Hace 20 años, la Ley de Moore dictaba que el tamaño de los chips informáticos se duplicaría cada 18 meses. Esto se convirtió en un punto de referencia para medir el ritmo del cambio y, aunque representaba un desafío, era manejable.
Hoy parece que 18 meses se han convertido en 18 segundos. El cambio es tan rápido que la mayoría de las personas, incluidos nuestros líderes políticos, tienen pocas pistas sobre cómo gestionarlo y hacerlo funcionar.
Sin embargo, la historia es cíclica y los profundos cambios sociales, económicos y políticos que estamos viviendo no son algo nuevo. La Revolución Industrial afectó profundamente a la sociedad, provocando la caída de muchas instituciones y la aparición de otras nuevas. Tras la Segunda Guerra Mundial, se establecieron sistemas financieros y de seguridad multilaterales que rigieron de manera eficaz la sociedad mundial durante décadas.
De hecho, muchos esperaban que la unión del mundo bajo el paraguas de la globalización conduciría finalmente a una apertura democrática para todos. Sin embargo, esto no ha sucedido.
EL RITMO DEL CAMBIO NOS OBLIGA A DESCARTAR PARADIGMAS TRADICIONALES
Hoy nos enfrentamos al cambio climático, las migraciones masivas, el terrorismo, el rápido crecimiento de la población y otros fenómenos que han llevado a muchos a cuestionar las instituciones encargadas del orden social, político y espiritual, las cuales han respondido a las grandes transformaciones del pasado.
Lo que cambia hoy es que enfrentamos la posible disrupción masiva de la presidencia de Trump y sus implicaciones para la seguridad global y la estabilidad económica. El rápido ritmo del cambio nos obliga a descartar los paradigmas tradicionales e identificar nuevas formas de definir y abordar nuestra realidad.
Muchas personas han perdido la confianza en nuestras instituciones y en las alianzas que han formado.
Las recientes elecciones estadounidenses pusieron de manifiesto hasta qué punto han evolucionado las alianzas y agrupaciones tradicionales. Kamala Harris hizo campaña creyendo que los negros, los latinos y las mujeres formaban grupos monolíticos que apoyarían a los demócratas.
Sin embargo, hoy en día los cubanoamericanos difieren significativamente de los mexicoamericanos; los profesionales afroamericanos con mayor poder adquisitivo suelen ser más conservadores que sus pares activistas y buscan ampliar su participación en el sueño americano en lugar de desafiarlo. Además, muchas mujeres priorizan tanto las realidades económicas como el control sobre sus derechos reproductivos.
Esto está creando un importante realineamiento político que ha cambiado el panorama electoral estadounidense y, por extensión, el mundial. Los políticos de todo el mundo tendrán que ajustar sus paradigmas tradicionales para hacer frente a esta nueva realidad.
¿Y LA FILOSOFÍA “WOKE”?
Se está produciendo una reacción global contra lo que muchos denominan la filosofía “woke”. La idea de permitir que pequeños grupos impongan sus puntos de vista a la mayoría para ganar guerras culturales y elecciones parece haber sido rechazada por numerosos votantes de todo el mundo.
Esto explica, al menos en parte, el auge del conservadurismo en muchos países y la disminución del apoyo a quienes se proclaman “progresistas”. En todo el mundo, los paradigmas tradicionales fundamentales ya no se aplican.
Lo que solían ser regímenes de izquierda —Cuba, Rusia, China, Venezuela y otros— son ahora en su mayoría narcodictaduras en las que el ejército y las fuerzas de seguridad apoyan a una clase dictatorial a la que poco le importan los derechos humanos o el desarrollo social.
El aparente atractivo del terrorismo islamista entre sectores que antes se consideraban de “izquierda” se ha hecho visible en las calles de nuestras ciudades y en los campus de las principales universidades desde el 7 de octubre. Esto refleja una creciente pérdida de confianza en los valores establecidos y en los pilares del respeto.
Muchos se han alejado de las instituciones religiosas debido al nefasto comportamiento de muchos clérigos, y de instituciones como las Naciones Unidas, la Cruz Roja y otras de su clase que ya no inspiran respeto público.
LA DIVISIÓN DE LA POBLACIÓN EROSIONA EL ORDEN DEMOCRÁTICO LIBERAL
Los medios de comunicación tradicionales han perdido una parte considerable de su credibilidad a nivel mundial, lo que ha llevado a muchas personas a buscar noticias en plataformas de cable no reguladas y en redes sociales. Sin embargo, esta información suele ser manipulada para beneficiar a figuras poderosas en lugar de transmitir la verdad de manera precisa.
El resultado podría ser un descenso significativo de la confianza del público en la democracia liberal como su modelo preferido de gobierno. Sin medios de comunicación fiables e instituciones que operen con integridad y se adhieran a las normas establecidas de información y conducta, nuestra capacidad para separar la verdad de la falsedad se verá comprometida.
Sin líderes de partidos democráticos liberales dispuestos a reconducir sus partidos hacia el centro —donde se encuentra la mayoría de los votantes—, los ciudadanos tendrán pocas opciones más que elegir a qué extremo apoyar. Actualmente somos testigos de cómo la división de la población puede erosionar el orden democrático liberal.
¿Estamos preparados para afrontar los costos personales y sociales de defender la democracia liberal frente a este ataque? ¿Puede ser eficaz la receta de Maya Angelou, o estamos en un territorio inexplorado para el que aún no existe receta? N
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Eduardo del Buey es diplomático canadiense jubilado, autor, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones estratégicas. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.