Miércoles de open mic, decía el cartel, me llamo la atención y le tomé una foto, total, acababa de mudarme y no era como que tuviese muchos planes en puerta.
Habia llegado a la ciudad hacia apenas un par de semanas, todo había pasado muy rápido, por fin había comprado una base para mi colchón y una lavasecadora porque el pequeño departamento que rentaba no tenía áreas al aire libre, asi que podría decirse que estaba finalmente instalada y lista para salir a explorar aquel distinto y nuevo mundo al que había decidido adentrarme a pesar de todo.
Por fin llego la noche del miércoles , ubique en el mapa virtual cuántas calles y hacia cual dirección debía caminar y me puse en marcha hacia el bar que se anunciaba en el cartel de la foto. Para mi sorpresa era un establecimiento pequeñísimo con apenas 10 mesas, de inmediato me di cuenta de que no había un solo hombre en todo el lugar, sonreí y pedí una cerveza.
Había un cuaderno en la barra en el que todas o casi todas llegaban a anotarse curiosa me acerqué a preguntar sobre aquello, claro, era el registro para el open mic, le eché un ojo y regresé a mi sitio, pasados algunos minutos comenzaron a desfilar las anotadas y las anfitrionas intervenían de vez en cuando con mini Stan up para equilibrar aquellas participaciones menos simpáticas o afortunadas.
A pesar de haber llegado completamente sola y sin conocer a nadie me sentía cómoda, eran mujeres completamente distintas, para nada era un grupo homogéneo, y cada una compartía un poquito de sí a través de esos cinco minutos en el micrófono, yo estaba fascinada, era como ser extra en una de esas películas en las que si suceden cosas interesantes cuando sales de noche, solo que era real, estaba ahí, y no podía dejar pasar esa oportunidad. Pedi otra cerveza, no tanto para agarrar valor como por la sed que tenía y el calor que hacía en aquel sitio, le di un buen trago y fui a poner mi nombre en aquel cuaderno.
Mientras esperaba mi turno y seguía el desfile detrás del micrófono comencé a ponerme nerviosa, me sudaban las manos, no sabia que iba a decir, menos después de escuchar varias historias tanto delirantes y cómicas como personales e íntimas. Todas parecían conocerse de antes o ser ya amigas.
Como iba a comenzar, que tenía yo o mi vida de interesante para estas mujeres, que valía ser contado en esos cinco minutos en frente de un grupo de completas extrañas…
Fui al baño y cuando salí a lavarme las manos y poner algo de agua en mi rostro escuché un acento familiar, de la tierra en la que nací, salí, la vi, y con un saludo nos reconocimos en seguida, comenzamos a hablar, ella también había llegado hace poco y por lo que me decía parecía que su vida estaba llena de historias y yo quería que me las contara todas, salimos del baño, terminé mi. E ida y me llamaron al escenario.
Ya tenía algo de que hablar, comparar mi manera de hablar con la de la gente de la ciudad, la comida, los trayectos, la manera de decir las cosas y hasta de ligar, fue liberador, o tenía que ser chistoso ni teatral, solo real, termino mi tiempo y entre aplausos regresé a mi sitio, pero ahora me esperaba ella, charlamos hasta que termino el open mic, cerraron el lugar, intercambiamos números y quedamos en vernos luego.
Quedamos al viernes, dos días después de habernos conocido, cenaríamos en mi casa y el plan era ir alternando para cocinarnos mutuamente a ver cuál de las dos tenía el mejor sazón del norte…así que al día siguiente emocionada fui al super, por primera vez desde que llegué utilizaría el horno en la vieja estufa de la cocina, quizá no sabía muchas recetas pero aquellas que dominaba nunca habían atraído críticas así que decidí ir por lo seguro.
Estaba mucho más entusiasmada de lo que entonces podía admitir, mi primera amiga en la ciudad, mi oportunidad de ser esta versión nueva de mi, aunque yo sintiera que era la misma.
Por fin Magda llegó, tocó el timbre y en cuanto escuché su saludo le di el acceso, mientras, en mi piso abrí la puerta, entonces escuché voces y risas por las escaleras – el elevador estaba como siempre, fuera de servicio- subía rápido, no venía sola. La vi, y de nuevo sentí que la conocía de siempre, rompió su propio hechizo presentando a su novia; “Ella es Mónica, también es de sonora, ella preparó el postre”, fue la presentación. Por fortuna siempre cocino como para un batallón así que me dio gusto recibir a alguien más, era refrescante conocer mujeres tan distintas a las que me rodeaban mientras crecí.
Vaya ironía, mientras cenábamos platillos que aprendí de mi madre proveniente de una familia muy conservadora compartía la mesa con dos personas que habían pasado por experiencias muy distintas, para empezar eran pareja y por eso habían decidido mudarse a la ciudad y vivir juntas iniciando de cero sus carreras profesionales y haciendo equipo, cosa que aceptar de mí misma voy decidir me había tomado mucho tiempo y aún no lograba hacer del todo.
Disfracé mi escape de éxitos inexistentes y de una oportunidad que no podía rechazar, cuando francamente en Sonora vivía mucho más cómoda en cuanto a estándares económicos y en un lugar mucho más amplio, pero solo en apariencia porque realmente sentía que me asfixiaba en cualquier lado, sin poder ser yo o sentirme mía. En cualquier espacio estaba expuesta al escrutinio o al menos así me sentía, que por qué no me casaba, que por qué trabajaba sin descanso cuando podía enfocarme en casarme ty dedicarme a mi familia, ajá una familia que no quería o que si quisiera no aceptarían porque no es lo que deseaba, pero entonces no lo tenía tan claro como ahora.
Esa cena, fue, entre muchas cosas; el abrir de una ventana hacia un mundo nuevo, ya después les contaré quién cocinaba mejor las delicias sonorenses, porque la alternancia aún no termina.