Subir las frías escaleras hasta alcanzar la cima, poner la punta de los dedos de los pies al borde del trampolín y hacerlos bailar antes de tomar aire. Con los pulmones llenos y sin mirar hacia abajo, el lector se lanza a la grande y dura alberca emocional que representa la nueva novela de Jorge Volpi, Partes de guerra (editorial Alfaguara).
Pero esta alberca no tiene agua que detenga la colisión del cuerpo contra la realidad de la violencia en México.
Incluso sabiendo que va a doler, nos aventamos cada vez para inmiscuirnos en el pesado e irresistible mundo que el escritor mexicano ha descrito. En un momento donde la realidad y la ficción son dos sustancias homogéneas en un vaso sucio y cuarteado, Jorge Volpi lo toma y deja caer el cristal contra el suelo: el mensaje no es si la ficción y la realidad se han polarizado en un mismo elemento, sino entender que ambas cuentan un juego que lleva a consecuencias que resquebrajan.
Sin embargo, ¿quiénes son los responsables de haber contaminado este río llamado México con agresiones sin motivaciones concretas?
Porque, en esta historia, la violencia es una tautología: se redefine con su propio significado a través del tiempo. ¿Qué es la violencia? Violencia por violencia. Eso es lo que Lucía, la protagonista de esta historia de Jorge Volpi, tendrá que descubrir.
Cuando el cuerpo de Dayana es encontrado a orillas del río Usumacinta, en Frontera Corozal, y la policía, como es costumbre, falla en todos los procedimientos para brindar justicia, la frustración dentro de la historia emerge como un salpullido que se esparce rápidamente.
POR QUÉ, NO QUIÉN
Incluso sabiendo quiénes son los culpables detrás del asesinato, la pregunta que plantea Jorge Volpi es más profunda. No se trata de quién, sino de por qué.
“El corazón tiene razones que la razón desconoce. ¿Y si la razón tuviera corazones que el corazón desconoce?”, escribe el autor en su última obra.
Hay un punto donde la razón y la pasión convergen y se entrelazan, pero eso significa que hay un punto donde no existe ni razón ni corazón. Es ahí donde conviven los personajes de Partes de guerra.
En entrevista con Newsweek en Español, Jorge Volpi comenta que la obra surgió de una obsesión que él ya tenía desde hace algunos años, pues ha escrito y se he interesado mucho en la neurociencia. Por ello, al final, la novela tiene un punto de vista desde la neurología y sus acercamientos.
“He estado un tanto obsesionado con historias de niños que son capaces de matar a otros niños. Adolescentes tempranos, digamos, capaces de actos terribles de violencia. Y se me ocurrió unir esas ideas”.
—En el libro hablas desde el personaje de Lucía, ¿cómo te preparaste para escribir desde la posición de una mujer tratando temas de violencia de género? —preguntamos a Jorge Volpi.
—Yo creo que hacer ficción siempre es ponerse en el lugar de otro: puede ser una mujer, un hombre; puede ser mexicano, extranjero; puede estar vivo, muerto, puede ser del pasado, futuro o presente. Esa es la gran capacidad de la imaginación desde la literatura.
NO IMPORTA QUIÉN ES EL OTRO
“No es la primera vez que lo hago —continúa—. El temperamento melancólico, mi segunda novela, también la narraba una mujer. Depende de cómo te pones en el lugar del otro sin importar quién sea ese otro”.
—En la novela, Lucía se cuestiona cuáles son las razones por las que asesinaron a Dayana y tú mencionas, entre otras, la falta de perspectivas del futuro. ¿A qué te refieres con eso?
—A la falta de oportunidades que hay en muchas zonas del país. Si tú ves Frontera Corozal, es un pueblo muy pequeño donde las posibilidades de futuros son muy limitadas y están circunscritas a esa enorme desigualdad que hay en el país. Cuando los jóvenes no tienen posibilidades de mejorar, cambiar o ascender socialmente. A eso me refiero.
—También mencionas que una de las causas posibles es la adicción a los juegos de video. Desde una parte neurocientífica ¿qué tan cierto es esto?
—Todas las ficciones, como los juegos de video, son una especie de campo de experimentación donde se aprenden cosas. No hay duda de que esto genera patrones mentales violentos. No es que sea una causa única inminente porque hay miles de niños que juegan esos juegos y no son violentos, pero hay otros que sí.
“Lo que hace el libro es escrutar las razones de la violencia a través de un grupo de neurocientíficos. Va quedando claro que tienen ideas diferentes, pero que ninguna basta para explicar los niveles de violencia tan altos como los de este caso”.
VIOLENCIA EN EL CARÁCTER MEXICANO
—En un momento de la historia, Lucía se cuestiona si todo se resume a “niños violentos en un país hiperviolento”. ¿Tú qué crees que fue primero: un México hiperviolento o la cualidad humana de que los niños mexicanos pueden ser violentos?
—Esa es la gran pregunta que plantea el libro. ¿En qué medida hay una naturaleza íntimamente violenta del carácter mexicano? Mucha gente piensa que está ahí soterrada desde los aztecas. Por otro lado, están quienes piensan que tiene que ver con la violencia contemporánea que ha generado desigualdades y en la ausencia completa de un estado de derecho en nuestro país.
—Describes en el libro que a cierta edad los niños son “un proyecto, un plan, una posibilidad”. ¿Crees que los estímulos de violencia que rodean a los niños son un motivador o que los niños son violentos como mecanismo de defensa contra estos estímulos?
—Yo creo que ambas. La violencia que hay en el ambiente te incita a protegerte de ella, pero al mismo tiempo a evitarla. Es una tensión constante, ¿por qué tenemos estos niveles tan altos de violencia en nuestro país? Debido a esos dos factores: la imitación de violencia sin consecuencias y la resistencia de violencia con más violencia. Ahí es cuando planteo cómo puedes ser al mismo tiempo víctima y victimario.
LA INVESTIGACIÓN SIEMPRE ES UN DESASTRE
—Cuando los policías encuentran el cuerpo de Dayana, escribes que por torpeza terminan destruyendo la escena del crimen y borrando cualquier indicio o huella. Fuera de la ficción, ¿cuántos errores policiacos de este tipo crees que suceden por coalición y cuántos por falta de preparación?
—Si tú ves todos los casos que llegan a los medios, la constante es que la investigación policiaca y fiscal siempre es un desastre. Es inverosímil, no hay alguna en donde la investigación haya sido clara y contundente. Tiene que ver con una absoluta falta de preparación y también con que siempre hay una intención política para encaminar las investigaciones.
“Algo que sucede mucho en México es que primero se tiene la teoría o la hipótesis y luego se intenta probar. No investigan realmente. Ya decidieron lo que pasó y solo buscan comprobar esa teoría a priori. Si sumas ambos factores, el escenario es catastrófico. Aunque en el libro sí es por torpeza completamente”.
—Cuando te sumerges tan profundo en una historia de violencia y horror, ¿mientras lo escribes experimentas una sensación de nerviosismo o ansiedad?
—Esto justo es el tema de mi ensayo Leer la mente. El cerebro no tiene la capacidad de distinguir una imagen real con una ficticia. La empatía puede llegar a ponerte en los pies de otra persona, y más si es un relato que estás escribiendo en primera persona. Por eso es tan poderosa la literatura y la ficción, porque se vive como algo real.
NO HAY JUSTICIA EN MÉXICO
—¿Hay algún caso real en el que hayas basado la idea del asesinato de Dayana?
—Hay varios. No solo en México, también en Estados Unidos, donde la razón de la violencia es múltiple. Pero del que más me acuerdo sucedió en el norte de México. La nota solo explicaba que unos niños, quizás adolescentes, habían matado a uno de sus compañeros imitando a los narcos.
—¿Cuál tú crees que podría ser el primer paso para disminuir la situación de violencia dentro de nuestro país?
—Me parece que hay una muy clara: que la justicia funcione. No hay justicia en México desde hace mucho tiempo. Aquí solo se resuelven el 0.4 por ciento de los delitos que se denuncian.
“¿Qué te dice eso? Que no hay posibilidades de hacer justicia, de reparar daños, de aprehender a los culpables. La justicia debe funcionar y no funciona para nada. No hay estado de derecho en México en materia penal”.
Partes de guerra es un ejemplo claro de que la vida imita al arte, o viceversa, en nuestro país. Con despuntes de realidad en una composición de ficción, Jorge Volpi vuelve a proyectar una historia difícil de digerir que refleja un México que ya comprende por qué está inmiscuido en tanta violencia. Un México que, a la mínima provocación, muestra los dientes para morder. N