Durante años, Tijuana fue sinónimo de tránsito, espera y esperanza. Conocida como una de las puertas de entrada más activas hacia Estados Unidos, la ciudad albergó a miles de migrantes que cruzaban legal o ilegalmente la frontera. Pero algo ha cambiado. En medio de nuevas políticas migratorias y discursos de disuasión, los albergues están medio vacíos, las calles ya no muestran largas filas, y la presencia migrante —alguna vez evidente— parece haberse desvanecido.
El silencio que deja la ausencia
En Tijuana, la ciudad que alguna vez albergó a miles de personas en tránsito hacia el norte, los albergues ahora están medio vacíos. Las colchonetas apiladas, las carpas sin huéspedes y los comedores desolados reflejan una escena inesperada para una urbe cuya identidad se ha forjado al ritmo del ir y venir de migrantes.
“Aquí no llega más gente”, afirma Lenis Mojica, migrante venezolana que lleva meses en un refugio de la ciudad. “Todo el mundo se ha ido. Nadie más ha llegado”. Su testimonio, recogido por The New York Times, resume una transformación radical: la frontera más transitada del hemisferio occidental se ha quedado, de pronto, sin migrantes visibles.
En el albergue Embajadores de Jesús, que en años recientes llegó a hospedar a más de 2,500 personas, hoy apenas quedan 700. En el Movimiento Juventud 2000, solo 50 migrantes ocupan un espacio con capacidad para 200. Y en otros 44 refugios de la ciudad, el panorama se repite: ninguno supera la mitad de su capacidad, según constató BBC Mundo.
El efecto Trump: disuasión sin deportaciones masivas
El descenso comenzó antes de que Donald Trump retomara la presidencia en enero de 2025, pero se acentuó con sus primeras decisiones. En abril, solo 8,383 personas fueron detenidas por cruzar ilegalmente la frontera suroeste –frente a 128,895 en abril de 2024, una caída del 93 % con un promedio de 279 detenciones al día, comparado con 4,297 del año anterior. Este mínimo histórico se atribuye al endurecimiento migratorio liderado por Trump, que incluyó restricciones legales y operativos fronterizos más estrictos.
El colapso de CBP One: 270,000 citas canceladas
El 20 de enero de 2025, Trump ordenó cerrar la aplicación CBP One, que permitía a migrantes programar citas para asilo en EE.UU. Desde entonces, más de 270,000 citas ya agendadas fueron canceladas. La medida dejó varados a migrantes en ciudades fronterizas, incluyendo Tijuana. En refugios, periodistas han documentado situaciones de llanto y frustración al recibir la notificación de invalidación de citas.
Judith Cabrera, directora del Border Line Crisis Center en Tijuana, calificó el impacto como una “deportación mediática” . El padre Pat Murphy, de Casa del Migrante, denunció que algunos migrantes se quedaron días en la garita de El Chaparral esperando la revocación de sus citas solo para revelar el sistema colapsado. José Luis Pérez, ex director municipal de atención al migrante, advirtió que el flujo de retornados no estaba siendo coordinado adecuadamente por las autoridades mexicanas, incluso perdió su cargo tras hacerlo público.
No están aquí, pero no han dejado de huir
El silencio de los refugios no significa que la migración se haya detenido. Al contrario, advierten expertos, los migrantes siguen en movimiento, pero ahora de forma más clandestina, más vulnerable, más peligrosa. “Están quedándose en el camino, estancados en el sur de México o cayendo en manos de coyotes”, explica Cabrera.
Con las vías legales cerradas, el “sueño americano” se convierte en presa fácil para estafadores. Migrantes son engañados con promesas falsas de cruces por túneles inexistentes o rutas seguras a cambio de miles de dólares. Las mujeres, niñas y familias enteras enfrentan riesgos crecientes.
Mientras tanto, quienes deciden quedarse en Tijuana lo hacen en un limbo existencial. Mojica, la migrante venezolana, ha empezado a considerar una vida en la ciudad. Su esposo encontró trabajo como guardia de seguridad y ella contempla alquilar una casa. No es la frontera la que se movió, es el destino lo que cambió.
Asentamientos, no campamentos
Lo que antes eran campamentos improvisados ahora se transforman lentamente en asentamientos semi-formales. En zonas como el Cañón del Alacrán, migrantes como Wilker Hernández —un joven venezolano que esperaba cruzar con una cita cancelada tras la toma de protesta de Trump— trabajan en la construcción de pequeñas viviendas. “Estamos echándole ganas”, dice Wilker. Pero admite que vive en la incertidumbre: “Estamos como en un limbo. No sabemos qué va a suceder.”
Según María de Lourdes Madrano, directora de Centro 32, los albergues están vacíos, pero los colegios están llenos de niños migrantes. Esto indica que muchas familias están optando por quedarse en Tijuana al menos temporalmente, inscribiendo a sus hijos en escuelas locales y buscando trabajos informales.
Una ciudad con migración en el ADN
Tijuana fue, es y será una ciudad migrante. Lo que cambia es el rostro de la migración. El de 2025 es más invisible, más disperso, más vulnerable. La migración no ha desaparecido, solo ha salido del radar de las estadísticas oficiales y de los dormitorios de los refugios.
Silvia Garduño, vocera de ACNUR en México, lo resume así: “En este momento no hay llegadas importantes a México, pero sabemos que las causas de salida se mantienen”. Violencia, pobreza, persecución. Nada de eso ha cambiado. Solo el muro —físico, legal y simbólico— se ha hecho más alto.
El problema no está resuelto
Los albergues vacíos en Tijuana no son señal de que el problema migratorio esté resuelto, sino de que se ha desplazado, ocultado y hecho más complejo. El silencio en las calles fronterizas no es paz, es contención. No es solución, es desgaste. Y es también un espejo: de la esperanza que persiste, de los muros que se multiplican y de una ciudad que, aunque tranquila, no deja de ser frontera. N