Después de un largo camino que inició en Mexicali, Baja California, México, el doctor Alfredo Quiñones reflexiona, desde la Clínica Mayo, en Florida, Estados Unidos, sobre el presente de la medicina, la neurocirugía y el enorme papel de la empatía dentro y fuera del quirófano.
Quiñones es director del Departamento de Neurocirugía de la prestigiada Clínica Mayo. Sin embargo, En 1973, a los cinco años de edad, vendía comida a los camioneros que pasaban por su población, así llevaba algo de dinero a su casa.
En aquella época en su barrio no había agua potable ni electricidad, y su hermana de seis meses murió de deshidratación. Años más tarde, con la perseverancia y el sueño de una mejor vida, cruzó de indocumentado a Estados Unidos. Tenía grandes sueños, pero el camino no se veía fácil de transitar.
El primer trabajo que obtuvo fue de jornalero cosechando algodón. Después decidió entrar en la escuela para aprender inglés, y el resto de la historia es digno de una película sobre el famoso “sueño americano”: una beca en la Universidad de Berkeley, California, con la que estudió psicología; una carrera en medicina con especialidad en neurociencias en la Facultad de Medicina de Harvard; años de trabajo y estudios en hospitales como la Universidad de California, en San Francisco, y en la Escuela de Medicina del Hospital Johns Hopkins, en donde fue director del Laboratorio de Células Madre Tumorales y en donde su vida dio un avance que él cataloga cómo “meteórico”.
“Empecé como profesor asistente y en menos de cinco años ya había ascendido al rango más alto de profesor catedrático”, relata en entrevista. “En 2016 me ofrecieron dirigir el Departamento de Neurocirugía de la Clínica Mayo, que es donde estoy ahora”.
LIBROS Y TELEVISIÓN
Autor de la biografía Dr. Q y, próximamente, El corte más profundo, y protagonista de uno de los episodios de la serie documental de Netflix Los ases del bisturí, comparte con Newsweek en Español el porqué la humildad sigue siendo su mejor instrumento.
—¿Considera que la empatía ha sido una constante en su vida?
—Pienso que la empatía es algo básico que todos como humanos tenemos. Algunos tratamos de desarrollarla un poquito más que otros. Yo pienso que la empatía toma mucha energía, mucha fuerza de voluntad, y a veces te destroza el corazón.
Te voy a dar un ejemplo: el Domingo de Pascua estaba en casa con mi esposa e hija cuando de repente recibo un mensaje del esposo de una de mis pacientes. Yo operé a la esposa el año pasado de un tumor cerebral, hicimos una craneotomía con ella despierta y mapeamos su cerebro. El tumor ha regresado, la tengo que reoperar, y ese domingo él me manda textos diciendo que su manera de hablar está empeorando. Entonces tengo que acelerar la cirugía.
Eso me hizo sentir culpa, el disfrutar a mi familia mientras mi paciente lucha por su vida. Eso me parte el corazón de verdad. Pienso que esos sentimientos son muy comunes. Nunca los he negado, les doy la bienvenida y me hacen reflexionar, me hacen más fuerte y capaz.
La empatía viene de haber crecido pobre, de haber visto a mi hermanita fallecer de niña. Todas estas experiencias me han hecho quien soy, no las puedo negar y les doy la bienvenida a diario.
FATIGA EMOCIONAL FUERTE
—¿Durante los dos años del covid-19 qué pasó con sus pacientes y estudiantes?
—Hemos pasado por dos años difíciles y apenas empezamos a ver un cambio enorme a escala nacional y mundial. Los pacientes no son los únicos que han sufrido; todos los trabajadores de la salud, enfermeras, doctores, hemos visto lo que se llama burnout: una fatiga emocional fuerte que nos está afectando.
Con los pacientes, al principio de la pandemia fue un golpe enorme. Porque las enfermedades no pararon: el cáncer de cerebro, el dolor de cuello y espalda, las hernias en la columna, el deterioro neurológico.
En la Clínica Mayo inmediatamente implementamos un sistema especial para esos campos muy complejos como la neurocirugía o cirugía de la columna que nos permitió seguir operando. Vimos a pacientes de todo el mundo por telemedicina, y trajimos al hospital a aquellos que necesitaban cirugía. Nuestro servicio de neurocirugía siguió creciendo porque los procesos que implementamos fueron muy eficientes y nos han permitido dar un servicio de calidad máxima.
CONECTAR PASADO Y PRESENTE
–Cuando uno cuida a los demás es muy importante cuidarse a uno mismo. ¿Qué hace usted para mantenerse fuerte?
—Trato de enfocarme en lo positivo, en las historias de mis pacientes. Escribir mi segundo libro, The Deepest Cut (El corte más profundo), me ha abierto más los ojos para darme cuenta de la belleza de la vida. Lo que más me gusta es estar con mi esposa, mis hijos, mis padres, hablar con mis hermanos, con la familia.
Recientemente estuvieron en casa dos amigos. Les tenía unas cervezas mexicanas y les hice un pico de gallo, incluso puse una foto del tomate en mis redes sociales. El tomate me recordó al cerebro humano y, al mismo tiempo, mi pasado, cuando llegué a Estados Unidos, en 1987, indocumentado y como jornalero en el campo a cosechar tomate.
Conecté mi pasado y mi presente con un momento tan simple como cortar un tomate. Son las cosas sencillas que he buscado por mucho tiempo, y en los últimos años he reflexionado mucho acerca de eso. N