“Llegó el momento de terminar con la guerra contra las drogas que nos sigue matando”…
La frase es muy socorrida en la política por que atrae votos. Se ha pronunciado en un sinfín de ocasiones. Hoy quiero referirme a una en especial: la del 8 de noviembre de 2018, cuando la entonces senadora Olga Sánchez Cordero subió a la tribuna y le espetó a sus colegas las cifras desoladoras de la guerra de las drogas.
La senadora traía en cartera una iniciativa que había sido turnada al pleno, pero, tras 11 meses, en octubre de 2019 la legislación sobre el uso lúdico de la marihuana seguía en veremos.
El uso medicinal de la marihuana fue aprobado en 2017, mas su utilización con fines recreativos ha sido fuente de interminables controversias en el Senado. ¿Quién tiene la razón: los que favorecen la liberación del uso de la droga o los que se oponen?
Ponderar un problema es indispensable a la hora de buscar soluciones. Contra la creencia general, la planta de marihuana, Cannabis sativa, no es originaria de México, sino de Asia, y llegó a la Nueva España por iniciativa de Hernán Cortés. La planta tenía un sinfín de usos que iban desde la fabricación de cuerdas y velas hasta los usos recreativos y, desde luego, los medicinales.
En la Revolución Mexicana las “adelitas” se la daban a los revolucionarios antes y después del combate, cuando “andaban erizos”, y a los heridos o a los enfermos graves se la suministraban como analgésico. Así, el uso de la droga se popularizó, pero en 1920 la sociedad católica la percibió como una amenaza a la juventud y el alcohol se quedó como la única sustancia psicoactiva aceptada para usos recreativos. Las otras drogas a las que se les llamaba “vaciladoras” también fueron prohibidas. Con la prohibición, los precios se incrementaron y se abrió la puerta a un negocio de alta rentabilidad.
A partir de ese momento los narcotraficantes entendieron que la creación de adictos era una estrategia comercial para detonar el mercado y generar clientes cautivos. Y la historia de miseria humana que trae consigo la adicción patológica se integró en México al drama de la pobreza del pueblo y a la juerga de riqueza de la política y el narcotráfico; porque es bien sabido que, sin la connivencia de las autoridades, era imposible que el mercado floreciera como lo hizo.
Todo ello cambió el 17 de febrero de 1940, cuando el presidente Lázaro Cárdenas del Río emitió un decreto en el que legalizaba “las drogas vaciladoras”. La idea fue del Dr. Leopoldo Salazar Viniegras, quien sostuvo que solo había una manera de frenar el tráfico de narcóticos en México, y este era que el Estado creara un monopolio de distribución en el que se vendiera a los adictos, a precio de costo, la droga. Salazar convenció al presidente, el presidente emitió el decreto, y el resultado superó todas la expectativas.
De golpe y porrazo la producción y distribución de drogas dejó de ser negocio. La droga se vendía en los dispensarios y clínicas del gobierno a precios castigados. Al no haber utilidades, ¿qué sentido tenía enganchar a los niños y convertirlos en consumidores cautivos? Lola la Chata era una de las principales distribuidoras de estupefacientes. La situación para ella estaba clara: “Negocio que no deja, dejarlo”, y doña Lola cerró el expendio. Lo mismo sucedió con los productores, y el narcotráfico con todos sus males desapareció del país.
Pero poco nos duró el gusto, pues los estadounidenses hacía siete años que habían liberado el consumo del alcohol para fines recreativos y no vieron con buenos ojos que en nuestro país no solo el alcohol, sino todas las drogas, fueran liberadas. El sector puritano de la sociedad gringa, sin atender los beneficios del proyecto de Salazar, le exigió al presidente Cárdenas la derogación del decreto. Cárdenas acababa de expropiar el petróleo y los gringos fueron una pieza clave en esa maniobra política. Lo que menos quería el presidente era enemistarse con los yanquis y accedió a la solicitud. Seis meses duró la solución.
Al reinstalarse la prohibición el problema regresó: los pobres adictos se jodieron mientras que políticos y narcotraficantes se enriquecieron. Para mantener algún orden el gobierno designó zonas geográficas y personajes tolerados que, para mantener sus canonjías, repartían dinero en todos los niveles. Pero la rentabilidad del negocio fue corrompiendo poco a poco la estructura política, militar y policiaca. Luego los narcotraficantes insertaron en estas estructuras a sus lugartenientes.
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El problema de la marihuana es la punta del ovillo del narcotráfico; sin embargo, si se desmadeja este ovillo con sabiduría el resultado puede ser muy provechoso.
Fíjese usted: en primer lugar, eliminar los delitos alrededor de la marihuana puede resolver el problema de la sobrepoblación carcelaria. El censo del sistema penitenciario de 2015 reportó que la capacidad de internos estaba excedida en 30 por ciento. Al mismo tiempo reportó que el número de presos detenidos por delitos relativos con la marihuana era de un 45 por ciento del cupo total. Con estas cifras es evidente que si el 45 por ciento del cupo se libera, se elimina de inmediato la sobrepoblación carcelaria y el costo para el Estado en función de prisiones. En segundo lugar, la estructura criminal de producción y tráfico desaparecería y el costo del control de enervantes sería menor. Pero el resultado más impresionante está comprendido en la industria legal del cannabis recreativo.
Antes de continuar es importante ponderar el daño a la salud por el uso de la marihuana recreativa o el “churro”, como le llama la población en general. La leyenda negra de la hierba se generó en el siglo XIX, cuando la sociedad católica vio que el pueblo se intoxicaba con la verde y supone que está regresando a sus costumbres primitivas y esto puede llevarlo a volver a la idolatría y perder la fe católica.
Cuando este tufo de herejía llegó a las autoridades eclesiásticas, un “vade retro, Satanás” llevó a la curia a satanizar la hierba y la fe ciega se impuso a una tímida ciencia sin el peso intelectual indispensable para contradecir al clero. Pero ¿qué dice la ciencia hoy?
Una de las revistas más prestigiosas del mundo médico, The Lancet, publicó en 2010 un estudio en el que se evaluaban las estadísticas de los problemas por el uso y abuso de drogas en cuanto a siniestros, conflictos sociales, problemas sanitarios y morbilidad por el uso de cada una de estas.
En beneficio de mis lectores abreviaré el resultado: la droga menos nociva de entre todas resultó la marihuana. Los problemas derivados del consumo de alcohol eran mucho mayores que los de la mota. Con la ventaja de que esta última tiene muchas aplicaciones medicinales.
Volvamos ahora a las ventajas comerciales. Con un mercado potencial de 5 millones de usuarios, Guillermo Nieto, presidente de la Asociación Nacional de la Industria del Cannabis, afirmó en 2019, en entrevista con El Heraldo, que el mercado recreativo de la hierba vale aproximadamente 5,000 millones de dólares anuales. Si a usted le parece exagerada esta cifra, sepa que en Estados Unidos el estado de Colorado, con una población de 5.7 millones de habitantes, reportó en junio de 2019 una recaudación de 1,200 millones de dólares por concepto de impuestos derivados de la producción y venta de marihuana.
Si con 5 millones de habitantes se levantan 1,000 millones de dólares en impuestos; 5 millones de usuarios multiplicarían esa recaudación de forma impresionante. Pero el diablo está en los detalles: así como la naturaleza le tiene horror al vacío, del mismo modo la 4T le tiene aversión a los negocios. Hay en esta materia, los negocios, voces contrapunteadas en la administración actual, pues mientras unos apuestan al crecimiento y el desarrollo otros, quizá por desconocimiento, quizá por miedo o quizá por proteger intereses, prefieren dejar las cosas como están. Esto dificulta el proceso de legislación y regulación de la producción, distribución y venta de los diferentes derivados del cannabis.
Olga Sánchez Cordero no estaba errada en 2018, cuando sometió su iniciativa. Sin embargo, la legislación tiene sus bemoles. De entrada, liberar a casi 80,000 internos de los Centros de Readaptación Social, que más que centros de readaptación son universidades del crimen, e insertarlos en la sociedad es un riesgo enorme para la de por sí frágil situación de seguridad que padecemos. Otro punto álgido será la respuesta de los cárteles cuando pierdan los ingresos por la droga, pues buscarán la forma de reponer los ingresos perdidos.
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Los problemas de producción y distribución son menos complicados, pero aquí la idea de asignar gente con un 10 por ciento de preparación y un 90 por ciento de honradez es un error garrafal. Las consecuencias de malas decisiones en un negocio de esta envergadura tendrían enormes repercusiones. La ley se proyecta para aplicarse a las siguientes materias: la siembra, cultivo, cosecha, producción, transformación, etiquetado, empaquetado, promoción, publicidad, patrocinio, transporte, distribución, venta, comercialización, portación, y consumo del cannabis y sus derivados. Para fines personales, científicos y comerciales; así como el control sanitario del cannabis para usos personales, científicos y comerciales. Para ello se crearía el Instituto Mexicano de Regulación y Control del Cannabis. Se requieren reglamentos diseñados por gente con alto conocimiento y experiencia en la materia y no con el 10 por ciento que le basta al presidente. Condición indispensable para todo esto es implementar un mercado sin monopolios. Esto hará que las fuerzas del mercado se equilibren en cuanto a precios.
A la fecha han salido muchas iniciativas alrededor del tema de la marihuana recreativa. Algunas no tienen la solidez de otras y esto complica el debate. Esa es una de las grandes incógnitas ¿Cuenta el Senado con especialistas capacitados para asesorar a los legisladores en este episodio?
Sánchez Cordero tiene en Ricardo Monreal a un aliado. Si logran cristalizar con astucia y sabiduría un proyecto de ley bien diseñado, que sin puritanismos acepte una realidad social y se convierta en motor económico, la secretaria de Gobernación tendrá un afortunado paso a la historia y le dará a su jefe, el presidente de la república, un regalo del que está muy necesitado. Un éxito palpable que impulse el desarrollo económico con realidades y sin demagogia. Sin embargo, una buena parte de la respuesta está en la capacidad del Senado. ¿Podrá con el paquete? Foros van y foros vienen, pero no se logra fluidez en los acuerdos.
Cuando salga del Senado, el proyecto de ley será turnado a la Cámara de Diputados. Un órgano dócil a la voluntad presidencial. Si AMLO “le mide el agua a los camotes” con sabiduría, se percatará del beneficio económico para su administración, y si decide que la ley se apruebe, la votación de la cámara será un mero trámite.
El mercado está creciendo, los consumidores expectantes, estadounidenses y canadienses, poco a poco van liberando la producción en los diferentes estados y provincias de su división política. Esto los ha llevado a incrementar la calidad del producto y optimizar el cultivo. Lejos ha quedado el tiempo en que la Acapulco Golden, nombre con el que se conocía una variedad de mota, acaparaba la demanda. Hoy el mercado que fue nuestro, para variar, ha pasado a ser de yanquis y canadienses. Mientras nosotros deliberamos incansablemente, ellos se apoderan del mercado.
Si las cámaras no logran armar los acuerdos necesarios para legislar y liberar la producción y consumo de la marihuana; los mexicanos veremos cómo del plato a la boca, una vez más, se nos cae la sopa.
VAGÓN DE CABÚS
En el artículo “La mano que mece la cuna en el impeachment de Trump” adelantamos que el presidente Donald Trump sería absuelto. Los senadores republicanos alegaron que, a pocos meses de las elecciones, el juicio debería quedar en manos de los electores estadounidenses.
Estados Unidos sufre de corrupción como cualquier país. Sin embargo, uno de los diques para esta es lo que ellos llaman “The Rule of Law” y que se puede traducir como “el imperio de la ley”. Si se reeligiera Trump, la consecuencia de tener un presidente capaz de pasar por encima del imperio de la ley tendrá un precio muy alto para el tejido social yanqui.
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El autor es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias.