Donald Trump es un individuo corpulento, irreverente, irreflexivo, amante de aplastar a sus contrarios para luego perdonarles la vida siempre y cuando le declaren lealtad incondicional. Así, destituyó a su primer fiscal general y ha sido el factor destructivo en más de una carrera política. En estos días enfrenta un juicio de destitución, juicio que en la jerga política estadounidense se denomina impeachment.
El juicio acapara los titulares, y conforme las audiencias van y vienen, el público se entera de las intrigas que se tejen por debajo de la mesa en el mundo de los grandes intereses. Los fiscales demócratas atacan sin miramientos; el presidente esgrime todos los recursos a su alcance para desvirtuar sus argumentos, y mientras esto sucede, la mano que mueve la cuna en este juicio pasa inadvertida por los medios. Quien ha armado el tinglado político para juzgar a Trump es Nancy Pelosi. Una mujer de complexión frágil y menuda, pero que tiene profundos conocimientos del gobierno gringo y una malicia que supera a quien se anuncia como el artista de los negocios, Donald Trump.
Nancy Pelosi tiene 79 años, mide 1.64 metros y pesa 62 kilos. Cuando uno la ve enfrentando al presidente norteamericano parece increíble que esa mujer esté doblegando a un tipo que la duplica en corpulencia.
Pelosi es la portavoz de la Cámara de Representantes en el Congreso (The Speaker of The House). Quien ostenta este título en el gobierno estadounidense posee la llave para abrirle un juicio al presidente de Estados unidos de América.
La historia que enfrenta a estos dos personajes, si bien no es añeja, tampoco es reciente. Comenzó hace dos años, cuando el Partido Demócrata bloqueó por todos los medios a su alcance la asignación de 5,700 millones de dólares para construir un muro fronterizo.
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Hoy parecen lejanos aquellos días en que Trump nos insultaba diciendo que éramos asesinos, violadores y narcotraficantes, nos culpaba de todas las desgracias del pueblo gringo y les prometió a los yanquis detener a los migrantes mexicanos con un muro que correría a través de toda la frontera, a la vez que anunciaba que los mexicanos pagaríamos por este.
Eso a todas luces era un disparate. Los estudios hechos por el gobierno gringo demostraron que los muros de contención migratoria no son útiles para impedir la entrada de los migrantes. De modo que los demócratas tenían razón al negar un presupuesto exagerado destinado a un proyecto inservible.
Donald Trump viene de una familia de empresarios inmobiliarios. En 1968 tuvo varias operaciones afortunadas. Luego, en una racha de malas decisiones, se fue a la quiebra. Salió con audacia y logró amasar una fortuna. Se promovió en los medios publicando libros sobre técnicas de negociación y superación personal, e interviniendo en programas de televisión. Un día le ofrecieron el estelar de un reality show denominado The Apprentice. En la trama, un grupo de jóvenes competían para que de entre ellos surgiera el negociante más hábil. Conforme iban fracasando, Trump los eliminaba en forma por demás humillante con la frase “You’re Fired” (estás despedido), regodeándose al hacerlo.
El show tuvo un éxito inesperado y catapultó la fama de Trump. Esa fama fue uno de los factores que lo llevaron a la presidencia.
Trump vive en la fantasía de su personaje, y eso en muchas ocasiones le ha funcionado. Así, creyendo que la presidencia era una extensión de su espectáculo, invitó a Chuck Schummer, líder de la minoría demócrata en el Senado, y a Nancy Pelosi, portavoz de la Cámara de Representantes, a su oficina. La reunión sería televisada y la enferma cabecita de Trump la había pergeñado para negociar el presupuesto del muro, demostrarle al público televidente —su público— que él se tragaba la lumbre a puños, y demeritar a los demócratas poniéndolos en evidencia ante el público tal y como se evidenciaba a los concursantes de su programa.
El 11 de diciembre de 2017 se presentaron Nancy y Chuck en la oficina Oval, donde los esperaban Donald Trump y algunos miembros de su equipo, entre los que estaban: el vicepresidente Mike Pence y la portavoz de la Casa Blanca, Sara H. Sanders1. Al iniciar la entrevista, después de algunas frases elogiosas para Chuck y Nancy, el presidente yanqui comenzó un soliloquio laudatorio a su gobierno. En este dijo algunas mentirijillas. Los demócratas, al escuchar las exageraciones presidenciales, contuvieron la ira y lo escucharon respetuosos. Después de un buen rato, el presidente le dio la palabra a Nancy, quien categóricamente puso los puntos sobre las íes. Trump había amenazado públicamente a los demócratas con cerrar el gobierno si no le daban el dinero para el muro y Nancy le dijo algo así como: ¡no, Donald, no te vamos a dar nada! Mientras Nancy hablaba, el presidente —en el mejor estilo de un escuincle voluntarioso y malcriado— la interrumpía, levantando la voz y manoteando.
Chuck Summers tomó la palabra y socarronamente dijo, refiriéndose a los datos que acababa de exponer el presidente, que The Washington Post decía que el presidente era un mentirosillo, como Pinocho.
Ahí el supernegociante comenzó a perder la calma, subió el tono de voz y, dirigiéndose a la portavoz de la Cámara, le dijo que era imperioso que le dieran ese presupuesto para el muro y que sin muro no habría frontera segura.
Chuck contestó que con mucho menos dinero y utilizando las nuevas tecnologías se lograrían mejores resultados.
Trump subió la voz y repitió su cantaleta.
¡HAZLE COMO QUIERAS!
La Pelosi, en actitud disciplinaria, le contestó algo así como: pues le hagas como le hagas, si sabes contar no cuentes ni con la Cámara de Representantes ni con esa lana para construir tu disparate.
Ahí Summers, viendo al presidente a punto de estallar, le dijo que no fuera tontito, que cerrar el gobierno era una locura, que se dejara de amenazas bobas, que el asunto del muro no era razón para cerrar el gobierno (algo que en la política estadounidense se conoce como Government Shutdown) y que eso no era conveniente ni para la seguridad fronteriza, ni para el pueblo yanqui, ni para Trump, ni para nadie.
Trump, en vez de calmarse, se puso peor y comenzó a exponer datos sin fundamento para justificar su fregado muro, y así siguieron hasta que el presidente, en un rapto de furia, dijo textualmente:
“¿Sabes qué? Estoy orgulloso de cerrar el gobierno por nuestra seguridad fronteriza… Yo seré el que cierre el gobierno… No los culparé a ustedes… Asumiré la responsabilidad”.
El cierre del gobierno significa que una serie de dependencias gubernamentales no reciben el presupuesto que requieren para operar y se detienen los pagos tanto al personal como a los proveedores, lo que genera un caos financiero. Trump, cándidamente, cayó en su propia trampa.
El 22 de diciembre se cerró el gobierno. Trump cumplió la amenaza inicial y la escaló diciendo que le daban la lana o el gobierno estaría cerrado por tiempo indefinido.
Nancy Pelosi manejó la situación con maestría. Digna y categóricamente puso en su lugar al presidente. Donald, acostumbrado al elogio de sus corifeos, no pudo soportar que una mujer lo pusiera en su lugar, perdió los estribos y terminó aceptando una culpa que nunca debió aceptar.
A partir de ese momento, la portavoz del Congreso aprovechó las debilidades del presidente y diseñó una estrategia digna de Maquiavelo.
El 3 de enero extendió una invitación al presidente Trump para que el 29 de enero se dirigiera al Congreso a dar el discurso denominado “State of the Union”, que equivale a un informe anual del presidente a las dos cámaras que forman el Congreso.
El 8 de enero, en un discurso televisado Pelosi acusó al presidente de haber convertido al pueblo gringo en su rehén y de haber creado una crisis para lograr sus fines políticos. De golpe y porrazo redujo a Trump de presidente a vulgar secuestrador y fabricante de desastres fantasiosos, capaz de tirar por un barranco el bienestar del pueblo para lograr un capricho.
El 13 de enero retiró la invitación, que había hecho el día 3, mediante otra carta que comenzaba con la mayor cordialidad: “Querido Sr. Presidente”, y puntualizaba que el informe al que lo había convocado para el 29 podía presentarlo por escrito; que nunca se había dado el informe en un cierre del gobierno; que la ceremonia había sido designada, en 2018, evento nacional de alta seguridad y por ello requería de la colaboración de todas las dependencias federales para su realización; que el Servicio Secreto era el responsable de implementar la seguridad y, dentro de este, varios departamentos de importancia crítica no estaban trabajando, además de que todos los empleados del Servicio Secreto llevaban 26 días de no recibir el sueldo que habían devengado.
Terminaba diciendo: “Tristemente por las necesidades de seguridad, a menos de que el gobierno reabra esta semana, le sugiero que busquemos una ocasión más adecuada, cuando el gobierno esté abierto de nuevo para que pueda dar este discurso o que considere entregar su informe por escrito”.
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La entrega del documento denominado “State of the Union” tiene un protocolo estricto. El presidente debe presentar, a principio del año, un informe al Congreso. Puede hacerlo por escrito o asistir al Congreso y, ante las dos cámaras, la de senadores y la de representantes, dar su informe. El protocolo marca que el portavoz de la Cámara de Representantes debe invitar por escrito al presidente para dirigirse al Congreso.
La portavoz del Congreso mandó la invitación en tiempo y forma, pero después, faltando dos semanas para la ceremonia, canceló la invitación dejando al presidente como novia de pueblo: vestido, alborotado y con un palmo de narices.
Nancy D’Alessandro Pelosi nació en el corazón de la política estadounidense. Su padre, Thomas D’Alesandro, fue congresista demócrata por el estado de Maryland y, luego, alcalde de Baltimore. De estilo conciliador, mostró a su hija los vericuetos de la política al tiempo que la enseñó a aglutinar las corrientes políticas de italianos, judíos y afroamericanos del Partido Demócrata.
En 2001 Pelosi fue elegida coordinadora de la minoría de la Cámara de Representantes y, desde ahí, con un trabajo impecable fue ascendiendo hasta convertirse, en 2006, en la portavoz de la cámara o Speaker of the House. Es la primera mujer en ocupar ese puesto en la historia gringa.
El día que tomó posesión dio un discurso brillante en el que, entre otras cosas, dijo: “Este es un momento histórico para el Congreso y un momento histórico para las mujeres de este país… Sin perder, nunca, la fe trabajamos para redimir la promesa de Estados Unidos de que todos los hombres y mujeres son creados iguales para nuestras hijas y nietas, y hoy hemos roto el techo de mármol. Para nuestras hijas y nuestras nietas, de hoy en adelante el cielo es el límite, cualquier cosa es posible para ellas”.
POLOS OPUESTOS
La formación de ambos políticos, Donald y Nancy, es diametralmente diferente. Trump es un showman que juega el papel de negociante abusivo, pero Nancy aprendió a sortear a los machos abusivos del partido que quisieron doblegarla en sus principios, conoce la Constitución y sabe manejar los tiempos políticos de Norteamérica. Con estos antecedentes jugó sus cartas a sabiendas de que el narcisismo de Trump requería el escaparate del Congreso para su lucimiento y que abría el gobierno o se quedaba sin su fiesta del informe.
El ego presidencial recibió un revés mayúsculo. Una mujer, la portavoz del Congreso, cordialmente le cancelaba la invitación a él, el macho alfa, al tiempo que lo mandaba a hondear gatos por la cola mientras no cediera en sus demandas.
Trump terminó firmando los presupuestos y el gobierno, sin que se asignara presupuesto para el muro, reabrió sus puertas.
Nancy Pelosi, después de reiniciadas las actividades gubernamentales, invitó al presidente a dar su informe. Guardando las formas, aplaudió al final del discurso.
Su aplauso fue un despliegue de sarcasmo y la imagen se viralizó en las redes. Donald Trump había sido vencido y ridiculizado.
Nancy sabía que su suerte estaba echada y que Trump la seguiría como su sombra hasta poder vengarse. También sabía que la mejor defensa es el ataque, y un golpe de suerte vino en su ayuda. Del circulo más cercano a Trump se filtró una llamada del presidente de Estados Unidos al presidente de Ucrania. En ella, presuntamente, Trump le pedía a Volodimir Zelenzki que investigara al hijo de uno de los precandidatos demócratas, Joe Biden, amenazándolo con retener la ayuda aprobada para este país de 400 millones de dólares hasta que lo hiciera.
Esto era motivo suficiente para que el Congreso investigara el caso. De ser cierto, el presidente sería acreedor a un juicio político: el impeachment.
Desde la elección de Trump se ha manejado esto. Hay evidencias que sugieren que el presidente ruso Vladimir Putin utilizó sus recursos para influenciar la elección.
Los demócratas lograron que Robert Mueller hiciera un reporte para definir la culpabilidad del presidente. Trump colocó como fiscal general a un incondicional suyo, James Barr, quien logró neutralizarlo.
Cuando Nancy Pelosi evaluó la posibilidad de hacer un juicio de impeachment por el informe Mueller, desechó la posibilidad. Su colmillo político indicaba que el partido Demócrata saldría perjudicado.
El juicio político para destituir al presidente requiere, para llevarse a cabo, que el Congreso haga una investigación para determinar si hay causa justificada para juzgarlo. Una vez determinada la posible causa, la Cámara de Representantes delibera si debe llevarse a juicio al presidente. En un juicio como este los senadores actúan como jurado y se requiere que las dos terceras partes del senado encuentren culpable al presidente para destituirlo. El senado norteamericano es de mayoría republicana y Trump tiene sobre esta un control férreo. Así las cosas, que el senado declare al presidente culpable tiene una probabilidad remota; que lo releve de los cargos, una probabilidad muy alta.
Sin embargo, en este caso la Pelosi analizó la situación. Los tiempos electorales estaban a la vuelta de la esquina y con esto en mente no apostó por la destitución, sino por el daño político. De modo que alineó sus fuerzas y se lanzó con todo para llevar a juicio al presidente gringo.
Personalmente seleccionó de entre sus asesores a siete, los más confiables y los más cercanos, para coordinar el impeachment. Se ha mantenido al tanto de los desarrollos y ponencias de los fiscales demócratas; y ha estado revisando personalmente los argumentos y haciendo observaciones, pues entiende lo que está en juego. Demora o acelera las fechas de audiencias para ajustarlas a los tiempos políticos.
El juicio comenzó el 22 de enero del presente, y continúa mientras usted lee estas líneas —Trump asistió al Foro Económico Mundial e hizo de su discurso un acto de campaña. El juicio político acaparaba los titulares y opacó su intervención en Davos.
Con menos de diez meses para la elección, Nancy Pelosi ha montado un espectáculo que, de tener éxito, aunque el presidente sea exonerado, quedará como un presidente que viola la ley, abusa del poder presidencial y rebaja la dignidad del cargo. Mientras, el Partido Republicano será exhibido como un grupo de alcahuetes, deshonestos y serviles.
En la recta final de las elecciones de noviembre todo esto saldrá a relucir. El rusiagate, Stormy Daniels, el cierre injustificado del gobierno y el juicio de impeachment en el que el presidente es culpable a todas luces y, posiblemente, saldrá exonerado. Todo esto debilita sus posibilidades de reelegirse.
Resulta paradójico que el hombre con más poder en Estados Unidos, el que atropella a sus colaboradores sin miramientos, el que rebaja sin el menor pudor la dignidad de la investidura del presidente de Estados Unidos, el Bully mayor, esté en esta situación y que se hubiese requerido una mujer de trayectoria impecable para ponerlo en su lugar.
Es muy posible que Nancy Pelosi doble al grandulón, se deshaga de él y, de paso, nos lo quite de encima. Si no, que Dios nos coja confesados.
VAGÓN DE CABÚS
El periódico Reforma, en su sección de opinión, publicó que una de las casas editoriales que ejerce el periodismo con veracidad y sin temor a las represalias es Animal Político. Es importante agradecer el periodismo honesto en nuestro país.
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- Los diálogos son una interpretación del autor de lo que en realidad se dijo y tratan de dar una idea de lo que sucedió adaptados a un lenguaje coloquial.
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El autor es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias.