humedad” en las semillas nativas se encuentra el secado solar para luego limpiar bien esa semilla antes de envasarla. No debe contener granos podridos o quebrados y nada de basura. Debe ir completamente limpio. “Lo que nosotros recibimos de los productores es semilla, es lo que ellos seleccionan para sembrar”, explica el investigador Flavio Aragón.
Otro de los procesos con los que cuentan consiste en meter un poco de semilla en una botella de refresco. Se tapa. Se pone al sol. Si se suda y se llena de agua por dentro de la botella es porque todavía tiene humedad, entonces hay que esperar a que sequen durante más días. Este proceso depende de la zona.
“En el trópico —por ser muy caluroso—, con tres o cuatro días es suficiente para bajar la humedad, pero en las partes altas, obviamente, tarda varios días en secarse. Va a depender de la zona, de la semilla y de cómo la trata el productor. Si hay plantas locales para el tratamiento también se usan. Hay plantas con propiedades para eso, como la hoja de hierba santa, ceniza o los productores traen el grano con alguna planta que repele los insectos. A escala local, ellos tienen sus métodos de control”, describe Flavio Aragón.
Cuando la semilla está seca y limpia se registra. Se toman los datos del productor que dona la semilla y de la semilla misma: color, especie, raza, usos que le da el productor, en qué zona la cultiva, si tiene un suelo en especial o si tiene bondad para soportar plagas o enfermedades.
“Debemos tener esa información de la diversidad que tiene la comunidad, una ficha del productor y una ficha del material que se conserva. Debemos tener esa base de datos a escala comunitaria que permite saber qué están conservando en la comunidad”, añade.
DE LAS AMENAZAS A LAS OPORTUNIDADES
Ante la crisis climática es recurrente que los desastres naturales arrecien y amenacen la evolución del cultivo. Si se presentara un desastre natural, como inundaciones, ciclones o sequías —que ya ha ocurrido—, los agricultores que tienen un banco comunitario de semillas cuentan con los granos e inmediatamente vuelven a sembrar, según explican los expertos consultados.
“Si todavía se está a tiempo de sembrar con los materiales locales, ellos mismos sacan semilla de su propia cosecha para enfrentar hambrunas. Tenemos muchos problemas, pero el principal es contar con una agricultura temporal donde 85 por ciento de nuestra agricultura es de temporada, o sea, dependemos de la lluvia”, señala Aragón Cuevas.
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Desde los inicios de la agricultura en México los productores siempre han mirado al cielo, ven las nubes que pasan en espera de que llueva. Rezan a los santos y hacen dotes para tener pronto las lluvias. Sin embargo, la sequía es un problema muy fuerte que le pega a los cultivos que se trabajan bajo condiciones de temporada.
Lo mismo ocurre con los huracanes en la costa y en las zonas frías del territorio, las heladas caen y han afectado muchos cultivos por ser una velada atípica y temprana. A ello se suman las plagas y las enfermedades como parte de los principales problemas biológicos que tiene el campo, que se incrementan con la crisis climática.
Socialmente, una amenaza es el relevo generacional, es decir, los agricultores mexicanos ya son adultos mayores y los jóvenes deciden no dedicarse a la agricultura porque consideran que ya no es rentable o que requiere de mucho esfuerzo.
“Ese es un problema, la edad de los productores. [Este proyecto] busca impulsar a los jóvenes al campo y que sea una actividad redituable para ellos, donde el campo les dé de comer y les dé para vivir y tener educación con lo mínimo indispensable, que es a lo que aspira una persona”, añade Cuevas.
Para lograrlo, se debe llevar la tecnología al campo para que los productores hagan rendirlo mejor, tengan mejor calidad de sus productos o los puedan transformar para obtener ingresos. Ante ello, los expertos coinciden en que se debe educar a la población desde todos los niveles para hacerlos volver e interesarse por el campo y la riqueza que de la tierra emana.
“Los productores que han participado en los bancos se han revalorado como campesinos. Han detectado la gran importancia que tienen sus semillas, lo valiosos que son, los conocimientos que tienen y lo importante que hacen en cuanto a la conservación de sus semillas”, concluye el investigador del Inifap Flavio Arriaga.