Al país por el que peleé ya no es posible reconocerlo.
Cuando me enrolé como soldado raso en el ejército de Estados Unidos me pregunté por qué no le prestábamos juramento al presidente o a nuestro país, sino a la Constitución.
Por supuesto, jurábamos que obedeceríamos las órdenes del comandante en jefe y de los oficiales superiores a nosotros, pero nuestro primer juramento es apoyar y defender este documento. Es un juramento que nunca he olvidado, uno que quienquiera que lo preste nunca lo olvida. Es un juramento que la mayoría de los veteranos militares que conozco todavía trata de sostener, incluso después de quitarse el uniforme por última vez. Y lo hacemos porque las libertades escritas por nuestros Padres Fundadores nos están garantizadas solo si luchamos activamente para protegerlas, defenderlas y sostenerlas todos los días, trabajar para formar la “unión más perfecta” enfatizada en el preámbulo.
Y en el Estados Unidos de hoy día, esa lucha debe entablarse más vigorosamente que antes. Con la administración actual, las madres en nuestras fronteras son separadas de sus bebés, las visas de refugiado e inmigrante están congeladas por políticas como la “prohibición musulmana”, la sociedad está plagada de crímenes de odio cometidos por supremacistas blancos, y las vidas de negros y morenos son encarceladas o acribilladas desproporcionalmente, todo esto de la mano de la retórica intolerante de nuestros líderes actuales. Con cada ataque a la libertad de la gente, la Constitución se ve reducida a nada más que palabras que se borran más y más en un trozo de pergamino hecho jirones.
Les pregunto a mis conciudadanos: ¿qué versión de Estados Unidos elegirán? ¿Honrarán la visión de Estados Unidos que los soldados como yo han luchado por defender, o seguirán apoyando un Estados Unidos que está mermando las libertades esenciales y los derechos humanos básicos?
A pesar del compromiso de nuestra Constitución con la libertad religiosa, la Suprema Corte ratificó la prohibición musulmana. La política ha separado familias, arruinó vidas y les comunicó a los estadounidenses y a quienes viven en el extranjero que la libertad religiosa ya no es un valor central estadounidense. Esta política horrenda es claramente inconstitucional y no representa al país por el que me uní a las fuerzas militares para defenderlo.
Nuestros valores constitucionales también retratan a Estados Unidos como un lugar de refugio, donde cualquiera tiene la oportunidad de triunfar. Pero el flujo de refugiados se ha reducido a un chisguete: el presidente Donald Trump redujo el límite de refugiados para el año fiscal de 2018 a 45,000, pero solo alrededor de 20,000 refugiados han sido reubicados en realidad. El pasado 17 de septiembre, la administración anunció sus planes de reducir el límite a 30,000 en 2019, un mínimo histórico que contradice marcadamente el apoyo bipartidista a la reubicación de refugiados.
Mientras tanto, las protestas pacíficas y no violentas del movimiento Black Lives Matter, atacadas a cada paso por la administración actual, les dan vida a las palabras y la intención de los fundadores de “establecer la justicia, asegurar la tranquilidad doméstica”. Para muchísimos estadounidenses, la violencia y discriminación que afectan las vidas de negros y morenos se ha normalizado y puede sentirse distante. Pero debemos recordar las libertades centrales de nuestro país, las mismas que están consagradas en nuestro documento más preciado, y mantenernos unidos y ver los unos por los otros. Es cuando nos defendemos unos a otros que veo el Estados Unidos al que estuve orgulloso de servir.
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Arti Walker-Peddakotla es veterano del ejército de Estados Unidos y líder de Veteranos por los Ideales Estadounidenses, un grupo no partidista de veteranos fundado por Human Rights First.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek