Comencé a beber alcohol, whisky, cuando tenía 14 años, y lo hacía para embriagarme. Buscaba olvidar, y finalmente lo lograría. La primera vez que bebí, me tomé varias cervezas en la casa de una amiga. Y cuando se nos acabaron asaltamos el gabinete de licores de sus padres y bebimos ginebra y tequila.
Mis padres se habían separado recientemente. Y, en una muy rápida sucesión, a mi madre le diagnosticaron enfermedad de la neurona motora y un tío muy cercano murió en esos días. Dos semanas después, mi padre intentó suicidarse.
El único mecanismo de afrontamiento que yo tenía era el que había aprendido de mi padre. Dicho mecanismo consistía en beber para evadirme y luego fingir que todo estaba bien. Casi inmediatamente después ya bebía licores fuertes, y en grandes cantidades. Una chica adolescente puede pararse afuera de una tienda y pedirle a otra persona que le compre una botella de licor. Esto es peligroso y no lo recomiendo, pero era lo que mis amigas y yo hacíamos.
A los 15 años comencé a salir de casa a escondidas y a beberme una botella entera de alcohol. O me sentaba en mi habitación y me tomaba una botella de cualquier cosa que pudiera conseguir, usualmente whisky o vodka, hasta quedar inconsciente.
Cuanto más empeoraba la enfermedad de mi madre, tanto más se concentraban en ella los demás. Era como si ella tuviera todos los reflectores mientras yo quedaba sentada en la oscuridad donde creía que nadie podía ver lo que hacía. Sentía mucho dolor y no sabía dónde ponerlo. Veía cómo mi madre se deterioraba lentamente; era horrible.
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Después tuve una relación con un tipo mayor: yo tenía 16 años y él, 25. Esto hizo que fuera mucho más fácil conseguir alcohol porque él simplemente salía y me compraba lo que yo quisiera. También comencé a experimentar con otras drogas porque él las consumía.
Mi familia organizó una intervención cuando yo tenía 17 años. Mi tía me recogió en la escuela y me llevó a casa, donde mi abuelo, mi madre y otros amigos me esperaban. En el centro de la habitación tenían una caja llena de botellas vacías, y me dijeron que habían pedido una cita de emergencia para que recibiera terapia. La terapia me sirvió porque tenía a alguien con quien hablar, pero realmente no estaba lista para hacer ningún cambio. No podía imaginarme cómo contener todas estas emociones sin ahogarlas en alcohol. Y cuando mi madre murió, cuando yo tenía 19 años, dejé de asistir porque no tenía seguro médico.
Había tratado de mantenerme relativamente estable cuando mi madre estaba viva porque acudía a visitarla. Pero cuando murió no le hablé a ningún miembro de mi familia por dos años porque mi novio no les caía bien, así que estaba completamente aislada.
Puedo decir con seguridad que mi forma de beber empeoró definitivamente en esa época. Bebía un litro de whisky yo sola por las noches, y después me levantaba por la mañana y tomaba varios tragos de ginebra antes de ir a trabajar. Nunca bebí en mi puesto de trabajo, pero tenía que hacerlo en la mañana porque la resaca habría sido tan grave que habría tenido temblores. Creo que siempre andaba un poquito borracha. Un par de veces bebí en la mañana y me quedé dormida. Por ello no era muy confiable y perdí un empleo como resultado de mi forma de beber.
“VOMITABA BILIS”
Ahora, cuando recuerdo esa época, es como mirar un agujero negro. Me levantaba cada mañana y vomitaba bilis. Me sentía tan avergonzada y sin esperanzas que básicamente había aceptado el hecho de que probablemente moriría antes de los 25. No sabía cómo hacerle frente a la vida y no estaba procesando la pérdida de mi madre ni lo que ocurría en mi relación. Mi novio era realmente despreciable, pero yo estaba atorada. No tenía a mis padres ni a ningún familiar que me ayudara.
Finalmente, en octubre de 2014, decidí que quería mantenerme sobria una vez que saliera de esa relación y obtuviera una orden de restricción contra mi ex. Asistía a reuniones de 12 pasos, pero durante casi un año alterné los periodos de embriaguez y los de sobriedad. Una vez completé 90 días sin alcohol, y mi amiga y yo nos emborrachamos para celebrar.
La última vez que me embriagué fue la Noche Vieja de 2015, a los 24 años. Llegué a una fiesta a la que no me habían invitado y bebí hasta perder la conciencia. No recuerdo lo que ocurrió ni lo que hice. Pero desperté en la casa de una amiga sin ninguna de mis pertenencias y sin recordar cómo había llegado ahí.
El 1 de enero de 2016 estaba sentada en el porche frontal fumando un cigarrillo cuando mi amiga me preguntó qué iba a hacer. Le respondí: “No lo sé, pero no quiero hacer esto”. Me sentía muy sucia todo el tiempo. Era inestable y muy poco fiable.
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Para entonces, me había mudado a Carolina del Norte y vivía con mis abuelos, a quienes les hacía la vida imposible. Manipulaba a las personas para obtener lo que quería, y me odiaba a mí misma.
En ese punto yo ya tenía boletos para viajar al Reino Unido, pues planeaba vivir ahí por seis meses con un tipo al que estaba viendo con el objetivo de mudarme allá permanentemente. Así que asistí a reuniones en Estados Unidos hasta que volé a Newcastle, Inglaterra, el 18 de enero de 2016. Permanecí aislada en su departamento por dos semanas, hasta que encontré una reunión de 12 pasos a la vuelta de la esquina.
Creo que le diferencia fue que, aquella vez, tenía el don de la desesperación. Conocía a una sola persona en todo el país, así que las reuniones eran la forma en la que conocería a más gente, me mantendría sobria y salvaría mi propia vida.
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Así lo hice, y verdaderamente conecté con las personas e hice amistades desde un lugar muy genuino y abierto. Mi pareja tampoco bebía mucho, y eso me ayudó porque no había alcohol en casa.
En los primeros años ni siquiera bebía kombucha porque es una bebida fermentada. Salía con mi pareja al bar y todos sus compañeros de trabajo bebían. Fue extremadamente difícil porque lo único que quería hacer era beber.
Actualmente, me defino a mí misma como una alcohólica en recuperación. Pero en ese momento no quería que nadie lo supiera ni tampoco que me juzgaran. Cuando alguien le dice a una persona que no bebe, con frecuencia le preguntan por qué, y yo no quería contarlo. Así que, en los primeros años, tuve que dejar de asistir a muchos eventos de trabajo, o debía tener a alguien cerca de mí y que supiera que no bebía, o llamar a algún amigo antes o después con el fin de mantenerme sobria. Ahora las cosas son un poco distintas. No me resulta difícil decirles a las personas que soy alcohólica y que estoy en recuperación.
“SOY UNA ALCOHÓLICA EN RECUPERACIÓN”
Mi esposo y yo nos separamos, y me mudé oficialmente en octubre de 2021, pero me había sentido infeliz durante un tiempo. Cuando comencé a usar aplicaciones de citas, las personas me preguntaban si quería que nos viéramos para tomar un trago. Yo siempre respondía: “Por supuesto. Pero solo para que lo sepas, no bebo. Soy una alcohólica en recuperación”. Si eso representa problema, me gustaría saberlo.
Tampoco llego a un bar y pido una cerveza sin alcohol, poniendo a mi cita en una situación difícil. No es algo muy agradable. Tampoco quiero que la primera conversación que tengamos sea acerca de mi recuperación.
Algunas personas me han preguntado cómo supe que era una alcohólica y cuánto tiempo tengo en recuperación. Usualmente, si las personas comienzan a hacer esas preguntas, se debe a que piensan que tienen un problema y desean que les diga que no es así. No me interesa salir con ese tipo de personas. Simplemente dejo que se alejen por sí solas; para mí, es un don.
Sin embargo, salir con alguien sin alcohol da miedo. Conocer nuevas personas es algo que me pone muy nerviosa, y más aún si no tengo ese lubricante social. Simplemente estoy ahí, inexperta ante el mundo. Luego, comienzo a pensar acerca de dormir con alguien nuevo estando sobria. ¿Y si la otra persona no lo está? ¿Quiero hacerlo? Probablemente no. Es un territorio nuevo.
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Actualmente salgo con una persona realmente adorable. Pero un par de veces, cuando hemos salido a cenar, ha bebido un par de tragos y yo me he puesto un poco nerviosa. No sabía si iba a embriagarse y a convertirse en un monstruo. Él se mostró adorable y todo estuvo bien, pero le dije que estaba preocupada. Quería que supiera cómo me sentía. Muchas personas pueden beber normalmente, lo cual no es un problema, pero pienso que es importante abrirse realmente con anticipación y ser honesta desde el inicio.
He logrado perdonarme a mí misma de muchas cosas. Arrastraba conmigo una gran cantidad de vergüenza sin razón alguna y por cosas que no fueron culpa mía. He pedido perdón a las personas a las que he causado daño, y me he pedido perdón a mí misma. Tengo amistades de verdad, puedo ser una amiga que da apoyo, y he vuelto a comunicarme con muchos de mis familiares.
Siento que ahora tengo un propósito; tengo una razón para existir y trato de devolverle al mundo algo de lo mucho que me ha dado. Ahora soy fundamentalmente confiable, puntual, honesta y amigable. Todo lo que quería ser, pero no era, cuando era una adicta en activo.
Dejar el alcohol me ha dado la oportunidad de ser yo misma. He recorrido este camino y siento que el mundo se ha abierto completamente ante mí. En la adicción yo era la peor de las personas y me sentía terrible conmigo misma. Ahora simplemente me siento mucho más ligera. N
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CiCi Reagan vive en Newcastle, Inglaterra, y dirige Write To Heal (Escribe para sanar), una comunidad que ayuda a los sobrevivientes de adicciones, traumas y abusos. Para saber más, visita writetoheal.me o sigue a Reagan en Instagram @cicireagan. Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de la autora. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.