El exgobernador de Virginia, Terry McAuliffe, echa un vistazo tras bambalinas al mitin fatal en Charlottesville de Unir a la Derecha en 2017 y cómo la violencia se pudo haber evitado. También escribe algunas palabras selectas para el presidente Trump.
Terry McAuliffe era el gobernador de Virginia durante un mitin desastroso de la organización Unir a la Derecha que se llevó a cabo el 12 de agosto de 2017 en Charlottesville. El fin era protestar por la retirada de una estatua de Robert E. Lee, y por el cambio de nombre al parque donde estaba ubicada, de Parque Lee a Parque de la Emancipación.
Los supremacistas blancos y manifestantes neonazis y los opositores a los manifestantes chocaron violentamente mientras una milicia derechista tremendamente armada vigilaba amenazadora y prominentemente los actos. El gobernador McAuliffe llamó a la Guardia Nacional de Virginia para ponerle fin al mitin antes de su hora oficial de inicio, después del mediodía. Poco después, uno de los neonazis, James Alex Fields Jr., atropelló con su auto a la multitud de opositores a los manifestantes, matando a Heather Heyer, de 32 años, y lesionando a 35 personas.
Fields fue sentenciado recientemente bajo cargos estatales a una segunda cadena perpetua, más 419 años por sus crímenes confesados. En una publicación que escribió en redes sociales antes de su muerte, Heyer dijo: “Si no estás escandalizado, no estás prestando atención”.
Dos policías estatales de Virginia y amigos cercanos a la familia McAuliffe, Jay Cullen y Berke Bakes, también perdieron la vida cuando su helicóptero policial se estrelló en las afueras de Charlottesville durante su vigilancia del mitin.
Después de la tragedia, McAuliffe fue tajante: “Tengo un mensaje para todos los supremacistas blancos y los nazis que vinieron a Charlottesville hoy. Nuestro mensaje es sencillo y claro. Váyanse”.
En este extracto de su libro, Beyond Charlottesville: Taking a Stand Against White Nationalism, McAuliffe describe los eventos de la mañana del mitin de Unir a la Derecha y por qué tuvo que actuar con rapidez.
El libro de McAuliffe es perturbadoramente relevante dados los tuits recientes del presidente Trump, en los que le dijo a un grupo de mujeres congresistas demócratas de color —también llamado “El Escuadrón”— que “se regresaran” a sus países natales. Trump fue condenado subsecuentemente por la Cámara de Representantes por usar “lenguaje racista”. Y pocos días después, en un mitin político en Carolina del Norte, la multitud frenética gritó “Envíenla de vuelta”, refiriéndose a la representante Ilhan Omar.
Le preguntamos a McAuliffe sobre los ataques contra Omar y las consignas en el mitin de Trump. Su respuesta: “Él [Trump] nos está provocando, y deberíamos dejar de hablar de sus mofas racistas. Regresemos a sanar y arreglar nuestro país”.
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Hicimos todos los preparativos que pudimos a escala estatal, y habíamos movilizado por completo a toda nuestra Policía Estatal y Guardia Nacional, pero yo seguía inquieto por lo que pasaría ese día. Brian Moran, secretario de Seguridad Pública y Seguridad Nacional de Virginia, empezó a llamarme y mandarme mensajes de texto con actualizaciones a las 6:30 de esa mañana. Él y su subsecretario, Curtis Brown, asistieron a una reunión informativa a las 7:00 horas con las autoridades y servicios de emergencia en la Arena John Paul Jones, donde los autobuses del Departamento de Correccionales estaban alineados para llevar a nuestros policías estatales al centro de Charlottesville.
“Les hice saber que había potencial de violencia, que aun cuando muy pocos de nosotros proveníamos de allí o siquiera habíamos vivido allí, Charlottesville era nuestra ciudad ese día”, dijo después el coronel Steven Flaherty.
Brian llamó al alcalde de Charlottesville a las 7:15 horas para reportarse con él. Queríamos asegurarnos de que el alcalde estuviera plenamente consciente de que nos habíamos movilizado en bloque y estábamos listos para hacer lo que pudiéramos para apoyarle. Luego, Brian y Curtis, junto con el coronel Flaherty, comisario de la Policía Estatal de Virginia, fueron en auto a un estacionamiento en el centro. Mientras ascendían por la rampa hacia el tercer nivel, vieron un grupo de hombres tremendamente armados y con ropas militares saliendo de sus vehículos.
“¿No son nuestros?”, le preguntó Brian a Curtis.
Ambos menearon la cabeza y se mentalizaron para el resto del día. Brian estaba colocado en la esquina del Parque de la Emancipación a las 8:35 horas, cuando vio llegar y reunirse a los primeros tipos de la derecha alterna, algunos con cascos, portando escudos y astas. El permiso de Jason Kessler solicitaba un mitin entre el mediodía y las 17:00 horas, y los marchistas ya se aglomeraban a esta hora temprana de la mañana.
Brian estaba de pie a pocos metros para escuchar sus consignas y conversaciones y captar toda la información que pudiera de cómo se estaban organizando. Trató de identificar tantas insignias de milicias como le fue posible. A su alrededor crecía la multitud de jóvenes blancos. Pronto cubrían ambos lados de la calle.
Gay Lee Einstein, una pastora de la cercana Iglesia Prebisteriana de Scottsdale y quien vivía en Charlottesville, era parte de una reunión de cientos de clérigos que se encaminaban hacia el mitin esa mañana. Ella me dijo que había encontrado una bolsa de plástico llena de piedras y un pedazo de papel blanco que advertía sobre “Estremecedores hechos criminales” y firmado por el Ku Klux Klan, que terminaba así: “¡Despierta, América Blanca!”. Ella se quedó con el grupo tanto como pudo. “Empecé a llorar en medio de eso”, me contó.
Eileen, una enfermera registrada que estaba como voluntaria ese día para ayudar en lo que pudiese, estaba con el grupo de clérigos cerca del Parque de la Emancipación esa mañana.
“Estuve en el medio de todo eso”, me dijo después. “Vimos crecer la multitud. Vi muchísimo sexismo agresivo contra mujeres jóvenes. Vi que a muchas mujeres les decían la palabra con P y las trataban mal. Una mujer era un poco regordeta y estos hombres le decían cosas como: ‘Estás un poco gorda, pero aun así te lo haremos’. Estaba tan perpleja por todo eso que me regresé y lo estudié. Cuando el odio quiere hallar algo que odiar, simplemente cambia su blanco”.
Alrededor de las 10:00 horas, yo le echaba un ojo a mi teléfono, listo para las últimas noticias de Brian, y él me envió una foto de una milicia tremendamente armada marchando hacia el parque en formación, como si fueran dueños del lugar. Tenían tantas armas que parecían extras en una película de Rambo. Fue una imagen muy perturbadora. Brian me dio un reporte completo sobre esos milicianos en ropa camuflada con grandes armas semiautomáticas y munición extra colgando de sus hombros.
—Gobernador, estos tipos tienen mejores armas que nuestra Policía Estatal —me dijo Brian sarcásticamente.
—¿Quién diablos son? —le pregunté.
—No lo sé —respondió.
—Bueno, ve y averígualo —le dije.
Así que Brian caminó hacia ellos y trató de hablar con los tipos. Pude oír la mayoría de lo que se dijo, ya que él tenía en la mano su teléfono y todavía me tenía en la línea. El primer miembro de la milicia a quien él se acercó no le respondió, por lo que Brian se presentó como el secretario de Seguridad Pública y lo intentó con otro. Esta vez, el miembro de la milicia fue más locuaz. Explicó que su grupo estaba allí para proteger la Primera Enmienda (y, obviamente, la Segunda). Fue tan bien que Brian decidió buscar al líder del grupo y tratar de negociar una tregua o, por lo menos, entender qué papel quería tener esta milicia ese día. El siguiente miembro a quien se acercó se negó a hablar con él.
“No puedo hablar con usted, señor —le dijo—. ¡Tiene que hablar con mi oficial al mando, señor!”.
Entonces, así iba a tener que ser. Para nosotros, era un elemento más de insensatez tener a todos esos tipos caminando por allí con uniformes camuflados y revólveres colgando de sus costados y enormes armas semiautomáticas. Era irreal. No sabíamos por qué estaban allí, y no estoy seguro de que ellos sí lo supieran.
Resultó que esta era una de muchas milicias derechistas que se presentaron ese día, incluida la Milicia Ligera de Pensilvania, la Milicia Ligera de Nueva York y la Milicia Minutemen de Virginia. Estaban bien organizados, bien armados —e intimidantes— y dijeron que estaban en contra de ambos bandos, los neonazis y los opositores a los manifestantes. Uno de los líderes de la milicia despreció a ambos bandos como “imbéciles”.
LLENOS DE ORGULLO
Esta era la reunión de nacionalistas blancos más grande en Estados Unidos en décadas, y los neonazis y otros fanáticos estaban embelesados. Estaban divirtiéndose horrores. “Los nacionalistas blancos eran muy jóvenes”, dijo después la pastora Viktoria Parvin, de la Iglesia Luterana de St. Mark en Charlottesville. “Estaban riéndose, como si fueran a una fiesta”.
Por supuesto, David Duke, el otrora gran hechicero del Ku Klux Klan, estuvo allí. Les sonreía a quienes le deseaban lo mejor. “Esto representa un punto de inflexión para la gente de este país”, dijo Duke esa mañana. “Estamos determinados a recuperar nuestro país. Vamos a cumplir las promesas de Donald Trump, y eso es en lo que creíamos. Por ello fue que votamos por Donald Trump, porque él dijo que iba a recuperar nuestro país”.
La multitud lo adoró. Duke enardeció a los asistentes hasta un estado frenético. Incluso, le gritaron a una mujer afroestadounidense que la pondrían en el “primer jo… bote a casa” y le decían a cualquier persona blanca que estuviese con un afroestadounidense que se irían “derechito al infierno”, y terminaban con un saludo nazi.
Las palabras que escupían estos marchistas eran increíbles. Soeces, desagradables, exasperantes. Vale la pena recordar que nadie nace con el odio que esta gente escupía. Ellos tampoco representaban los valores estadounidenses. Somos una nación de 328 millones de personas, así que no perdamos de vista el hecho de que estas eran mil personas marchando, un elemento pequeño y marginal reunido de 35 estados diferentes. Surgieron de la nada. Salieron de sus sótanos. Este iba a ser un día grandioso para ellos. Este evento había sido promocionado muchísimo, en especial después de la marcha con antorchas de la noche anterior; todo el mundo sabía de este mitin.
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Había muchísimos grupos y uniformes diferentes, era confuso. Había enormes banderas confederadas y rojas con la esvástica de los nazis. Había partes con esvásticas y banderas confederadas. A veces, era difícil diferenciar si los marchistas de la derecha alterna dirigían su odio más hacia los negros o más hacia los judíos.
“Mientras los judíos oraban en una sinagoga local, la Congregación Beth Israel, hombres vestidos con ropas militares que portaban rifles semiautomáticos, estaban de pie del otro lado de la calle, según el presidente del templo”, reportó The Atlantic. “Sitios web nazis publicaron un llamado a quemar su edificio. Como medida precautoria, los congregantes retiraron sus rollos de la Torah y salieron por la parte trasera del edificio cuando terminaron de rezar”.
Es difícil creer que esto era 2017 y no 1937. Yo estaba muy preocupado por el armamento que Brian observaba allá afuera. Los marchistas portaban armas semiautomáticas, pistolas, armas de fuego largas; todas legales según la ley de libre portación de Virginia. Es bastante escalofriante ver a un hombre de pie en la esquina de una calle con un arma larga, pero es más que espeluznante cuando tienes a cientos de hombres con armas semiautomáticas en un lugar pequeño. Mi miedo más grande era que, si algún calentón empezaba a disparar, se abrirían las puertas del infierno y tendríamos docenas de cadáveres.
Yo estaba en casa, viendo televisión por cable, y empezaron a mostrar muchas peleas. El mundo estaba convencido de que el pandemonio se había apoderado de las calles de Charlottesville. Parecía como si todo el lugar fuera una campal. Seguían repitiendo las mismas refriegas una y otra vez, y para mucha gente que las vio, se veían peores de lo que en realidad fueron, pero era una situación claramente peligrosa y volátil que podía salirse de control a toda prisa.
A las 10:06 horas llamé al coronel Flaherty para que me informara.
“Gobernador, hay muchísima acción en el centro”, respondió. “Estoy muy preocupado por la forma en que se están dando las cosas”.
Después de lidiar con el coronel Flaherty por tres años y medio, sabía lo que él trataba de decirme: las cosas estaban a punto de estallar.
Sabía que era hora de empezar a pensar en declarar un estado de emergencia y dispersar la reunión, por lo que a las 10:21 horas llamé al fiscal general, Mark Herring; a mi consejero, Carlos Hopkins, y al vicegobernador, Ralph Northam, para notificarles que me preparaba para declarar un estado de emergencia.
Por más que los videos hacían ver mal las cosas, hasta ese momento lo que veíamos en el terreno estaba más o menos en línea con lo que esperábamos. Cuando tienes a mil personas reunidas portando palos, muchas de ellas en busca de pelea, van a haber incidentes. Habrá algunos empujones y jalones. Habrá algunas refriegas y peleas. La realidad era que esto podría terminar de cualquier manera.
CONTROL DE MULTITUDES
La clave para controlar una protesta es siempre mantener separados a los grupos diferentes. Eso habría sido mucho más fácil en el Parque McIntire, pero a causa de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU) y un juez, esta mezcla de miles de manifestantes y opositores a los manifestantes estaba aglomerada en un área pequeña dentro y alrededor del Parque de la Emancipación.
Los funcionarios de Charlottesville habían intentado infructuosamente de mover el mitin al más grande Parque McIntire como medida de seguridad pública. Pero la protesta fue llevada de vuelta al Parque de la Emancipación cuando la ACLU demandó, en nombre de los organizadores del mitin Unir a la Derecha conservar el lugar original del evento, y ganó.
Desgraciadamente, el plan de la policía de Charlottesville dependía, por lo menos en parte, del sistema de honor y la esperanza de que los neonazis harían lo que dijeron que harían. No resultó de esa manera. Lo cual no sorprende.
“Al S. Thomas Jr., jefe de la policía de Charlottesville, dijo que los participantes del mitin no respetaron un plan que los habría mantenido separados de los opositores a los manifestantes”, reportó The Washington Post. “En vez de llegar por una entrada, añadió, llegaron por todos lados. De frente hacia los opositores a los manifestantes. Pocos minutos antes de las 11:00 horas, un grupo cada vez mayor de nacionalistas blancos que portaba escudos grandes y mazas de madera largas se acercó al parque por la Calle del Mercado. Alrededor de dos docenas de opositores a los manifestantes formaron una línea a lo ancho de la calle, bloqueándoles el paso. Con un rugido, los marchistas cargaron contra la línea, blandiendo palos, soltando puñetazos y rociando químicos”.
El reportero A. C. Thompson estaba en medio de la acción. “Presenciamos un caso en el que un batallón de supremacistas blancos se encontró con un grupo más viejo de opositores a los manifestantes”, dijo después. “Eran el tipo de ciudadanos del ‘den oportunidad a la paz’, de edad madura o mayor. Y los supremacistas blancos simple y llanamente los aporrearon”.
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Nuestra gente había revisado una larga lista de planes de contingencia y subrayó la importancia de aislar las calles alrededor del parque. Eso era control de multitudes básico, no tanto una cuestión de valoración de amenazas específicas, pero ese sábado las medidas tomadas fueron inadecuadas. Un solo caballete de madera era todo lo que se les interponía a los autos que corrían por la Calle Cuatro, una barrera que un Prius podía atravesar sin mucho problema. En la esquina de la Calle del Mercado y la Calle Cuatro NE, el paso estaba bloqueado por un solo oficial apostado allí.
Todo estaba por convertirse en un pandemonio, mientras Brian Moran observaba desde el centro de comando en el sexto piso del edificio Wells Fargo, dándome actualizaciones constantes. “Fue entonces cuando la multitud convergió en un caos”, recuerda Brian. “El acceso al parque era un desastre. Además de la ingenuidad increíble de que ellos seguirían semejante plan, había demasiados manifestantes como para que siguieran dichas instrucciones. La cerca del parque era demasiado pequeña para acomodar a la multitud de supremacistas o de opositores a los manifestantes. El diseño simplemente fue defectuoso. Requería que los dos grupos interaccionasen”.
El problema principal al declarar un estado de emergencia era una cuestión de protocolo. La condición base siempre es que la decisión se toma localmente. Normalmente, la ciudad sería la que declararía una asamblea ilegal, y eso es lo que esperaba el coronel Flaherty. Él pensaba que debía decirlo el jefe de policía de Charlottesville, Al Thomas. Brian Moran estaba volviéndose loco tratando de resolver eso.
“Estoy en esta ventana en el sexto piso mirando lo que pasaba abajo, y el centro de comando estaba del otro lado del edificio; ellos miraban a la Plaza Comercial, así que ni siquiera estaban viendo el problema”, dice. “Así que seguía corriendo desde esta ventana al otro lado del salón, agarrando a Flaherty y diciendo: ‘¡Qué diablos! Tienes que tomar la decisión de que es hora de que el gobernador declare un estado de emergencia. Es una locura allá afuera. Se está poniendo mal’. Pero él esperaba a que Thomas le diera la señal, porque la ciudad quería emitir su declaración primero”.
Flaherty estaba en una posición difícil y todos lo sabían. Las autoridades siempre quisieron seguir la cadena de mando, pero Brian había visto suficiente.
“Steve, esto no puede continuar”, le dijo a Flaherty.
MANDAR A LA GUARDIA
Recién pasadas las 11:15 horas sonó mi teléfono.
“Gobernador, tiene que declarar un estado de emergencia”, dijo Brian. “Esto está fuera de control. Estoy viendo que lanzan botellas. Se ven como cocteles molotov. No podemos esperar a Charlottesville. Al diablo el protocolo”.
No necesitaba pensarlo en absoluto, ni por medio segundo. Había visto suficiente. Era hora de una acción decisiva.
“Ya basta”, dije. “¡Mándenlos! Manden a la Policía Estatal. Manden a la Guardia. Evacuen el maldito parque”.
El registro indica que a las 11:28 horas, a través de un mensaje de texto, confirmé que había autorizado un estado de emergencia. Inmediatamente después de mi acción, a las 11:29, la ciudad declaró una asamblea ilegal.
Un vehículo blindado BearCat fue colocado en su puesto. Los equipos tácticos de la Policía Estatal de Virginia —todos ataviados con equipo antimotines— tomaron sus megáfonos y a las 11:32 declararon una asamblea ilegal y les notificaron a los manifestantes que iban a evacuar el parque. El evento fue cancelado y todos tenían 11 minutos para marcharse.
A las 11:43, exactamente 11 minutos después del anuncio, los equipos tácticos de la Policía Estatal de Virginia entraron en acción y evacuaron el parque. Para mediodía, la Guardia Nacional de Virginia se había unido a los equipos tácticos y aseguró el parque.
El mitin terminó poco antes de la hora en que oficialmente comenzaría al mediodía. Habíamos terminado con algunas lesiones menores y sin daño a propiedades. No había habido saqueo y no se rompieron ventanas. Estábamos aliviados. No había más que yo pudiera hacer al momento. Parecía haber acabado, como lo pensábamos y esperábamos; pero, al final, no fue así.
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Extracto adaptado de Beyond Charlottesville, por Terry McAuliffe, publicado por Thomas Dunne Books.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek