Los primeros cien días de la nueva administración estadounidense son hito histórico, pero por malas razones. Únicamente un puñado de países podrán adaptarse a la nueva realidad. La mayoría carece del conocimiento, de especialistas o de la voluntad para esculpir su futuro pues prefieren ser siervos. El Consejo de Seguridad Nacional del vecino del norte está en crisis. Fue «purgado» de quienes tenían la experiencia, la vocación y el discernimiento para definir los objetivos, trazar los conceptos estratégicos y ayudar a operarlos en el campo diplomático, comercial, cibernético, etc. Su titular fue defenestrado por cometer errores de novato. Ahora, Marco Rubio tratará de emular a Henry Kissinger quien dos años fue Secretario de Estado y Consejero de Seguridad Nacional simultáneamente. Rubio carece de la sagacidad, la prudencia y la objetividad de Kissinger, pero además envía a un «cartucho quemado» a Naciones Unidas si es que sobrevive a los demócratas en el Senado.
Una gran estrategia difiere de la política exterior, asignatura que Rubio aún no acredita. Aquella, opera a nivel realmente global y su horizonte temporal es de largo plazo, algo que el actual liderazgo estadounidense desprecia. A la política exterior le incumben las interacciones de un gobierno en la arena mundial y como se sabe, su horizonte es de corto a mediano plazo. Una gran estrategia es el marco conceptual que articula «todas las herramientas del poder nacional» hacia un futuro bien diseñado. Describe el rumbo macropolítico de un Estado y por lo tanto es el «puente» entre las acciones gubernamentales actuales y el futuro que se construye con decisiones políticas fundamentales. En otro giro, la gran estrategia separa al estadista del simple gerente con mentalidad táctica, como cuando la política exterior queda reducida a la amenaza del uso de la fuerza militar y la imposición de aranceles. El gerente concibe «soluciones» inmediatas y efectistas propias de una «barata de almacén». El 17 de abril conocimos la cándida autoimagen de nuestro vecino cuando declaró su presidente: «Nosotros somos una tienda grande y hermosa y todos quieren un pedazo de ella. China la quiere, Japón la quiere. México y Canadá, ellos viven también de nosotros. Sin nosotros, ellos no tendrían país.»
Los Estados operan en un entorno estratégico complejo y hostil, donde la seguridad nacional es la prioridad más preciada de cualquier gobierno serio. En los países civilizados, seguridad nacional abarca la preservación de la población en su conjunto, la integridad territorial, el ejercicio de la soberanía en todas sus facetas, el imperio del Estado de Derecho y el logro del desarrollo nacional sustentable. Debe entenderse que la seguridad nacional es el resultado práctico de definir y ejecutar una gran estrategia. En ausencia de una gran estrategia, las acciones de gobierno son superficiales, incoherentes y aún contradictorias. Con ella se crea y se ejerce el poder nacional. Sin ella, el gobierno se balcaniza y las capacidades ejecutivas se diluyen como queda a la vista de propios y extraños. La ineficacia se va apoderando paulatinamente de los diferentes ramos de la administración, hasta que el gobierno deviene incapaz de generar bienes públicos como la salud, la educación, la protección civil, la construcción de infraestructura o la seguridad pública, etc.
Es un hecho, Estados Unidos dejó de ser un actor estratégico confiable. Los parámetros del equilibro del poder han cambiado definitivamente pues, los aliados de ayer son los adversarios de hoy. La inestabilidad coronada por el «día de la liberación» será duradera en el comportamiento exterior de Estados Unidos y al interior de un aparatado de Estado debilitado y una sociedad dividida. Mala combinación. En breve, la Unión Europea formulará su «gran estrategia» a espaldas de Estados Unidos. Es su oportunidad de demostrar que es mayor de edad. Hoy, China parece ser la potencia con mayores adelantos en ajustar su gran estrategia. Sin perder sus objetivos fijados para 2049 cuando su iniciativa de «Franja y Ruta» (Belt and Road) opere plenamente, buscará multiplicar y ejercer su poder nacional. La actual administración estadounidense es un episodio frívolo en una carrera de largo aliento. Xi preservará así su «capitalismo de Estado», su Partido Comunista y consolidará su oligarquía neo-maoísta. Frente a Xi, Howard Lutnick o Peter Navarro aparecen como los pequeños arquitectos de la estrategia de aranceles. Al intentar reconstruir la industria de semiconductores de Estados Unidos, comprometen la viabilidad de su Nación, víctimas de una pueril visión de tubo. Otro error de novato. Ambos ignoran que la guerra irrestricta ya se está librando en el ciberespacio y en las universidades, en las armerías o los dispensarios que surten armas o metadona.
Definir una gran estrategia y comportarse conforme a ella, es la manera responsable de defender a la Patria de forma multidimensional. Pero demanda disciplinada y un equipo experto. Ello es más necesario hoy, para navegar en el mar revuelto que deja el buque MAGA que ya presenta fracturas. La teoría estratégica, si la hay, enseña que: a) incluso los actores más débiles en el entorno estratégico ejercen influencia global, b) ignorar cualquier adversario es fatal y, c) el desorden tiende a la autocomposición siempre en el mediano plazo. En este mundo actual, ninguna derrota es para siempre. Los débiles remitirán hasta que el sistema deseche a los líderes rígidos, obstinados y sin cultura estratégica. Ningún hegemón es absoluto. N