Tras migrar a Estados Unidos con 18 años de edad y una carrera como actor de teatro en la mira, el ahora neurocientífico se enfrentó con un giro del destino que comenzó con la intención de cultivar su verdadera vocación: la ciencia, y la insaciable curiosidad que se requiere para ejercer y tener éxito como investigador.
Durante esta entrevista con Newsweek en Español América, el Dr. Parada comparte su trayectoria, sus hallazgos sobre el origen del cáncer, y su entusiasmo por seguir descubriendo nuevos conceptos en Parada Lab, en donde esta formando a la nueva generación de investigadores.
¿Cuándo surgió el impulso por una carrera en la ciencia?
Yo me encontré con la ciencia bastante tarde. Siempre fui buen alumno, pero era sobre todo deportista. En Colombia —en el momento en que yo crecí— el contacto con la ciencia pura no existía en el contexto del descubrimiento, sino como materias que había que saber para ser un profesional.
Mi primer interés intelectual era el teatro. Estuve muy involucrado en el teatro en Bogotá, y luego cuando llegué a Estados Unidos mi meta era ser actor. Desgraciadamente, resultó que mi talento era mediocre [risas], y uno tiene que poder reconocer sus limitaciones.
¿Aprendiste algo de esa experiencia que te sigue ayudando hoy?
Me ayudó muchísimo: tiendo a ser introvertido, pero la experiencia del teatro me enseñó a esconder esa introversión y presentar a un personaje más abierto, cálido y extrovertido. Un científico no puede ser exitoso si no puede expresarse. Poder explicar al publico general nuevos conceptos es un don, y creo que yo logré desarrollarlo con mi carrera de teatro.
“Tenía 150 dólares en el bolsillo y 18 años. ¡Con eso no se necesita ningún plan!”
¿Cuál era el plan al emigrar a Estados Unidos?
Venía de una familia muy unida, pero con limitaciones económicas. Además en Colombia tendemos a ser más tradicionales, y el concepto de una carrera de teatro no entusiasmaba a mis padres. Siempre tuve un espíritu aventurero, así que a los16 años me fui al Consulado de los Estados Unidos y apliqué para la residencia. A los 18 la obtuve, y me vine para acá. ¡Con 18 años y 150 dólares en el bolsillo no se necesita ningún plan! [risas].
La vida era porvenir. Empece a trabajar y a estudiar de noche. Y cuando lo del teatro se volvió una carrera muy limitada, inicié cursos en la Universidad de Wisconsin mientras trabajaba descargando trenes y camiones. Caí en cuenta que los temas científicos me eran fáciles. Mi noción fue: si yo voy a pagar mis estudios, voy a ser el mejor estudiante posible. No sabía qué iba a ser —aunque evidentemente no sería actor— así que decidí tomar las materias más avanzadas para estar mejor preparado en el momento en que decidiera qué quería hacer con mi vida.
Como tenía muy buenas notas un profesor me extendió una recomendación para trabajar como técnico en la compañía que desarrolló la primera batería para carro que no necesitaba agua. Estaba rodeado de personas con doctorados en electroquímica, con una sabiduría sobre su tema que era inspiradora. Yo quería llegar un día a conocer tanto de algo como ellos. En ese momento decidí que iba a ser científico. Me inscribí en todos los cursos para volverme biólogo molecular y en dos semanas estaba seguro de haber encontrado mi amor, que es la ciencia.”
¿Cómo logras un balance de conocimientos sólidos, manteniendo la mente abierta para los nuevos descubrimientos?
Si tuviera que generalizar diría que es cierto que el mundo científico tiene paredes bastante rígidas. Los conceptos toman tanto tiempo en desarrollarse que es muy difícil derrumbarlos, porque cuando hay una nueva idea, le estás diciendo a una gran camada de científicos que su carrera fue errónea. Existe el mundo científico que está tratando de ponerle los puntos a las íes, y existe el que vive tratando de identificar las nuevas fronteras y la vanguardia. Existen en simbiosis, pero son dos grupos separados.
Tengo la suerte de estar en el grupo de la vanguardia, y no lo digo en el sentido de pomposidad, sino de que yo no me podría levantar en la mañana con gran entusiasmo para ir a poner puntos en la íes, aunque es necesario. El conocimiento se agrega. El estado científico siempre está en estado de maduración, no de madurez.
“Hay que frenar la tendencia a volverse esclavo de la tecnología. Todo se tiene que reflexionar contra los conceptos primarios de la biología”
¿Cuál es la tecnología que ha tenido mayor impacto en Parada Lab?
La tecnología de ingeniería genética que nos permite modificar ratones. Cuando formulamos hipótesis concretas en la ciencia, podemos crear en los ratones la misma enfermedad que existe en los humanos, causadas por las mismas mutaciones en los mismos genes.
Eso es un avance conceptual a dos niveles. El primero, es que las especies son más cercanas de lo que creemos: lo que diferencia a un ratón de un humano, son muy pocos genes. Segundo, esto nos permite hacer preguntas sobre cómo comienza el cáncer.
Todo lo que hay actualmente en libros de medicina y la ciencia sobre cancerología comienza, por ejemplo, cuando un paciente dice “tengo dolor de cabeza”, y resulta tener un tumor en el cerebro. Los patólogos le dan nombres a esos tumores, y definen cómo se ven las células anormales… pero no sabemos en qué célula nació ese cáncer.
En el laboratorio logramos crear una sepa de ratones en donde al 100 por ciento les da cáncer de cerebro, y los estudiamos cuidadosamente en distintos momentos. Con esto logramos identificar que los orígenes de los tumores del cerebro son las células madre o células troncales —las stem cells—, y que éstas representan un .0001 por ciento de las células en el cerebro, porque que las células en el cerebro no pueden dar raíz a tumores.
Ahora podemos identificar cuáles son las células que tenemos que estudiar para ver cómo se convierten en cáncer. Son avances conceptuales que sólo se han podido hacer en los últimos 15 años, a raíz de la revolución de la tecnología de ingeniería genética.
La tecnología que utilizamos ha crecido tremendamente, puede llevar a cabo muchas permutaciones a gran velocidad y dar una granularidad muchísimo más intensa. Pero hay que frenar la tendencia a volverse su esclavo todo se tiene que reflexionar contra los conceptos primarios de la biología y de la ciencia biológica.
“Los orígenes de los tumores del cerebro son las células madre, porque las células en el cerebro no pueden dar raíz a tumores”
Todos queremos saber de dónde viene el cáncer, ¿hay alguna explicación?
Es mala suerte. Una pequeña minoría de todos los cánceres son heredados genéticamente, la gran mayoría surge con los años. Las células tienen que reproducirse editando con gran precisión un hilo de ADN de casi medio metro. Errores ocurren, y con los años ocurren con más frecuencia.
Una de nuestras metas es identificar el cáncer en una etapa temprana. La otra es comprender cómo una célula que tiene una especialización en cualquier órgano se transforma en una célula que va a dar raíz a cáncer. Si podemos entender cómo ocurre eso, podemos desarrollar terapias que contrarrestan esos eventos.
¿Consideras que la mente tiene la capacidad de alterar estados de enfermedad?
Uno de los conceptos que transformaron cómo vemos el cáncer es aceptar que el tumor vive dentro de un medioambiente que impide o ayuda el crecimiento de ese tumor. Hoy reconocemos la importancia que el sistema inmunológico —y endocrinológico también— tiene sobre el crecimiento del tumor. Hay variantes muy complejas que apenas estamos empezando a discernir. Pero un individuo que se estresa mucho y genera grandes cantidades de cortisona, puede conllevar a que el cáncer se disemine más fácilmente que en una persona que mantiene una cierta calma y se mantiene en buen estado físico. Esa es una sobre simplificación, pero sí hay realidad ahí.
Como alguien que estudia la arquitectura del cerebro y sus funciones, ¿para qué no tenemos explicación todavía?
El día que lleguemos a comprender cómo funciona el cerebro será el último día de nuestra especie como la conocemos, porque realmente es incomprensible. Comprender la mente es algo que es tan lejano de lo que somos que ni vale la pena contemplarlo.
“El día que lleguemos a comprender cómo funciona el cerebro será el último día de nuestra especie como la conocemos”.
Parte de la misión de Parada Lab es forjar a la siguiente generación de líderes en investigación. ¿Cuál es la lección más importante que compartes con tu equipo?
El respeto mutuo. La gente que viene a mi Laboratorio, viene porque quiere trabajar conmigo. Eso hay que respetarlo mucho. Todos mis aprendices, mis estudiantes y mis post-docs tienen entre 25 y 35 años. Las décadas han pasado y yo necesito mantener ese respeto mutuo, lo que me hace estudiar muchísimo. ¡Tengo que ser el más inteligente en el salon! [risas]. Y claro que no lo soy: la gran mayoría de mis estudiantes son muchísimo más inteligentes que yo, pero yo no se les puedo dejar saber. Eso me mantiene joven.
Ahora mis estudiantes utilizan tecnologías que yo no entiendo. Pero conceptualmente, tengo que mantener las hipótesis, las teorías y los controles muy rígidos, para mantener la buena ciencia. Ellos ven mi pasión, nos hacemos preguntas para las que no tenemos respuestas, entonces ese respeto mutuo crece. He tenido mucha suerte porque he tenido un laboratorio al que yo llamo “el laboratorio contento”. N
El Dr. Luis Fernando Parada, biólogo molecular y neurocientífico colombiano, hoy funge como director del Centro de Tumores Cerebrales de MSKCC. También es miembro de la Junta del centro Albert C. Foster y profesor investigador de la American Cancer Society y de la Facultad de Ciencias Médicas en Weill Cornell.