Este 2024 fue denominado por muchos analistas y medios de información como el año electoral más grande de la historia toda vez que, a lo largo de los meses, se han llevado a cabo elecciones en más de 60 países alrededor del mundo. Particular atención han recibido las elecciones de la aún potencia mundial, Estados Unidos, y las de México por ser el país donde vivimos.
Las elecciones en Finlandia, Taiwán, Bangladés, El Salvador, Eslovaquia y en países africanos como Mali, Chad y Burkina Faso, así como en países altamente poblados como India, Indonesia e incluso las del parlamento europeo, no despertaron tantas expectativas como los comicios en Estados Unidos. Algunas elecciones no sorprendieron a nadie, como el refrendado triunfo de Putin en Rusia, como tampoco sorprendió la cancelación de los comicios en Ucrania por parte del presidente Zelenski.
En este marco de elecciones, los resultados en Estados Unidos se convierten en un fuerte llamado a su vecino del sur, ya que si bien en México hubo un relevo presidencial apenas hace unas semanas y por primera vez asumió el cargo una mujer, la sombra de unos comicios caracterizados por la difusión de noticias falsas, encuestas manipuladas, compra de votos y hasta el asesinato de un gran número de candidatos, así como la injerencia de grupos fuera de la ley y la participación de cárteles de la droga, a lo que se sumó la injerencia del gobierno en el proceso electoral, seguramente influirá en el rumbo de la relación con los nuevos inquilinos de la Casa Blanca.
LA RELACIÓN ESTADOS UNIDOS-MÉXICO ES COMPLEJA Y ASIMÉTRICA
La relación bilateral Estados Unidos-México se caracteriza por su profunda complejidad y asimetría. Múltiples son los temas estructurales, así como coyunturales, que requieren atención conjunta.
Evidentemente, esta interdependencia propicia una condición de mayor vulnerabilidad para el Estado mexicano frente a su vecino del norte, y más ahora con las reformas constituciones que modifican sustancialmente el Poder Judicial y, con ello, la real y efectiva división de poderes.
Sin hablar de intervencionismo, lo cierto es que el gobierno de Washington, bajo esta nueva administración, tendrá que ponderar los riesgos en la relación con México dada la proximidad geográfica y las agendas tan profundas y diversificadas que vinculan a ambas naciones.
La geopolítica nos recuerda que la posición geografía determina, en gran medida, los asuntos prioritarios en las agendas económicas, comerciales, de seguridad y de política exterior de los países. La franja fronteriza de 3,185 kilómetros que separa a México de Estados Unidos es una determinante clave para entender las dinámicas en la relación bilateral.
Se trata de una frontera compleja que sirve de escenario a un intenso flujo migratorio legal e indocumentado y al más importante intercambio comercial (Estados Unidos es el principal socio de México). Además, un flujo considerable de armas y drogas hacen de esta frontera un factor decisivo en la agenda de ambas partes tanto por la complejidad ya referida, así como por la diversidad de temas que incluyen asuntos nacionales y transfronterizos.
EXISTE ENORME TENSIÓN EN DIVERSAS ÁREAS
Hoy esta relación se encuentra en una condición particularmente difícil y en transición no solo por la interdependencia asimétrica que la caracteriza, sino por la tensión en diversas áreas. Pocos momentos en la historia entre ambos países habían sido tan inciertos como lo es hoy, resultado de la inconsistencia entre la retórica discursiva y las acciones implementadas, además de las controversias generadas a raíz del posicionamiento del gobierno de Estados Unidos en voz de su embajador en México, Ken Salazar, en relación con la reforma judicial que llevó a la desafortunada declaración del ahora expresidente Andrés Manuel López de poner la relación en pausa.
Discursos y declaratorias van y vienen, no obstante, las acciones dejan importantes vacíos. Hoy nadie parece recordar la estrategia de seguridad acordada entre los dos países en octubre de 2021 llamada “Entendimiento Bicentenario”, a través de la cual se buscó establecer una nueva alianza en materia de seguridad.
Del amplio espectro de temas que ocupan la atención de ambos gobiernos, la migración ha sido por décadas un asunto recurrente en la agenda bilateral y seguramente lo seguirá siendo no solo como un tema de campaña, sino como una prioridad para ambos países.
En algunas administraciones, como las de Bill Clinton, Barak Obama y, de manera particular, con Donald Trump en su gestión hasta 2021, se intensificaron los discursos antiinmigrantes, los controles fronterizos, las deportaciones y un gran número de políticas restrictivas.
EL TEMA MIGRATORIO ES UNA PIEDRA EN EL ZAPATO
En tanto, en otros momentos se impulsaron mecanismos de mayor diálogo y flexibilidad, además de distintos esfuerzos, aunque pocas veces exitosos, para impulsar negociaciones tendientes a lograr acuerdos migratorios y otras medidas a favor de los migrantes indocumentados.
La llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos en enero de 2021 hizo que nuevamente los reflectores se orientaron al tema migratorio. El entonces recién llegado a la Casa Blanca generó grandes expectativas con sus planes iniciales para avanzar en este rubro, no obstante, al final de su gestión vemos que poco o nada se logró respecto a aquellas promesas.
Incluso podemos recordar los encuentros, virtuales y personales de la entonces vicepresidenta, Kamala Harris, con el otrora presidente López Obrador, en los que sistemáticamente se puso sobre la mesa el tema migratorio y la intención de ambos gobiernos de llevar a cabo esfuerzos conjuntos para enfrentar la problemática atendiendo y combatiendo las causas fundamentales que la motivan y resguardando la vida y los derechos humanos de los migrantes. Al menos así se plasmó en las declaraciones y discursos, aunque la realidad dista mucho de ello.
El gobierno de Estados Unidos ha ofrecido distintos paquetes económicos de ayuda humanitaria para Centroamérica y de manera especial para los países del Triángulo del Norte integrado por Guatemala, Honduras y El Salvador; sin embargo, los montos de dicha ayuda han sido más simbólicos que decisivos para atender la gran crisis migratoria que se vive a ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos.
LOS PROBLEMAS ESTADOS UNIDOS-MÉXICO NO SE RESOLVERÁN SOLO CON RELEVOS PRESIDENCIALES
A los flujos ya tradicionales de migrantes centroamericanos cada vez más se suman personas procedentes de Haití, Venezuela, Nicaragua e incluso quienes proceden del continente africano y ven en México la puerta de entrada hacia el “sueño americano”.
La desbordada problemática migratoria, el creciente mercado de armas, el tráfico de drogas, las violaciones sistemáticas a los derechos humanos, además de los retos en materia de seguridad, comercio e intercambios de todo tipo que enfrenta la relación Estados Unidos-México no podrán resolverse solo con el relevo presidencial.
Si bien las expectativas de una “nueva era” en la relación bilateral parece permear el ánimo, lo cierto es que, más allá de republicanos o demócratas, el interés nacional estadounidense es el que guiará la relación con México, a lo que este deberá responder con una clara y sólida estrategia de política exterior tan ausente en la última administración. N
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Luz Araceli González Uresti es profesora investigadora de Relaciones Internacionales de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tec de Monterrey. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.