Las Abuelas de Plaza de Mayo están muy ancianas y el tiempo las apremia para encontrar a los bebés robados en la dictadura argentina (1976-1983). La organización humanitaria reimpulsa la búsqueda para que los más de 300 que aún quedan sin hallar puedan recuperar su verdadera identidad.
En algún momento de la vida la duda sobre la identidad interpela a esos niños robados, hoy personas de entre 40 y 50 años.
Puede ser la falta de parecido con los que creían que eran sus padres, la ausencia de un álbum de fotos del embarazo de la madre o huecos en el relato familiar. A veces el momento clave es la muerte de uno de los padres o la propia maternidad o paternidad y surge la pregunta: “¿De dónde vengo, de dónde viene la persona que di a luz?”.
“Los que llegan a Abuelas a hacer la consulta llegan a veces con una duda de 20 años o más, tratando de dar ese paso. Sin hablar con nadie. Hay personas que sacaron turno varias veces pero no han venido y llegan con toda esa carga”, explica a la AFP María Laura Rodríguez, de la generación joven de la organización Abuelas de Plaza de Mayo y coordinadora del área Presentación Espontánea.
Para ir al encuentro de quienes titubean para decir “no estoy seguro de ser quien creía ser”, la entidad humanitaria organiza encuentros de “presentación espontánea”, que se propone descentralizar su tarea en la extensa provincia de Buenos Aires.
Más de 400 bebés y niños fueron “apropiados” en la última dictadura militar (1976-1983). Nacidos durante el cautiverio de sus madres, luego desaparecidas, a menudo fueron entregados a hogares amigos del régimen con argumentos como darle un “servicio” a una familia deseosa de un hijo y la pretensión de educarlos como seres “bien pensantes” políticamente, según ellos.
A punto de cumplir 45 años de existencia, Abuelas ha logrado restituir la verdadera identidad a 130 de aquellos niños, la mayoría con emocionantes reencuentros. Pero no hubo ninguna nueva restitución desde junio 2019, en parte por la pandemia que limitó la búsqueda.
Entre 2012 y 2014 se hacían unas 600 “presentaciones espontáneas” en promedio al año; en 2020 apenas 250 y solo en forma virtual por el covid. Seis Abuelas fallecieron en estos últimos dos años.
“SALTO AL VACÍO” TRAS LA DICTADURA
A 40 kilómetros de Buenos Aires, la localidad de Morón acoge una de esas iniciativas de ‘presentación espontánea’ en las que Abuelas y la Defensoría de la provincia de Buenos Aires van en búsqueda, invitan, incitan a acercarse a hablar a cualquiera que tenga dudas sobre su identidad.
Pero hablar “es un salto al vacío”, afirma Guillermo Amarilla Molfino, el “nieto número 98”, a quien le llevó años verbalizar sus dudas antes de recuperar en 2009 su identidad y sus hermanos.
Hoy asesora al equipo que va a acoger en forma presencial a personas que tienen alguna suspicacia sobre su origen, nacidas entre mediados de la década de 1970 y principios de la de 1980.
“Hay muchos miedos y culpa. Esa culpa fue el motor para silenciar la duda. Uno se pregunta, ¿por qué estoy dudando de mis padres si me dieron de comer, si me dieron un techo? Es cuando el silencio a veces termina siendo un aliado con el que uno convive”, afirma Guillermo. Hablar es entonces “como entregar su vida” a otro.
NIETO NÚMERO 98 DE ARGENTINA
Han pasado más de 40 años y el tiempo vuela.
—¿Cómo fue ese camino de búsqueda hasta la restitución de identidad?—pregunta AFP.
—El acercamiento a Abuelas llevó mucho tiempo de preguntas, de inquietudes, de dudas, queriendo saber si yo pertenecía a la familia que me había criado o no. Él (el apropiador) era miembro del Ejército durante el terrorismo de Estado en Argentina. Ella (la apropiadora) no, pero era una persona muy mayor para tener un hijo. Ella tenía 50 años cuando nací (en 1980). En el relato de ellos había un ocultamiento, era muy palpable. Era un ambiente de silencios, de negaciones.
“Yo tapaba esos vacíos, esas ausencias con relatos propios, con imaginación. Durante muchos años, hasta los 20, pensaba que ellos podían ser mis abuelos y no mis padres. Me acerqué a Abuelas después de ver un capítulo de la serie Televisión por la identidad que me conmovió muchísimo, me sentí muy identificado con el joven de esa historia real hecha ficción”.
El primer paso fue hacer una extracción de ADN para cotejar con el Banco Nacional de Datos Genéticos, pero el resultado dio negativo. El ADN de mi mamá, Marcela Molfino, no estaba porque cuando la secuestran ella tenía un embarazo muy reciente y su familia no sabía, por lo que no buscaron a ese hijo.
Recién en 2003, en un juicio (por los crímenes de la dictadura), una sobreviviente cuenta que durante su cautiverio supo del embarazo de Marcela Molfino. Se busca una muestra de sangre de las familias Amarilla y Molfino y se hace una nueva comparación: el resultado dio 99.8 por ciento de parentesco. Yo tenía 29 años.
—¿Cómo se vive con esas dos identidades?
—El resultado de ADN nos da la respuesta sobre la verdadera familia a la que pertenecemos, pero no significa que uno tenga la identidad resuelta. Esa reconstrucción identitaria necesita tiempo, necesita del ejercicio de los vínculos, de la memoria, de ser uno mismo. Yo antes me llamaba Martín, ahora me llamo Guillermo. Cuando fui restituido no tenía recuerdos de “mi Guillermo”. Entonces se empieza a hacer una memoria activa.
Para mí no hubo un romper, se dio como un cambio de estado. Con el tiempo hubo una construcción como hermano, como tío, como sobrino. Una construcción como Guillermo. Martín no se rompió, se fue disolviendo y se fue haciendo Guillermo.
—Usted ayuda y asesora actualmente en las búsquedas de identidades. ¿Estima que hay urgencia?
—El primer salto al vacío es acercarse a Abuelas con las dudas. Pero uno se encuentra con gente que está preparada, con ternura, con paciencia, sin prejuicios, escuchando. Es todo lo que me faltaba: no había ternura, no había preparación, no había conocimiento.
Ahora hay una urgencia de buscar más gente porque con el tiempo, para la persona que está con sus inquietudes se hace más difícil acercarse. Cuando el silencio a veces se vuelve un aliado de uno, termina siendo un aliado y convive. Puede convivir toda la vida con él. Hay urgencia porque pasa el tiempo y se van perdiendo las posibilidades de una reconstrucción identitaria.
ENTRECRUZAMIENTO DE DOCUMENTACIÓN
La búsqueda sigue un protocolo establecido: confidencialidad estricta, recopilación y entrecruzamiento de documentación y datos, testimonios y elementos surgidos en los numerosos juicios por crímenes de lesa humanidad.
Si hay una presunción de que esa persona puede ser hijo de desaparecidos, se propone una extracción de sangre para comparar con el Banco Nacional de Datos Genéticos, que reúne gran parte de los ADN de las familias que buscan niños robados.
“Cuando encontramos a un nieto o nieta, ¡es como sacarse la lotería!”, lanza María Laura Rodríguez.
En el área de Presentación Espontánea se trabaja “con el universo más grande”, sean hijos adoptados, ilegítimos, etc. “Nos encontramos con gran cantidad de personas que no son hijos de desaparecidos. Garantizamos que todos sean atendidos por igual, en darles herramientas” para buscar su identidad, dice.
Más allá de que la búsqueda llegue o no a buen puerto, “ya hace a la identidad asumir: ‘soy alguien que tiene dudas, tengo derecho a saber quién soy, a hacer preguntas'”, sostiene Lahiteau.
“Cada persona se va mejor de cómo llegó. Dar el paso libera”, sentencia Rodríguez. N
(Con información de AFP)