El número 911 se ha convertido en un componente invisible pero esencial de la vida contemporánea, socializado y oportunamente recordado en los momentos de mayor apremio. No es solo un número: es una tecnología, una infraestructura y una promesa del Estado de que, sin importar la hora, el lugar ni el motivo, habrá alguien al otro lado de la línea dispuesto a ayudar.
La historia de la línea de emergencia comienza con una necesidad elemental: hacer más eficiente la atención. Antes de su existencia era necesario memorizar teléfonos de estaciones de policía, bomberos u hospitales. En una situación de crisis —cuando los nervios colapsan y los segundos son oro— este sistema era caótico, desigual y, sobre todo, peligroso.
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En 1957, en Londres, el Reino Unido ya había dado el primer paso: instauró el 999 como número único de emergencias. Le siguió Canadá, y luego, en 1968, Estados Unidos adoptó el 911. Fue una decisión más simbólica que técnica. AT&T, entonces monopolio telefónico, eligió el número por ser breve, fácil de marcar en teléfonos rotatorios y porque no se usaba como prefijo en ningún código de área en el país.
Lo que comenzó como una red rudimentaria para redirigir llamadas hacia agencias locales, ahora es un ecosistema que, en segundos, activa los servicios de emergencias, con geolocalización en tiempo real, acceso a bases de datos médicas, capacidades de traducción instantánea y contacto directo con equipos desplegados en campo.
EL NÚMERO 911 NO ES SOLO UNA TECNOLOGÍA TELEFÓNICA
En la Ciudad de México, en la línea operada por el Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano (C5) se atienden cada día, en promedio, 21,000 llamadas.
El número de emergencias no es solo una tecnología telefónica, sino una tecnología social, un archivo vivo para entender el pulso de una ciudad, identificar sitos y circunstancias de riesgo, patrones de violencia, delinear políticas públicas o incluso prevenir suicidios.
La modernización requiere inversión constante, pero también inteligencia política: integrar el sistema a una visión más amplia de seguridad humana, incluida la violencia de género.
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A nivel global, el número de emergencias ha tomado diversas formas: 999 en el Reino Unido; 112 en Europa; 000 en Australia; 911 en América del Norte y gran parte de América Latina. Cada uno es parte de una historia distinta, pero todos comparten la misma función: ser el botón rojo de la sociedad.
El 911 es, en el fondo, una herramienta civilizatoria. Representa la capacidad de una sociedad para organizarse ante la emergencia, para responder con orden al caos. N
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Salvador Guerrero Chiprés es doctor en Teoría Política por la Universidad de Essex, Inglaterra, y coordinador general del Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano (C5) de la Ciudad de México. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.