RECUERDO a don José pidiendo ayuda a las afueras de un banco, hace aproximadamente cuatro años. El decía que en esa ocasión la pantalla del cajero tenía colores diferentes a los de siempre.
“No sé qué hacer ahora. Ayúdeme, de favor, joven”, me dijo.
Me he tomado el atrevimiento de bautizarlo como don José porque en realidad no le pregunté su nombre y dudo volver a verlo, pero estoy seguro de que el nombre le queda, porque, así como hay muchos José en el país, también hay muchas personas que, a sus 50 años, no saben utilizar un cajero automático.
Una historia similar la viví con Mariana, una buena amiga de la preparatoria que recién inició un negocio en la colonia Roma de la Ciudad de México. Estábamos tomando café tranquilamente hasta que una mujer, de no más de 30 años, llegó con una destellante bolsa pidiéndonos efectivo a cambio de una transacción, pues necesitaba darle dinero en efectivo, subrayo, a una persona que la acompañaba.
También lee: México y América Latina, mercados dinámicos en gastronomía y comida a domicilio
Don José y la mujer de la bolsa estrafalaria tenían realidades diferentes, sí, pero a los dos los unía la misma urgencia: una mayor digitalización, un acercamiento más a fondo de esas herramientas que, si bien no son tangibles, sí figuraban para la situación y yo creo que en general para la vida de ambos y de muchos millones de personas más como soluciones.
Al terminar aquel suceso, en uno de los tantos bancos que están en el Centro Histórico de la Ciudad de México, me pregunté si aquel don José, de pelo poco cano, espalda ligeramente encorvada y ojos de pequeñas comisuras, tuvo alguna vez la oportunidad de aprender a leer.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en México hay 4 millones 456,431 personas que no saben leer ni escribir. ¿Don José pertenecerá a esa cifra? No hay forma de averiguarlo, pero sí hay una forma de corregir este suceso.
¿Qué urgencia nos exhibe la realidad? Que esa cifra superior a 4 millones disminuya, pues no podemos enseñar a correr a un país que aún no aprende bien como gatear. Es decir, si no motivamos más la educación, día a día, vivir en un país más digital cada vez se vislumbra aún más lejos.
No te pierdas: Más que solo hablar, demostremos que podemos hacer mucho ante el cambio climático
A este pensamiento lo acompaña la voz chillante de la mujer de aquel día con Mariana. Ella era alta, de labios prominentes y manos extrañamente grandes. ¿Cuánto tiempo llevaba la mujer buscando un cajero? ¿Qué acaso su acompañante no contaba con alguna tarjeta a donde le pudiese depositar?
“Las realidades son muchas y las urgencias también, no queda duda”, pensaba un día de hace unas semanas por la mañana mientras tomaba un café y leía un periódico. El ejemplar de ese día me atrajo porque con letras grandes decía: “Cierran bancos 438 sucursales en un año”.
Luego de leer eso fui a ver la fuente de la noticia y decía que era con información de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, es decir, que el hecho era igual de verídico como que me llamo Gerardo Treviño. La volví a leer, brinqué y brinqué. ¿Cuántas personas no necesitarán esta vez un banco y se darán cuenta de que ahora tienen una nueva urgencia, pues su realidad cambió?
Las realidades mexicanas y las urgencias van de la mano, y en el terreno financiero, la digitalización también está inherente a ello. ¿Qué necesitamos? Un mayor acercamiento a esas herramientas que podrían facilitarnos la vida; se necesita implantar como semilla mayor educación, en todas las aristas, un mayor apego a las nuevas herramientas y quitarnos el miedo. Necesitamos más educación y más herramientas digitales que, en estos tiempos, sin duda van de la mano. N
—∞—
Gerardo Treviño es un emprendedor serial mexicano y presidente y fundador de Paybook, empresa global de Open Banking, y creador de la interfaz de programación de aplicaciones Syncfy. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.