Hace unas semanas, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, negó el permiso de aterrizaje en territorio colombiano a aviones militares estadounidenses que transportaban deportados colombianos. Su argumento fue que el trato de las autoridades de Estados Unidos era inhumano. Cuando los aviones regresaron, la administración de Trump respondió imponiendo un arancel inmediato de 25 por ciento a todas las exportaciones colombianas, y aseguró que este aumentaría a 50 por ciento en unos días. El presidente Petro cedió de inmediato, y los vuelos prosiguieron sin más impedimentos.
Según un reciente artículo de The New York Times escrito por David Sanger, no hubo reuniones en la sala de situaciones ni llamadas confidenciales para calmar la disputa. En su lugar solo hubo amenazas, contraamenazas, actos de rendición y señales del enfoque del presidente de Estados Unidos en materia de negociaciones diplomáticas, quien mostró un mínimo interés por la sutileza o el compromiso.
Al final, bastaron apenas 12 horas para que la primera confrontación directa del presidente Trump con uno de los aliados más cercanos de Estados Unidos en América Latina derivara en un repliegue total por parte del blanco de sus amenazas.
La administración de Trump no amenazó a Colombia con una acción militar por este absurdo episodio. En su lugar, impuso aranceles para golpear al país donde más le duele: su economía, evitando así poner en riesgo vidas estadounidenses mediante una intervención militar. Así es como la administración de Trump procede para imponer su voluntad de manera no militar.
De hecho, cuando se le preguntó si usaría la fuerza militar contra Canadá para convertirlo en el estado 51, respondió que no, que usaría el poder económico para persuadir a Canadá de que hiciera su voluntad.
¿QUÉ PRETENDE LA ADMINISTRACIÓN DE TRUMP?
Recientemente, el profesor Josep Colomer, de la Universidad de Georgetown, escribió que “Donald J. Trump no quiere conquistar el mundo, sino todo lo contrario: planea atrincherarse en Norteamérica, cerrar las fronteras, olvidarse de Europa y pactar zonas de influencia con Rusia y China para no tener que ir de guerra en guerra rescatando a sus supuestos amigos”.
En palabras del propio Trump, pretende medir su éxito “no solo por las batallas que ganemos, sino también por las guerras que terminemos y, quizá lo más importante, por las guerras en las que nunca nos metamos”.
Según el profesor Colomer, Estados Unidos es un imperio en retirada. Su última victoria militar fue hace 34 años, en la Guerra del Golfo Pérsico. Después, se retiró unilateralmente, sin éxito o derrotado, de Irak, Afganistán, Libia y Siria. Ahora, ya no envía tropas a zonas de conflicto, como Ucrania, donde solo vende armas.
Sin embargo, en un artículo de World Politics Review, James Bosworth sostiene que la retórica de Trump ha cambiado “de aislacionista a expansionista”, y advierte que el mundo no está preparado para un gobierno estadounidense interesado en la expansión territorial.
“Los comentarios simplistas de Trump sobre su disposición a utilizar el ejército de Estados Unidos en el hemisferio occidental no deben descartarse como algo demasiado absurdo o fuera de lugar como para tomarse en cuenta. Por el contrario, Panamá, sus vecinos, Dinamarca y el resto del mundo deberían tomar muy en serio los llamados de Trump a un regreso de Estados Unidos al Destino Manifiesto y la expansión territorial”.
EL PRESIDENTE NO TIENE TIEMPO PARA LA DIPLOMACIA
Trump es un político transaccional. Ve cada situación como un trato centrado únicamente en los intereses de Estados Unidos. Ve poco valor en la ONU, la OTAN y la UE, incluso considera a estas organizaciones como una carga para la administración de Estados Unidos en lugar de aliados para perseguir objetivos compartidos de política exterior.
No tiene tiempo para la diplomacia basada en normas ni para los métodos tradicionales de formulación de políticas y toma de decisiones. Decide caprichosa e instantáneamente, toma medidas inmediatas con poca o ninguna consulta previa, y emplea el arma más poderosa de su arsenal.
Le importa poco el impacto de sus políticas en su esfera de influencia. Deportar a los migrantes indocumentados a sus países de origen creará graves dificultades para esas naciones. Por ejemplo, las remesas representan 20 por ciento del PIB de Guatemala y el país no tiene capacidad para hacerse cargo de los que regresan. Esta situación ejercerá presiones económicas y sociales significativas sobre muchos países de la región, que podrían tener dificultades para hacerle frente sin que esto conlleve a disturbios sociales y problemas económicos.
¿Es factible la visión de Trump? A él no le importa. Tiene sentido para él en su propio mundo, que es el único criterio que le interesan a él y a sus seguidores.
Su desdén por la diplomacia tradicional dejará a muchos en la incertidumbre y provocará noches en vela para los líderes de todo el mundo. Su uso de las deportaciones masivas y los aranceles como herramientas fundamentales de la diplomacia deja a otros países con pocas opciones políticas.
LO QUE SIGUE PARECE SER UN RÉGIMEN DESORGANIZADO
La decisión de la administración de Trump de poner fin abruptamente al mandato de USAID está dejando a decenas de millones de víctimas en todo el mundo sin el sustento que tanto necesitan. Tradicionalmente, USAID ha gozado de un fuerte apoyo bipartidista en Washington. Sus partidarios argumentan que, además de salvar vidas, ayuda a estabilizar algunas de las regiones más pobres e inestables del mundo, al tiempo que actúa como baluarte contra la influencia rusa y china.
“Somos la nación más rica de la historia de las naciones”, dijo un alto funcionario del gobierno estadounidense a The Washington Post, quien habló de forma anónima porque no está autorizado a platicar con la prensa. “A pesar de la posibilidad de exenciones de programas individuales, decenas de millones de personas solo en África Oriental no están recibiendo hoy ninguna ayuda humanitaria”.
Efectivamente, muchos pueden sufrir por el camino, pero la empatía, la paciencia y escuchar de verdad a los demás nunca han sido los puntos fuertes de Trump.
El orden internacional basado en normas ha terminado. Lo que sigue parece ser un régimen desorganizado y mal gobernado, dirigido por un presidente caprichoso e impredecible cuyas acciones precipitadas y respuestas erráticas han definido sistemáticamente su estilo de liderazgo.
Durante los próximos cuatro años podemos esperar muchas sorpresas a medida que nos adentramos en el valiente nuevo mundo de la diplomacia trumpiana. ¡Abróchense los cinturones! N
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Eduardo del Buey es diplomático canadiense jubilado, autor, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones estratégicas. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.