Menos de un año antes de que el presidente estadounidense John F. Kennedy pronunciara su famoso discurso “Una estrategia para la paz”, en la Universidad Americana en 1963, la crisis de los misiles de Cuba había llevado al mundo al borde de la guerra nuclear. Aunque la posibilidad de una paz duradera era una esperanza distante, en sus afirmaciones JFK rechazó la inevitabilidad de la guerra como “una creencia peligrosa y derrotista”. Asimismo, contradijo el punto de vista de que “el género humano está condenado” o “a merced de fuerzas que no podemos controlar”.
En cambio, ofreció un desafío global al declarar poderosamente: “Nuestros problemas son provocados por el hombre. Por tanto, pueden ser resueltos por el hombre. Y el hombre puede ser tan grande como quiera. Ningún problema del destino humano está más allá de los seres humanos. La razón y el espíritu del hombre han resuelto con frecuencia lo aparentemente irresoluble, y creemos que puede hacerlo de nuevo”.
Aquel inspirador llamado a la acción hoy sigue siendo premonitorio. Pero en otro contexto y con otro conflicto: nuestra batalla contra el cambio climático para crear un planeta más limpio, más seguro y más sano para las generaciones futuras. Nuevamente, el mundo está al límite y necesitamos la urgencia movilizadora de una base cuasi bélica si pensamos triunfar.
Hace 60 años, mi difunto padre identificó el daño que la humanidad infligía al planeta, y contribuyó a crear el Fondo Mundial para la Naturaleza. Una década después, cuando hablé públicamente por primera vez sobre el ambiente, muchas personas se preguntaban si mi sentido de urgencia estaba fuera de lugar. Ese punto de vista ha cambiado en las últimas décadas, aunque con demasiada lentitud, y aún hoy carece de la urgencia necesaria.
Como padre, me enorgullece que mis hijos hayan reconocido esta amenaza. Recientemente, Guillermo, mi hijo mayor, instituyó el prestigioso Premio Earthshot para incentivar el cambio. Este busca ayudar a reparar nuestro planeta durante los próximos diez años, identificando e invirtiendo en las técnicas que pueden lograr una diferencia. Y Enrique, mi hijo menor, ha hecho énfasis apasionadamente en el impacto del cambio climático, especialmente en relación con África. Y se comprometió a que su organización sin fines de lucro tuviera cero emisiones netas de carbono.
A escala global, cada vez son menos personas las que niegan la función de la humanidad en el cambio climático. Sin embargo, siguen siendo demasiadas las que expresan en forma pesimista nuestra impotencia para detener, y quizás revertir, el daño a nuestro planeta. Afirman que estamos “a merced de fuerzas que no podemos controlar”.
La ciencia nos dice que esas fuerzas están en gran medida bajo nuestro control. Pero solo si decidimos actuar conscientemente. Ya sea que se trate de llevar un hombre a la luna, como en tiempos de JFK, o más recientemente, de desarrollar una vacuna contra el covid-19, los seres humanos hemos demostrado nuestra capacidad de resolver aquello que parece irresoluble. Creo que podemos y debemos hacerlo de nuevo si queremos proteger y preservar este planeta al que consideramos nuestro hogar.
En este momento hay muchas razones para creer que hemos llegado a un momento decisivo. Los acuerdos alcanzados en la COP26 en noviembre pasado fueron un útil e importante avance. De nueva cuenta, hubo un reconocimiento internacional de la crisis climática. Los líderes demostraron su valor político y su disposición a hacerse responsables y rendir cuentas por sus acciones. El tema central fue, como debe ser, el impacto de la inacción para nuestros hijos, nuestros nietos y las generaciones futuras.
Y, aun así, sabemos que las apariencias no siempre cuentan toda la historia. Ya hemos visto compromisos similares en reuniones internacionales y en los medios de comunicación que no han sido más que distracciones, lo que ha llevado a incumplir metas y a perder la esperanza. Esta vez, no podemos darnos el lujo de perder el impulso. El 2021 no puede ser otro falso amanecer. Simplemente no podemos seguir ignorando el hecho de que, para millones de personas, en partes peligrosamente vulnerables del mundo, el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad ya están devastando su vida y su trabajo. Y haciendo que el lugar en el que viven sea cada vez más inhabitable.
He visto de primera mano el impacto de los falsos amaneceres. En noviembre viajé a Jordania y, de pie en el sitio donde Jesús fue bautizado, pude ver los decrecientes niveles del agua en el que ya es uno de los países con menos agua en el mundo. En Egipto, que presidirá la próxima reunión de la COP, me enteré del impacto devastador del cambio climático en el agua y en la agricultura del delta del Nilo, que actualmente es uno de los ecosistemas más vulnerables de la tierra. A finales de este mes, cuando viajé a Barbados, escuché los temores de las personas sobre los crecientes niveles del mar y la amenaza que estos plantean para la existencia misma del país.
Esos ejemplos no son más que una pequeña muestra de la escala del reto. En el informe más reciente del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) se llegó a la conclusión de que la influencia humana ha calentado el clima mundial a un ritmo sin precedentes en al menos 2,000 años y ha contribuido a muchos de los cambios observados en el clima y en los extremos climáticos.
Resulta claro que nuestras acciones importan. Sabemos lo que debemos hacer. Con una población creciente que demanda cada vez más de los limitados recursos del planeta, debemos reducir nuestras emisiones. También, actuar para encargarnos del carbono que está en la atmósfera, incluido el que producen los combustibles fósiles y las centrales eléctricas alimentadas con este. Si pudiéramos asignar un valor adecuado al carbono, podríamos hacer que las soluciones de su captura resultaran más económicas. Después de miles de millones de años de evolución, la naturaleza sigue siendo nuestra mejor maestra. Por ello, cuando buscamos respuestas de cómo el género humano puede vivir de manera más sustentable con el planeta, debemos dejar que la naturaleza sea nuestra guía.
Al enfrentar la crisis, también debemos coordinar nuestros esfuerzos nacionales. La escala y el alcance de la amenaza requieren soluciones regionales y mundiales que exigirán la participación activa de todos los sectores de la industria en todos los países del mundo.
Un elemento central de este esfuerzo será una campaña de estilo militar para convocar la fortaleza del sector privado mundial. Ello debido a que se requerirán billones de dólares, y no miles de millones, para transformar nuestra economía basada en combustibles fósiles en una que sea genuinamente renovable y sustentable. Este nivel de financiación, que es superior al PIB mundial, es indispensable porque existen demasiados países agobiados por niveles crecientes de deuda que simplemente no pueden darse el lujo de “volverse ecológicos” sin una ayuda importante.
¿Cómo es una campaña de estilo militar? En la COP26 describí por qué creo que la oportunidad de construir un futuro sustentable representa la mayor historia de crecimiento potencial de nuestros tiempos. Esta creencia se centra en tres factores, cada uno de los cuales aumentará nuestras posibilidades de éxito y producirá una genuina alineación entre las hojas de ruta del país, de la industria y de la inversión.
En primer lugar, necesitamos que las industrias mundiales establezcan, en términos muy prácticos, lo que se requerirá para hacer esta transición y tener estrategias para acelerar el proceso de llevar las innovaciones al mercado.
En segundo, la inversión privada se debe alinear en apoyo de estas estrategias al ayudar a financiar los esfuerzos de transición. Asimismo, fomentar la confianza de los inversionistas de manera que se reduzca el riesgo financiero.
En tercero, junto con las Contribuciones Determinadas Nacionalmente, prometidas por cada país individual, los principales directores ejecutivos e inversionistas institucionales del mundo necesitan recibir señales claras del mercado por parte de los gobiernos. Estas se deben acordar a escala global y que les den la confianza para invertir a largo plazo, sin que cambien las reglas del juego.
Este es el marco ofrecido en la hoja de ruta Terra Carta para la Naturaleza, las personas y el planeta, creado por mi Iniciativa de Mercados Sustentables, en la que se incluyen cerca de 100 acciones específicas para la aceleración. Juntos trabajamos para canalizar billones de dólares en apoyo a la transición en diez de las industrias más contaminantes y con mayores emisiones de carbono. Entre ellas, el sector energético, la agricultura, el transporte, los sistemas de salud y la moda. La realidad de las cadenas de suministro mundiales de la actualidad indica que la transición de la industria afectará a todos los países y a todos los productores. No tengo ninguna duda de que el sector privado está listo para desempeñar su función para encontrar un camino hacia delante.
A fin de cuentas, el costo de la inacción superará, con mucho, el costo de la acción. Las generaciones más jóvenes ya han expresado una comprensible frustración sobre el ritmo de las acciones en este tema. Con cada oportunidad perdida, nuestra generación impone a ellos, y a quienes aún no nacen, una mayor parte de la carga financiera de estos fracasos.
También hay un costo moral que pagar. Como escribió el difunto Rabino Lord Sacks: “Es más fácil comprender los límites morales a la acción cuando creemos que hay alguien ante la que somos responsables, que no somos los dueños del planeta y que estamos unidos por un pacto a aquellos que vendrán después de nosotros”. Si únicamente mantenemos nuestros derechos ahora sin reconocer nuestras responsabilidades ante nuestros descendientes, entonces no habremos actuado moralmente.
Esta idea se ha visto reforzada en los últimos dos años de la pandemia de covid-19, en la que se ha perdido más de un millón de vidas. Estas pérdidas resultan aún más dolorosas durante las fiestas de fin de año. La perturbación sanitaria y económica nos ha afectado a todos. Sin embargo, en medio de la oscuridad hemos visto lo mejor del género humano. E incontables personas y profesiones que han convertido nuestro bienestar colectivo en el objetivo principal de su trabajo. En una era tan individualista, se ha producido un cambio de mentalidad del “yo” al “nosotros”, así como una renovada fe en que juntos podemos hacer frente a algunos de los mayores desafíos de nuestro tiempo.
Al mirar hacia 2022, un año de grandes oportunidades, necesitamos una mentalidad de “nosotros” a escala global para crear un planeta más limpio y sano. Al reconocer nuestra interconectividad como personas globales debemos admitir que nuestras fronteras no nos definen frente a las amenazas globales. Y que, en última instancia, ninguno de nosotros estará seguro si no lo estamos todos. Esa es la única forma de reparar el desequilibrio entre la magnitud de los problemas y la escala y ritmo de las soluciones en desarrollo.
La humanidad ha logrado avances increíbles en el último siglo. Ha superado nuestras expectativas y la atmósfera de nuestro planeta. Cualquier persona que haya visto la tierra desde el espacio ha atestiguado, en los términos más claros, no solo “un gran salto para la humanidad”, sino la fragilidad de nuestro planeta y el delicado equilibrio y la sagrada armonía del universo. Esto debería darnos una sensación de asombro por el presente y de responsabilidad por el futuro.
No debería asustarnos, sino inspirarnos, con el mayor sentido de urgencia, para abordar los desafíos más universales de nuestra era. Actualmente, no hay nada más apremiante que poner a la naturaleza, a las personas y a nuestro singular y frágil planeta en el corazón de nuestra forma de vivir, de trabajar y de hacer negocios para crear el futuro más brillante posible para la humanidad.
El momento es ahora. Los ojos de nuestros hijos y nietos nos están juzgando. Seamos la generación que puede. Y que lo hace. Y ahora que iniciamos un nuevo año no podemos perder ni un solo instante. N
(Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek)