El noble propósito de los germanos de adoptar a plenitud energías renovables ha quedado roto.
UN CALUROSO día de agosto en la costa del Mar Báltico de Alemania, varios cientos de turistas dejaron de ir a la playa para visitar la exhibición “Fascination Offshore Wind” (Fascinación por la energía eólica marina) que se muestra en el puerto de Mukran, en el parque eólico de Arkona. Los turistas dirigen la vista hacia el mar y ven boquiabiertos las aspas de fibra de vidrio, que con sus 73.2 metros, son más largas que un jet 747. Se les informa que esas aspas pronto girarán en la cima de 60 turbinas eólicas atornilladas a columnas de concreto, clavadas en lo profundo del lecho marino, a poco más de 32 kilómetros de la costa. Para principios de 2019, se espera que Arkona genere 385 megawatts, la suficiente electricidad para abastecer de energía eléctrica a 400,000 hogares.
“De verdad nos gustaría darle una idea al público de lo que vamos a hacer aquí”, dice Silke Steen, uno de los gerentes de Arkona. “Hacer que digan ‘¡Guau, es impresionante!’”
Si esos turistas le hubieran dado la espalda al mar y hubieran visto tierra adentro, habrían contemplado una vista igualmente monumental, aunque esta no figura en el programa del día: gigantescos tubos de acero cubiertos de concreto gris, colocados en montones de cinco, y distribuidos en largas filas a lo largo de una franja de tierra. El director del puerto me dice que esas filas de tubos de 12 metros de largo y 1.2 metros de espesor son tan grandes que pueden verse desde el espacio exterior. Están asignados a la construcción del gasoducto Nord Stream 2, un coloso que, cuando sea terminado el próximo año, se extenderá casi 1,265 km de Rusia a Alemania, transportando el doble de gas que el gasoducto actual.
Ambos proyectos, cuyos depósitos de carga se encuentran a pocos cientos de metros uno del otro, muestran un contraste entre el sueño de Alemania de utilizar la energía renovable y las realidades políticas del gas ruso de bajo costo. En 2010, Alemania anunció su ambiciosa meta de generar 80 por ciento de su electricidad a partir de fuentes renovables para el año 2050. En 2011, duplicó el compromiso de cerrar hasta la última planta nuclear del país para 2022. El gobierno alemán ha pagado más de 600,000 millones de dólares a ciudadanos y compañías que generan energía solar y eólica. Como resultado, la capacidad de generación de fuentes renovables ha aumentado: en 2017, un tercio de la electricidad de ese país era producida por el viento, el sol, las hidroeléctricas y el biogas, siendo de 3.6 por ciento en 1990.
Sin embargo, la noble visión de Alemania se ha topado con una descarnada realidad: la sustitución de los combustibles fósiles y de la energía nuclear en una de las mayores naciones industriales del mundo es políticamente más difícil y caro de lo que los planificadores habían pensado. Esto ha obligado a Alemania a frenar su ambicioso programa de energías renovables, aumentar sus inversiones en combustibles fósiles y, en cierta medida, ha dejado a un lado su función de liderazgo en la lucha contra el cambio climático.
El problema estriba en la red eléctrica de Alemania. La energía solar y la eólica requieren redes de distribución más complejas y costosas que las grandes plantas eléctricas convencionales. “En lo que los alemanes eran buenos era en poner nuevas tecnologías en el mercado como la energía eólica y solar”, señala Arne Jungjohann, autor de Energy Democracy: Germany’s ENERGIEWENDE to Renewables (Democracia energética: la reforma energética de Alemania hacia las energías renovables, sin traducción al castellano). Para lograr sus objetivos, “Alemania necesita renovar toda su red”.
LA INTERROGANTE NORTE-SUR
El auge de la energía eólica ha producido una disparidad no anticipada entre la oferta y demanda. Las grandes turbinas eólicas, especialmente las que se encuentran en plantas costeras como la de Arkona, producen poderosas ráfagas concentradas de energía. Esto es bueno cuando la fábrica que necesita esa energía está cerca y el viento sopla durante las horas de trabajo. La historia es distinta si las fábricas se encuentran a cientos de kilómetros de distancia.
En Alemania, las granjas eólicas suelen estar ubicadas en el tempestuoso norte del país. Muchas de las grandes fábricas de la nación se ubican en el sur, que es también donde están cerrando la mayoría de las plantas nucleares. Resulta problemático transportar esa energía de norte a sur. Durante los días de viento, las granjas eólicas del norte generan tanta electricidad, que la red no puede manejarla. Las líneas eléctricas se sobrecargan. Para hacer frente a este problema, los operadores de la red piden a las granjas eólicas que desconecten sus turbinas de la red; esas elegantes aspas que los turistas tanto admiran permanecen ociosas. Para garantizar el abastecimiento de energía, los operadores emplean generadores de respaldo con un costo muy alto. Estos costos, denominados de reenvío, ascendieron el año pasado a 1,400 millones de euros ( 1,600 millones de dólares).
La solución consiste en construir más líneas de transmisión de energía para llevar la energía sobrante de las granjas eólicas del norte hacia las fábricas del sur. Está en marcha un proyecto de expansión de la red para hacer exactamente eso. Alrededor de 8,000 kilómetros de nuevas líneas de transmisión, con un costo de miles de millones de euros, serán pagados por los consumidores del servicio. Hasta ahora, se ha construido menos de una quinta parte de las líneas.
La expansión de la red se encuentra “catastróficamente retrasada”, declaró en agosto el Ministro de Energía Peter Altmaier al diario de negocios Handelsblatt. Entre los contratiempos: los ciudadanos que viven a lo largo de la ruta de cuatro líneas de energía de alto voltaje han exigido que los cables se instalen bajo tierra, lo que ha incrementado el tiempo y los gastos. Las líneas no estarán terminadas antes de 2025, tres años después del cierre programado de la última planta nuclear.
Con este retraso, el gobierno ha frenado el desarrollo de la energía eólica, disminuyendo la cantidad de nuevos contratos para la construcción de granjas eólicas y recortando la cantidad que paga por la energía renovable. “En el pasado, nos centramos demasiado en la simple expansión de la capacidad de generar energía renovable”, escribió a Newsweek Joachim Pfeiffer, vocero de la Unión Demócrata Cristiana. “No sintonizamos esta expansión en la generación con la expansión de la red”.
Los defensores de las energías renovables se han levantado en armas, acusando al gobierno de sofocar a su industria y de hacer que la planificación resulte casi imposible. Miles de personas perdieron sus empleos en la industria eólica, de acuerdo con Wolfram Axthelm, director ejecutivo de la Asociación Alemana de Energía Eólica. “Para 2019 y 2020, vemos una situación muy problemática para la industria”, escribió en un correo electrónico.
CERRANDO LA BRECHA
En contraste, Nord Stream 2 procede según el programa. El Castoro 10, una barcaza de color beige y negro, transporta decenas de gigantescos tramos de tubería hacia la Costa del Mar Báltico de Alemania, donde una máquina soldadora los une para sumergirlos en el lecho marino.
El proyecto de 11,000 millones de dólares está financiado por Gazprom, el monopolio ruso estatal del gas, así como por cinco inversionistas europeos, sin ningún costo directo para los contribuyentes alemanes. Está programado para cruzar las aguas territoriales de cinco países: Alemania, Rusia, Finlandia, Suecia y Dinamarca. Todos ellos, con la excepción de Dinamarca, han aprobado la ruta. “Tenemos buenas razones para pensar que, al ver que cuatro gobiernos han dado el sí, Dinamarca también aprobará el gasoducto”, dice Jens Mueller, vocero de Nord Stream 2.
La construcción del gasoducto en las aguas territoriales de Finlandia comenzará en septiembre, y se espera que el gas comience a fluir a finales de 2019, dando a Rusia una ventaja para aumentar su participación en el mercado europeo del gas. Ese país ya proporciona un tercio del gas que se utiliza en la Unión Europea, y probablemente proporcionará más cuando los Países Bajos detengan su producción de gas en 2030. El presidente estadounidense Donald Trump ha calificado al gasoducto como Ealgo muy malo para la OTAN”, y señaló que aAlemania está totalmente controlada por RusiaA. Senadores estadounidenses han amenazado con imponer sanciones contra las empresas que participen en este proyecto. A Ucrania y Polonia les preocupa que el nuevo gasoducto haga que los gasoductos más antiguos de sus territorios se vuelvan irrelevantes.
A los líderes alemanes también les preocupa la dependencia de Rusia, pero están bajo una presión considerable para abastecer de energía a la industria. De hecho, entre los inversionistas del gasoducto se encuentran empresas alemanas que desean poner en marcha sus fábricas, como Wintershall, subsidiaria de BASF, y Uniper, la empresa de servicios alemana. “No es que Alemania sea ingenua”, dice Kirsten Westphal, experta en energía del Instituto Alemán de Temas Internacionales y de Seguridad. “Es simplemente algo pragmático”. Económicamente, el veredicto es que, efectivamente, este gas será necesario, por lo que tenemos una brecha de importación que llenar.
El problema de la transmisión de la electricidad también ha abierto una oportunidad para el lignito, el combustible con mayor contenido de carbono y fuente de casi una cuarta parte de la energía en Alemania. Las empresas mineras expanden sus operaciones en las regiones donde abunda el carbón para extraer el combustible. En el poblado de Pödelwitz, a 299 km al sur de Berlín, la mayoría de las casas tienen una señal con el logotipo de Mibrag, el gigante minero alemán, que ha pagado a casi todos los residentes para que desalojen el área. La empresa planea nivelar el poblado y extraer el lignito que se encuentra en el subsuelo.
El resurgimiento del carbón contribuyó a elevar las emisiones de carbono en 2015 y 2016 (en 2017 se produjo una ligera reducción), haciendo que Alemania mantenga su lugar como el mayor emisor de carbono de Europa. La canciller Angela Merkel ha descartado su promesa de disminuir las emisiones de carbono que había en 1990 hasta en un 40 por ciento para el año 2020. Varios miembros han amenazado con renunciar a su comisión política sobre el carbón si el gobierno permite que la empresa de servicios RWE extraiga lignito del bosque de Hambach.
Hace apenas unos años, en las conversaciones sobre el cambio climático en París, Alemania fue el país líder de la Unión Europea en el impulso de ambiciosos planes para frenar las emisiones. Ahora, parece estar pensándolo mejor. Recientemente, Miguel Arias Cañete, director de asuntos climáticos de la Unión Europea, sugirió a las naciones de ese continente que aumenten su compromiso para disminuir las emisiones de carbono a 45 por ciento de los niveles de 1990, en lugar de 40 por ciento, para 2030. “Pienso que deberíamos apegarnos a las metas que ya habíamos establecido”, respondió Merkel. “No creo que tenga ningún sentido marcarnos nuevas metas permanentemente”.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek